Rogel Castro Bernardo Alejandro 27 de octubre de 2017 DEJAR HUELLA Su pluma se cayó, rompió, derramó y escurrió; la tinta con su ausencia no le permitió escribir más. Triste pero cierto, esta tinta ensució su zapato y, además, no se había conformado con mancharlo y no permitirle seguir escribiendo, sino que llegó hasta su pie. Había traspasado la tela de su calzado, los hilos de su calcetín y había tocado con su fría textura la piel que cubría su metatarso. Y entonces, gritó. Sus manos se estiraron inmediatamente con dirección al suelo. Pensó en arrancarse el zapato del pie con un solo movimiento, pero únicamente lo pensó. No pudo, fue imposible. La angustia sobre el destino que pudiese esperarle al pie que lo había acompañado durante toda su existencia lo atormentó, no lo dejó alcanzar su zapato para extirparlo y poder controlar la herida, la cual evidentemente le estaba consumiendo la carne. Se retorcía en el piso. Habían transcurrido unos pocos minutos cuando ya la tinta se encontraba royendo el metatarso de sus dedos, los nervios de los huesos y cuanta cosa se había encontrado a su paso. Y así, viendo en todas direcciones, no supo vislumbrar consuelo alguno que le abriera una esperanza; ni un artilugio para comunicarse con alguien, ni un objeto de metal para tirarlo y hacer más ruido de lo que podían engendrar sus alaridos. ¿Qué haría? ¿Lloraría? ¿Moriría? ¿Rezaría? No pudo hacer nada. Solamente retorcerse. ¿Y algún objeto que le pudiese ayudar en su emergencia? Nada. Solamente tinta y angustia. Y entonces notó que la tinta había llegado a la planta de su pie. Esta tinta perversa ahora pintaba las venas de la piel que por años le había permitido sostenerse. Fue en ese momento cuando una pregunta extrañísima le surgió, a pesar de lo inoportuno de su género. ¿De qué color será mi pie en este momento? Nunca le había importado el color de las cosas que escribía; el de su pie, mucho menos. En realidad, nunca le había importado su pie como tal; las cosas que escribía, tampoco. A pesar del tormento que vivía, las cuestiones mentales comenzaron a fluir. No se había percatado jamás de que con “mugre” oscura y viscosa era capaz, junto con la bípeda humanidad, de plasmar su propia existencia; que había desperdiciado plumas y tinta, numerosas veces, sin siquiera usarlas, por lo menos, tres veces (posiblemente era la venganza de un extraño tipo de tinta viva); no se había percatado de que, cada vez que escribía, lo hacía de mala gana y casi con asco; de que nunca había tratado de escribir con el pie, poniéndose la pluma entre sus pequeños dedos y tratar de dibujar su nombre con dificultad; de que estaba dotado de la capacidad, incluso, de dejar en la Tierra remarcada, durante generaciones, su huella, solamente con el fin de perdurar, de volverse casi inmortal, de ayudar a parir ideas en las ideas de los seres que lo sobrevendrían para que tuvieren una mejor existencia, mejores caminos para colocar sus pies. Fue entonces cuando vio tinta monocromática en el piso, un charco del tamaño de su cuerpo. Pensó por un momento que podía haberse desangrado y que lo que estaba en el suelo pudo haber pertenecido a su organismo. Sin embargo, el ambiente no olía a hierro. No había olor alguno, tampoco dolor. Se levantó sin dificultad, solamente lo pegajoso de la tinta en su pantalón le causó problema, pero nada más. Se quitó el zapato inmediatamente; notó que su calcetín, su pie y sus uñas estaban intactos, como si nada hubiese ocurrido en los últimos diez minutos. Ya no pudo pensar más, deseaba con ansia limpiarse y asear su piso. Quitó la tinta con un trapo, tomó un baño y lavó su ropa, se cambió los zapatos y, entonces, se dispuso a escribir de nuevo. Mientras deslizaba su mano con una pluma nueva pensaba en todo lo que había vivido, mientras recordaba lo que había considerado con respecto a escribir para la humanidad, escuchó una voz que grito desde la puerta: ¡Qué significan estas manchas en el piso! Se asustó, había limpiado todo. Volteó y vio pisadas de pies diestros por todo el suelo. ¡Pero las había limpiado! Desde entonces, después de aquel sufrimiento, no pudo nunca más evitar dejar huella con la tinta que siempre cargaba bajos pies.