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CULTURAyESPECTÁCULOS
DOMINGO 19—10—2008
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De la intachable levedad del escritor Kundera, acusado de delación. Medios saltan y lectores se escandalizan: antes fue Grass, antes aún Céline. ¿Porqué se exige ahora a los autores intachabilidad? El genio de «La broma» lucha por su reputación POR RAMIRO VILLAPADIERNA CORRESPONSAL PRAGA/FRÁNCFORT. El escritor Milan Uhde es viejo amigo de Kundera: desde 1952, dos años después de los hechos que pudieron costar la vida y encerró 14 años a un joven anticomunista. «Me da pena de que a un gran autor se le vea ahora por algo así». El uraño autor de «La insoportable levedad del ser» clama contra «mentiras» y habla hasta de «un atentado al escritor preparado con sospechosa perfección». Su editor alemán sugiere que, «coincidiendo con su 80 cumpleaños», habría «servicios secretos interesados y ocupados en causarle perjuicio» y, en todo caso, para Michael Krüger, «mientras no haya una prueba firmada» por escrito, «creo a Kundera». Su editora en España, Beatriz de Moura, prefiere no expresarse aún: «Es mi amigo y no tengo su explicación». La conjura no tiene mucho curso en Praga, donde prensa cultural y disidentes vagan entre el trauma, la comprensión y la indignación: «No fue forzado, fue voluntario a denunciar». Prokop Tomek, del Instituto de Historia Militar, afirma que en el documento «no hay prueba de manipulación», «probablemente ni siquiera hubiera aparecido», no estaba fichado por Kundera sino ligado a otro caso. La delación fue descubierta por Adam Hradílek, «estudiando los draconianos procesos contra 500 correos de la
resistencia anticomunista». Consultó a Kundera por fax pero nunca fue respondido. El escritor y viejo amigo Josef Skvorecký disputa el valor de informes de la policía política. Pero el portavoz del Instituto para el Estudio de los Totalitarismos (USTR) es taxativo: «No tenemos dudas sobre el curso de lo sucedido». El escritor Ívan Klima contemporiza: «Era muy joven y aquel tiempo era tan distinto...» Tras la guerra había enemigos, denunciarse no era tan raro.
«No era cazador de enemigos»
Kundera entró pronto en el partido; aunque no fue buen comunista, tampoco figuró entre los primeros expulsados de la Facultad de Cine. Fue más un «animoso constructor del socialismo» que un «cazador de sus enemigos», según Klima. «Hay que haber vivido esos regímenes», advierte el cubano Leonardo Padura, «y en aquel tiempo» se decía que «uno de cada tres sovieticos era, en uno u otro momento, acusado o acusador». «Las cosas no eran blancas o negras», dice el analista checo Jirí Pehe. La propia RDA «era extraña hasta a sí misma, imagínese a sus habitantes», agrega en Fráncfort Uwe Tellkamp, autor del impactante nuevo premio Alemán del Libro. Sobre la exigencia de decencia, Leonardo Padura («Pasado perfecto») avisa con Salinger que «al escritor hay que leerlo pero no conocerlo». Pero no ve escándalo «si resulta que al que denunció era un espía». Como otros sondeados en Fráncfort, denuncia la avidez mediática por todo desliz innoble. Pero la scout y traductora del éxito de Jaume Cabré, Kirsten Brandt, dice intentar «separar la literatura de la actitud, es un deseo racional pero a veces no puedo. Por ejemplo con Peter Handke». Para Josep Maria Espinàs, el escritor responde por su obra y el ciudadano por su comportamiento. Ignacio Olmos, director del Cervantes de Fráncfort, convoca al chileno Carlos Franz y al cu-
Milan Kundera
Milan Kundera: «No he visto a esa persona jamás» R. V. PRAGA/ FRÁNCFORT. ¿Se presentó Milan Kundera en comisaría a denunciar a un compañero anticomunista o no? ¿O no era él? ¿O le montaron una provocación? ¿Acaso se trató, como se ha sugerido, de un venganza por un amor desairado? El que sí fue condenado por ello a las minas de uranio fue el joven anticomunista Miroslav Dvorácek, como ha revelado casualmente un
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documento y una larga investigación en Praga. Dvorácek era lo que se llamaba un «agente de a pie», reunía material de interés y lo sacaba al Oeste. Kundera, en una rarísima entrevista a la CTK de su país, asegura que «no he visto a esa persona jamás, no la conozco en absoluto. Es lo único de lo que me acuerdo. Cómo mi nombre aparece ahí es un completo misterio que no puedo aclarar». Jirí Pehe recuerda que, para los checos, su literatura es indiscutible; la persona, controvertida: «Haría bien en explicar su propia ingenuidad».
