VADE RETRO CANIS Novela by
Ismael Berroeta www.tarotparatodos.com www.tarotparatodos.cl
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Santiago de Chile -
- abril de 2007 -
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Fue el verano en que cumplí catorce años. Estaba tendida de espaldas en la cama. Me encontraba entre dormida y despierta. Era uno de esos momentos en que puedes despertar pero algo te empuja a permanecer en la fantasía de las ensoñaciones. Un placer intenso, desconocido hasta entonces para mí, comenzaba a invadirme. Este inmenso gozo tenía su origen en la parte baja de mi vientre, entre mis piernas. Yo me retorcía, como queriendo escapar de la fuente de placer. Agitaba mis piernas abiertas igual que una ranita que nada deslizándose en la superficie de una charca. La verdad es que me desplazaba lentamente hacia uno de los extremos del lecho. Así, durante un tiempo que no supe medir - ¿horas?, ¿minutos? - repté hasta que mi coronilla topó con la cabecera de la cama. Mis vanos esfuerzos por huir más allá, alejándome de esa agradable pero atemorizadora sensación, me obligaron a salir del sueño y a tomar conciencia de dónde me encontraba. Levanté la cabeza con brusquedad y miré hacia mis pies, observando, con sorpresa y espanto a la vez, que Duke, mi perro, tenía su cabezota entre mis muslos. Presa de la excitación, sus ojos relucían y su hocico, del cual corrían gotas de baba, mostraba su lengua que se agitaba lamiendo una y otra vez mis genitales. -
¡Ah! -, le grité, al tiempo que mi brazo se extendía con violencia hacia adelante
lanzándole una almohada. Duke huyó. Quedé inmóvil y asustada, sin atrever a moverme un centímetro.
Recuerdo que estaba cubierta por un delgado vestido de algodón, con pequeñas flores estampadas. No tenía calzones ni ninguna otra ropa interior. La gracia de Duke fue una
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experiencia paradojal. Hasta entonces, un año atrás, había conocido el lado oscuro de los hombres merced a la violación de que me habían hecho objeto mis hermanos Tulio y Marcos, de veinte y dieciocho, ejercida con violencia sobre mí, quien jamás había conocido el placer de las relaciones sexuales. La intensa satisfacción que me procuró Duke con su lengua hizo nacer en mí una desorientación que nunca antes había experimentado, por cuanto el dolor y la sensación de impotencia que me habían provocado mis dos queridos hermanos, contrastaba con los instantes dichosos que me había proporcionado el perro.
La pequeña aventura vivida con Duke me había dejado confusa. Sin embargo, este desorden en mi espíritu había de provocar cambios insospechados en mi forma de relacionarme con los habitantes de la casa, mis parientes directos. Conscientemente, evité a toda costa la presencia de mis hermanos. Sabía que ellos tenían de su lado la fuerza. Sin embargo, me sentía capaz de engañarlos. Y eso hice. Me las ingenié para no estar nunca a solas con ellos. Le insinuaba a mi padre que los mandara permanentemente a ayudarle en las labores del campo. El viejo, ignorante de todo lo que pasaba, se extrañaba un poco del juicio que mostraba su hija, pero me hacía caso y les daba tareas que a él lo aliviaban en su trabajo y a mí me libraban de la desatada libido de sus hijos. Finalmente, a pesar de la oposición de mi madre, me atreví a dar el paso de contar la verdad al amo de la familia.
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Las cosas se dieron como lo intuía. El viejo fue inconmovible. Los expulsó de la casa. Él mismo era un bruto que dominaba de manera absoluta a mi madre, pero no podía soportar que se tratara así a su hija. Su conciencia quedó satisfecha al lanzar fuera a mis agresores. Mi madre lloró por el alejamiento de sus hijos, aunque lo hizo a escondidas, procurando que nadie se enterara.
