Plaza Bolívar de Valle de La Pascua en flickr Al son de la gozadera
La Pascua 65 Degnis Romero Se encienden una vez más los motores del vehículo intertemporal modelo DS2Ri. Se indica en el panel de control la secuencia de códigos correspondientes a la segunda mitad de la década de los años sesenta, agregando el algoritmo que triangula el destino geográfico en “La Aguada de Valle de la Pascua”, “La princesa del llano”, mejor conocida como “Valle la Pascua” (VLP), o simplemente “La Pascua” city. En un santiamén el tele transportador incorporado transmuta las células y subpartículas atómico-moleculares corpóreas, forma un paquete digitalizado que se dispara a C2, atraviesa la quinta dimensión por los lados de la constelación
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(c/c la era) de acuario y, como botellazo de Mery, evita ser engullido por los amenazantes huecos o agujeros negros del espacio interestelar curvado de la Vía Láctea a Tucupido. “Pasa cantando una copla sin la mirada volver” (a decir de Alberto Arvelo) y, en la espabilá e’un mosquito se materializa, cual Ave Fénix, en la pujante locación devenida en capital económica y rumbera del estado Guárico. El almanaque de Rojas Hermanos, colgado en prostíbulos, bares y bodegas indica que trascurre el año de 1965. ¡La lavativa funciona! El resplandor del solazo incandescente vibra en sintonía con el esplendor musical del magic moment, donde se mezclan acordes de guitarra eléctrica, entreverados con aires criollos y revueltos con ritmos orquestales de amenos bonches, que muchas veces duran hasta el amanezco. Hay para todos los gustos y todas las edades, sin distingos de raza, credo, sexo, situación económica, filiación política, clase social, orientación sexual o estupefacientes. Es decir, discriminación cero, tolerancia total. Aunque se encuentra en franco progreso, no es aún parte activa de la “Aldea Global” de Marshall McLuhan, por tanto las noticias y materiales discográficos provenientes de allende las fronteras llegan con desfase de varios meses. Como ejemplo, sólo a finales del primer trimestre se escucha el LP de los Beatles “A hard day’s night”, como la gran novedad, siendo que había sido lanzado en el Reino Unido en julio del año anterior. ¡Cómo se sufre sin Internet! Esa primera incursión produce el despertar de una pasión por el rock que promete extenderse hasta el fin de los
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días, sin embargo, no hay aún muchos interlocutores que suden igual fiebre hirviente sino hasta algún tiempo después. Ha comenzado la invasión inglesa rockera a USA y las bandas y celebridades gringas, con Elvis Presley (que está “Llorando en la capilla”) a la cabeza, entran al forcejeo contra revolucionario que les permita preservar su estatus dentro del nutrido conjunto de fans o seguidores, que significan ingentes cantidades de maletines con billetes verdes. Por carambola, los teenagers criollos se suman a la revolution de la música de las melenas y de los griticos de guerra: yeah, yeah, yeah. El disco que inaugura la colección es el LP de sus majestades satánicas “Out of our heads”, que contiene canciones como “The last time” y “(I can’t get no) Satisfaction”, toda una experiencia alucinante. Un poco más tarde se escucha a The Animals, con su impactante versión de “The house of the rising sun” o “La casa del sol naciente”. Es época de tocar por oído, la única forma posible en estos montes sin escuelas de estudios musicales formales y sin poder hacinarse en un cuarto de conservatorio (para salir como virtuoso ejecutante 10 o 20 años después); lo que significa instalarse en la corneta del picó repitiendo hasta el cansancio, o hasta rayar el LP, la copla que se quiere sacar: “There is (Am) a house (C) in New (Dmaj) Orleans (F)…”. En el país, los grupos pioneros se montan en la cresta de la ola del cover, es decir, versionar (en ciertos casos mejorar) en español canciones originales en inglés, agregando algún relleno de inspiración propia o de algún autor local.
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Los primeros ejemplos incluyen agrupaciones que versionan a los Beatles, los Rolling Stones y otros: Los Supersónicos, con Pablo Díaz “Ivo”; Los Impala maracuchos, con personajes como Rudy Márquez (venía de Los Dangers) y Edgar Quintero (Alexander), con el “Do Wah Diddy Diddy” copiada de Manfred Mann; y Los Clanners, que popularizan “Hoy lo supe” su versión de “Hang on Sloopy” de The McCoys. En cuanto a las pachangas, en VLP los salones de moda son el Hotel San Marco y el Club de Leones. Es una raya del tamaño del cielo quedarse sentado(a) mientras los demás corren como hormigas a la pista, cuando arranca el pasodoble que da inicio a la refriega. La Billo’s Caracas Boys anda por su mosaico Nº 14, con el sempiterno guarachero Cheo García, que pone a la gente a menearse. “Garúa” y “No se puede querer” suenan en la voz de José Luis Rodríguez, mientras que las parejas bailan en un ladrillito, cachete con cachete, en medio de un gran sofoco. Desde hace rato (1958) Los Melódicos imponen el ritmo de la gozadera. En la gallera “El Maguey” se escucha a Manolo Monterrey con “El Pompo”, mientras se juega una partida de billar a 3 bandas. En las fiestas hay que estar mosca para ponerle el ojo a la pareja y caerle encima tres nanosegundos antes de que comience la canción. De esta forma se esquiva el papelón de llegar segundo y quedar con los ojos claros y sin vista. Después del primer flirteo, es obligante visitar a la agraciada damisela para ser obsequiado con dulce de lechosa e higos, armarse de coraje para pedirle empate y, en caso del si sostenido, o de un mutismo en si bemol, aprovechar un
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descuido de la chaperona para estamparle un fugaz besito en el zaguán (pico). Luego toca aparecer a medianoche frente a su ventana, para obsequiarle la serenata de rigor de manera que quede lo suficientemente prendada para retribuir a las nobles intenciones de un besuqueo detrás del portillo (?). Todo ello puede parecer sencillo, pero nada que ver. Es necesario practicar duro todas las tardes para crear un repertorio consistente y convincente, sin improvisaciones de ningún tipo y que incluya las baladas más apreciadas por las tiernas pichoncitas que, a posteriori, mudan el cuerito. Mientras esos acontecimientos ocurren, llega el fin de curso 3er año “A” en el liceo “José Gil Fortoul” (JGF), y comienza el 4º en la sección “B”, según lo dispuesto por http://www.lachata.com, basada en la presunción de que si coloca a broders mala conducta con los alumnos mayores puede lograr enseriarlos. Craso error. ¡No hay remedio! En cuanto a la música criolla también es amplia la oferta. Se estrena “La leyenda de Florentino y el diablo”, el famoso contrapunteo obra del referido poeta barinés, con José Romero Bello y Juan de los Santos Contreras “El carrao de Palmarito”; quién, además, lanza “Llanura yo soy tu hijo”. Otro que triunfa es "El Tigre de Masaguarito", Ángel Custodio Loyola, “El renco” con pañuelito, hijo de la “Mata Arzolera” en El Sombrero (o Gorro). El Quinteto Contrapunto está en pleno apogeo y Mario Suárez hace llave con Rosalinda García. Diciembre llega y los Cardenales del Éxito suenan la “Gaita del 65” con Ricardo Aguirre, y se escucha a Celio González, una vez más, con sus “Recuerdos de navidad”.
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