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DOMINGO 19—10—2008
BEATRIZ DE MOURA
«Como hay carencia de mecanismos para pensar las cosas, se proyecta esa necesidad sobre los ídolos mediáticos» ÍVAN KLIMA
«Era muy joven y aquel tiempo era tan distinto...» JOSEP MARÍA ESPINÀS
«Los escritores no deben ser nada particular, estoy contra este dogmatismo simplificador» LEONARDO PADURA
«Uno de cada tres soviéticos era, en uno u otro momento, acusado o acusador»
bano Leonardo Padura, provenientes de países con experiencia policial, a hablar. A Franz («El desierto») no le extraña la conmoción social, «tras la ilustración el autor se convierte en guía social» y cita el caso de Byron: «Si sales a la palestra, te pueden cortar la cabeza». Pero avisa contra la tendencia de «pretender ser jueces desde el futuro» de una situación pasada y ahora más obvia. Para Juan Cerezo, de Tusquets, que edita a Kundera en España, es «difícil opinar en abstracto de algo que toca a un escritor nuestro». Para Beatriz de Moura, los intelectuales hoy tendrían «poco que decir», han «perdido su papel conductor, de interpretar el mundo, sólo quieren ser creadores», en lo que coinciden la escritora búlgara Penka Angelova («Canetti») y la portugesa Filipa Melo («Éste es mi cuerpo»). Se escapa de todo compromiso, pero el público es ambiguo: «No quiere escuchar a los intelectuales. Pero como hay carencia de mecanismos para pensar las cosas, se proyecta esa necesidad sobre los ídolos mediáticos», dice De Moura. Espinàs sostiene que «los escritores no deben ser nada particular, estoy contra este dogmatismo simplificador». No hay un modo único de ser escritor, pero ¿persona? El catalán más veterano de Fráncfort reconoce que hoy un escritor, «como
AC/DC regresa con nuevo disco, «Black Ice», después de ocho años de silencio
toda figura, es un modelo. Lo son los futbolistas cuando escupen al suelo» y si no «que se retiren de los focos como Gracq». Günter Grass, que no arrecia en sus juicios pese a la horma encontrada el pasado año, llega culpando de la crisis actual a los políticos y medios de comunicación «hipócritas», que defendían «aquellas sandeces del neoliberalismo». Franz, que conoce Centroeuropa, ve tras la actitud de Grass un largo complejo de culpa. Del moralista impenitente se dice que exige siempre una valentía de otros que él mismo no tenía. Pero, como recuerda en Praga el veterano observador de la cultura checa, Karl Peter Schwartz, «Kundera ha sido todo menos una instancia moral». Ignacio Ramonet («Monde Diplomatique») asume una tendencia por la que, «primero los políticos y ahora los escritores, son la mujer del César» al revés, «además de parecer decentes tienen que serlo» y ve ahí la reacción ante Grass. Para Rodrigo Zuleta, recuerda lo de Sontag a García Márquez: nadie le pedía que hablara de Cuba pero, si lo hacía, debía responder de sus palabras. Sobre si varía el pecado con la ideología, Ramonet cree que sí: «Con el nazismo se sigue siendo intransigente, no hay prescripción, como con terrorismo o pedofilia». Pero con el socialismo, pronto se ningunea como caza de brujas. «Depende también de la fama. En España ha habido torturadores y hay consenso en no removerlo».
