VISITANTE NOCTURNO No, esta noche no quiero escucharte, estoy cansado de ti, de tu tristeza infinita y ese maldito deseo de morir, por favor déjame en paz. Era la primera vez que me rebelaba contra él, por fin podía gritarle a la cara mi inconformismo, mi rabia de vivir con alguien a quien no le veía ninguna esperanza de vida. Cínico, como siempre, me miraba con una sonrisa despectiva en su rostro. Le observaba, tratando de comprenderlo nuevamente, tantos años a su lado, tantos años con él, visitante nocturno que siempre venía a llenar mis noches de angustia. Lo miré fijamente, sus ojos, aunque tristes, eran infinitamente hermosos y profundos, despedían un brillo tan intenso que parecían alumbrar en la penumbra de la habitación. Su imagen me recordaba a la pantera negra, sigilosa, silenciosa, moviéndose agazapada en medio de la oscuridad, solo el brillo de sus ojos me permitían ubicarlo. Lo sentí agresivo, con miedo. Yo estaba allí, de pie en el centro del recinto y él se movía lentamente a mi alrededor, me observaba en silencio, ambos sabíamos que aquella noche cambiaría nuestras vidas. Porque estaba decidido a desenmascararlo, realmente estaba agotado. Ya eran muchos años de sentirlo acostarse a mi lado y hablarme al oído, de decirme que la vida era inmunda, que no existía motivo para seguir intentando nada. A veces me lo decía con tal dulzura que le creía, otras lo hacia con odio, como empujándome al suicidio. Yo sabía que nunca llegaría a ese estadio pero sus palabras me inquietaban y la idea de morir iba tomando forma a lentamente. ¿Cómo morir sin que fuese un suicidio? El hecho de que encontrasen mi cuerpo yerto con las venas cortadas, o tirado a los pies de un edificio, o destrozado por el Metro me parecía vergonzante, no solo para mí sino para toda mi familia. Ya lo había decidido desde tiempo atrás, no me suicidaría de esa forma, pero si existían otras formas de morir. Mi perverso compañero había encontrado la forma de disuadirme, había plantado en mí esa semilla de la autodestrucción. Y el cuerpo, nuestra propia creación, siempre busca la forma de hacer realidad nuestros más íntimos deseos, al fin y al cabo es el único medio que poseemos para realizarlos. Mi cuerpo fue lentamente desarrollando una enfermedad silenciosa, callada, perversa tanto como mi oscuro amigo. Uno de los males del siglo se instaló en mí dándome una infeliz esperanza de muerte, la hipertensión arterial, hermosa forma de morir. Arterias y venas taponándose forzando a un corazón herido a trabajar más duro, en cualquier momento o una de aquellos frágiles conductos se reventaría o el corazón completo explotaría agotado de tanto empujar. Mas la mente, parte de ese mismo cuerpo también se las ingenia para proteger lo creado, esa mente conoce el plan maestro que el ser se ha trazado, ese plan que
olvidamos en la rutina de la vida, a veces sin sentido, que llevamos, tiene sus herramientas, propias, reservadas y ocultas. Y así fue como una mañana soleada me puso de frente a la muerte. El vehículo que conducía perdía el control, de frente, el tronco cortado de aquel árbol nos esperaba, porque no iba solo, a mi lado mi madre, detrás mío mi hija, mi cuñada y en la parte trasera mi hijo y nuestro amado y fiel perro. No hubo pánico, tranquilamente mire a mi madre y le dije: Nos morimos. Instantáneamente miré el retrovisor, mi hija venía volando hacia el panorámico delantero, instintivamente alcé mi brazo, me aferre al espejo retrovisor para impedir que ella saliera expulsada, una fuerza mantuvo mi brazo incólume ¡si! yo deseaba morir, era mi muerte pero no la de ella, mi brazo la contuvo y evitó que saliera expedida del vehículo. Y aquel tronco que parecía ser la gran amenaza se convirtió milagrosamente en el salvador, con precisión matemática