Ampuero, Pablo - De Esclavos A Guerrilleros

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DE ESCLAVOS A GUERRILLEROS: LA RESISTENCIA DE LOS CULÍES CHINOS EN PERÚ Y SU APOYO AL EJÉRCITO CHILENO EN LA GUERRA DE 1879 1 Por Pablo Ampuero Ruiz Licenciatura en Historia con mención en Ciencia Política PUCV [email protected]

Resumen En el siguiente trabajo se sostiene que el apoyo de los chinos al Ejército chileno en la Guerra de 1879 fue un acto de resistencia y subversión frente al inhumano régimen de explotación peruano. En este sentido, el apoyo de los culíes resultó gravitante, esencialmente, por las bajas chilenas, por su red de contactos entre culíes por todo el Perú, y por su convencimiento e ira contra sus explotadores. Finalmente, se señala que esta decisión fue espontánea, por lo que pasaron de ser esclavos en el Perú a guerrilleros integrados al Ejército Chileno, hasta que José Francisco Vergara los entrenara en la disciplina de un ejército regular.

Abstract In the following work, it’s maintained that the support of the Chinese to the Chilean Army in the War of 1879 was an act of resistance and subversion against the cruel Peruvian regime. In this sense, the support of the coolies was menacing, essentially, by the Chilean’s lost, their network of contacts between coolies by all the Peru, and their conviction and wrath against its orerators. Finally, it’s indicated that this decision was spontaneous, reason why they become from slaves in Peru to warriors integrated to the Chilean troops, until Jose Francisco Vergara trained them into the discipline of a regular army.

Palabras Clave Culíes, esclavitud, resistencia, guerrilleros,

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Ponencia presentada en la I Jornada de Estudiantes de Historia de América de la Universidad de Valparaíso, “América: multifacética-multitemporal”, realizada en las dependencias de la Facultad de Humanidades de la UV el día 24 de Junio de 2009. ACTAS PRIMERAS JORNADAS DE ESTUDIANTES DE HISTORIA DE AMÉRICA, Páginas 76-90.

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Introducción. Han pasado ya 130 años desde el inicio de la Guerra que enfrentara los intereses expansionistas de la oligarquía chilena contra la unión estratégica de bolivianos y peruanos. Conflicto del cual no han quedado saldadas ciertas cuentas. Más allá del problema limítrofe, de la salida marítima boliviana, de las confianzas pendiendo de un hilo o del odio que se engendra entre hermanas naciones, es una deuda con los protagonistas de la historia. No se pretende hablar de los oficiales, que con sus rostros y uniformes copaban cada fotografía de la Guerra, sino de cómo sujetos de humilde vestimenta, de rostros dolidos por la explotación, de esperanza en mejores tiempos, de idiomas y culturas radicalmente distintas fueron un elemento gravitante en el desenlace del conflicto armado. Hablo de cientos de chinos que, importados para ser jurídicamente esclavizados, al ver un haz de libertad, ejercieron la resistencia, según Marcelo Segall, a veces pasiva y en otras, de rebelión violenta (Segall, 1967: 52); organizaron actividades de sabotaje o prepararon el terreno para la avanzada del Ejército chileno, es decir, dieron la lucha contra su propio enemigo, el hacendado explotador que los movilizó con la esperanza de falsos sueños. La inmigración de asiáticos a América es un cuento bastante antiguo. Podríamos observar una primera oleada hacia los tiempos de la dinastía Ming (13681644), tomando las indagaciones del británico Gavin Menzies, cuando en 1421 la flota del Tesoro alcanzara las costas de nuestro continente y, a su juicio, con una alta probabilidad de pequeñas colonizaciones en estas tierras. Pero eso sería alejarnos demasiado del foco de nuestro problema. Resulta más plausible centrarse en la olas migratorias de mediados del siglo XIX, las cuales buscaban introducir mano de obra de bajo costo a las producciones de los distintos Estados-nacionales. En una primera fase en el guano, pero pronto, al azúcar, al cultivo, etc. Las condiciones de explotación presentadas en estas labores, justificadas en la condición cuasi-jurídica de su esclavización, fueron el problema de estos miles de chinos migrantes, cuya respuesta fue la rebeldía y la insubordinación, con el único fin de recuperar su dignidad de hombre, de ser humano. De súbditos a esclavos. El fenómeno migratorio chino, en los términos de contratación laboral, hacia Perú, consta de tres fases. Una primera etapa de migración para labores mineras a fines del siglo XVIII; una segunda fase de amplia migración a mediados del siglo XIX; y una tercera y final de la primera década del siglo XX. En este trabajo se ahondará a partir de la segunda oleada, ya que es la base periódica del fenómeno analizado. ¿Por qué motivos tantos chinos terminaron en América?, ¿cuál es el motor de su flujo migratorio? Esas son las preguntas que se buscan resolver en este capítulo. El historiador Mauricio Jara señala que la China de fines del siglo XIX era un imperio que luchaba, sin mucha fortuna, por integrarse al concierto mundial de naciones y controlar su población, por lo que habría aceptado la emigración de sus súbditos, quienes 2