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Paul Weller saca brillo a todas sus medallas Extraordinario recibimiento en Madrid al ex líder de The Jam, que respondió con una velada en la que no faltaron sus grandes éxitos y hasta un guiño final a The Beatles PABLO CARRERO MADRID. También en España, donde lo cierto es que siempre se le ha guardado particular afecto desde los tiempos de los Jam, en los que tantas veces se reclamó sin éxito su presencia, Paul Weller ha visto consolidada su popularidad en los últimos tiempos. Y lo ha hecho gracias, sobre todo, a que, a sus cincuenta años, el que fuera auténtico líder juvenil durante los últimos años setenta y primeros ochenta, sigue mostrándose capaz de facturar buenos discos, de rodearse de músicos hábiles y con sangre en las venas (sobre todo el guitarrista de Ocean Colour Scene, Steve Cradock, fiel escudero desde hace unos años) y, en fin, de tirar del manido recurso de la nostalgia sin exagerar demasiado. Así, el recibimiento que le brindó la afición madrileña anoche en La Riviera fue de campeonato. Una vez más, el público, entre el que había
unas cuantas parcas y muchas camisetas adornadas con la característica diana mod, pero también gente de diverso pelaje, cumplía con creces con su parte antes de que el concierto echase a rodar. Las entradas estaban agotadas desde hacía días y el ambiente era impecable. Y sí, Weller y su banda contaron desde el primer instante con la entregada complicidad del respetable, si bien en los primeros compases del concierto el repertorio no fue precisamente el más agradecido. Con un cancionero abultadísimo en el que abundan canciones verdaderamente brillantes, Weller eligió algunas de las menos accesibles incluídas en su flamante nuevo disco, el ambicioso e irregular «22 dreams», e incluso alguna también de las menos afortunadas de The Style Council. Aún así, el grupo se mostraba poderoso, vibrante y convincente, y su comandante eviden-
ciaba una forma impecable, y cuando empezaron a caer algunas de las mejores canciones de sus primeros discos en solitario el concierto empezó a ir sobre ruedas. Un poco pelmazos sí se pusieron con algún que otro exceso psicodélico guitarrero —hasta progresivo, si apuramos— e incluso un solo de batería —es de suponer que no hay que recordarle a Paul Weller que el punk fue una irritada respuesta precisamente contra esas veleidades de músicos virtuosos con más técnica que alma—. Pero llegó la maravillosa «That´s entertainment», una de las canciones más significativas de The Jam, y el gallinero se alborotó definitivamente. Fue el principio de una recta final fantástica, en la que, ya en la segunda propina, entró también otro clásico inmarcesible no ya de los Jam, sino del pop británico de todos los tiempos, la enérgica y bailable «Town called malice». Aún quedaban sorpresas. Cuando el equipo de la sala hacía sonar ya música enlatada y la gente empezaba a desfilar hacia la salida Weller se sacó un último as de la manga: una formidable versión del «All you need is love», inmejorable broche a una memorable velada.
Kundera no tiene el Nobel Anselm Kiefer, premio de los Libreros 2008 , era vecino de Martin Heidegger, pero del filósofo
de «Ser y tiempo», adscrito al partido nazi, reconoce sin ambages que «su obra me ha acompañado y me acompaña». Franz cuenta con que el «80% de los literati se sienten de izquierda» y posiciones, incluso de mera opinión como Vargas Llosa, no se toleran, «aunque yo lo he visto siempre consecuente en decir claro lo que piensa». El autor de «La vida está en otra parte» sería, para Padura, uno de los que «más han hecho para desmontar la izquierda» y, aunque Kundera es ya un consagrado, fue arduo para algunos de encajar y no ha recibido el Nobel. Al margen quedan el drama personal y, en Praga, queda Íva Militká, la amiga de Kundera en cuya habitación apareció la policía a detener al «ilegal». Pensó siempre que había sido error suyo: «El pensamiento de la culpa con el que he vivido tantos años ha sido horrible». Para algún otro, no.
Paul Weller, durante su concierto de anoche en La Riviera
ANGEL DE ANTONIO