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Rogel Castro Bernardo Alejandro 07 de noviembre de 2017

El objeto de estudio común entre la filosofía y la teología desde el origen del pensamiento presocrático. Bertrand Russell, en Historia de la filosofía occidental, busca ilustrar el campo general de la materia que a su libro concierne con la siguiente frase: “La filosofía, (…), es algo que se encuentra entre la teología y la ciencia” (Russell, 1978: 9). Si se fija la atención solamente en la relación entre teología y filosofía, de dicho enunciado pueden surgir diversas preguntas, algunas de cuales son: ¿se extralimitan las fronteras de una con respecto a la otra?, ¿el que la filosofía se encuentre contigua a la teología significa que tienen algo en común?, ¿o significa que tienen orígenes ligados entre sí, pero que sus objetos de estudio distan mucho de ser los mismos? Estructurándose a partir de las preguntas mencionadas, en el presente ensayo se buscará demostrar que hay límites que han sido sobrepasados entre la filosofía y la teología, y que éstos han sido parte central e indispensable para la gestación de la filosofía propiamente dicha. Desde una perspectiva histórica del origen de la filosofía, se expondrán las razones por las cuales se puede concluir que la filosofía comparte, desde sus inicios, su objeto de estudio con la teología. Este objeto de estudio es el origen de todo. Reiterando que, para Russell (1978), la filosofía es una tierra de nadie, y entendiendo nadie como la característica de que no le pertenece a la teología, es necesario aclarar lo que se comprende por esta última. En este texto, se dejará de lado la cuestión de los confines entre filosofía y ciencia que también se pueden derivar de la proposición de Russell, esto por razones de delimitación temática. Según La teología de los pensadores griegos, “La teología es una actitud del espíritu que es característicamente griega (…), pues la palabra teología quiere decir la aproximación a Dios o a los dioses (theoi) por medio del logos” (Jaeger, 1952: 10); aquí se ha de interpretar logos como la discusión a través de la palabra por la que se llega al conocimiento (Madrigal, 2009). De igual modo, se puede comentar, como menciona Jaeger, que los primeros en implementar la palabra teología fueron Platón y Aristóteles, y que este último entiende por teología la rama fundamental de la filosofía, o la ciencia de los primeros principios, concibiendo a la teología como una primitiva metafísica (Citado en Jaeger, 1952). Desde las definiciones de Jaeger y de Aristóteles, podemos comprender a la teología como una reflexión especulativa en torno a la divinidad como el origen de todo. Así, podremos entablar una relación entre la teología y la ilustración metafórica, mencionada al inicio del texto, y que propone Bertrand Russell (1978), con respecto a la filosofía. Para comprender el origen de la filosofía, es preciso situarse en el contexto griego en que se gestó, ya que “la filosofía, (…), se inició en Grecia en el siglo VI a. de C.” (Russell, 1978: 11). En este sentido, cabe mencionar que “cuando apareció la filosofía, las formas de vida y las concepciones del mundo griego estaban fundamentadas en el mythos” (Madrigal, 2009: 1), entendiendo por mythos como el conjunto de creencias religiosas y teológicas de la Grecia arcaica, la cual abarca aproximadamente del año 750 a. C. al 500 a. C.

