El Castillo

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Hugo Blumenthal © 2007

El castillo Por Hugo Blumenthal

Es poco lo que se sabe de K. al comenzar El castillo. A lo más, se nos informa que es un “[...] hombre de unos treinta años, asaz harapiento [...] con un diminuto morral y un rudo báculo [...]” al llegar a la aldea (P.10).1 Luego no vuelve a haber referencia descriptiva alguna de su cuerpo, hasta parecerá que “la mirada de los demás [lo] roza sin llegar a verlo,” por lo que para el lector tampoco tendrá un rostro ni un cuerpo definido.2 Esto podría pensarse como una técnica del novelista para lograr la identificación con el personaje, pero lo mismo hubiera podido lograr adoptando la primera persona, y el narrador se mantiene en tercera (aunque pegado a K.). Aquello más parece que se debe a que K. no representa a una persona en particular, sino que, al ser singular en extremo, representa a un hombre occidental cualquiera. Al estudiar la pretendida pérdida de la personalidad de K. en la novela, podríamos así estar estudiando la pérdida de la individualidad de un sujeto dentro de la comunidad, o la búsqueda del sentido del ser y su identidad, por medio del arte; máxime si se tiene en cuenta que K. es un sujeto que “[...] no se opone a ningún objeto real, y ocupa solo la totalidad de la escena.”3 Por eso no se trata simplemente de un proceso de despersonalización de un personaje, sino de algo muy diferente, y mucho más profundo.

El llamado a ser Aparentemente, K. es una especie de vagabundo–desarraigado que al llegar a la aldea no sabía nada de la existencia de un castillo. No es nadie dentro de la aldea, más que un extraño. Lo sabe desde el momento en que debe enfrentarse a Schwarzer. Por lo mismo, no siente obligación de ser sincero y reconocer la debilidad de su posición.4 Por eso, y por razones tácticas –para no ser echado–, se otorgará la condición de supuesto agrimensor mandado a llamar por el castillo. Con lo que no cuenta es con que la mentira se le devuelva como una aparente verdad, que pone en entredicho su ser, y que terminará con su tranquilidad al querer comprobar la veracidad de aquel que ha aceptado su mentira; ya que, ¿acaso no podía ser realmente un agrimensor, sin saberlo hasta el momento? A partir de entonces Kafka va a desarrollar un inquietante juego con la palabra Berufung, que significa tanto vocación o convocación. Como plantea Marthe Robert, “K. se dice llamado, pero sin lugar a dudas no está convocado.”5 Mas va a recibir tal convocación –verdaderamente– cuando la

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Salvo que se indique lo contrario, todas las citas que llevan corresponden a El castillo, de Franz Kafka, en la trad. cast. de D. J. Vogelmann. 3a ed. Madrid: Alianza, 1976. 2 Marthe Robert. Kafka. Trad. cast. de Carlos A. Fayard. Buenos Aires: Paidós, 1969. P. 70. 3 Ibíd. P. 130. Subrayado de la autora. 4 “[...] yo, realmente, no soy poderoso [...]” afirma K., continuando con que ante los poderosos no siempre es sincero y que menos le gusta confesarlo. P. 14. Pero los poderosos no son apenas la gente del castillo, sino todos aquellos que forman una comunidad en la aldea. 5 Ibíd. P. 96. 1

convocatoria se le reconoce por parte del castillo.6 K. va a sentirse entonces no sólo convocado a ser agrimensor sino, también, a erigir la agrimensura en el sentido de su ser, a tratarla como si fuera su vocación, “ese llamado íntimo que impulsa[...] a actuar solo y sin consideraciones hacia todo cuanto no sea su objetivo personal.”7 Y al mismo tiempo entrará en conflicto con los que desean mantener las cosas como están, pues la función del agrimensor, al medir la tierra, pone en cuestión lo que ya se supone fijo. Por eso la aldea va a confabularse aparentemente en un complot, para que deseche sus ideas de ser agrimensor y no pueda realizar sus funciones. Y, por suerte para ellos, K. mismo duda, siéndole necesario confirmar la verdad del castillo o del que le había otorgado “su verdad”. Así, pues, K. no era agrimensor, aunque estuviese en camino de serlo.8 Pero con tal aparente función podrá escudarse para enfrentar a los aldeanos y lograr una posición dentro de ellos, ya no simplemente como extraño.9 Lo cual es común en Kafka: que sus protagonistas sean en relación con sus trabajos. Sin embargo, en algunas ocasiones K. va a lamentarse de no ser un simple obrero, puesto que “[...] sólo en calidad de obrero [...] estaría en condiciones de lograr alguna cosa en el [mismo] castillo [...]” Aunque sabe que entonces “[...] no tendría así ninguna mira, ningún escape por otro lado [...]” (Pp. 33–34). Entonces intuye que “[...] la vocación sólo tiene (alguna) probabilidad de preservarse [...] si acepta transformarse en función [convertirse en simple obrero] [...] [la que] reemplaza al propio individuo, que no existe ya como tal [...]” Por eso, aunque le hubiera facilitado mucho las cosas, no era una salida, puesto que de todas maneras “el héroe de Kafka quiere ser aceptado[...] como persona, como hombre que posee una vocación, esencialmente distinta de su empleo.”10 “Yo quiero ser libre siempre” (P. 13).