No fueron los únicos cambios que se produjeron. Mi verdadero despertar sexual se hacía inevitable y lo que había venido a mí sin que lo buscara, tarde o temprano tenía que hacerse presente por una necesidad de mi propio ser. Vinieron los días en que mi cuerpo se transformaría en objeto de mi curiosidad y mis deseos. Aprendí a acariciar mis pechos y a endurecer los pezones con suaves toques giratorios entre el pulgar y el índice, a sentir el calor que surgía en su interior y se deslizaba hasta mi vientre y pasaba luego a mis genitales. Pronto localicé mi clítoris - en esa época ni siquiera sabía como se llamaba - y lo sobaba suavemente, provocándome un placer que sólo una vez había experimentado antes: cuando Duke había lamido esas partes.
Pocos meses después de la partida de los hermanos, decidí realizar la idea que me surgió en los momentos de gozo solitario. Le avisé a la vieja que iba a buscar huevos. Luego, salí al patio, busqué a Duke y partimos juntos al fondo de la huerta, al final, donde estaba el gallinero. En las tardes nadie iba nunca allí, ni siquiera las gallinas, las cuales pasaban el calor debajo de los frutales o entre las malezas que crecían por todas partes. Entramos
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y cerré por dentro. No pude evitar mis reacciones de muchacha de campo y me agaché a ver si en los cajones las ponedoras habían depositado algún huevo. Así estaba cuando, casi al instante, sentí la respiración del perro agitarse junto a mi trasero y, a su vez, el vaho de su aliento percibido por mi olfato. La escena actual y el recuerdo de la anterior juntos me estimularon de inmediato y un incontenible calor me invadió repentinamente. Me arrimé al rincón más oscuro, miré nerviosamente hacia la casa y me saqué los calzones, los cuales colgué en la punta de uno de los varios alambres que había en el muro. Me apegué de espaldas a la ennegrecida muralla.
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Duke, ven -, lo llamé
suavemente. El perro no vino de inmediato. Agachó la cabeza y meneó la cola con timidez. Estaba indeciso porque la vez anterior lo había rechazado con violencia. No sé por qué se me ocurrió, pero escupí saliva en mi mano, levanté mi falda y comencé a frotarme el sexo, con brusquedad de inexperta. La excitación hizo que el olor de mis secreciones, unidas al de la saliva, estimularan instantáneamente al perro. Éste se acercó. Siempre de pie, lo detuve frente a mí, cogiendo su cabeza entre mis manos a la altura del ombligo. Le acaricié la nuca y las orejas, sintiendo la punta de su hocico hundirse entre mis muslos por encima del vestido. El perro estaba tranquilo y disfrutaba del olor que le venía a través de la ropa. Mientras lo sujetaba con mi mano derecha, fui subiendo lentamente mi vestido con la izquierda, hasta que su húmeda nariz me dio directamente en la vulva. Un estremecimiento, mezcla de ansiedad y de placer, me recorrió desde las nalgas hasta la parte superior de la espalda. Cerré los ojos, dejando que mis otros sentidos percibieran por mí. El olor del perro invadió mis fosas nasales,
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haciendo que volviese a recordar la experiencia vivida con él hacía dos meses atrás. Abrí un poco más las piernas y muy pronto comencé a sentir su fresca y suave lengua sobre los labios, los que separé un poco con los dedos, facilitando su llegada hacia lugares más íntimos. Comencé a dar suaves quejidos, a lanzar suspiros entrecortados. De vez en cuando, daba una mirada hacia los arbustos, temiendo que viniera alguien. Sin proponérmelo, la escena se alargaba y Duke no cesaba sus lamidos, al contrario, lo hacía con más fruición. Por una casualidad, cerca de mí había una cubeta de madera boca abajo y, dejando todo escrúpulo, puse encima mi pie derecho, con lo cual di más espacio a los agradables ataques de mi galán. Sin darme cuenta, no pude evitar hablarle suavemente: - Así, así, así,.... Más Duke, más, más,..., así,..., asií,..., asiií..., aaaaaah,..., aaah,..., aaah.... Solamente mucho tiempo después supe que esta experiencia había sido mi primer orgasmo.
