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Los domingos Montilla, factótum. El ministro «catalán de Córdoba» hace y deshace en las cocinas de la Moncloa
de
El «museo» de la ONU. Su colección de arte brinda un perfil «utópico» de la sede de las Naciones Unidas
Burgos, rescatador. El escritor sevillano reivindica los poemas populares en un libro
Los líderes de los dos grandes partidos (Angela Merkel, del CDU, a la izquierda, y Gerard Schröder, del SPD, a la derecha) deberán encauzar un país más dividido que nunca
Alemania En el muro de la contradicción TEXTO: RAMIRO VILLAPADIERNA
Arrogantes ciudadanos del Oeste de Alemania («wessis») frente a «ossis», los súbditos de la antigua RDA. El Muro cayó, pero dejó paso a un abismo social y económico que, lejos de superarse, lastra al gigante de la UE cuando se dispone a celebrar unos reñidos comicios generales
aisajes florecientes». Viendo cómo las excavadoras derriban el complejo de viviendas VII de Eisenhüttenstadt, en el extremo Este de de la tercera potencia económica del mundo, se entiende que aquella expresión de Helmut Kohl lo persiga hasta el último día como una pesdilla. «Mi edificio está medio vacío. En dos años lo tiran», dice Isabel Müller (18), que prepara con su instituto la obra de teatro «Gente, entre la reconstrucción y
«P
el derribo». Reconstrucción es una palabra de antes, de hace 15 años, cuando Isabel y los que con ella se preparan para la selectividad en Eisenhüttenstadt aprendían las letras en la guardería. La palabra actual es derribo. Entre medias ha pasado su vida, la que ha dado medida a sus sueños. «Bueno, así nos vamos pronto, mi madre está en paro y busca trabajo en Stuttgart», la ciudad del Mercedes y la severa industrialización protestante. Eisenhüttenstadt, una creación de la chistera
autocrática, celebra en estos días los 55 años de «la primera ciudad socialista de la RDA». Es difícil sustraerse al chiste, pero la vida de cientos de miles no es de broma. «Las esperanzas eran enormes», dice melancólico el director del instituto de Isabel, Norman y Nicole, Horst Kramer, «tal vez eran excesivas». «Levantamos con nuestras manos este instituto». Cerrará en 2008. No hay chicos, no hay gente en (Pasa a la página siguiente)
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EN EL MURO DE LA CONTRADICCIÓN (Viene de la página anterior)
Eisenhütten. En 1989 había 51.750 habitantes, hoy 35.000. En toda la República Democrática había 15 millones, ahora 13,4. «Esto será pronto una ciudad de jubilados», dice Norman Hanske (18), que quiere ir a Rostock a estudiar medicina «y luego a Escandinavia, allí hacen falta médicos». Ni siquiera: la floreciente ciudad de jubilados será la vieja y aseada Görlitz, a una hora hacia el sur, sobre el río Oder, cuya renovada prosperidad parece subrayar que lo creado por el tiempo permanece, lo nuevo, creado por el caprichoso designio de un hombre, desaparece. Pronto parecerá que quien se queda en Eisenhütten es porque no tenía otra posibilidad. Del Este ha emigrado ya un 10 por ciento de la población y otros hacen las maletas. Esto sucede en la primera economía de la UE, en el mayor pueblo, con la mayor lengua de Europa. Un país que sostiene un 25 por ciento del presupesto comunitario.
Éxodo en los dos bandos Pero muchos, decenas de miles empaquetan cada año. No sólo del Este, sino de toda Alemania. Stefan y Mercedes Fuhrer, en Berlín Oeste sólo esperan que su hija Diana acabe el colegio, «por la educación, que es buena», dice su madre. «Yo no esperaría ni eso», dice Stefan. Se irán a empezar una nueva vida en la República Dominicana. Cien mil personas dejan cada año su trabajo y antigua vida en Alemania y empaquetan para huir y empezar en otro lugar. En Bremen (noroeste), Sanja Görnitz (31) tiene ya todo guardado para marcharse a Nueva Zelanda. Ha tenido «cinco becas, he realizado 12 prácticas, me gradué con sobresaliente en documentación de medios, lo he intentado todo». Cree que la mentalidad local empieza a ser depresiva, mientras «allá abajo en cambio todo el mundo quiere hacer algo». En Templin (a 60 kms de Berlín), de donde es la candidata Angela Merkel, ha cerrado el combinado de construcción, la lechera, la panificadora. Merkel no ha sido la única en ir a buscar trabajo fuera. Con los puestos de trabajo se ha marchado también la gente, los jóvenes, los mejor preparados los primeros. «Creo que aquí pronto sólo harán carrera los enterradores», dice Max Jäschke (18), «lo peor es que cuantos más se van, más se vacía esto y menos posibilidades quedan, salvo para las excavadoras». Él querría quedarse, «si otros también se quedan».
