VALHALL A P.J.RUIZ - 2008
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¿Quién eres? ¿Cómo es posible que vengas envuelta en luz? - Dijo el vikingo mortalmente herido, pleno de dignidad, a la restallante mujer rubia enfundada en su traje de sedas transparentes. Toda la feminidad que quedaba libre al viento gélido de la llanura le decía que no era momento de sensaciones hermosas.
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Eso no debe preocuparte, Sven. Soy una Walkyria - lo miró con dulzura, conocedora del dolor que el guerrero padecía - y te he elegido de entre todos los que están en el campo de batalla para llevarte conmigo. ¿Contigo? ¿A dónde? Arriba. Otros te esperan. No quiero morir, aún no. Tengo cosas que hacer. Mi esposa… mis hijas… – se miró el costado e intentó una vez más sacar aquella lanzada maligna de entre las costillas, pero estaba fuertemente agarrada por dentro. Las conocía muy bien, y sabía que no habría forma de extraerla. Cesó en el intento, y sus manos llenas de sangre caliente se abrieron suplicantes a la hermosa mujer, que lo miró sin inmutarse ante aquella petición de auxilio. Me temo que eso es algo sobre lo que no tienes opción. – El hombre, dubitativo, miró a ambos lados, y vio una forma conocida, alguien más allá, a sólo unos metros, alguien muy conocido entre los cadáveres. Sintió una mezcla de alegría y zozobra. Cuando comprendió habló a la mujer. Mi hijo está más allá. – dijo señalándolo - También parece herido ¿Qué será de él? – Ella miró y pensó, dispuesta a contestar con la seguridad de quien lo ha hecho miles, millones de veces. Ha luchado como un valiente, pero me temo que tu hijo no ha sido elegido. Debes ser fuerte y darme tu mano. ¡No!. ¿No? – Se tensó bajo las sedas. Estaba muy sorprendida por la negativa. No. No te daré mi mano, Walkyria. Me es indiferente tu belleza, lo maravilloso de tu voz o esa luz que sin duda me atrae. He resistido a hombres que empuñaban armas toda mi vida, así que podré aguantar tus encantos, que en este momento no me seducen. Mi hijo luchó valientemente. Él también tiene derecho a subir al Valhalla, y yo no lo haré sin él. Cuidado, Sven. No eres tu quien elige. Ten cuidado tu, mujer celestial. Mi mano, aunque ensangrentada, aun empuña su espada y aquí hay suficiente hombre vivo para atravesar tu dorado corazón. Así que no te acerques y deja que atienda a mi hijo. – bramó haciendo un ademán de levantarse, pero la brutal herida resultaba demasiado dolorosa, y su intento acabó en un desplome total de impotencia. Sintió en su cabeza el pecho de uno de sus enemigos, muy frío ya, quizás el mismo que le había asestado el golpe mortal. No lo entiendes, guerrero. No puedes cortar mi carne con tu espada. – El hombre se quitó el yelmo, y con su pelo liberado al viento miró fijamente a la gloriosa semi diosa para hablarle con voz firme aún pese al hálito sanguíneo de sus adentros Pero si puedo cortar la mia y privarte de tu presa. Ahora déjame. No tengo tiempo de morir. – Pasó un instante entre el silencio. La mujer, pensativa, se agachó con sus poderosas piernas y su tono de voz se endulzó. No estaba acostumbrada a tanta resistencia. Sven… Tu ya estás muerto. – Cansado y muy desangrado, el gran guerrero rojo bajó la mirada, soltó un lamento que le dolió en los pulmones clavados por aquel trozo de palo y hierro, y finalmente pareció reposar cuando comprendió. Walkyria… vete, Walkyria. Yo renuncio a mi derecho. – Y la hermosa mujer, después de mesar su larga mata de cabello, se levantó, dio media vuelta y se fue.