El combate De la autoridad, representada en el castillo, dice K.: [...] creía yo tener una concepción aproximada [...] antes de venir aquí, ¡y cuán infantil todo lo que yo imaginaba! [...] veneramos a la autoridad [...] pero es una veneración [...] fuera de lugar; semejante veneración acaba por envilecer su objeto. (P. 210) Y gracias a Schwarzer, “[...] se había hecho posible algo que K. jamás habría logrado solo [...] el que desde un comienzo enfrentara K. a las autoridades abiertamente, sin rodeos, dando en el hito [...]” (P. 188). Al no pertenecer a esa autoridad, al sentirse “doblegado” ante ella y en su combate, es que K. le va a dar un sentido a su vida, en la búsqueda misma del sentido. Sólo ella –el otro superior– puede darle un sentido definitivo desde que todo se define en relación a lo que no es uno, o como uno. El individuo no se define como tal más que en su diferencia con lo que lo rodea. Pero ¿quién puede 6

Y “[...] en el momento en que la palabra “castillo” llega a sus oídos.” Por lo que parece ser que “la palabra entraña el acto (o mejor, el examen de las posibilidades de la acción).” Marthe Robert. “Simbolismo y crítica de los símbolos”, en Acerca de Kafka. [Pp. 33–59]. P. 43. 7 Robert. Kafka. P. 97. 8 La reacción de Hans es significativa, desde que “[...] surgía en él la fe de que [...] en un futuro [...] [K.] superaría sin embargo a todos [...]” P. 171. 9 Recuérdese el “Soy el agrimensor condal” de K. para justificarse. P. 19. 10 Robert. Kafka. P. 98. 2