Sibylle y Steffen Höhne, entre Friederike y Heinrich. Ella es del Este y él del Oeste. La libertad de Sybille fue comprada por Alemania Federal por 12.000 euros
Muchos alemanes del Este añoran la «vida de comunidad» perdida. Ahora hay recelo entre vecinos
baúl de sus pesadillas. Wilfried y Doris Höhne (48 y 46) los primos orientales del acomodado Steffen, el marido de Sibylle, se enteraron de la reunificación por la radio al día siguiente, en su pequeño pueblo de Libätz (Brandenburgo). Un mundo se venía abajo y otro nacía: «Esperábamos la libertad, tener permiso para viajar, poder comprar cosas que no había, no tener que esperar 10 o 20 años por un coche». Ahora tiene coche. Y tiene que hacer 120 kms diarios, ida y vuelta, para ir a
cayó el muro, Sibylle lo vio a esa hora en la tele y lloró «toda la noche», intentando llamar a su familia en el Este. Sibylle había intentado escapar con diecinueve años de la RDA, la detuvo un guardafrontera checo, fue encarcelada y, tras un tiempo, logró comprarla el gobierno de la RFA: 12.000 euros de hoy era el cálculo que exigía por cabeza el régimen socialista de la RDA. Vladislav Kozelek era entonces guardafrontera checo en la zona donde arrestaron a Sibylle, y aho-
ra vende flores de papel chinas para regalo. No podría recordar a Sibylle, pero «sí que deteníamos a gente intentando pasar por los bosques». Allí se podía tirar a matar. El mismo Kozelek, hijo de un ministro comunista checo, había sido feliz marino mercante y fue represaliado y destinado a la línea de demarcación cuando la hermana de su mujer se marchó a Suiza. La vida golpea también al golpeador. Sibylle acabó en el Oeste pero aquello desencajó su juventud y vivirá por siempre en el
Eva Padberg, una modelo de éxito. Tenía 8 años cuando cayó el Muro. Hoy es top-model internacional y ha sido elegida esta semana «el más bello producto de la RDA». Asegura que «las chicas del Este tenemos otra frescura»
Los Schleuss han abandonado una droguería y una imprenta en Potsdam (Brandenbrugo) por una granja en Canadá: «La vida aquí es tan apacible que parece la RDA»
Epopeya en muchas biografías Sibylle Gertler y Steffen Höhne, profesora y catedrático (47 y 46) están en medio de una epopeya muy alemana y la división y la reunificación atraviesa sus vidas. Steffen es de la feliz y acomodada Düsseldorf y estaba en la feria mundial Expolingua cuando
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cuerda Bols del pequeño coche de la RDA. Dorothee nunca esperó que llegase «la xenofobia, o que la economía del Este fuera realmente tan debil». El arquitecto nunca creyó en «los paisaje florecientes» que prometió Kohl, pero «tampoco en una fase tan larga de reconstrucción». Aunque todo ha ido tan rápido y ha habido que asumir tantas cosas que a veces «parece que aquello no hubiera sucedido nunca». En pocos lugares se ha hecho tan asumible la reunificación como Berlín, una ciudad 28 años dividida, al menos en el ambiente de un arquitecto o una periodista: «No solemos encontrar ninguna diferencia, depende de la persona como en todas partes». Wilfried, el primo en paro de Steffen, en Libätz, no tiene problemas por trabajar para un "wessi". Su mujer Doris tampoco. Incluso lo prefieren: «Tienen más sentido social que los ossis», o sea del Este.
