Universidad de Valparaíso Instituto de Historia y Ciencias Sociales Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales Cátedra de Historia Medieval II Prof. Mg. Benjamín Silva
EL DISCURSO DE LA CIVILIZACIÓN: LAS PRETENSIONES DE LA EUROPA MEDIEVAL Y EL PESO DE LA HISTORIA Por Pablo Ampuero Ruiz
RESUMEN
Se plantea que no existió una ‘civilización’ del Occidente Medieval Europeo, sino que el periodo comprendido entre los siglos X y XIV correspondió a la maduración de los gérmenes de una ‘civilización’ posterior: el Capitalismo. El análisis se estableció a partir de tres puntos fundamentales: el discurso erigido por las voces, institucionales y reformistas; su relación en torno a un concepto de civilización, que toma en cuenta los distintos acontecimientos in-civilizatorios, y; las conflictivas relaciones establecidas entre una cristiandad en decadencia y un eminente esfuerzo civilizatorio de los laicos.
PALABRAS CLAVES
Europa, Medioevo, Civilización, Monasterios, Discurso, Reformas, Cruzada, Occidente, Oriente, Capitalismo. 1
¿La Civilización Occidental? Bueno, sería una excelente idea. Mahatma Gandhi, a propósito del civilizamiento de la India por los ingleses.
INTRODUCCIÓN.
El problema planteado en el presente ensayo dicta sobre si ¿fue la Europa occidental medieval una civilización? Una primera aproximación, como respuesta tentativa a este problema, debe construirse en base a la definición del concepto de civilización, el que trato en base a tres enfoques: a) a partir del imaginario y la utilización popular del concepto, b) la fundamentación del evolucionismo, y c) la perspectiva de los estudios culturales. Antes que todo, hay que aclarar que el concepto de civilización se ha ido significando en función de las teorías que lo sustentan, destacando, entre éstas, el evolucionismo y los estudios culturales. Desde el imaginario social, el concepto simboliza un ethos ligado a las buenas costumbres, al buen vestir y a la buena educación, fenómeno que se traduce en un concepto discriminatorio que construye un discurso legitimante: las elites son civilizadas, y los subalternos son no-civilizados. Por una ruta similar, el evolucionismo de los siglos XVIII y XIX, que profundizó en concepciones que venían ya del tiempo de los griegos, lo entendía como un estadio superior dentro de una línea de progreso histórico ascendente, estableciendo la dicotomía civilización-barbarie. Finalmente, en la dimensión de los estudios culturales se comprende el concepto de civilización asociado a cultura, esta última entendida como un “todo integrado, una totalidad en la que se encuentran orgánicamente articuladas diferentes dimensiones de la vida social”1.
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Ortiz, R. (1998: 45).
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Todas estas perspectivas apuntan a un discurso que legitima el establecimiento de vínculos de dependencia entre un centro civilizado y una periferia por civilizar. En base a este criterio, sostengo que la Europa Occidental medieval no correspondió en sí misma una civilización, sino que desarrolló un discurso civilizante muy fuerte, que logró insertarse en las demandas de los movimientos reformistas de la cristiandad feudal, además, desarrolló una lógica de la civilización, en cuanto pretendió ser ella misma una, en la construcción de su nuevo orden social, en contraposición a su amenaza igualmente civilizada: Oriente.
I LA CIVILIZACIÓN COMO CONCEPTO.
