Brindis Del Guarda-templo

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  • Words: 2,061
  • Pages: 12
Daniel Medvedov Elidan de Valaquia

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EL BRINDIS DEL GUARDA-TEMPLO *

Tyler´s Toast

Caracas, Bucarest, Milán, Pekín, Barcelona, Miami, Madrid 1996, 1999, 2000, 2004, 2009

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Hace doscientos años, los jóvenes latinoamericanos luchaban por altos ideales y la vida estaba llena de heroísmo. Hoy día, no digo que no pase lo mismo, pues nadie tiene derecho de negar la existencia del vuelo, pero los pocos que conozco, carecen de algo que no puedo definir, pues la mayoría solo quieren vaguear y no tienen la menor idea, ni el mínimo interés de acercarse a las avanzadas ideas de los antiguos constructores. Como una Venecia decadente, la masonería está lamiendo sus heridas y enrosca sus anillos, para desaparecer en su propia sombra.

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Entre 1830 hasta 1899, año en el cual subió al poder Cipriano Castro, la masonería venezolana se mostró abiertamente en la vida pública. El presidente Cipriano Castro, a pesar de que no fue masón, profesaba un discreto respeto y admiración por la masonería y por su papel histórico, como también apreciaba la actividad moralista que cumplía el movimiento de la escuadra y del compás, en Venezuela. Durante las tres administraciones de José Antonio Páez y en el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, los grupos masónicos jugaron papeles estelares. Páez fue el fundador del Supremo Consejo Confederado del Grado 33 y Guzmán Blanco construyó el templo masónico de Caracas, que hoy es muestra decadente de aquellos que se llaman a si mismo ¡Constructores del Templo! En vez de pensar en el Templo de Salomón, bien harían arreglar, al menos la fachada de lo que fue, en los años dorados de la masonería, la colmena de la sabiduría, la joya arquitectónica de Jesuitas a Maturín, como se llaman las calles cercanas al edificio. En el siglo pasado pertenecían a la masonería todos los líderes de la política, del ejército y de la sociedad caraqueña y de otras ciudades del país. Todos los presidentes de Venezuela, en el siglo pasado, desde José Antonio Páez hasta Ignacio Andrade, fueron masones. El Iluminismo europeo y las diversas ideas sociopolíticas que se ventilaban en la época, tuvieron su eco en la política venezolana: la posición conservadora de José 3

Antonio Páez, la visión revolucionaria de Ezequiel Zamora, o el moderno liberalismo de Antonio Guzmán Blanco. Durante el gobierno de Francisco Linares Alcántara, la masonería empezó a perder altura. Se produjeron graves contiendas entre Joaquín Crespo, Modesto Urbaneja, Nicanor Bolet Peraza y otros líderes masones. Aprovechando la ausencia del Ilustre Americano, como se le llamaba a Guzmán Blanco, diversos grupos comenzaron a lanzar feroces ataques contra la obra del presidente “afrancesado”. Entre los amigos leales a Guzmán Blanco, destacaba Rojas Paúl. Todas estas pugnas de poder debilitaron a la Orden que empezó a fraccionarse en grupúsculos opacos, como el de Amengual y Villanueva y todos presenciaron el deterioro del sonado espíritu de fraternidad, uno de los lemas de la masonería. La muerte prematura del general Alcántara, en el año 1879, facilitó el regreso al país de Antonio Guzmán Blanco, que estaba en París. Sin embargo, el liberalismo estaba agonizando y con él la masonería misma. Al ascender Joaquín Crespo a la presidencia de la República en 1884, la situación de la masonería mejoró, en posición y prestigio. Lleno del fervor masónico, Crespo llevó al Gabinete Ministerial conocidas personalidades de las Logias caraqueñas. El gobierno de Joaquín Crespo se topó con graves problemas sociales: el hambre, la malaria, la pobreza, todo ello era un abismo que separaba a la realidad de las buenas intenciones de los miembros del gobierno.