asegurar que K. es definitivamente diferente a los habitantes de la aldea? La diferencia sólo consiste –aparentemente– en que él no es de la aldea, y menos del castillo. Diferencia aparentemente infranqueable que cree poder superar una vez se enfrente a las autoridades; que cree poder hacerles aceptar su superioridad como agrimensor y convertirlo al mismo tiempo en un aldeano más. En lo cual obviamente se engaña, puesto que sólo en la medida en que renuncie a la agrimensura y se olvide del castillo –en que no cuestione lo dado y acepte todo como los demás–, podría llegar a ser como ellos. “[...] K. bregaba por algo vivísimamente cercano: por sí mismo; y por otra parte, él lo hacía por su propia voluntad [...] pues era el atacante [...]” (P. 68). Pero la lucha es desalentadora, ya que las victorias no se ven, o parecen siempre concesiones del enemigo. Una esperanza basada en una antigua victoria contra lo imposible constituye el único fundamento de la persistencia de K.: el recuerdo de la muralla alta y lisa, superada una mañana en un punto en el que muchas veces fue rechazado. 11 Las cartas del castillo a K. muestran un poco este combate desalentador. Al principio, la primera la va a tomar como una victoria, ya que le reafirma que es un agrimensor llamado por el castillo; pero luego el alcaide le demostrará que no es el agrimensor más que porque se considera tal –que la carta deja en sus manos toda la responsabilidad de creerse tal–, lo cual no es suficiente para la aldea ya que no necesitan ni necesitaron nunca un agrimensor. La segunda carta le revela mejor a K. que no ha ganado nada, puesto que todo lo regala el castillo: le concedían el haber estado ejerciendo sus funciones de agrimensor (el ser) cuando él ni siquiera lo había intentado. Pero si K. ni siquiera ha intentado ser ese agrimensor, ni siquiera ha intentado probar o simular ejercer sus funciones, es porque antes “[...] desea comprobar el valor de la imagen del castillo, y saber, si la imagen es verídica, en qué y cómo[...] actúa sobre la vida.”12 Sólo entonces, si la imagen es falsa, es preciso, en efecto, olvidarla y vivir en la aldea, como si el castillo no existiese; [y] si es verdadera, su verdad debe impregnar cada instante de la vida y hacer por último que la aldea se vuelva habitable [...] [Así,] desgarrado por una fe en el símbolo que su experiencia ataca de un modo incesante sin lograr destruirla, K [...] no es victima del castillo [...] la imagen [...] flota ante él a modo de una perpetua tentación y le impide vivir [...]13 El problema con el castillo –para K., pues es el único que lo cuestiona– es que no es más que una imagen aceptada ya por todos. Todos se refieren a un “castillo” aunque no sea ningún castillo lo que designan como tal –no en el sentido corriente de la palabra, sino en el “corriente” dentro de la aldea. K., al no ser de allí, presupone, equivocadamente, que “castillo” corresponde a una realidad que puede captar con sus sentidos, por lo que va a tratar de saber hasta qué grado se corresponde aquella imagen, propuesta por el pueblo, con lo que podría él percibir. Pero, “la imagen como imagen no puede ser alcanzada, y lo priva además de la unidad de la que es imagen, lo separa, volviéndose inaccesible y volviéndola inaccesible.”14 Esa imagen no es más exterior de lo que él quiere que sea, y que exige a la realidad que sea. Así, la imagen que lo seduce le impide alcanzarla, puesto que si

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“La sensación de esa victoria parecía entonces ofrecerle un sostén para una larga vida, lo cual no había sido necio del todo[...]” Pp. 38–39. 12 Robert. Kafka. P. 108. 13 Ibíd. P. 110. 14 Maurice Blanchot. El espacio literario. Trad. cast. de Vicky Palant y Jorge Jinkis (Barcelona: Paidós, 1992). P. 73. 3

alcanzara ese conjunto de casuchas que percibe desde la aldea ¿acaso no se resistiría a tomarlas como el único y verdadero castillo? ¿Acaso no querrá verlo en otra parte, de momento inalcanzable? Y es que apenas el espacio insuperable hace posible la ilusión de la imagen. A lo inmediato, K. le restará todo valor para ir en pos de esa imagen sin sospechar que “con sólo ceder y dejarse seducir un instante por una figura, un “icono” en el doble sentido de la palabra[...] es arrojado a mil leguas de su objetivo.”15 En su incapacidad de orientarse, es donde mejor percibimos tanto su condición de paria como la prueba de su imparcialidad.16 Otros, como Barnabás, podrán llegar al castillo (aunque pocos piensen intentarlo, pues ¿para qué, si los funcionarios bajan regularmente?), mientras que para K. es imposible, por lo que podría pensarse que lo que K. quiere alcanzar es diferente a lo que los demás alcanzan. Mas con el tiempo y los intentos fallidos, K. pasará ya no a enfrentar directamente al castillo sino a sus funcionarios. Aun con intentos más desesperados, el juego seguirá siendo el mismo, pues, como él mismo asegura “[...] lo más importante para mí, es, sin duda, el hecho de enfrentarlo. Porque [...] no hablé todavía hasta ahora [...] con ningún funcionario verdadero” (Pp. 100–101) (subrayado mío). Y aunque “[...] lo único que le parecía digno de ambicionar no era [...] la proximidad de Klamm en sí para conformarse con ello, sino como un escalón más [?] en su ascensión hacia el castillo” (P. 128), tampoco podrá alcanzarlo desde que sigue engañándose, de la misma manera que con el castillo. En ello sólo vamos a ver que sus aspiraciones y sus esperanzas se van estrechando. Las pequeñas “derrotas” que irá sufriendo K. se deben ante todo a la seguridad que irá adquiriendo en lo que cree conseguido, en aparentes pequeñas victorias sobre los funcionarios del castillo (p. ej. que por su causa Klamm no hubiera podido partir a tiempo) o las autoridades (p. ej. que se ven obligadas a darle un puesto de bedel, que no lo pueden aparentemente echar, etc.). Sin embargo la peor de todas, la que lo mina más gravemente en sus aspiraciones al castillo, le vendrá por Frieda, con la que cree haber [...] ganado, por así decirlo, en tamaño, cosa que ya significa algo [...] [ya poseo] un hogar, un puesto, un trabajo verdadero, y [tengo] una novia que, cuando estoy ocupado [...] se hace cargo de las tareas de mi empleo; me casaré con ella y me haré miembro de la comuna. (Pp. 225–226) Siendo lo peor que funda esperanzas sobre aquello. Y, como se verá al salir de casa de Barnabás, nada tenía seguro, pues lo habrá perdido todo, quedando prácticamente como al principio, sólo que más cansado y con menores esperanzas. Blanchot define perfectamente la causa de este mal como la impaciencia.17