Un nuevo estatalismo
Merkel y Schröder no se enfrentan sólo a los problemas económicos, también a la radical escisión social trabajar a Berlín. «Es cerrajero, pero está en paro, no hay contratos », dice Doris, que niega que hayan «ido a menos, Usted no sabe la escasez que hubo siempre en la RDA». Sabe que Wilfried «encontrará algo y saldrá adelante», porque así tiene que ser.
Adiós a la vida «colectiva» Pese a todo cree que «se han cumplido las expectativas que teníamos, aunque con ello han cambiado inevitablemente cosas que no preveíamos». Como la vida de comunidad: las asociaciones del trabajo, los clubs, eran toda la vida social de la RDA. «La vida entre los vecinos se ha disgregado y ha empeorado». Antes todos tenían lo mismo, «ahora todos sospechan que el otro tiene un trabajo mejor». A su primo Steffen, el del Oeste, se le abrieron en cambio «nuevas posibilidades» y se hizo catedrático de sociología en Jena (Turingia, Este), en uno más de tantos casos que reprochan en el Este: «Vinieron a quitarnos nuestros puestos». Puestos dados entonces con carnet del partido, unos injustos, pero también otros justos: «No se podía investigar en la universidad de otra manera». Pero todos fueron purgados con el cambio. Ahora en la universidad de Weimar, Steffen puede contar ejemplos de la frustración y sueldos inferiores, por el mismo trabajo, de sus mismos colegas del Este. Los Lüer (Düsseldorf) también son primos de Steffen y Sibylle, pero viven allí en el Oeste junto al
Rín sin saber apenas del Este: «No tengo nada contra ellos, pero no tenemos contacto, aunque aquí llegan muchos a trabajar». Los «nuevos länder» orientales, la propia cátedra de su primo Steffen en Weimar, está sólo a 200 kms, pero parecen en otra galaxia. Su vida es muy otra». Edwin Lüer (44), padre de dos niños, es comunicólogo y estaba en un bar de jazz en Seúl el día de la caída del Muro: «Me lo dijo un americano y no le quise creer». Calculó que Alemania crecería y se haría más potente, que «habría que ayudar al Este, pero no pensé que durara tanto tiempo». Ahora cree que «hay que contar con 30 años».
El lastre de la globalización
La familia Rahm de Hamburgo acaba de desembarcar en Perth (Australia). Dejan atrás una buena casa y dos buenos trabajos, «pero ninguna perspectiva de mejorar. Nos damos un plazo de dos años para probar esta nueva vida»
Han pasado ya 15, pero el flamante comunicólogo de la rica Düsseldorf «no contaba con la globalización, eso lo cambió todo». La apertura de la econonomía mundial coincidió en los 90 con la reunificación, durante la que el Oeste transfirió al Este cien billones de euros. «No es sólo la ayuda al Este», asienten también Sibylle y Steffen, el cambio les abrió a ellos la posibilidad de irse al Este con otro nivel, pero no contaban «con que la reunificación de las mentalidades fuera tan difícil» y eso que una se había criado en el Este y el otro en el Oeste. Mercedes y Steffan Fuhrer, de Berlín Oeste no ven futuro en la nueva Alemania y piensan en marcharse, pero restan hierro a
la reunificación con la RDA: «No son ellos, son los trabajadores del Este, que vienen por 3 euros la hora y nos quitan el trabajo», dice Steffan que es transportista y pintor: «Aquí ya no hay lugar para mí». Llega el trabajo barato y se va el caro. Faltan médicos en todos los länder orientales, los que había se han ido a Gran Bretaña o a Suecia. Pero Bols, que es arquitecto, y su mujer Dorothee Nolte (42), periodista del Tagesspiegel, viven en la casa de enfrente de Mercedes y Stefan, en pleno centro de Berlín Oeste, y les va muy bien. «Supe de la caída del muro cuando ví un Trabbi por la calle», re-