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Para ilustrar este mythos, se ha de mencionar que los griegos poseían una religión pública y una religión de los misterios. La religión pública tenía como punto de referencia a Homero y a Hesíodo; para ella, como explican G. Reale y D. Antiseri (2001), todo lo que sucedía se explicaba en función de las intervenciones de los dioses antropomorfos; los fenómenos naturales, el destino de las ciudades y el de los hombres eran gobernados por los dioses. Por esta intervención de parte de las deidades griegas, “la religión pública constituía una forma de naturalismo (…). La primera filosofía griega fue tan naturalista como la religión pública griega, (…)” (Reale y Antiseri, 2001: 26). Es importante resaltar esta concepción naturalista en la religión, ya que a los primeros filósofos se les ha llamado los filósofos de la naturaleza o físicos, derivado este último apelativo del griego physis o naturaleza constituyente (Madrigal, 2009); por ello, se pueden percibir en los primeros filósofos, rasgos heredados de toda una cosmovisión religiosa que era naturalista. Por otra parte, la religión de los misterios, u orfismo, llamada así por su legendario precursor Orfeo, proponía la inmortalidad del alma, a diferencia de la religión pública en la que, con la muerte, el hombre dejaba de existir de manera definitiva (Reale y Antiseri, 2001); el orfismo creía en la reencarnación, por lo que proponía una vida de ascesis con el propósito de romper con las constantes reencarnaciones y unirse de nuevo al dios Dionisio; esto permitió, como lo constata Bertrand Russell (1978), que los elementos religiosos primitivos, místicos, libres y salvajes, del popular culto al dios del vino y los placeres, Dionisio, se combinaran con la serenidad, el intelecto y la alegría propias del orfismo. Pasión e intelecto, adquiridos de las dos religiones en las que se compenetraban, llevarían a los griegos rumbo a la racionalidad propia del pensamiento filosófico, de los cuales se dice que: “Ninguno de los dos elementos solo hubiera transformado el mundo para todos los tiempos como ellos lo hicieron” (Russell, 1978: 41). Otro punto que es preciso resaltar es que, al carecer los griegos de libros sagrados propiamente dichos, La Ilíada y La Odisea de Homero, así como Teogonía de Hesíodo, eran aprendidas de memoria en Grecia como textos inspirados (Russell, 1978), esto nos permite reiterar que los primeros filósofos se desenvolvieron en ambientes donde la religión tenía un papel muy importante, y con la que ellos tuvieron contacto directamente. Ya se constata en Principium sapientiae, los orígenes del pensamiento filosófico griego: “Su pensamiento [de Anaximandro] trabajaba sobre un esquema cosmogónico que provenía de Hesíodo y otras cosmogonías poéticas” (Cornford, 1988: 239). Y es que de ello podemos deducir que, si bien los primeros filósofos lograron separar la filosofía de la teología antigua, entendida esta como las religiones en las que ellos estaban inmersos, tuvieron que trabajar sobre una base de principios o supuestos que los llevasen a buscar, en este caso, el origen de todo. Pues, como comenta Aristóteles con respecto a los presocráticos: “Los primeros se preguntaron por el origen de todo” (Aristóteles, s.f.: 6). Los presocráticos milesios, Tales, Anaximandro y Anaxímenes, trabajan con presupuestos cosmogónicos que la mayoría de las teologías y cosmogonías dan por sentado. Entre estos supuestos se encuentra el sentido de orden universal, según el cual, el mundo tuvo un estado inicial más simple del que se encuentra en el presente: “la filosofía natural jonia (…) se trataba de una estructura dogmática basada en premisas a priori” (Cornford, 1988: 193). Cornford se refiere, con estructura dogmática, a los fundamentos religioso-cosmogónicos de los milesios que dan por hecho que el universo tiene un origen, y que, a partir de este, se ordenó y distinguió todo cuanto existe, ya que, en la misma obra, nos menciona: 2

Uno de los supuestos de toda cosmogonía es que el orden del mundo, tal como lo vemos ahora, no es eterno, sino que tuvo un comienzo en el tiempo, y que el punto de partida o estado inicial de las cosas (para el que Anaximandro usó probablemente la palabra arjé), era una condición más simple, en la que las partes del mundo ordenado todavía no se distinguían (Cornford, 1988: 194).

Anaximandro, discípulo de Tales y el primero dejar por escrito teorías de pensamiento filosófico, parte de la idea de que lo existente tuvo un inicio, generado y ordenado por lo que él llama Ápeiron, lo Indefinido, del cual procede el surgimiento de todas las cosas (Cruz, 2005). Cornford (1988) también nos deja ver que el pensamiento de Anaximandro trabaja sobre un esquema cosmogónico que provenía de Hesíodo y de otras cosmogonías poéticas. Es así como vemos la influencia de la estructura dogmática de las cosmogonías religiosas a la que los primeros filósofos, pasando por Tales, Anaximandro, Anaxímenes y por doctrinas posteriores sobre el arjé, principio por el cual se creía que las cosas habían sido constituidas y que, por ende, según la mayoría de los presocráticos, era la causa de todas las cosas existentes. Cornford (1988) también habla acerca de la falta de justificación de las suposiciones en torno al orden universal del que hablan los milesios, y que se puede entender por el legado que recibieron ellos de parte de las cosmogonías: Los milesios operan sobre ciertas suposiciones que nunca se les ocurre justificar porque están tomadas de la cosmogonía poética, (…), la pregunta principal a la que responden es la siguiente: ¿cómo el orden del mundo presente, con la disposición de las grandes masas elementales y los cuerpos celestes, llegó a ser como es ahora? (…), aquí se da por supuesto que el mundo tuvo un principio en el tiempo, (…), que algún día llegaría a su final y sería reemplazado por otro mundo (Cornford, 1988: 225)