El ser fragmentado [...] el héroe se encuentra absolutamente solo, tan solo que en realidad nadie lo rodea, y 15

Robert. “Simbolismo y crítica de los símbolos.” P. 58. Ibíd. P. 44. 17 “La impaciencia en el seno del error es la falta esencial, porque desconoce la verdad misma del error, que impone como ley no creer nunca que el fin está próximo ni que uno se acerca a él: no se puede terminar con lo indefinido, nunca hay que tomar como inmediato, como lo ya presente, la profundidad de la ausencia inagotable.” Blanchot. Op cit. P. 72. 4 16

que es el único personaje de la novela. Lo que ocurre en él se constituye en historia alrededor de él, con la ayuda de figuras que crea [...]18 La afirmación de Marthe Robert parece acertada sólo en cierta medida, y obliga a tomar un poco de distancia. K., es cierto, se encuentra absolutamente sólo, y sin embargo cree poder acercarse de alguna manera a los otros, recibir su ayuda. Ignora su soledad esencial: que nadie puede ayudarlo a alcanzar el castillo, porque –como ya lo hemos visto– su idea del castillo es falsa. En cuanto a lo otro, sin ir tan lejos, podemos afirmar que no necesariamente los personajes exteriores a K. son parte de él, sino, más bien, que representan una parte, un forma de ser, que K. se niega a sí mismo; lo que da pie a todos aquellos pequeños conflictos y malentendidos. Aquellas representaciones que se podrían ver en los otros, los hay de todas las clases: los que no quieren saber nada de K., como Brunswick; los que le sirven de “puente” al castillo como Barnabás; los que le dan concejos como la mesonera, como Olga; los que le hacen extraños ofrecimientos tanto para bien como Bürgel, tanto para mal como Pepi… En este punto apenas nos vamos a ocupar de los dos más importantes en la constitución del ser de K.: los ayudantes y Frieda. Para dar más fuerza a su posición de agrimensor K. asegura en un principio que sus ayudantes están en camino. Mas cuando se le presentan, no los reconoce. Si termina aceptándolos por un momento es porque sabe que nadie más va a venir y cree que ellos, en efecto, cumplirán la función de ayudarle, basándose en la designación que ostentan de “ayudantes”. Ahí volvemos a ver el error de K.: aceptar como parte de su verdad lo que se le propone y que realmente no puede conocer, puesto que no es de ahí. Sólo en la medida en que los ayudantes se le muestren poco afines a sus intereses va a denunciarlos como que no son sus ayudantes. Pero, apenas consigue deshacerse de ellos, uno le cuenta que un señor del castillo los había enviado, porque según él: Lo que más importa es que le alegréis [el animo] [...] se lo toma todo muy a pecho. Acaba de llegar a la aldea, y ya [...] esto constituye un gran acontecimiento para él, no siendo, en realidad, nada. Y esto es lo que debéis hacerle comprender. (Pp. 265–266) Los ayudantes eran verdaderamente ayudantes, y su misión estribaba en hacer que no tomara su aventura trágicamente, por lo que al deshacerse de ellos K. no ha hecho más que trabajar en su propio detrimento. Que habían sido enviados del castillo es quizá algo que K. sospechaba.19 Pero K. no puede imaginar que “el poder no es piramidal, como la ley quisiera que lo creyéramos, es segmentario y lineal, procede por contigüidad [...]”20 Lo curioso es que precisamente la ley que emana del castillo no se interesa en hacerle creer aquello, sino todo lo contrario. Pero apenas importa, porque de todas maneras la impaciencia de K. “[...] destruye la cercanía del término [ayudantes], impidiendo reconocer en el intermediario la figura de lo inmediato [del castillo y la aldea].”21 Frieda, si bien desea cumplir un papel diferente al de los ayudantes, puesto que ellos apenas deseaban alegrarle un poco la vida a K. en la aldea, y ella incitarlo a irse, para poder atiborrarse de él, ya que ahí no es posible, ya que ahí K. se encuentra apenas en su deseo del castillo, al final, su 18