El tiempo transcurría. La vieja se consolaba con los breves momentos en que mis hermanos venían a verla a espaldas de mi padre. Este último, con su rostro duro de campesino, no dio muestra alguna de lamentar su decisión ni de interés por las consecuencias familiares que hubiese acarreado. Por mi parte, fui compartiendo muchos momentos con Filomena, la Filo, una chica con quien habíamos estado juntas en la escuela básica. Nos hicimos muy amigas. Ella tenía un par de años más que yo y también había sentido despertar su sexo. Nos llamaba fuertemente la atención los animales teniendo relaciones sexuales, en particular el coito de perros con perras. Cuchicheábamos entre
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nosotras mientras nuestros ojos brillaban de curiosidad, buscando no perder detalle de la cópula, en tanto nos tomábamos de las manos. Estos contactos de mano se hicieron frecuentes y corríamos por los patios y por entre las habitaciones, riendo del morbo que nos invadía. - ¿En qué andan ustedes, flojonazas? -, nos decía alguna vieja que fumaba mientras pasábamos a la carrera a su lado en la cocina. Nuestra curiosidad nos llevó a mostrarnos mutuamente nuestras partes, a tocarlas y luego, a excitarnos de verdad. Mi amistad con la Filo tuvo una interrupción brusca y nuestras vidas se separaron abruptamente. La Filo tenía diecisiete cuando sus padres decidieron casarla. No hubo romance ni nada que se le pareciera ni remotamente, ni visitas ni nada por el estilo. Un día le pusieron un vestido nuevo, le mostraron a un hombre de unos cuarenta, un viejo, moreno y serio, sin gracia. - Te casas hoy -, le dijo su madre. Hubo ceremonia civil y religiosa, también fiesta y todo eso. Seis meses después, pude verla unos instantes. Ella y su marido vinieron a visitar a mi padre, que se encontraba enfermo. En pocas palabras me contó su nueva vida. Todo el día tenía que atenderlo y hacerse cargo de la casa. En ocasiones, en la noche, él la poseía en forma breve y tosca, casi violenta. Nunca la acariciaba y jamás sintió placer en el acto sexual, es más, con terror aguardaba esos momentos, igual como yo esperaba cuando veía de lejos a mis hermanos venir con tragos en el cuerpo. A veces, él le pegaba. Se despidió de mí triste y acongojada. Cuando se fue, deseé con ansia, casi llorando, que nunca tuviera yo que vivir de esa forma.
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Mis aventuras con Duke continuaban y ahora, con mis hermanos fuera, mi hermana en la escuela y el viejo enfermo, casi no existían posibilidades que nos descubrieran. Él me prodigaba placer y yo le brindaba cuidados. Le daba sus comidas, sólo yo, nadie más. Mantenía su cama limpia y su escudilla reluciente con agua siempre fresca. Caminábamos juntos por el pueblo, por el camino del río, por donde fuera. Sentía que lo quería mucho. Sin embargo, el más reciente de nuestros encuentros eróticos vino a interrumpir el ritmo casi ingenuo que tenían hasta ahora. Desde que el viejo enfermó, mi madre me entregó para uso exclusivo el dormitorio de mis hermanos. Esta mayor privacidad alentó mi osadía hasta el punto de encerrarme allí con mi querido perrito. Estaba yo un día en la postura habitual, desnuda de la cintura para abajo, sujeta de la cabecera de la cama y con una pierna levantada, con el pie apoyado sobre la cama misma, dando así facilidades al cunnilingus canino. Concentrada en mi propio placer, no me había percatado de cómo crecía la excitación de mi pareja. Perdida en mi propio éxtasis, con los ojos cerrados, sentí de pronto que me empujaban de las caderas. Abrí los ojos y vi muy cerca de mi cara el hocico de Duke, el cual se apoyaba en la curva de mi cintura en tanto frotaba reciamente su miembro erecto y duro contra una de mis piernas. Apenas recobrada del orgasmo, casi sin voz, le grité que se fuera. Se asustó, saltó hacia atrás y arañó la puerta para salir. Se la abrí y huyó. Afirmada en la hoja de madera de la puerta cerrada, las piernas, mojadas con el semen de Duke, me tiritaban de esfuerzo y de miedo.