se habían ofrecido como mano de obra en otros rincones del mundo (Jara, 2002). A este respecto, se debe comprender que el Imperio Celeste vivía tiempos difíciles en sus dominios: por un lado tenían los abusos y la humillación de las potencias extranjeras que desde el siglo XVI habían invadido el territorio chino, desmantelando su sistema económico, político, social y religioso; y por otro lado, experimentaban una serie de conmociones internas producto de sucesivas rebeliones nacionalistas. Ambos factores se concretizan en dos hitos fundamentales que marcaron el auge de la emigración: la Guerra del Opio de 1840, que culmina con la firma del “Tratado de Nanjing”, entre otros, tras los cuales “China perdió su soberanía” (Colección China, 1984: 106), y las rebeliones internas. Para los chinos, el período abarcado desde la Guerra del Opio (1840), hasta las vísperas del Movimiento del 4 de Mayo (1919), incluso hasta la fundación de la República de China y la caída de la dinastía Qing, corresponde al período en que “el imperialismo compartió sus turbios negocios con el feudalismo chino para convertir a China en una sociedad semicolonial y semifeudal” (Colección China, 1984: 101). El discurso oficial de Beijing es muy claro al traer a colación el sentimiento de humillación producto de la invasión extranjera, sin embargo, se debe aludir, por cierto, a que hacia fines del siglo XVIII ya habían síntomas de una evidente debilidad del liderazgo estatal, especialmente producto de que “la presión demográfica comenzó a incrementar la vulnerabilidad de la masa popular hacia la sequía, las inundaciones, la hambruna y las enfermedades” (Fairbank, 1996: 230). Las consecuencias de este desequilibrio institucional tienen sus bases en el descontrol demográfico, que, a juicio de Jacques Gernet, “todo parece indicar que el mismo crecimiento demográfico que había impulsado la notable expansión del siglo XVIII provoca el efecto inverso sobre la economía de China en la primera mitad del siglo XIX” (Gernet, 2005: 472). Todo esto se profundiza en el devenir histórico, a tal punto que el reconocido sinólogo John King Fairbank sentencia que “el siglo XIX se convirtió en una larga historia de decadencia dinástica” (Fairbank, 1996: 231). Sin lugar a dudas, la inestabilidad política, económica y social del siglo XIX fueron factores gravitantes que empujaron a muchos chinos a escapar hacia otros rumbos. La situación resultaba alienante con el abuso de las naciones asentadas en los dominios del Imperio Celeste. En los años anteriores a la “guerra del opio” (1839-1842), se puede observar un repentino y drástico aumento en las importaciones de esta droga [Ver Anexo 1 y Anexo 2], lo que adoleció al aparato estatal chino, extendiendo y agravando la corrupción, y minando la debilitada economía nacional producto de las guerras de fines del siglo XVIII y por la presión demográfica. Es importante destacar que independiente de los estragos físicos e intelectuales de sus consumidores, pequeños funcionarios locales y empleados de los yamen en su mayoría, “el contrabando de opio tiene efectos graves sobre la moral, la política y la economía” (Gernet, 2005: 474). A este respecto, el Imperio Celeste se conmocionó con las respuestas nacionalistas. Una serie de movimientos que reivindicaban la recuperación de la soberanía y la expulsión de los extranjeros socavaron e hicieron estragos con el orden institucional y, por sobre todo, social. La Rebelión del Loto Blanco (1796-1804), que apelaba a las esperanzas de los campesinos azotados por la pobreza, comenzó a fines del siglo XVIII como protesta contra las exacciones de los 3