Robert. Kafka. P. 129. Subrayado de la autora. “[...] si no hubieras sido un sirviente que me fuera impuesto por la autoridad, sino simplemente un conocido, sin duda nos habríamos entendido a las mil maravillas [...]” P. 268. 20 Gilles Deleuze y Félix Guattari. Kafka. Por una literatura menor. Trad. cast. de Jorge Aguilar Mora. (México: Era, 1978). P. 84. 21 Blanchot. Op cit. P. 73. 5 19

papel dentro de la constitución plena del ser de K. va a ser, más o menos, la misma, aunque se presentara como todo lo contrario. Como ella va a reconocer, había sido “[...] sin duda la proximidad de Klamm lo que la [...] [había tornado] tentadora” (P. 154) a los ojos de K., quien veía en ella que “había en su modo de ser algo de alegre, de libre [...]” (P. 51) que iba a perder a K. aquella primera vez entre sus brazos, pero que lejos de Klamm [...] la entrega ya no [va a ser] tan completa como antes, como aquella otra noche [...] [Pues entonces,] algo querían, y ni sus brazos, ni sus cuerpos encabritados, les hacían olvidar nada; les recordaba más bien el deber de buscar algo más [...](P. 56). Algo más, porque [...] ella tenía ambiciones y él no las tenía, ella era susceptible y él no, ella sólo pensaba en las pequeñas infamias y asquerocidades del presente, y él, en cambio, en Barnabás y en el porvenir (P. 148). Pero aunque sea por un engaño, por ver en ella una especie de victoria ganada contra Klamm y la aldea, va a dar esperanzas a K. –más de lo que los ayudantes pudieron conseguir–. Lo que no es tan cierto es que desde que la conociera K. hubiera adquirido una verdadera conciencia de su objetivo (Pp. 175–177). Por el contrario, ella le afianza en limitar a Klamm su objetivo. Ante estos tipos de “ayudantes”, a K. la gente de la aldea que lo echaba o le tenía miedo le parecía [...] menos peligrosa, pues en el fondo sólo le obligaba a no contar más que consigo mismo, y le ayudaba así a mantener recogidas sus fuerzas; en cambio, tales auxiliadores aparentes [aquí incluimos también a Frieda] [...] lo desviaban [de sus objetivos] y trabajaban en la destrucción de sus fuerzas (P. 41). Por ello la soledad le va a ser esencial a K., mas no una soledad que se regocija en sí misma, sino una que permita tomar distancia para comprobar la validez de las imágenes que se le presentan en sí mismo; y sólo una vez logrado aquello, sólo cuando se de cuenta de que los símbolos sólo existen por ellos mismos, que no hay ningún significado detrás, y que si lo había no importa, pues se han olvidado, que lo que sucede es que nadie se atreve a confesar aquello porque nadie puede ni siquiera sospechar tal cosa, es –repito– sólo entonces que K. podrá integrarse a la comunidad tal y como es su deseo. Pero para eso necesita que se le deje solo, para poder enfrentar realmente a los símbolos. Y es que como apuntan Deleuze y Guattari, “[...] el problema no [va a ser] K. como función general asumida por un individuo sino K. como funcionamiento de un dispositivo polívoco del cual el individuo solitario es [apenas] una parte […]”,22 por lo que mientras menos se le permita enfrentarse al símbolo, más deberá enfrentarse a los otros conservando su individualidad y extrañeza. Y es que K. no perderá su personalidad como si de algo negativo se tratara, sino que finalmente –presumimos, pues no contamos con el final de la obra– terminará diluyéndose en la aldea hasta llegar a formar parte de ella, lo cual, ateniéndonos a los más constantes deseos de K., se trata de algo positivo, sin importar el que hubiera de renunciar a su aparente superioridad de agrimensor y a intentar alcanzar el castillo o a los funcionarios.