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En otro orden de ideas, los grupos liberales sentían ya un agobio en la figura de Guzmán Blanco, de sus “...genialidades, aciertos e impertinencias...” como luego escribió Ramón J. Velásquez, irónicamente presidente de una República agobiada, cien años después, por las mismas impertinencias mas no por genialidades ni aciertos. Al menos Guzmán Blanco hizo algo por la Educación venezolana y sus fervientes críticos deberían considerar este aspecto con más respeto y atención. Las dos fuerzas beligerantes, los guzmancistas conducidos por Rojas Paúl, Gonzalez Guinán, Pimentel, y Bello y los amigos de Crespo, eran dos grupos difícil de contentar. Joaquín Crespo, presidente en dos períodos, soportó en el último, de 1882 a 1898, los embates de muchos movimientos subversivos en los cuales resultaron involucrados muchos masones, amigos suyos. A pesar de todos los ataques, Crespo se consolidó en el poder y adquirió gran prestigio diplomático. En el liberalismo venezolano, comenzaron a perfilarse tres grupos: los liberales amarillos de Amengual, Sanabria y otros; los republicanos de Urbaneja y Bustamante y los liberales blancos dirigidos por Aquiles La Roche, Fortuol Hurtado, Horacio Velutini, Juan Bautista García y Rafael de la Cova, que contaban con el discreto apoyo de Crespo. Joaquín Crespo, a lo largo de su campaña legalista, enarboló siempre una bandera blanca, pero esgrimía argumentos inconsistentes para explicar su preferencia. Los liberales blancos, más que masones, eran un grupo eleccionario al servicio del general Crespo y su consistencia se perdió luego del período de las elecciones de diciembre 1893.

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Por otra parte, los liberales amarillos se mostraron abiertamente contra Crespo, pero luego trataron de acercársele, por gestiones de la dirigencia masónica. Para los que no recuerdan mucho este período, habría que insistir que los liberales amarillos eran guzmancistas. A pesar de ello, tuvieron que aceptar en su seno a los generales conservadores de la guerra civil de 1892, sometiéndose a las exigencias de Crespo. Es por esa alianza entre masones y conservadores que Joaquín Crespo ganara las elecciones de diciembre de 1893, por una abrumadora mayoría. En 1897, los grupos liberales y masónicos empezaron a favorecer la candidatura de un dirigente masón, Ignacio Andrade, que para el momento era Presidente Constitucional del Estado Miranda, un estado tan grande como los actuales estados Aragua, Miranda, Nueva Esparta y Guárico, juntos. Andrade se educó en Europa y Estados Unidos y sus opositores lo llamaban godo y colombiano. No se habían olvidado que Andrade había despotricado muchas veces contra los liberales amarillos y que su padre, el general José Escolástico Andrade, un conocido oligarca, fue enemigo a muerte de Ezequiel Zamora. A pesar de sus antecedentes conservadores, Andrade fue finalmente elegido presidente de la República, el primero de septiembre de 1897, con la ayuda de Crespo y de la alta dirigencia masónica. Andrade tomó posesión de la presidencia de la República el 28 de febrero de 1898, en medio de una gran incertidumbre y desconfianza. Mientras tanto, había sido puesto en libertad el general José Manuel Hernández, quién, después de huir a Quieipa, al 6

sur de Valencia, acusó a Crespo de dictador y a Andrade de extranjero afiliado al partido de los despotismos tradicionales de Venezuela. Estos insultos no tan elevados eran el eco de las denuncias aparecidas en los periódicos El Monitor Liberal y El Liberal que aseguraban que Ignacio Andrade había nacido en Cúcuta el 31 de Julio de 1839. Parece que tal práctica de acusar a los presidentes de extranjeros y específicamente de colombianos, seguía siendo un timo familiar a los venezolanos, en el mismo fin del siglo pasado. El 11 de marzo de 1898, el general Joaquín Crespo llegó a Tocuyito, en su marcha hacia los llanos de Cojedes para combatir al general Hernández, el cual había logrado levantar en armas a más de 5.000 hombres. El 16 de abril de 1898, cuando Crespo se dirigía hacia Cojedes, fue víctima de los disparos de un grupo de insurgentes. Su muerte provocó el comienzo de la guerra civil. El 12 de junio, el general Hernández fue tomado prisionero. Este hecho determinó el fin de la guerra, pero no de los apremios del gobierno de Andrade. Su primer y último Mensaje al Congreso Nacional, presentado el 27 de febrero de 1899 es un cuadro que trae a la memoria hechos similares, pero con casi un centenar de años más viejos que los presentados en aquellos días, por el Presidente Andrade: La crisis del Tesoro Público, la baja del precio del café, primer producto de exportación, etc. Donde digo “café”, digo “petróleo”, donde digo “crisis”, dejo “crisis”. En este mismo período se alza en armas Cipriano Castro que definió a su movimiento revolución liberal restauradora. 7