recaudadores de impuestos secundarios; o la gran Rebelión Taiping (1851-1864), que, basada en la vaga teología de Hong Xiuquan (洪秀全), su líder, “inspiró a un ejército de feroces guerreros que en los primeros años se mantuvo bajo una estricta disciplina moral, cautivando a la gente común” (Fairbank, 1996: 256); también la Rebelión Nian (18531868), que logró establecer una amplia zona de autonomía y hostilidad con las regiones colindantes entre los río Huai y Amarillo; y, finalmente, la difundida Rebelión de los Bóxers o Movimiento Yihequan o Yihetuan2 (1898-1901), cual, de principio organización secreta de los campesinos de Shandong y Zhili, tenía como objetivo obedecer “a la simple consigna de „apoya a los Qing, destruye a los extranjeros‟” (Fairbank, 1996: 282), o como plantea el discurso oficial, “mediante el ejercicio de artes marciales, organizó y armó a las masas para ofrecer resistencia contra las fuerzas reaccionarias” (Colección China, 1984: 129). Estas son las principales respuestas al abuso interpuesto por las naciones que humillaban a China. Sintéticamente, la China decimonónica vagaría entre tres elementos que condujeron sus rumbos: la rebelión nacional, la invasión extranjera y los esfuerzos de la elite gobernante por controlar ambas y preservar su dominio (Fairbank, 1996). Es el contexto del desequilibrio social, económico, político y cultural, producto del cual, cientos de miles de chinos, cargados de esperanzas en mejores tiempos, dejaron tierras y familias para probar su suerte en otras naciones. De acuerdo al historiador Mauricio Jara, existía “el interés de algunas naciones por contar con mano de obra abundante y barata” (Jara, 2002: 23), lo cual, señala el historiador, frente a la escasez de trabajadores producto de la abolición de la esclavitud negra en diversas naciones latinoamericanas, llevó a considerar “la importación de mano de obra china a Brasil, Cuba, Venezuela y Perú, entre otros países” (Jara, 2002: 24-25). En el caso particular de esta investigación, el Perú buscaba mano de obra para salvar su adolecida agricultura producto de la reciente manumisión de los negros y de la seria dificultad de que indígenas trabajaran en las tierras bajas, en consecuencia, “ante el fracaso de traer europeos al Perú, el país miró hacia el Pacífico y al Lejano Oriente, las extensas y superpobladas regiones del mundo” (Chou, 2002: 57). Estos migrantes son los culíes, denominación foránea que alude a trabajadores chinos empleados en las colonias inglesas en territorio asiático. A propósito, Segall señala que los culíes “fueron trabajadores sacados de su patria bajo condiciones de esperanza y de engaño, con contratos” (Segall, 1967: 52). Sobre esto, el historiador y diplomático taiwanés, Diego Lin Chou, aproxima que “de unos 250.000 chinos llevados a Latinoamérica en la segunda mitad de ese siglo [el siglo XIX], aproximadamente la mitad llegaron a Suramérica” (Chou, 2002: 55). El tráfico de laburantes chinos se constituyó como un gran negocio: el crimp o agente reclutador en China, los importadores de las casas de enganche en Perú y los propietarios de la naves transporte, que, entre barras de cobre, algodón y seda, llevaban culíes hacia América.

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Yihequan era el nombre del movimiento hasta 1899, cuando actuaba de manera clandestina. A partir del mismo año, el grupo adoptó el nombre de Yihetuan y salió de la clandestinidad.