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Mi padre no alcanzó a vivir más de un año después del primer infarto. Sufrió otro más que terminó con su vida. El funeral fue motivo que la casa se llenara de parientes que hacía tiempo no veíamos. Duke se mostró furioso y hubo que encadenarlo. No me pasó desapercibida la mirada entre sorprendida y lasciva que tíos y primos ponían sobre mí. Sin darme cuenta, me había transformado en una mujer, de cuerpo atractivo, cintura pequeña, caderas redondeadas y pechos grandes y firmes. Un rostro impasible fue mi respuesta a sus demostraciones de afecto que, en mi opinión, ocultaban deseos reprimidos por la presencia de sus mujeres y hermanas. Después del entierro, quedamos en la casa un momento solos la viuda y los hijos.
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Tu hermano mayor pretende casarse pronto -, dijo mi madre. - Yo había pensado - agregó - que Marcos, que seguirá soltero, podría venir a vivir con nosotras...
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Yo no pienso igual -, dije secamente, mirando directamente a los ojos al último de mis hermanos, al tiempo que sujetaba a Duke del collar, quien - con los pelos del lomo erizados, emitía un gruñido amenazador en dirección a ellos. La vieja les hizo un gesto queriendo decir algo así como “no se puede hacer nada” y se retiraron con aire confuso e irritado.
La vida familiar se reorganizó muy pronto, de acuerdo a la estrechez económica en que habíamos quedado. Mi madre se empleó como doméstica puertas afuera en la casa de un
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vecino pudiente. Yo me hice cargo de la casa y de la huerta. Mi hermana, a la que yo había tenido que cuidar como si fuera mi hija, seguiría sus estudios secundarios en el internado de la congregación protestante, religión que profesaba nuestra familia.
La situación actual, a pesar de la pena por la muerte del viejo, hacía que me sintiera triunfadora. Todo se venía dando a la perfección para que estuviese en mis dominios, la mayor parte del tiempo a solas con mi mejor compañía, mi querido Duke. Para celebrar, corríamos juntos por la huerta entre los árboles, pasábamos junto al brocal del pozo, nos perseguíamos por el estrecho sendero que iba hacia el corral de las aves, hasta que, cansados, con la respiración agitada, nos dejábamos caer sobre los macizos de maleza que aún permanecían verdes. El perro, tirado sobre su espalda, con el tórax y el abdomen hacia arriba. Yo, a su lado, haciéndole cariño en el cuello. Él, relajado, me dejaba hacer. Y así, inocentemente primero y premeditadamente después, comencé a tocarle, suavemente con la punta de los dedos, su miembro velludo y compacto. Me puse en cuclillas para acercarme en forma más cómoda y el olor de mi sexo se unió al estímulo de las caricias para favorecer la espontánea complicidad de Duke. Mi mano rodeó por completo su verga, la cual se engrosó y alargó, mostrando su extremo agudo de llamativo color rojo. ¿ Qué me impulsó a aproximar mi rostro al atrayente falo y comenzar a lamerlo suave y lentamente ?. ¿ Por qué continué hasta unir la punta con mi boca y a succionar con controlada ansia su carne tibia y suave ?. Eternos, por lo excitantes, fueron aquellos quince minutos que finalizaron en la eyaculación del perro con ayuda de
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mis manos. Él quedó allí, tendido, con la lengua colgando y su pecho que subía y bajaba acompasadamente. Me levanté y dirigí hacia la casa, a lavarme, mientras sentía la vulva pletórica de mis propias secreciones.