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Deleuze y Guattari. Op cit. P. 122. 6

Una individualidad diluida Desde el momento en que, muy calmado y con toda su seguridad enfrenta al castillo con un simple “¿Y quién soy entonces?” (P. 30), hay un largo camino (aunque corto si nos atenemos al tiempo en que transcurre la novela) de pérdida de las fuerzas de K. como individuo. “El abrumador combate del individuo para lograr un verdadero sitio en el mundo demistificado” –recuerda Marthe Robert–, “sabemos que el mundo lo gana con la ayuda del olvido y la fatiga.” 23 K. ha venido a tomar su sitio, en esa aldea que es la representación del mundo. Su llegada no está lejos de un nacimiento o de un despertar –también muy comunes a los héroes de Kafka–, una llegada a la vida, para conseguir un lugar en ella y morir. Su lugar sólo le es posible pensarlo en relación al castillo, que le impone desde un primer momento que nunca podrá ir a él. Apenas desde ese momento toma conciencia de su ser, que se encuentra excluido y que va a enfrentar aquel mundo que se la aparece en toda su unidad (la multitud de casuchas como un solo castillo) e impenetrabilidad. Ya desde entonces un poder externo se ha introducido en de su pequeña vida (y recuérdese el que “[...] no bregaba solo, sino que, manifiestamente, también otros poderes que ignoraba lo hacían por él [...]” (P.68)) que le va a impulsar a luchar. El K. que proclamaba “[...] por qué habría de dejarme interrogar, por qué habría de someterme [...] a un capricho oficial?”, y que podía decir que “tal vez en otra oportunidad lo hiciera [...] por broma o por capricho [...]” (P. 134) va a desaparecer, y dará paso a un K. más sosegado. ¿Para bien? O, ¿para mal? ¿Hubiera sido mejor que hubiera seguido persistiendo en sus aspiraciones originales? No compete aquí decidirlo, mas si K. continua luchando, y si la novela apenas relata una etapa límite, para luego volver a reemprender la lucha, K. “morirá, no porque sea especialmente débil, sino porque [...] persigue un objetivo [...] que excede en sí mismo a las fuerzas humanas.”24 El proceso del cansancio se inicia desde su misma llegada. K. llega a la aldea infinitamente cansado y apenas se le va a permitir descansar antes de empezar su lucha contra el castillo. Más adelante va a sentir “una inclinación irresistible a buscar relaciones nuevas, pero cada una de esas relaciones [...] contribuía a aumentar su cansancio” (P. 18) como al recibir la segunda carta de manos de Barnabás reaparece “la fatiga de esa tarde” (P. 136) y hasta será en cierta ocasión causa de que no se defienda contra Jeremías (P. 289). Al final de sus fuerzas va a perder también, aparentemente, una oportunidad de lograr todo lo que hasta el momento había buscado. Mas como el mismo Bürgel le dice, las fuerzas físicas sólo llegan hasta cierto límite; [y] ¿a quién puede culparse de que este límite sea también en otro sentido importantísimo? [...] hay oportunidades que son de algún modo demasiado grandes para ser utilizadas, y hay cosas que no fracasan por nada sino por ellas mismas. (P. 307) El proceso de la pérdida de la seguridad que caracterizaba al primer K. va desarrollarse a la par del cansancio. Primero va a ser conciente de que ante Klamm, no se sentía tan libre como frente al castillo en general [...] [que] empezaban a manifestarse [...] las temidas consecuencias de la subordinación [...] y que, ni siquiera [...] cuando aparecían dichos escrúpulos, era capaz de derrotarlos (P. 44). 23 24

Robert. Kafka. P. 96. Robert. “Simbolismo y crítica de los símbolos.” P. 48–49. 7