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La lucha por la supervivencia. La llegada de chinos al Perú fue auspiciada tanto por el gobierno peruano como por los hacendados de dicha nación, sin embargo, este arribo no tuvo demasiada apreciación en la sociedad que los recibía. En este sentido, la inmigración china al Perú adquiere dos ribetes fundamentales: por un lado, la utilidad de su llegada para mantener la economía nacional (Yamawaki, 2002), y por otro, el conflicto socio-étnico a propósito de la “desconsideración” racial de los asiáticos (Quiroga 2002; Yamawaki 2002). La inmigración de orientales se vió con muy buenos ojos para reparar en el daño de la agricultura y la infraestructura nacional. Gran cantidad de chinos fueron ligados al trabajo agrícola, así como en las guaneras de las islas3, sin perjuicio de aquello, los primeros que cruzaron el Pacífico lo hicieron motivados por empresarios ingleses que se valieron de la experiencia imperialista decimonónica para concretar sus negocios en otras fronteras, como es el caso de las inversiones en medios de transporte en Perú, donde británicos y norteamericanos, como el emblemático caso de Henri Meggs, conocido en Perú como el Rey de los Ferrocarriles, utilizaron mano de obra asiática (Yamawaki, 2002: 36-38). En este contexto, Ricardo La Torre, ex director del Museo Antonio Raimondi (Perú), señala que hacia 1851 se podía observar el producto de la inmigración oriental con una mayor productividad agrícola, lo que generó que cerca de 98 empresarios se dedicaran a este negocio (La Torre, 1992: [En Línea]). Inclusive una afirmación mucho más polémica, Marcelo Segall sostiene que “gran parte de las riquezas de Perú y Cuba, y en menor grado de Chile, fue producto de la esclavitud asiática” (Segall, 1967: 52). Sin embargo, esta no fue la única actividad que desarrollaron los culíes. Tras su arribo, miles llegaron a trabajar en las islas guaneras, entre 5.000 y 10.000 fueron utilizados para la construcción de ferrocarriles, y unos 80.000 fueron transladados a las plantaciones azucareras y algodoneras en la costa, así como hubo algunos sirvientes domésticos, artesanos y trabajadores especializados (Chou, 2002: 59), dejando tras de sí, una sólida estela de laboriosa, esforzada y sufrida vida. Independiente de la labor ejercida por estos orientales, cabe mencionar que las condiciones de su explotación no eran dignas de ser humano alguno: “El sol ardiente, la alta humedad, la inexistencia de agua fresca y de vegetación la compañía de los escorpiones, ratas y lagartos ya hacían su vida insoportable, pero el trabajo y los tratos eran aún más arduos” (Chou, 2002: 60). Estos asiáticos fueron traídos bajo un legítimo régimen contractual, de hecho, si bien la inmigración de culíes se remonta hacia 1849, la 3

Un muy buen análisis sobre este caso lo realiza W. M. Mathew (Mathew, 1977) en “A Primitive Export Sector: Guano production in mid-nineteenth-century Peru”, donde señala que dada la escasa mano de obra dispuesta a trabajar en la extracción de guano de las Islas Chinchas, la gente tuvo que ser situada y mantenida a través de sistemas coercitivos, de esta manera, la principal mano de obra local fueron convictos, desertores del ejército y algunos hombres a sueldo de Chile y Perú. Sin embargo, afirma que: “Un mayor punto de reclutamiento se dio en 1849 con la introducción de trabajadores contratados desde China. Su llegada coincidió, no accidentalmente, con la adjudicación exclusiva de los derechos de extracción por Domingo Elías, y en un corto plazo se convirtieron en el principal elemento de fuerza laboral en las Islas Chinchas” (Mathew, 1977: 40). [Cita original en inglés en Anexo 3].