Llegó el otoño, con sus mediodías calurosos y sus tardes frescas. Aquella mañana había laborado duramente en la huerta. Después, me dediqué a preparar la comida. Almorcé sola, estando mi madre en el trabajo. Continué lavando algunas ropas y no me detuve hasta cerca de las seis de la tarde. Se ponía el sol. No había visto a Duke en todo el día y recién tuve tiempo de preocuparme de él. Le serví su agua y su comida. Lo llamé. No venía. Fui a dar una mirada al gallinero. Tampoco estaba por allí. Mientras lo esperaba, comencé a recordar con lujuria las escenas eróticas que habíamos pasado juntos los últimos días. Me estremecí. Pronto comencé a calentarme y desear que viniera a lamerme. Escuché llegar a mi madre, a quien serví la cena. Hablamos brevemente y se retiró a descansar. Fui a mi cuarto, me puse un vestido muy corto y me tendí en la cama, sin calzones, dejando la puerta del dormitorio abierta de par en par. ¿ Por qué no llega ?. ¡ Y yo cada vez más caliente !. Acaricié mis pechos y manipulé mi sexo. Tuve un orgasmo corto, que no me alivió gran cosa. ¡ Qué ganas de que me tomaran !. - Tendrá que venir - me decía - nunca falta.
Continué dándome vueltas en la cama.
masturbarme. Fue peor. Me sentí aún más insatisfecha.
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Volví a
Estoy tan caliente que me
entregaría hasta a un hombre -, me dije en voz baja. ¿ Por qué sería tan tonta y no dejé que se quedara a vivir uno de mis hermanos ?. Ojalá que viniera uno de ellos y me lo
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metiera ahora mismo. Y así, fui rumiando mis deseos hasta quedar dormida. Me despertó el frío de la madrugada. Por calentona casi me había acatarrado. Amaneció. Pasó otro día sin pena ni gloria - igual yo excitada - y Duke no apareció. Al cuarto día, en la tarde, el perro regresó. Estaba yo en mi cuarto, sentada en la cama, con las piernas colgando. Verlo y que el corazón me diera un vuelco de alegría fue una misma cosa. Sin embargo, no se acercó rápidamente a mí, se quedó en la puerta con aire mohíno. Lo miré con más atención. Estaba con el pelo desordenado y sucio, un poco más flaco, tenía algunas costras de heridas recientes. Lo comprendí todo. Una oleada de furor me subió hasta la garganta y mis mejillas ardieron. ¿ Qué se había creído el muy huevón ?. ¡ Había andado como un vago detrás de una perra puta que quién sabe con cuántos se había cruzado !. ¡ Y yo preocupada como una estúpida por el atado de pelos mugrientos !. Me puse a llorar quedamente, corriéndome las lágrimas por la cara. Así estuve unos minutos, con los ojos cerrados. De pronto, sentí una suave caricia en la mejilla. Era Duke, que enjugaba mis lágrimas con la puntita de su lengua. ¡ Me dio tanto gusto !. Nunca nadie había sido tan tierno conmigo. De inmediato olvidé el ataque de ira y le hice cariño en el lomo, ordenando un poco su pelaje revuelto. Se frotó junto a mis muslos y el ardor comenzó lentamente a invadirme. Separé un poco las piernas y me eché hacia atrás, sosteniéndome en los codos. Él se precipitó sobre mi sexo y desplegó el arte de lamerlo con tal presteza que me fui casi de inmediato. Al sentir mi orgasmo, se excitó aún más y dio comienzo al roce nervioso de su miembro contra mi pierna. Ni siquiera supe lo que hacía. Me di vuelta sobre mí misma, subiéndome del todo en la cama. Me apoyé en los
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codos y en las rodillas, juntando la cara con el lecho, dejando mis nalgas levantadas. Duke apoyó sus patas delanteras en mi espalda y acometió con firmeza. Con una habilidad que no me conocía, orienté su miembro hacia mi vagina, en la cual penetró como si un cuchillo manchado de sangre se hundiese hasta la empuñadura en su misma vaina. Aaaah -, me quejé suavemente envuelta en una ola de placer. Y al sentir sus ataques repetidos y rítmicos, musité como otras veces : - Así ..., así ..., así ..., así mi amor, asiiií ...
Las relaciones con mi madre nunca fueron buenas. Sin embargo, de un día para otro, empeoraron. Evitaba mi presencia y nunca más volvió a dirigirme la palabra. Pensé no darle ninguna importancia, pero su rostro desencajado me movía a preocupación. Algo le debía ocurrir y algo iba a ocurrir. Fue un día sábado por la mañana. Me estaba vistiendo cuando entró de improviso a mi dormitorio. Sus ojos se mostraban llorosos y tiritaba su barbilla. Diría, más bien, que ella entera temblaba.