Un primer tratamiento del problema conceptual se refiere a la construcción de un imaginario, de un inconsciente colectivo en torno a lo civilizado. ¿Cuántas veces hemos escuchado la clásica condena? Al parecer el concepto civilización, utilizado de manera común, conforma más un juicio de valor que una categoría de análisis, acusando determinadas actitudes como civilizadas, en función de un ethos reclamado por la sociedad. ¿Y quién es el incivilizado? El delincuente, el terrorista, el vagabundo, el desordenador público. Desde esta perspectiva, se entrama una red conceptual que gira en torno a las nociones del orden, disciplina, educación y todo aquello que, socialmente aceptable, significa buenas prácticas. Por tanto, el concepto de civilización, en su dimensión más subjetiva, como concepto arraigado en el imaginario social, corresponde a un juicio de valor, que discrimina entre quienes están integrados al orden público y quienes están des-integrados a este orden. Con un enfoque mucho más académico, el concepto de civilización, como término integrado a las ciencias sociales modernas, fue acuñado por los pensadores franceses del siglo XVIII y XIX, y lo enfrentaron a otro concepto muy importante, barbarie. El conocido científico político, Samuel Huntington, caracteriza esta visión, manifestando que “una 3
sociedad civilizada difería de una sociedad primitiva en que era urbana, alfabetizada y producto de un acuerdo”2. Esta caracterización del concepto del siglo XVIII y XIX, con claros ribetes darwinistas, sustenta el discurso legitimante del eurocentrismo. En detrimento de nuevas potencias socio-culturales, la teoría evolucionista significó una condena, una diferenciación, donde lo civilizado era lo bueno y lo incivilizado era lo malo, con el reparo de que debía civilizarse. Frente a esto, el positivismo no innovará cualitativamente, sin embargo, de manera paralela, Karl Marx y Friedrich Engels presentarán nuevos elementos, que no se alejan demasiado del evolucionismo, pero que le dan una dimensión mucho más objetiva al problema: el materialismo histórico. Engels, tomando como base los trabajos del viejo Morgan, señala en su Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado: “De las tres épocas principales –salvajismo, barbarie, civilización- sólo se ocupa (Morgan), naturalmente, de las dos primeras, y del paso a la tercera. Subdivide cada una de estas dos épocas en los estadios inferior, medio y superior, según los progresos obtenidos en la producción de los medios de existencia”3 Para Marx y Engels, la civilización corresponde al “período en que el hombre sigue aprendiendo a elaborar los productos naturales, período de la industria, propiamente dicha, y del arte”4. Aquí es evidente la perspectiva evolucionista del concepto de civilización, sin embargo, el matiz florece con la preeminencia del carácter material del progreso histórico de determinadas sociedades por sobre las características de los franceses del s. XVIII y XIX, o de la complejidad cultural de las mismas, en síntesis, civilización significaría progreso material.
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Huntington, S. (2001: 33).
3
Engels, F. (1983: 55). El subrayado es mío.
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Ibídem, p. 64.
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Finalmente, desde la dimensión de los estudios culturales, el concepto civilización se ha perfilado desde la complejidad misma de las sociedades, en cuanto a su desarrollo tanto tecnológico como cultural y político. Un ejemplo concreto de esto es cuando Claude Lévi-Strauss desecha toda posibilidad de evolucionismo al manifestar que: “para que esta hipótesis fuera legítima sería necesario estar en condiciones de probar que uno de los tipos es más primitivo que el otro; que, dado el tipo primitivo, se produce necesariamente una evolución hacia la otra forma; por último, que esta ley opera más rígidamente en el centro de la región que en su periferia. Faltos de esta triple e imposible demostración, toda teoría de las supervivencias es inútil”5. La superación del paradigma evolucionista brota con la relación entre civilización y cultura, empero, no hay que confundir ambos conceptos. Según Huntington, “una civilización es una entidad cultural”, ya que “tanto ‘civilización’ como ‘cultura’ hacen referencia a la forma global de vida de un pueblo, y una civilización es una cultura con mayúsculas. Ambas contienen ‘valores, normas, instituciones y formas de pensamiento a las que sucesivas generaciones dentro de una sociedad dada han atribuido una importancia fundamental’” 6 Desde esta visión, la civilización escapa de ser el último estadio socio-cultural de una línea histórica de progreso material, y se asienta en la condición de un grupo humano que desarrolla su propia cultura y que a la vez crece, a través del establecimiento de vínculos de dominación o dependencia con otros, en función de una unidad, una paz, un orden, y una abundancia7.
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Lévi-Strauss, C. (1987: 55).
6
Huntington, S. (2001: 34).
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Duby, G. (1986: 15).
5
Es así como se entenderá civilización en este trabajo. En consecuencia, el tratamiento posible de la civilización Europea Occidental medieval se realizará a partir de tres dimensiones, de tres perspectivas: en primer lugar, a partir del discurso que legitima la civilización medieval de Occidente; en segundo lugar, el proceso histórico que determina aquel discurso; y, finalmente, el conflicto establecido, en o por, la civilización.
II LA CIVILIZACIÓN EN EL DISCURSO: LA PRETENSIÓN DE LA EUROPA MEDIEVAL.