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abolición de la esclavitud en el Perú data de 1854, por lo que los inmigrantes debieron, teóricamente, haber logrado su dignificación desde esa fecha, sin embargo, la historia sería escrita con otra pluma. Los chinos arribados, aparte de ser tratados como bestias y de no siempre respetárseles su compromiso contractual por ocho años, fueron considerados como una sub-clase, incluso, inferior a la de los esclavos negros, es más, a partir de sus características físicas, lingüísticas, de constumbres y cultura, fueron víctimas de vejamenes humillantes y trágicos para cualquier ser humano (Yamawaki, 2002: 34). Los chinos llegados a Perú fueron parte de un proceso de diferenciación social del cual salieron perjudicados. La sub-clasificación de los asiáticos generó cierta comodidad para los esclavos negros, quienes aprovecharon esta nueva condición de superioridad con un Otro. Consecuencia de esto, abundan ejemplos de maltrato de negros contra chinos, y en plena Guerra de 1879, testimonios de bandidaje de negros, indígenas y otros subalternos atentando contra el patrimonio logrado por orientales redentos. Este es el contexto de la explotación de los inmigrantes orientales, quienes, afligidos por la necesidad de vivir, vieron el sol salir en la mañana, quizás comieron algo de arroz con un par de verduras, o pato salteado si era muy afortunado, salieron de sus casas, caminaron por las calles de su alicaído imperio, observaron, por última vez, el coloso paisaje del Reino Celestial destruyéndose por el abuso de las potencias de Occidente, cruzaron la entrada al puerto británico de Hong Kong, o al portugués de Macao, y, firmando su contrato cargado de sueños y engaños, se embarcaron a nuevos destinos, a nuevos desafíos, con la esperanza de algún día volver a observar el caudal del Chang Jiang (también conocido como Yangtsé), o de revivir la hermosa caída del otoño en Miyaluo (Sichuán), o de volver a caminar por el Shilin (Bosque de Piedra) en Kunming (Yunnan), o de recuperar el aliento con la esplendorosa vista desde la punta del monte Huangshang (Anhui). Pero no, todo eso quedaría en el olvido, y sus memorias se coparían de largos días de trabajo, de castigos inicuos, del sudor surcando sus pieles y de la explotación colmando los sentidos y los sentimientos. Bajo esta condición de vida ¿cómo verían estos chinos el avance del Ejército chileno en territorio peruano? ¿Qué habrían sentido al poder cortar el aire con una bala contra algún soldado peruano? ¿Qué habrán pensado al destripar a un soldado peruano y beber su sangre? ¿Cuál habría sido el nivel de compromiso del conocido “Juramento” en Lurín? Estas y otras interrogantes son las que nos interesa resolver en esta última parte. La resistencia a la opresión: subversión, guerrilla y alianza. Particularmente abusivo era el régimen de opresión peruano. Esto agudizó las contradicciones entre culíes explotados y terratenientes beneficiados con el negocio, volviéndolas antagónicas. Es sabido que ante un fenómeno de explotación, siempre surge uno de resistencia, y a este respecto, los culíes chinos desarrollaron 4 formas4: el suicidio, el trabajo lento, el cimorraje y la rebelión.

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Rescatadas a partir de los trabajos de Marcelo Segall (Segall, 1967), y Diego Lin Chou (Chou, 2002)