Rolf Henrich era defensor de derechos civiles en la RDA y creó la frase despectiva de «el ciudadano reducido a pupilo de un estado tutor». Cree que las energías ciudadanas no se han liberado aún de esa tutela: «La reconstrucción en Brandenburgo y sus tres mega proyectos de servicios fueron pensados de nuevo por el Estado ignorando a las personas». Pero Heinrich diferencia entre dos RDA, «algo que no ven los wessis», apelativo para los occidentales: «Una cosa es Brandenburgo y el norte, con mentalidad prusiana muy estatalista ya antes del socialismo, y otra Sajonia y Turingia», éstas con una gran tradición burguesa. Ahora el difícil nacimiento de una clase media viene obstaculizado por esta situación, pero también «porque coincide con una época económica en que la tarta ya está repartida» entre los grandes y al ciudadano que intenta situarse sólo le quedan pequeños nichos donde recoger las migas. Esto también es un problema en el Oeste. A lo largo del tiempo se han capeado los problemas y los cambios pero el arquitecto de Berlín, H.O.Bols, admite que «no hay otra vía para dirigirnos a una nueva orientación, hace falta que algún día lo entiendan todos». Asume que hay demasiada queja y catastrofismo, para un país que, como recuerda el canciller, registra cada año más patentes que nadie en el mundo y cuyos productos son respetados y admirados, lo que lo hecho primera potencia exportadora. «Los alemanes son campeones en exportación y en aseguradoras», dice Edwin, el primo comunicólogo de Steffen, «en ningún país hay una cuota tan alta de asegurados de todo». Pero «para lo que se les viene encima a los alemanes, estamos reaccionando con cierta tranquilidad». (Pasa a la página siguiente)
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EN EL MURO DE LA CONTRADICCIÓN
La gran escapada
Los Fuhrer ya tienen casa esperándoles en la República Dominicana
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Bols entiende que «el estado del bienestar ya no es financiable y la despedida se hace dura», mientras su mujer Dorothee admite «el lamento de los que se han quedado sin perspectivas económicas». Un ciudadano del Oeste lleva 15 años pagando un impuesto especial para ayudar al Este. Además el economista Helmut Steitz revela que las ayudas especiales del pacto de Solidaridad, para inversión y para apoyar los prepuestos, se despilfarran irresponsablemente casi en un 50 por ciento: 5.500 millones de euros en 2004. La distorsión hace que una región sin futuro ninguno como Sach-
sen-Anhalt disponga de ingresos por cabeza mucho mayores que el estado hanseático de Bremen (que tiene que seguir ayudando pese a su crisis) e incluso un 12% más altos que la rica Baviera. Y encima siguen endeudándose. Con la situación de paro que tiene Bremen, similar a la del Este, muchos están más que hartos y algunos emigran también del Oeste. Para ellos el Este está hecho de «gente frustrada», como ha recusado el líder bávaro Edmund Stoiber, y de «ciudades sucias y abandonadas». Pero el psicoanalista de Halle, Hans Joachim Maaz, recusa que «el Oeste no entiende al Este, es un concepto y por tanto no ve a las personas que lo forman, y el votante del Este es un
«Necesitas un par de días para hacerte cargo de tu libertad». Canarias o Samoa, Brasil o Nueva Zelanda... Cien mil alemanes cierran la puerta de su casa en Alemania, cada año, para no volver. Emigran de la primera economía de la UE, la que da trabajo y perspectivas a siete millones de extranjeros, la sociedad que creó la economía social de mercado, el sistema más copiado y admirado del mundo. No es nuevo. Parecería que algo alejase de esta tierra a sus hijos, o que algo tienen éstos en su contra o entre sí. Hitler hizo su parte pero ya antes, uno de cada cuatro de los que llegaron a EEUU inscritos en la isla de Ellis era alemán, y aun miles antes, desde el siglo XIII, emigraron de Baviera hacia el Báltico, a Transilvania, a la Rusia profunda, el llamado «Drang nach Osten», la poderosa atracción del Este. Incluso a Sierra Morena. Y luego a África, y en el siglo XX a Brasil, Chile, Canadá. Muchos reproducen un estilo de vida, en Mallorca o en Tailandia: «Lo alemán", dice Carlos Podstatski, que conoce bien a la vieja colonia de Alicante. Un pastor sajón, de los llegados a Transilvania hace siete siglos, decía a este diario: «Hay un cierto modo de hacer las cosas». Otros huyen de eso: «Nos estamos “desalemanizando"», contaba al semanario Stern la familia Rahm, recién emigrada a Australia. Burocracia, desmotiva-