El discurso civilizatorio fue nada extraño en la Europa Occidental medieval, de hecho, existía cierta comprensión acerca de que significaba la civilización, lo cual se pretendía lograr. Esto es claro si se considera que en el año 313 de nuestra época, Constantino promulgó el Edicto de Milán, que declaraba la libertad de culto, lo cual introduce un tema, un conflicto sobre la civilización, ya que correspondía que este estadio se configurase por su identidad religiosa, asunto que con la libertad de culto peligraba. La respuesta a este conflicto la dio el emperador Teodosio, en el siglo IV, aludiendo a que una civilización se define por una Iglesia. El efecto de esta medida fue la intervención del Imperio en los asuntos eclesiásticos, designando funcionarios, y estableciendo jerarquías, sobre este último punto, la de Roma frente al resto, dándole legitimidad al principio del legado de Pedro. El discurso civilizatorio medieval está imbuido del paradigma del pasado idealizado, de Roma. En este sentido, el gran medievalista, George Duby resulta muy ilustrativo: “La cristiandad latina sueña en una edad de oro, en el imperio, es decir, en la paz, el orden y la abundancia. Este recuerdo obsesionante se vincula a dos
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lugares insignes: Roma –aunque Roma en esa época es marginal, más que a medias griega- y Aquisgrán, nueva Roma.”8 Este pasado idealizado será la base de la demanda sobre la civilización en la Europa Occidental medieval, siempre se apelará, a nivel del discurso, a la unidad, a la paz, al orden y a la abundancia del Imperio, de la civilización. Sin embargo, la realidad de Europa hacia el año mil “es lo que llamamos la feudalidad” 9. Esta es la nueva distribución del poder, ya no el Emperador, sino el señor, “aquel a quien se ve, a quien se oye, a quien se toca, con quien se come o se duerme”10. En un espacio disgregado, sin camino, casi sin moneda. Erigir el discurso civilizatorio, hacia los siglos X, XI y XII, tenía una clara intención de ordenamiento social, especialmente, si, como dice Duby, “el siglo XI europeo está mandado por ese sistema de valores, fundado enteramente en el gusto de rapiñar y de dar, en el asalto”11. Y como no iba a ser de esta manera, si los cristianos medievales vieron como su ideología civilizadora se degeneraba tras las invasiones germanas (siglo V), que, más que civilizar al bárbaro, barbarizaron al cristianismo. De aquí que se desplegaran una serie de reformas, que buscaron retomar el sendero de la paz, el orden y la abundancia. En este sentido, la creación de alfabetos, la fundación de monasterios y la importancia de la Ley Escrita fueron los mecanismos de disciplinamiento. Por un lado, con el alfabeto, se buscaba la unidad y la enseñanza de la doctrina, y por otro, con el monasterio, se buscaba insertar la norma benedictina (ora et labora) enseñando la noción del trabajo, de la comunidad y del evangelio, estableciendo células civilizatorias que fueran creciendo y reformando esta sociedad desviada. Finalmente, la Ley Escrita, que representaba el marco de desarrollo de la buena sociedad, en cuanto establecía normas de conducta e instituciones de las cuales dependía el ser o no ser civilización.
8
Duby, G. (1986: 15).
9
Ibídem, p. 17.
10
Ibídem.
11
Ibídem, p. 19.
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Estos elementos civilizatorios se fueron consolidando en el corazón de la Europa del Oeste (principalmente Francia, la Península Ibérica y el sur de Alemania) a través de los discursos elaborados por Cluny, que pretendía un vuelco a la unidad, a la paz, al orden, y a la abundancia, en torno a sí mismo, estableciendo una entidad supra-feudal; por el mismo Papado Romano, que apeló a una reestructuración del orden social en torno a la Iglesia de Cristo, disputándole el poder al Sacro Imperio con la Reforma Gregoriana o Querella de las Investiduras; y por el monasterio de Císter, que buscó un retorno a los valores del origen: la pobreza, el trabajo y la obediencia, dándole gran valor al trabajo manual, la abundancia, al Capítulo General Anual, la paz, a la autonomía y el modo de filiación, la unidad y a la imitación de Cristo y su primera comunidad, el orden. Estos discursos legitimantes de un nuevo orden social, buscadores de la civilización, desembocaron en una necesidad por civilizar al resto, abriéndose camino con las cruzadas, bajo el principio de que la Europa Medieval ya habría alcanzado el mencionado estadio, actuando en consciencia con una lógica de la civilización. Sin embargo, la realidad y las intenciones, fueron muy ajenas al discurso.
III ¿CIVILIZACIÓN MEDIEVAL OCCIDENTAL?: EL PESO DE LA HISTORIA.