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El suicidio es una respuesta a los abusos de la explotación y del castigo. Como señala Pablo Macera, las razones del suicidio culí se justifican en cuanto creían que tras su muerte resucitarían en su país (Macera, 1977: 222). Asistimos, entonces, a un suicidio de tipo vicariante y metempsicótico, es decir, que ante la imposibilidad de mejorar las condiciones futuras, se busca adelantar el deceso para volver a renacer en otro punto de origen. Diego Lin Chou nos aproxima que las principales formas de suicidio correspondían a: “arrojarse al mar en las guaneras; a ahorcarse en árboles de las plantaciones; a tragar opio o bien a saltar a la olla caliente en los ingenios” (Chou, 2002: 63). La segunda forma de resistencia fue el trabajo lento. Forma de resistencia pasiva – según Segall –, que consistía en hacer el trabajo de manera ineficiente. Podría considerarse esta acción como un acto voluntario de descontento, sin embargo, muchas veces era forzado por las propias condiciones infrahumanas de existencia. La tercera forma fue el cimorraje. Consistía en la fuga del lugar donde se trabajaba. Esta fuga no sólo fue muy común, sino también muy negativa para los latifundistas, ya que junto al chino se iban un buen resto de verduras, algunos animales y otros bienes de la finca. Wilma Derpich señala que “cada hacienda disponía de 5 a 10 hombres de confianza para buscar a los indios cimarrones” (Derpich, 1988: 84). La cuarta forma de resistencia fue la rebelión. Los motines en las Chinchas fueron muy comunes, y de allí se empezó a replicar la experiencia insurgente en otros espacios. Los motines solían ser muy concurridos, tanto, que en septiembre de 1870, entre 1.200 y 1.500 chinos con la cara pinta de rojo y azul, se sublevaron, saqueando y casi tomando el pueblo de Pativilca (Chou, 2002: 64). Desgraciadamente, una débil organización y una seria falencia táctica impidió que estos asiáticos rebeldes pudieran expandir su movimiento y seguir liberando paisanos, terminando la coyuntura con un saldo de más de 300 culíes muertos y una clase dominante subyugada al temor de estos “salvajes”. Podríamos cerrar aquí el punto relativo a las formas de resistencia culí, sin embargo, a mi juicio, olvidaríamos la más importante de todas. Como es objetivo en esta investigación, sostengo que el apoyo de los chinos culíes a las filas castrenses chilenas posicionadas en territorio peruano fue un acto de resistencia, de rebelión, ya que se plantea el sujeto histórico frente a la adversidad de su escenario, y, cara a cara con el destino, decide sumarse al enemigo de su verdugo, de manera que pudiese lograr una transformación de su realidad. A luz de los documentos, este movimiento táctico fue la respuesta al descontento con la explotación, fue un acto de resistencia y rebeldía, no de revolución, ya que carecía tanto de una teoría revolucionaria como de un proyecto político. El fin último, como ahondaremos a continuación, era esencialmente vengativo. Los chinos conocían muy bien al ejército peruano, ya que era este cuerpo militar el encargado de sofocar las rebeliones surgidas desde estas comunidades, en consecuencia, se concuerda con la hipótesis de Segall de que el mayor odio de los asiáticos recaía sobre el enemigo más visible, más cercano: el soldado peruano (Segall, 1967: 56).

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El historiador naval Rodrigo Fuenzalida plantea que “Estos pobres infelices [los chinos], al ver que la brigada Lynch los declaraba libres, se plegaron a ella y prestaron toda la cooperación que les fue posible” (Fuenzalida, 1978: 58). Otro historiador naval, Victor Larenas, nos aproxima una situación similar, aseverando que “estos pobres seres [los chinos], que vivían en las condiciones más inhumanas, al ver que la división de Lynch los declaraba libres, se plegaron a ella y le prestaron toda la cooperación que podían” (Larenas, 1981: 46). Complementariamente, Diego Lin Chou relata la importancia de la avanzada de Lynch, señalando que “él los organizó para que prestaran servicios a la Primera División que comandaba, los cuales constituyeron considerables aportes al viaje triunfal de su operación” (Chou, 2001: [En Línea]), y desde otra voz, Marcelo Segall afirma que “desde la Campaña del Desierto, los chinos sirvieron voluntaria y espontáneamente al Ejército de Chile” (Segall, 1967: 56). Los historiadores coinciden en la integración voluntaria de los chinos en la tropa chilena, sin embargo, nada hay como los testimonios de los mismos soldados. En este sentido, el Mayor Arturo Benavides, escribe que, mientras la tropa volvía a Pacocha desde Moquegua, debieron detenerse a medio camino, ya que las locomotoras necesitaban agua, y el estanque estaba inutilizado, por lo que se envío una expedición, y señala: “momentos después se presentó un fornido chino y dijo que él indicaría dónde estaban, pero a condición que se le hiciera soldado de nuestro regimiento” (Benavides, 1929: 50). En otra fuente, el Diario de Campaña del Teniente Alberto del Solar, se señala que marchando a la salida de Lurín, su brigada se encontró con un pueblo de chinos, y escribía: “los chinos nos sonreían y en el afán de demostrarnos sumisión y amistad, hacíannos toda clase de saludos, de la manera más cómica y servil” (Del Solar, 1886). En consecuencia, los chinos se sumaron, voluntaria, espontánea y convencidamente a las filas del Ejército Chileno. Mas, ¿qué rol cumplieron? Es importante señalar el emblemático “Juramento de los Chinos” en Lurín, donde se estructuran los chinos en función de un único dirigente, Quintín Quintana, y declaran su lealtad a las órdenes chilenas, inmolando un gallo frente a la figura de Buda, bebiendo su sangre y comprometiéndose a obedecer al comandante en jefe, de modo que “si ordena trabajar, trabajar; si matar, matar; si incendiar, incendiar; si morir, morir” (Ahumada, 1887: 407). Tras este juramento, los chinos son reconocidos oficialmente como aliados de las fuerzas chilenas, entregándoseles uniformes completos de brin, y distribuyéndolos entre los distintos regimientos como asistentes y auxiliares, zapadores, mulas de carga, enfermeros, etc. Pero no olvidemos, también como combatientes en el frente. Los chinos cogían las armas que quedaban en el camino y desafiaban al destino arrojándose al vaivén de la guerra, matando y muriendo. En conformidad con Marcelo Segall, estos asiáticos jugaron el rol de guerrilleros, durante bastante tiempo, al no estar sometidos a la disciplina militar de un Ejército regular (Segall, 1967: 57). Un panorama más claro podemos develar al señalar que “era probable que hubieran chinos conocedores de la técnica militar puesto que entre los culíes se encontraban oficiales militares manchúes o personas que habían tomado parte en la Rebelión Celestial Taiping” (Chou, 2001: [En Línea]). Por lo tanto, fueron el sabotaje y la guerra de guerrillas los métodos principales de subversión culí en plena Guerra de 1879, hasta que después del “Juramento”, José 8