la camioneta chocaba de frente a él, recibiendo el motor todo el impacto, deteniendo la desbocada carrera y evitando el desastre. ¡Que jugada del destino! Días de confusión siguieron al del accidente, mi madre tuvo que ser sometida a una delicada intervención quirúrgica corriendo el riesgo de quedar parapléjica, mis hijos permanecieron durante aquel día en estado de shock, hasta el perrito salió desubicado vagando por la carretera. Recuerdo que baje del auto con mi camisa blanca totalmente ensangrentada, no se aun porque. La muerte estuvo allí, de frente. Y mi amigo nocturno seguía visitándome, instigando con más fuerza. Había tenido a la muerte cercana y no temí por mí, me acarició, pero su caricia también había tocado a los seres que mas amaba ¡no a ellos no, a ellos no los tocaría! mas yo si estaba dispuesto y ansioso. La mente traviesa se las arregló de una manera insospechada, no se si ese accidente fue el desencadenante de una serie de decisiones que me ayudaron a descargar mi atribulado ser, que permitieron liberar fuertes presiones en mi interior, modificando mi organismo, porque como había llegado, desaparecía la hipertensión. Y me sané, con esa sanación se esfumaba la esperanza de la muerte silente, quedaba yo solo con mis miedos y fuerzas para enfrentarlas. Y empezó el juego del Yin y el Yang, Oscuridad y Luz enfrentadas a cada instante, la noche en compañía de mi silente amigo y el día con una fuerza creciente, con una esperanza en formación que me impulsaba a nuevas cosas, nuevos conocimientos, nuevas luchas e ilusiones. Días rebosantes de fuerza, de energía, noches agotado, yaciendo buscando nuevas formas de morir. Él, allí en la oscuridad, hablándome al oído, nunca ha dejado de hacerlo desde las noches de mi temprana adolescencia, cuando llegó por primera vez, al darme cuenta que pensaba diferente y sentía diferente, cuando un miedo paralizante me invadió por esa diferencia incomprensible para mí. Desde esa noche, casi cada noche he deseado morir.
Y las dos fuerzas empezaron a polarizarse en mí de una manera tan extrema y tan incomprensible, hasta que comprendí algo tan impactante como revelador, empecé a ver detrás de la máscara. Era como si pudiera ver al ser detrás de la misma y a la vez verme con ella puesta. Era la mascara y el ser detrás de ella. Y me convencí que la mascara era la imagen que quería reflejar de mi, y aunque honesta y real, no era yo mismo, porque en su interior estaba un ser distinto, desesperanzado, agotado. Dos fuerzas opuestas en mí ser. Una tristeza ancestral antigua frente a una fuerza revitalizante y creciente ¿Quién era real? Debate profundo, y él ya no estaba allá afuera hablándome, estaba en mí, era yo mismo, aquel detrás de la máscara era él, yo mismo, identificaba a la pantera negra con toda su belleza, con toda su fuerza, con su ímpetu por vencer lo invencible, por vencer su propio miedo, el miedo a la muerte. La reconocí, la vi desde lo profundo, esa profundidad que nos conecta con el todo y a través de él con el universo como única fuerza transformadora y creadora. Y entonces vi la máscara y me identifiqué con ella claramente, ella soy yo, aquel que deseo ser, fuerza vigorosa, transformador de mundos, creador de formas tangibles y reales, de ilusiones, de fantasías. Las dos fuerzas se han unido, para vencer el temor, acabar con la autodestrucción y permitir desarrollar desde la esencia aquel plan que diseñé en el momento único de mi concepción. Ya no habrá mas máscara, ya no habrá mas el silente amigo nocturno, he de ser yo mismo en esta existencia única y perecedera, en su momento volveré a mi origen, esta existencia acabará y el Todo habrá concluido un momento mas de su proceso evolutivo. Esta noche fue importante, única, definitiva.
Bogotá, Febrero 23 de 2008