A nivel del proceso histórico, las pretensiones civilizatorias de la Europa Occidental medieval manifiestan una contradicción frente a la realidad, ya que tanto las instituciones reformistas (monasterios, órdenes, etc.) como las misiones civilizatorias (Reforma gregoriana, cruzadas) apuntaron, más que a una unidad, una paz, un orden y una abundancia, a un afán de dominación política y social de nuevos espacios económicos que permitieran el fortalecimiento de un centro de alto desarrollo en Occidente que pudiera contrapesar el alcanzado por Oriente, China como caso particular.
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Los constantes fenómenos de movimientos reformistas en la Edad Media constatan la práctica del problema enunciado. Un primer acercamiento son las diferencias sustanciales que empiezan a surgir en el seno de un feudalismo naturalmente diverso. Pirenne muestra muy bien esta ruptura al señalar que: “Las abadías cistercienses fundadas en el siglo XI, es decir, en una época en que empezaron a manifestarse los primeros síntomas de la ruptura del equilibrio tradicional, muestran (…) una administración económica de una índole hasta entonces desconocida”12. De esta manera, Císter comenzó a desarrollar la acumulación a través de exhaustivas roturaciones, logrando un amplio control del espacio económico, que se potenció aún más, no sólo para Císter, sino que para todo el Occidente medieval, con el uso del arado y el caballo, que estimuló un perfeccionamiento en las labores productivas del agro, ayudando al crecimiento demográfico, desencadenando nuevas necesidades, entre ellas, la ampliación del mercado13. Este fenómeno, manifestado en el ejemplo de Císter, corresponde en gran medida a un esfuerzo civilizatorio, ya que concretaba en su actuar los principios de unidad, orden, paz y abundancia, a partir del desarrollo de nuevas formas productivas. Sin embargo, ¿cómo es posible explicar que los movimientos reformistas de la cristiandad medieval apelen a un ideal del deber ser sino a través de la aceptación de la hipótesis de un Medioevo in-civilizado? En gran medida, la pesada carga de Roma o Aquisgrán sirve de paralelo para desafiar a la historiografía, ya que la gran diversidad del mundo feudal no fue más que la evidencia de un mundo en colapso, de un orden destruido, que durante el Medioevo se fue rearmando, para aparecer en el renacimiento, sin embargo, la Edad Media no pudo ser constitutiva de una civilización, ya que, a diferencia de Roma y Aquisgrán, la Edad Media Occidental, como proceso histórico, careció de unidad, la cual debió ser reclamada por los 12
Pirenne, H. (1994: 56).
13
Vide Heers, J. ( 1967: 24-25)
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monasterios, las órdenes militares, las órdenes mendicantes y las reformas eclesiásticas. Careció también de paz, ya que, al ser un mundo en transformación, el hombre no fue capaz siquiera de mantener buenas relaciones con su Dios, dándose el caso de, incluso, torcer su propio orden del cosmos14. Se vivió con el miedo a la muerte 15. Adoleció de la abundancia, que bien ilustrara Fossier16 y Duby17. Había hambre. Y menos aún hubo un orden, ya que la excesiva heterogeneidad hizo que este mundo se caracterizara por el nacimiento de ideales con espíritu local, especialmente visibles en la Querella de las investiduras y el ulterior proceso de diferenciación social que culmina en la construcción de un nuevo ordenamiento.
IV LA CONFIGURACIÓN DEL NUEVO ORDEN: LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIVILIZACIÓN DEL CAPITAL.
El fortalecimiento de la burguesía y de la economía monetaria mercantil hacia fines del periodo medieval, tuvo como consecuencia la consolidación del nuevo ordenamiento del mundo: el capitalismo. A partir del siglo XIII, la Europa Medieval Occidental comenzó a vivir un vuelco importante hacia la consolidación de las ciudades. Este fenómeno de urbanización fue, vale decir, naturalmente diverso, sin embargo, paulatinamente se fue convirtiendo en un espacio cada vez más importante de interacción cultural, económica, política y social.
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Vide Le Goff, J. (2003: 109).
15
Vide Fossier, R. (2008). Este fenómeno también es posible de apreciar en la película “El séptimo sello” (1957) de Ingmar Bergman.
16
Vide Ibídem, p. 205.
17
Vide Duby, G. (1986: 13). Duby es categórico al señalar: “Hay hambre. Cada grano de trigo sembrado no da más que tres o cuatro, cuando es verdaderamente bueno”.