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¿ Qué pasa ? -, le pregunté con estudiada indiferencia.
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¡ Te vas a ir al infierno ! -, se atropellaba al hablar. - ¡ Has entregado tu alma y tu cuerpo al demonio ! -, me gritaba en la cara.
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No le entiendo, señora.
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Que no me entiendes ... -, agregó con voz ronca arrastrando las palabras. - ¡ Por tu culpa Satanás entró a mi casa !. ¡ A mi casa, que es un hogar puro y decente !.
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Le juro que no le entiendo -, dije alzando los ojos hacia arriba, a un costado, mirando a la nada, mientras me abrochaba el sostén.
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¿ Así que no me entiendes ?. ¿ Te crees que soy tonta ?. ¿ Que no me he dado cuenta que fornicas con ese perro ?. ¡ Desvergonzada !.
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Usted se imagina cosas ...
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Me imagino, sí, me imagino ... porque no sería capaz de presenciar actos que ofenden a Dios, ¡ alabado sea !. ¿Por qué metes al perro a tu cuarto ?. ¿ Por qué el perro sale de allí acezando, con la lengua afuera, y tú, toda despeinada ?. Y la señorita, sí, la señorita de esta casa sale con las patas del perro marcadas en la espalda. ¡ Qué asco !. ¡ Líbrame de esto Señor Santo !.
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Salga de aquí, será mejor ... -, le dije, tratando de no enfrentarme con ella.
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Pues claro que salgo, mujer pecadora, depravada. ¡ Y volveré !. Te lo dejo advertido.
Salió tan bruscamente como entró, dejándome a solas con mis pensamientos. ¿ Qué malo tenía lo que estaba haciendo ?. Nada, pero me sentía avergonzada. No por mi relación con Duke, sino por haber supuesto que nadie lo iba a notar y, de darse cuenta, no sería un tema a comentar ni a reprochar. Al contrario, estaba en mi derecho .... Y ella, ¿ qué derecho tenía para reclamar ?. En la tarde, estando en el comedor, mientras me servía una taza de té, escuché ruidos de pasos y voces que entraban a la casa. Era la vieja, seguida por un hombre alto y delgado, de tez pálida, pelo negro peinado hacia atrás a la fuerza con gomina. Unas ojeras marcadas le daban un aire de ascetismo. Vestía un terno azul oscuro, con chaleco, camisa blanca, llevando al cuello una corbata también azul con pintas amarillas, en suma, un estilo austero aunque un poco vulgar.
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Te presento al pastor don Jonás -, dijo ella. - Le he pedido a nombre de nuestra familia que venga para que traiga la misericordia del Señor y sus plegarias expulsen al demonio que intenta apoderarse de esta casa.
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Buenas tardes -, lo saludé, para no aparecer como una muchacha de malos modales.
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¿ Dónde han tenido lugar los hechos … extraños, diría yo, que usted me ha relatado, hermana ? -, preguntó el pastor, dándome una mirada furtiva.
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En el dormitorio de mi hija, pastor. Vamos para allá.
Se encaminaron a mi dormitorio, siguiéndolos yo más atrás. Mi madre abrió la puerta y lo hizo pasar. El reverendo miró a su alrededor y le pidió a la vieja que nos dejara solos. Ella le obedeció al instante, como si escuchara la palabra directa de Dios. A mí, me solicitó que colocara una silla en medio de la habitación y que tomara asiento. Le hice caso. Comenzó a hablar en voz alta, usando muchas palabras que yo no comprendía, aunque me quedó claro que pedía que confiara en él, que había llegado enviado por Dios a sacarme el diablo del cuerpo, que él sabía todo lo que había pasado, pero que sería mejor que se lo contara detalladamente. Le puse cara de no entender nada y no le dije una sola palabra. Mientras se extendía en sus discursos y ponía blancos los ojos de mirar al cielo, Duke había entrado al cuarto y se había echado silenciosamente junto a la cama. Don Jonás continuaba, se puso detrás de mí y, mientras me hacía cariño en la cabeza y en el cuello, insistía en su labor de salvación, cuyo primer acto debía consistir en sacarme la ropa y quedar desnuda ahora mismo. Lo miré sorprendida, en tanto sus manos huesudas comenzaban a tantearme los pechos. Agregó, sonriendo perversamente, que debía hacer con él lo mismo que hacía con el perrito o, de lo contrario, se lo contaría a toda la gente
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de la iglesia. Necesitaba librarme urgentemente de la repulsión asfixiante que me provocaba la presencia de aquella bestia. Tenía que hacerlo.