Francisco Vergara decidiera formar a los orientales en la disciplina de un ejército regular. Los asiáticos fueron repartidos entre las labores de abastecimiento y auxilio, y un grupo de selectos osados fue agrupado en la legión asiática o Vulcano, a cargo del General Arturo “dinamita” Villarroel, en la que los chinos se dedicaron a abrir pozo en Jaguey y a desenterrar las minas y los torpedos del camino (Chou, 2001: [En Línea]). Los chinos involucrados en la Guerra de 1879 fueron, esencialmente, un instrumento amedrentador que utilizó el Ejército chileno a su favor –coincidiendo con lo planteado por Diego Lin Chou en “Los Chinos en la Guerra del Pacífico” –sin embargo, es importante clarificar que la alianza táctica empleada, primeramente, por Lynch, fue retribuida en la preocupación de este “Jeneral en Jefe del Ejército de Operaciones en el Norte del Perú” por regular las funciones de las casas de enganches de asiáticos, con el fin de tomar “medidas conducentes á evitar abusos que este jénero de contratos presta”, y también en el respeto que se les legó a estos veteranos de Guerra, que en cada conmemoración rejuvenecían recordando las campañas por su libertad. Si bien, en conformidad al estudio citado de Mauricio Jara5, la política de inmigración china no fue aceptada, principalmente por argumentos de tipo etnogenéticos, gran parte de los asiáticos fueron aceptados en nuestro país, como obreros en las calicheras y otras industrias, con instalaciones comerciales, etc., y en el caso de Quintín Quintana, con un cargo no menor en las lides del Estado. Quedan estos misterios para otra ocasión. Palabras de cierre Los chinos fueron traídos a América para trabajar como mano de obra barata que permitiera a los Estados saciar las necesidades productivas internas. La inmigración se planteaba como un contrato en el cual se estipulaban los principios de las condiciones laborales, las cuales parecían bastante prósperas para los orientales que estaban sufriendo una crisis sistémica en sus tierras. Ingenuamente, miles de chinos se embarcaron hacia territorio americano, y fue aquí donde se dieron cuenta del engaño. Gravísimas fueron las condiciones de explotación que estos asiáticos encontraron en el lugar de llegada, ante lo cual se manifestaron con 4 formas de resistencia: el suicidio, el trabajo lento, el cimorraje y la rebelión. Como se ha planteado más arriba, el mayor acto de rebeldía ejercido por los chinos culíes fue su integración a las fuerzas militares chilenas, ya que con esto, pudieron destruir la economía de sus patrones, sus enemigos. En este sentido, su participación en la Guerra fue un acto de resistencia y subversión, ya que a la vez que se oponía a la explotación, configuraba una nueva realidad: luchaban por su libertad. Los chinos culíes participaron en labores de asistencia y abastecimiento, sin embargo, en un número considerable, fueron actores principales de desembarcos y asaltos, muchos ingeniados por ellos mismo, que, cogiendo armas de los caídos en batalla, se ponían al frente, asediando y desgastando al enemigo, o ejerciendo el 5

Jara, Mauricio. “Chinos en Chile: Política Consular y Debate Parlamentario a comienzos del Siglo XX”. Valparaíso: Ediciones de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Playa Ancha. 2002.