Y es que podemos sostener que dichos supuestos han sido heredadas de las tradiciones religiosas precedentes, tal como lo constata Cornford con respecto una de las enseñanzas principales del orfismo: “(…) una doctrina central, que se puede resumir en las palabras que se atribuyen al discípulo de Orfeo: «Todo proviene de Uno, y se resuelve en Uno»” (Cornford, 1988: 228). Este principio de unidad es punto de partida para la especulación filosófica de la mayoría de los presocráticos, pues, de una u otra manera, estuvieron influenciados por la cosmovisión órfica. La idea de que existe un arjé, un algo del cual provengan todas las cosas y que pueda contestar, aunque no sea de manera definitiva, a la pregunta ¿de dónde viene todo?, se fue generando en las teologías previas a la filosofía, pues estas son la estructura dogmática de la que ya hablaba Cornford (1988). La teología, por tanto, tiene como objeto de estudio, al igual que la religión y los mitos, las causas primeras del todo, lo cual, a su vez, comparte con la filosofía desde el origen de esta última; en consecuencia, los límites de ambas disciplinas son traspasados, pero esta misma invasión territorial fue uno de los empujes que dieron origen a la filosofía. Ya lo dice el Dr. Roberto Cruz: “(…) la primera respuesta al Por Qué de todo fue el mito cosmogónico (…)” (Cruz, 2005: 16). Este mismo Por Qué de todo, al tratar de ser abarcado por la teología en un sentido más amplio, comenzó a ser buscado con una racionalidad más estricta, pero con el mismo objetivo central: el origen de todo, foco de las especulaciones y observaciones presocráticas que dieron comienzo a lo que hoy conocemos como filosofía. 3

Así, se puede confirmar la proposición inicial de este texto: el primer objeto de estudio de la filosofía fue heredado por las concepciones teológicas y religiosas que la precedieron; es un objeto de estudio que hasta el día de hoy comparten la teología y la filosofía, y es ahí donde las fronteras de ambas, incluso hoy en día, se sobrepasan, pero que, en la antigüedad griega, este mismo objeto de estudio hizo crecer aquella “tierra de nadie” de la que hablaba Russell (1978). El primer objeto a estudiar por la filosofía fue el origen de todo, la pregunta de ¿por qué existen las cosas?; esta fue una interrogante heredada de los contextos teológicos, religiosos y cosmogónicos que rodearon a la primitiva filosofía, y que, a su vez, también le dieron supuestos en los cuales fundamentar sus teorías naturalistas: la idea de que el mundo haya tenido un estado más simple que en el que se encuentra ahora; la concepción de que este mismo mundo no es eterno, sino que tuvo un comienzo; o el supuesto de que todo participase de unidad como estructura fundamental. Como se pudo explicar, dichos supuestos provienen de las teologías precedentes a la filosofía antigua y le dieron origen

Referencias Russell, B. (1978). Introducción, Aparición de la civilización griega. Historia de la filosofía occidental. Tomo I (pp. 9-57) (tercera edición, Julio Gómez de la Serna y Antonio Dorta, Trad.). Madrid: Espasa-Calpe (Trabajo publicado en 1946). Reale, G. & Antiseri, D. (2001). Génesis, naturaleza y desarrollo de la filosofía antigua. Historia del pensamiento filosófico y científico. Tomo I (pp. 21-34) (tercera edición, Juan Andrés Iglesias, Trad.). Barcelona: Herder (Trabajo publicado en 1985). Madrigal Torres, D. L. (2009). La filosofía en Grecia: sobre el encuentro myhtos-logos. En Muñoz Preciado, Carmen Elena & Morales, Camilo Andrés. La antigua Grecia. Sabios y saberes (pp. 1-22). Medellín: Universidad de Antioquía. Cruz Fuentes, R. (2005). La pregunta originaria, Mito y filosofía. La primera hermenéutica: el origen de la filosofía y los orígenes en Grecia (pp. 3-20). México: Herder; Universidad Iberoamericana. Cornford, F. M. (1988). El sistema de Anaximandro, El modelo de la cosmogonía jonia. Principium sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego (pp. 193-240) (Rafael

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Guardiola Iranzo y Francisco Giménez Gracia, Trad.). Madrid: Visor. (trabajo publicado en 1952). Aristóteles

(s.f.).

Capítulo

I.

Metafísica

(pp.

4-5).

Recuperado

de:

http://www.mercaba.org/Filosofia/HT/metafisica.PDF Jaeger, W. (1952). La teología de los pensadores griegos, La teología de los naturalistas milesios. La teología de los primeros filósofos griegos (pp. 7-42) (José Gaos, Trad.). México: Fondo de

Cultura

Económica.

(Trabajo

publicado

en

1947).

Recuperado

de:

https://bibliotecasaomiguel.files.wordpress.com/2013/03/jaeger-la-teologia-de-losprimeros-filosofos-griegos-ocr.pdf

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