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¡ Duke !. ¡ Cómetelo !.
No había casi terminado de llamar al perro, cuando éste tenía derribado a don Jonás y un concierto de gruñidos y súplicas de auxilio invadieron la habitación. Antes de detenerlo, dejé que lo mordiera un poco más en la cabeza y en los brazos, con los cuales se tapaba la cara.
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¡ Duke !. ¡ Ven !.
Don Jonás, con la camisa y el saco hechos unos harapos y las manos sangrando, se levantó con una agilidad increíble y salió corriendo junto con pasar a llevar a la vieja, que había llegado precisamente en ese instante, atraída por el escándalo de la lucha. Aunque me dio risa la escena, sentí que mi deber era ayudarla a ponerse en pie. No quiso que la tocara.
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Mujer satánica -, murmuró.
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Has cometido el sacrilegio de ofender a un
representante del Altísimo. Pero ni tú ni el Señor de los Infiernos triunfarán -, agregó, mirando a Duke.
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No diga huevadas, señora -, dije, perdiendo la paciencia y la calma. - Lo que usted no sabe es que su reverendo no es tan huevón como parece y comenzó a agarrarme las tetas.
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Satán, que está dentro de ti, pagará por tanta maldad y tanta mentira.
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¡ Basta !. ¡ Ahora usted me va a oír !.
Y vacié todo el odio que llevaba dentro. Le reproché su falta de afecto. La preferencia por mis hermanos. Su silencio cuando me violaron. Nunca me había defendido, todo por mantener al viejo ignorante de lo ocurrido y por conservar una aparente tranquilidad familiar.
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Quién era la pecadora ?. Quedó deshecha. Una vez más, resultaba yo
triunfadora y, nuevamente, un sentimiento de orgullo y de poder me invadió cuando se retiró llorando a encerrarse en su cuarto.
El progreso, creo que así le dicen, eso, el progreso parece que llegaba al pueblo. El camino de tierra, que hacía de calle principal, fue pavimentado. Ahora los vehículos fluían raudos, sin dejar la consabida nube polvorienta como recuerdo de su paso fugaz. Este cambio fue el fin de Duke. Una vecina acudió a avisarme que lo habían atropellado. Corrí hacia allá. El pobrecito estaba tendido de costado. Ya no veía, pero sintió mi olor y
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su cola se agitó una vez. Fue saludo y despedida a la vez. Un par de muchachones que trabajaban en la panadería cargaron el cadáver hasta nuestra casa y luego, lo arrastraron hasta el fondo de la huerta.. Mi madre nos miró pasar sin decir palabra. Después que se fueron, me quedé sentada al lado de Duke largo rato, horas quizás. Sin saber por qué lo hacía, me dirigí al ropero de la vieja, saqué uno de sus varios vestidos negros y me lo puse. Volví al fondo del patio. A escasos metros, se guardaban las herramientas de labor. Cogí una pala y empecé a cavar. El sol comenzaba a ponerse. No hacía mucho que había iniciado la fosa cuando, silenciosamente, apareció mi madre. Me erguí y me apoyé en la pala, dispuesta a cualquier cosa. Su rostro venía calmo ; sus ojos, un poco húmedos. Vestía también de negro, como siempre. Llegó a mi lado y me cogió una mano. Una viuda venía a acompañar a otra viuda. Tomó otra pala y se puso a mover tierra junto conmigo. La noche caía. Éramos dos sombras.
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