ción, falta de emoción y paro empujan a muchos a «intentar recuperar el control de sus vidas». Algunos gustan de «lo alemán», pero un día no pueden más «con tanta cara de candado», se atan la manta a la cabeza y dicen adiós a Alemania: «Tschüss». Pese a su alto sentido de la cultura y orgullo por la propia —no por ser alemanes sino por Schiller— los alemanes abrigan una inmensa curiosas por el otro, un encomiable afán de mejora y una inagotable inquietud interior, un gusto por el riesgo contradictorio con ese temor castrante al porvenir no pautado, por el que sólo el pasado está ya claro, ordenado y clasificado. Secretamente admiran a los suizos como culminación de sí mismos, pero en realidad querrían ser brasileños y van a clases de baile. La crisis actual, la resaca de la reunificación, el parón de ideas estaría siendo lo que fue «la enfermedad de la patata» en la Irlanda del XIX, el detonante para otra gran escapada según el director de Stern, Andreas Petzold. Stefan y Mercedes Fuhrer esperan el momento de despedirse de Berlín y marchar a la República Dominicana, porque «aquí no hay futuro para nosotros». Ya tienen la casa pero esperan «por la educación de la niña». Los Schleuss, de la antigua RDA, dejaron una imprenta en Potsdam y han empezado de nuevo en Canadá: «Andar por la vida a codazos ya nos
ser desconocido para el político del Oeste». La RDA era un mundo en que «el Estado era algo lejano, siempre que uno no se saliera de la fila, te daba trabajo y te atendía. El mundo de verdad era ese “wir hier unten” (entre nosotros) la asociación de compañeros del trabajo, la familia, los vecinos. Con el cierre de empresas, ese mundo organizado que lo canalizaba todo, se ha roto para siempre».
Sin asimilar los «nuevos länder» La precoz escritora Jana Hensel ha reivindicado ese mundo propio en «Los chicos de la Zona», donde llama Zona a «ese país, antes RDA, luego “nuevos Länder” y hoy simplemente “eso” innombrable don-
queda muy lejos». Wolff y su mujer han dejado Turingia por la tundra de Groenlandia: «Esto es tan tranquilo como la RDA». Otra sangría es la de quienes se fugan a bordo de sus capitales: Boris Becker, Michael Schumacher, Jan Ullrich, Günter Netzer, Waldemar Hartmann, se han ido con lo suyo a Suiza; Chantal Grundig, Nadja Auermann, Joop o Lagerfeld, a Mónaco; Beckenbauer y Ralf Schumacher a Austria; Claudia Schiffer y Herbert Grönemeyer a Londres. Mick Flick se fue a Suiza cuando su padre tuvo que pagar 1.000 millones de marcos por vender su empresa al Deutsche Bank. La organización Raphael, de Cáritas, anota que cada año emigran 6.000 berlineses: Andreas Drajewski ha empaquetado ya para Grecia, es un don nadie tras 26 años trabajando para el ferrocarril. Según la Agencia de Emigración, uno de cada tres alemanes emigra dentro de Europa, España es el quinto país del mundo elegido, el primero es Canadá y el segundo Australia. Un 20% elige Suramérica, un 16% Norteamérica, un 11% Oceanía y otro tanto Asia. Los Rahm ya están en Perth (Australia), se dan dos años para probar; los Koproch dejaron el Ruhr por un pueblo de Nueva Zelanda. Werner Kappus dejó 100 empleados y el riesgo de infarto en Hamburgo por guiar a turistas en Samoa: «Si siguiera en Alemania ya habría muerto".
de después de 15 años, por más que lo intentamos aún no sabemos vestirnos como en el Oeste». Steffen y Sibylle, cuya trayectoria mixta y sus primos de Libätz y de Düsseldorf, de un lado y el otro, han hecho pivotar esta historia, saben que lo que les ha hecho hoy entenderse «a veces mejor con la gente del Este que con la del Oeste» es, a diferencia de la mayoría de los «wessis» del Oeste, haber vivido años entre «ossis». Tienen neuras, se desorientan, se apalancan, pero «no son gente saturada como en el Oeste». Su primo en paro, Wilfried, espera que sus hijos sí cosechen una reunificación real, en que Alemania ya no esté compuesta por «Ossis torpones» y «estúpidos Wessis» presuntuosos.