Y seguirán cantidad de pequeños hechos que irán comprobando su inseguridad ante las “humillaciones.”25 Insignificancias todas para el que se encuentra seguro de sí, condición que K. no cumple, tornándose hasta un punto en extremo vulnerable. Debido a ello, K. va a adquirir una conciencia de que todo lo supera, propicia a la resignación.26 A Pepi le confesará que: “[...] estoy casi desocupado, y fatigado, y lo que anhelo es una desocupación cada vez más completa.” (P. 348) Mas no se va a entregar a Pepi, que –cual si fuera un demonio, sometiéndolo a prueba– le propone un infierno de la resignación: ¡Ven a nuestro lado! Mis amigas [...] conocen a Frieda [...] [y] saben cuán miserable es la vida que allí llevan, pero ya se resignaron… [mas] tú no quedarás [...] atado a nuestro cuarto, como nosotras [aunque] [...] tendrás que obedecer, en general, nuestros concejos [...] (Pp. 352–353) Pero K. no aceptará, ya que ha comprendido que no fue engañado más que por sí mismo, de lo que va a derivar no una resignación a lo imposible sino una esperanza. Entonces lo ve todo claramente: [...] como si ambos nos hubiésemos empeñado demasiado ruidosamente, demasiado infantilmente [...] tal como un niño tironea del mantel y no consigue otra cosa sino arrojar al suelo toda la magnificencia, que así se le torna inalcanzable por siempre [...] (P. 351) Y aún tiene la esperanza de que no lo ha lanzado todo al piso. Esperanza que se verá correspondida en la mesonera. En aquel dialogo vemos la comprensión de K. La mesonera le reprocha provocativamente que no dice la verdad, y K. responde que tampoco ella la dice (P. 356). K. ha comprendido que a todos nos gusta pensar que podemos ser algo más, como a él le sucedió en un principio. Por lo tanto se ve obligado a mentir como los demás porque no se puede conocer la verdad, y porque es necesario vivir, aunque sea en una incertidumbre de verdades. De su rebeldía va a hacer un buen crítico. “Comprende” y le dicta los caminos de la moda a la mesonera. ¿Acaso hay, en la moda, una verdad más allá de la que le otorga el uso?27 De lo cual se podría desprender que K. finalmente es aceptado en la aldea. Eso sin entrar en contradicción con el final que según Max Brod Kafka había proyectado, y que a punto de morir K. le llegaba la noticia de que era aceptado en la aldea. Si, ya había sido aceptado (pues no lo habían echado), pero sólo con su muerte podría adquirir una seguridad como aquella.

Hugo Blumenthal Cali, 1997 25

“[...] una humillación momentánea ante ese maestrito me resulta penosa [...]” (P. 108), como la fastidia de K. “por tener que ejecutar semejantes servicios de criado [...]” (P. 118), o cuando le parece que “[...] lo verdaderamente grave del caso era que el señor lo hubiese sorprendido; que ya no hubiese tenido el tiempo suficiente para esconderse [...]” P. 121. 26 “[...]proyectábase hacia K. la inutilidad de todas sus aspiraciones[...] y él se hallaba en situación extremadamente inferior para intervenir en ellas [las ordenes], cuánto más, si pretendía hacerlas enmudecer, y conseguir que se prestase sólo a su voz.” P. 309–310. 27 “No tienes que preguntárselo a nadie, y ya sabes lo que exige la moda.” P. 357. 8

BIBLIOGRAFIA BLANCHOT, MAURICE. L'espace littéraire. París: Gallimard, 1955. (Trad. cast. de Vicky Palant y Jorge Jinkis. El espacio literario. Barcelona: Paidós, 1992.) CAMUS, ALBERT. “La esperanza y lo absurdo en la obra de Franz Kafka.” Le mythe de Sisyphe. París: Gallimard, 1951. (Trad. cast. de Luis Echávarri. El mito de Sísifo. 3a ed. Madrid: Alianza, 1985. Pp. 165–181.) DELEUZE, GILLES y GUATTARI, FELIX. Kafka. Pour une littérature mineure. París: de Minuit, 1975. (Trad. cast. de Jorge Aguilar Mora. Kafka. Por una literatura menor. México: Era, 1978.) KAFKA, FRANZ. Das Schlos. Tel Aviv: Schocken Publishing House, 1945. (Trad. cast. de D. J. Vogelmann. El castillo. 3a ed. Madrid: Alianza, 1976.) ROBERT, MARTHE. Kafka. París: Gallimard, s.d. (Trad. cast. de Carlos A. Fayard. Kafka. Buenos Aires: Paidós, 1969.) ROBERT, MARTHE. “Simbolismo y crítica de los símbolos.” Acerca de Kafka. Pp. 33–59. Fotocopias. SZANTO, GEORGE H. Narrative Consciousness. Structure and Perception in the fiction of Kafka, Beckett and Robbe–Grillet. San Antonio: The University of Texas, 1972.

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