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sabotaje, o engañando al enemigo a través del extenso entramado de contactos entre culíes a lo largo y ancho del Perú. Fue su estrategia innata, guerrillera, hasta que don José Francisco Vergara decidiera darle forma a estas bandas de asiáticos rebeldes. El General Baquedano, el “Gallo Rojo” de Patricio Lynch, José Francisco Vergara, fueron importantes líderes militares chilenos que agradecieron el soporte de los asiáticos. Sin lugar a dudas, fue gravitante el apoyo logístico de estos inmigrantes, que cargados de sueños y esperanzas, terminaron dando su vida por la libertad, por el respeto y por la dignidad del ser humano. A partir del presente estudio, se nos abre un campo interesante para indagar sobre qué nivel de politización alcanzaron estos orientales, cuáles fueron sus expectativas en la posguerra, la continuidad de sus organizaciones, o el destino de sus formaciones militares en la posguerra. Esos son desafíos académicos de interés general, que es necesario hacer y rehacer, según sea el caso, desde nuevas perspectivas, que sean herramientas para el presente, sin embargo, creo que la más importante es recuperar sus nombres, devolverles la dignidad por la cual lucharon y murieron estos héroes anónimos y extranjeros, tan silenciosos, pero tan esenciales para la construcción del Estado-nación chileno y gran parte de la cultura popular de sendas zonas de nuestro país, incluso, de nuestra América.

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Bibliografía

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12

ANEXOS

Anexo 1. Tabla: Las importaciones de opio en China durante el siglo XIX. Años

Número de Cajas

1817-1819

4.228 (por término medio)

1820

4.244 (¿cerca de 5.000?)

1821

5.959

1823

9.035

1826-1828

12.851 (por término medio)

1829

16.257

1830

19.956

1836 (hacia)

30.000 aprox.

1838

40.000 como mínimo

1850 (hacia)

68.000

1873

96.000

1893

Las importaciones empiezan a bajar debido al alza de precios. Las importaciones cesan totalmente: China produce opio en cantidad suficiente para cubrir todas sus necesidades. Fuente: (Gernet, 2005: 474).

1917

Anexo 2. Gráfico: Importación de opio a China 1817-1873. 120.000 100.000 80.000

Cajas

60.000 40.000 20.000 0

1817

Importación de opio 4.228

1820

1821

1823

1826

1829

1830

1836

1838

1850

1873

4.244

5.959

9.035

12.851 16.257 19.956 30.000 40.000 68.000 96.000

Fuente: (Fairbank, 1996). 13

Anexo 3. Documento: Los chinos empleados en las guaneras de las Islas Chincha. “There was little voluntary movement of workers to the guano islands. People usually had to be placed there an coercively retained. In the first decade of the trade, convicts and army deserters were made available to the contractors, to perform the simple but very laborious tasks of digging loading. Slaves were also used and a number of men from Peru and Chile went out as free wage-labourer. A major turning point in recruitment came in 1840 with the introduction of indentured workers from China. Their arrival coincided, not accidentally, with the award of exclusive extraction rights to Domingo Elías, and within a short space of time they were to become the principal element in the Chincha labour force.” Fuente: (Mathew, 1977: 40). Anexo 4. Documento: Contrata de Emigración China para el Puerto de El Callao.

Fuente: (Hung Hui, 1992). 14

Anexo 5. Documento: Contrato de Trabajo de un inmigrante chino 1869.

Fuente: (Yamawaki, 2002). Anexo 6. Documento: Luego de siete u ocho años de trabajo, el inmigrante quedaba libre para trabajar en cualquier sitio.

Fuente: (Yamawaki, 2002). 15

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