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En este incipiente mundo urbano se comenzó a fraguar un importante fenómeno de expansión comercial, que, claramente, tiene sus gérmenes en las cruzadas, en el drang nach osten, en las misiones de las órdenes mendicantes, en la integración comercial en los mares del norte, y en las ferias (cuya influencia declina en el s. XIV). Este último punto resulta trascendente, ya que, como plantea Le Goff: “La decadencia de las ferias de Champaña se halla unida, sobre todo, a una transformación profunda de las estructuras comerciales, que da lugar a la aparición de un nuevo tipo de comerciante: el mercader sedentario en lugar del mercader errante”18. El cambio que nos evidencia Le Goff corresponde a la construcción de una unidad, un orden, una paz, y una abundancia, que producto de un cualitativo desarrollo técnico y orgánico, logra que “el mercader sedentario [dirija], desde la sede central de sus negocios, toda una red de asociados o de empleados que hace inútil sus viajes”19. En consecuencia, esta revolución comercial, tecnológica y orgánica, cuyas raíces escapan desde el desarrollo rural alcanzado entre los siglos X y XIII, se expresó en un nuevo orden, en compañías, en monopolios y carteles, en nuevas relaciones sociales de producción, parafraseando a Marx, en cuanto surgen un montón de nuevos agentes, contadores, comisionistas, representantes y empleados, que obedecen al mercader-banquero que manda desde su propio hogar, y, lo más importante, en ciudades donde pudo confluir toda esta lluvia de elementos florecientes. La configuración de este nuevo escenario, de este nuevo orden que se consolida hacia los siglos XIV y XV, estuvo acompañada de la configuración de una nueva superestructura jurídica y religiosa. La construcción de nuevas legislaciones comerciales que legitimaban las incipientes relaciones sociales de producción, y la reforma cristiana
18
Le Goff, J. (1982: 26).
19
Ibídem.
11
que postuló el infierno intermedio: el purgatorio20, son claros ejemplos de lo que aquí se plantea. Si bien a los mercaderes-banqueros no se les podría adjudicar la categoría de capitalistas, al capitalismo tampoco se le podría precisar su génesis, como lo hizo Sombart, en la Edad Moderna21, de hecho, como nos define Le Goff, “indudablemente, vale más considerar al gran mercader como un precapitalista”22. Sin perjuicio de lo anterior, es preciso definir que los mercatores de los cuales hablamos, resultan un punto de inflexión, ya que ellos contribuyen a romper el marco de las estructuras feudales 23.
REFLEXIONES FINALES.
A mi parecer, la evidencia de la reforma en la Edad Media es manifestación de una carencia fundamental: el mundo medieval occidental nunca fue civilizado. En este sentido, se plantea la contradicción discurso vs. lógica de civilización. A partir del discurso civilizatorio, la reforma en la edad media es caso evidente de búsqueda de un algo perdido. La idea de Roma y Aquisgrán eran pesadas mochilas que cargó la cristiandad medieval. En consecuencia, las voces surgidas, por un lado la Iglesia y sus propios movimientos reformistas, y por otro, el poder político y las reformas laicas, hicieron alusión a la unidad, al orden, a la paz y a la abundancia perdidas. Desde otra perspectiva, la acción según una lógica de la civilización, permitió justificar el discurso de considerarse una sociedad avanzada, con pretensiones de elevar al resto a la magna categoría de hombres civilizados, a través de las misiones y las cruzadas, que, más que concretar los objetivos propios del discurso, hicieron que el mundo extra20
Le Goff, J. (2003: 101).
21
Le Goff, J. (1982: 51).
22
Ibídem, p. 51.
23
Ibídem.
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cristiano, de Japón y China a Portugal, y de Finlandia y Suecia a Sicilia, nutriera de sus propias experiencias a la tremenda diversidad del occidente europeo, y lo transformara de manera radical. Por tanto, la lógica de civilización no fue más que la pretensión de una unidad, de un orden, de una paz y de una abundancia, que no fue tal sino hasta fines del periodo, que se puede apreciar como fenómeno incipiente. Finalmente, es posible sostener la incivilidad del occidente europeo a través del parámetro comparativo de la civilización oriental. Europa envidiaba la civilidad de los chinos, de hecho, siempre se buscó una alianza efectiva24, que les permitiera alimentarse de su modus operandis, lo que se hizo carne en la cosmovisión de los movimientos de reforma, por ejemplo, y que no se logró consolidar sino con la integración surgida en el seno del mundo rural que permitió el desarrollo del espacio urbano.
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Cabe mencionar el caso de Marco Polo, que fue funcionario estatal de la dinastía Yuan (1271-1368), como ejemplo de una constante y fuerte interacción. Vide Colección China (1984: 72).
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