¿Les recuerda algo todo eso? ¿Les suena, acaso, familiar? El 23 de octubre de 1899, Cipriano Castro, de 41 años de edad, nacido en Capacho, Estado Táchira, entra triunfalmente en Caracas. Ese día cayó el liberalismo amarillo y con él acabó la influencia de la masonería en la vida pública del país. La masonería perdió su papel dirigente. Sus líderes cayeron en la desgracia política: ya no participaban en las grandes decisiones nacionales, ni fueron invitados más por el gobierno a las recepciones del Palacio, como tampoco ocuparon puestos importantes en la administración pública. Esto opacó el prestigio que la masonería había gozado en Venezuela, por casi un siglo. Las logias estaban vacías, los jóvenes preferían arrimarse a los partidarios de Castro y las puertas del Gran Templo estaban huérfanas de toques y ademanes. Hoy día la situación no se muestra más halagadora: basta una mirada fugaz al gran templo para comprender el estado de la masonería venezolana de hoy. A todas esas, la Iglesia tuvo un papel de observadora y a pesar de las bulas papales del siglo pasado, dirigidas abiertamente en contra de la masonería, se han pulido los ángulos que impedían la elegante convivencia de una orden moralista y de elevados ideales, con el poder eclesiástico cuyas miras eran no sólo espirituales, sino también políticas.

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La Orden perdió de manera progresiva la influencia en la vida nacional. No fueron suficientes las credenciales históricas para despertar el respeto y la atención de la juventud. Actualmente, la masonería es una sociedad marginada de los grandes movimientos de opinión y sus actividades se ven cada día más esqueléticas. Pocos individuos de la sociedad actual desearían buscar los misterios del hermético mirar de los masones, o sus curiosos y llenos de sigilo, encuentros. Las reuniones transcurren sin novedad y de cuando en cuando, en la calle, observo, así parado, en la luz roja del semáforo, cómo un digno y elegante personaje pasa la calle. Imperturbable, entre gritos y empujones, se me parece a Fermín Vale Amesti, ilustre amigo mío, como ilustre su nombre, Gran Maestro de la masonería venezolana en la década de los sesenta. Debe ser un MM, un Maestro Masón. Su postura, su tácita dignidad, su silencio interior, lo traicionan. Puedes llamarlo adepto, iniciado, querido hermano, o ilustre amigo. Los ideales parecen estar un poco lejos de la realidad candente y patente, pero existen. Y la Iglesia, a su vez agonizante, pero gozando de buenos cuidadores, se encuentra al final de las profecías de San Malaquias. Este papa de las aceitunas, ¡Qué acertado Malaquías!, le da palo a todo mogote, a ver. . . A ver que más se le ocurre, para instilar combustible en un artilugio que anda con otro tipo de combustible. Una confesión: tuve que estudiar teología católica pura y dura, para tener supuesta “autoridad” cuando escribo 9

sobre Trios, y - ¡adivina adivinador! – tuve que iniciarme en la masonería y andar más de diez años entre sus afilados afiliados, para saber y ver por mi mismo, qué era aquello de lo que trataban en sus sigilosas reuniones. Fui, por años, TYLER, ujier, o guarda-templo en logias americanas de grato recuerdo georgewashingtoniano100 y muchas veces, en las mesas largas y llenas de copas de champán - como dicen los venezolanos - se me ha pedido proferir el “tyler´s toast”, el más bello de los discursos de rememoración, con el cual cierro este breve escrito:

“Aquí reunidos, brindo por los que en este momento están enfermos y su dolor comparto, pues me conduele. Brindo por las madres que dan a luz en estas altas horas de la noche y por su dolor callado y alegre. Brindo por los soldados de las fronteras que, despiertos, miran las estrellas. Brindo por todos aquellos que en este preciso momento, en vez de estar reunidos alrededor de bebidas y manjares, corren, para estar lejos del peligro. Brindo por los marinos en alta mar, brindo por los que están en las entrañas de la tierra, en minas de oro, carbón y diamantes, y brindo por los amigos con-céntricos y también por los excéntricos.”

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