Cz081221 Klaus, Obstrucción En El Castillo

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INTERNACIONAL

DOMINGO 21š12š2008

ABC

EL PERSONAJE VÁCLAV KLAUS PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA CHECA

Václav Klaus dio el salto a la política pegándose a la estela de Havel en la «Revolución de terciopelo» (1989). Durante el comunismo hizo carrera como economista

EFE

El provocador al frente de la Unión El presidente de la República Checa, Václav Klaus, hace gala de una rara mezcla de euroescepticismo entre liberal y populista. No tendrá apenas papel real en la presidencia checa de la Unión Europea que comienza el 1 de enero, pero sí puede dar la nota POR RAMIRO VILLAPADIERNA CORRESPONSAL BERLÍN. Haciendo amigos en Europa, el presidente Klaus ha anunciado que no habrá banderas azules ondeando en su castillo durante la presidencia checa de la Unión Europea (UE). Es de lo poco que se sabe de ésta, la primera desde su ingreso en la Unión en 2004, y probablemente lo más relevante que haya hecho Praga internacionalmente desde perder la batalla de la Montaña Blanca, hace cuatro siglos. Hace unos días, Klaus vulneró la tradición diplomática al publicar en internet, en vísperas de la presidencia checa, un roce con parlamentarios europeos. Preguntado en su oficina por la inminente presidencia, sólo exhibió desprecio: «Mire, la República Checa no va a

presidir la UE, la Unión la presiden los burócratas». Agregó, sin ser preguntado, que España «es seguramente un país bonito, y respetable, no diría yo que rico, no lo conozco. ¿Qué me puede unir a ustedes si sólo he estado allí tres veces?». Los checos, que desde hace un siglo se buscan los amigos muy lejos y los enemigos muy cerca, todavía no han ratificado el Tratado de Lisboa. Trampeando a su presidente, el primer ministro deslizó recientemente que vinculará la ratificación de ese tratado, en el Parlamento, en febrero, a la aprobación de los rádares americanos antimisiles: «quid pro quo» entre europeístas y americanistas. Pero como las ayudas europeas siembran un incipiente europeísmo entre sus descreídas gentes y diputados, el presidente Klaus ha abando-

nado a su «traidor» partido en el gobierno (ODS), vuelve a intentar echar a su primer ministro y promueve un nuevo «partido liberal» anti-UE. Su crítica a ésta no es más calmada e intelectual que en otros nacionalistas, con un recurso a la libertad (como si fuera incompatible con la UE), sobre todo a la de mercado. «Soy un liberal clásico», repite, aunque no lo refrendan ni su tono personal ni sus reformas. Habla contra el «peligro de la estandarización» que impondría la UE, y resulta más un patriotero enfrentado a los tiempos; pero en nombre de la gente, o sea, un populista. No es raro que en este patriotismo antiBruselas, el asumido «thatcherista» se vea jaleado por socialistas y comunistas: la UE da estos compañeros de cama. El otro más reciente amigo ha sido el dudoso multimillonario irlandés Declan Ganley, que pagó el «No» de la isla al Tratado de Lisboa. Harían bien, pues, algunas figuras y fundaciones del PP en comprobar con quién se codean. Praguense de 1941, estricto deportista de recortado bigote y origen protestante, se licen-

ció en Económicas en 1963; obtuvo inusuales becas comunistas para estudiar fuera y un puesto en el Banco Central (1971-1986), antes de acercarse a la disidencia del Foro Cívico de Václav Havel. Tras largos roces y celos con el disidente-presidente, Klaus logró suceder a Havel en la jefatura del Estado en 2003, pero en la rara situación para un euroescéptico de tener que conducir a su país a la UE. Padre de la división de Checoslovaquia y de unas reformas lentas pero seguras, y menos liberales que las polacas, húngaras y eslovacas, a sus 67 años Klaus es una figura divisiva, cuya actitud provocadora frente a las «nuevas religiones» —europeísta, ecologista— cosecha disparmente. Pues la provocación es muy oc-

«Mire, la República Checa no va a presidir la UE, la presiden los burócratas», dijo hace unos días en Praga

cidental, pero suele resultar indignante si viene de un recién llegado con humos como el checo. Klaus tiene sus frases preparadas: no sería euroescéptico sino «eurorrealista», no aboga por el deterioro del ecosistema sino contra la «religión del clima». La voz ciudadana dio una «lección de democracia» en Irlanda al votar contra el Tratado; es, en cambio, «ingenua» cuando en otros países vota a favor. Tal vez lo más «thatcherista» del presidente Václav Klaus sea el mal tono que emplea para canalizar sus argumentos; y el modo de hacer callar con un exabrupto. Mueve, por tanto, a broma, oírle repetidamente argüir hace días, ante representantes del Parlamento Europeo, un: «¡Nadie me ha hablado nunca así!». El historiador Timothy Garton Ash lo considera «el hombre más grosero que he conocido». Es tan «simpático» que, si se aproxima uno a él y, por cortesía, le habla en checo, se bloquea, y farfulla seguidamente a su secretario: «Pero vamos a ver, ¿en qué vamos a hablar?» Y es que no hay un lenguaje común.

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