Odin’s Wild Hunt – Peter Nicolai Arbo 1872 Tucupido esotérico
Valhalla adentro Degnis Romero Si los alemanes hubieran ganado la segunda guerra mundial, a estas alturas las razas inferiores seriamos pasto de investigaciones de todo tipo dirigidas por matasanos seguidores del médico nazi Josef Mengele “El ángel de la muerte”, prescindiendo del consentimiento informado, sin comités de ética y sin grupos control, ya que no habría razones para malgastar placebo alguno. No obstante, y sin rubor de ningún tipo, me declaro seguidor de la mitología nórdica (en particular de las Valquirias) y de todo lo que tenga que ver con escandinavia (hogar de arquetipos como Barbie y Ken), excepción hecha del clima gélido que se debe soportar la mayor parte del año. 1
Tal inclinación pudiera tener origen en algún trauma de la niñez humilde (a comienzos de la segunda mitad del siglo XX), producto de que en el llano tucupidense del Estado Guárico, las reuniones nocturnas de solaz y esparcimiento (sin TV, cable, satélite, Internet, DVD, iPod, nintendo ni demás
adminículos
tecnológicos
actuales)
servían
para
escuchar narraciones y relatos espeluznantes acerca de espantos, aparecidos, muertos cargando basura, ánimas en pena, lloronas, sayonas, silbones y hasta al propio Satanás en liquiliqui, como en el caso de Florentino. Había que ser precavido en esa época y cargar encima amuletos y ‘contras’ de todo tipo: esencias, oraciones, santos, vírgenes y tabaco en rama, para prevenir agresiones y contrarrestar incursiones de tales artefactos sabaneros. Una curiosidad consistía en que mucha gente contaba episodios
sobrenaturales
de
fantasmas
ruidosos,
que
asustaban a los vecinos cuando saltaban paredones y alambrados,
buscando
romance
nocturno
con
alguna
agraciada doncella. Estos capítulos fueron paulatinamente borrados de la historia llanera a partir de la llegada de la luz eléctrica. Después vinieron los gringos (que habían derrotado al fascismo) con la Venezuela Atlantic y el pueblo se impregnó de aroma a petróleo, combinado con mastranto y bosta. El folclore escandinavo, muy por el contrario, narraba siglos atrás a sus lugareños epopeyas de invasiones y conquistas, que ofrecían el paraíso a los guerreros muertos en combate, los cuales eran conducidos Valhalla adentro, nada menos que por las espectaculares hijas de Odín. Con
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razón Amado Nervo, escribió: “Si tú me dices: Ven!, lo dejo todo…”. Tales leyendas eran poemas épicos, como el caso germánico-medieval de “El cantar de los Nibelungos” con Sigfrido y compañía, que inspiró luego a Richard Wagner a componer su tetralogía operática. Por estas latitudes, los versos a que había que apelar en las noches de monte adentro, eran para tratar de salir de algún aprieto
al pie
de
un arpa
tramá,
contestando
interrogantes como aquella de Alberto Arvelo Torrealba: “¿Quién es el que bebe arena en la noche más oscura?”. Allí no valía retórica difusa ni verborrea exótica y lo que provocaba era “poner el pie con lo de alante pa’trás” (recomendación hecha por Ruperto Córdoba, en su “Tigre de Payara”). Era preferible andar como un galán pata en el suelo, increpando alguna dama esquiva con aquella otra del guariqueño ilustre Francisco Lazo Martí: “¿Cuál palabra mejor que tu mutismo?”. En ambos casos funcionaba el axioma de que “el llanero es del tamaño del compromiso” y se le metía el pecho al asunto. Sirva entonces aclarar, ‘porsia’ los criticones de oficio y detractores
trasnochados,
que
estamos
orgullosos
de
nuestros orígenes orilleros y que sentimos nostálgico amor profundo por el pueblo que nos vio nacer. Lo cortés no quita lo valiente y me valgo nuevamente del pana Lazo, con esto que estruja el miocardio y la conciencia: Como en aquellos días del venturoso tiempo ya lejano, en pos de mis pasadas alegrías, vuelvo a tender la vista sobre el llano.
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Finalmente, puede que los neonazis no estén de acuerdo con
lo
aquí
expresado
y
pretendan,
además
de
estigmatizarnos, demostrar por reductio ad absurdum que si Hitler hubiera salido victorioso, a estas alturas ya se hubiera secuenciado el 100% del genoma espiritual; estuviéramos viajando, más rápido que la velocidad de la luz, hacia el Ultra Deep Field del telescopio espacial Hubble; y muy cerca de ver a Dios crear el universo, justo antes del instante cero del cacareado Big Bang, a través de las cámaras adosadas al LHC: Large Hatron Collider ó Gran Colisionador de Hadrones.
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