Transporte utilitario1 Ismael Berroeta www.tarotparatodos.com
Amigas, ¿a quién le corresponde hoy narrar sus aventuras?. ¿Cómo?, ¿vendrá una chica nueva?, ¿quién es?, ¿quién es?, cuenten, no sean egoístas. ¿La trajo la arquitecta?. ¿Y dónde la conociste?. ¿Si?, ¿por intermedio de unos familiares?. Entonces debe ser una tipa empingorotada. Ya, ya, no se rían. Siempre se ríen cuando opino, a pesar que siempre hablo en serio. ¿A qué hora llega?. ¿A las siete?. Entonces debería haber llegado. Convídame fósforos, por favor… ¿quieres un cigarrillo tú también?. ¿Oyeron?. Sonó la campanilla, debe ser ella… ¿o falta otra del grupo?. ¿Ninguna?. Con seguridad es ella. ¿Voy a abrirle la puerta?. No se molesten ustedes, yo iré… Por lo demás, aprovecho de calmar mi curiosidad. ¡Ya van, ya van!. ¡Qué manera de tocar!. ¿Creerá que somos sordas?, ¿o viejas?. Aquí vengo, aquí vengo, te abro la puerta muchacha. Buenas tardes, bienvenida al club. ¿Eres tú?. ¡Si no lo puedo creer!. ¡Abrázame, amiga mía!. ¡Tanto tiempo!. ¿Cómo estás?. Acompáñame, ven por aquí. Estamos reunidas en el living-comedor. La Rocío nos presta su casa para hacer las reuniones, la casa es grande, pero cada día falta más espacio porque el grupo crece sin parar. Por suerte se invita solamente a una parte de las socias. ¡Chicas!, les presento a Margarita. ¿Que si nos
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Continuación de La picadura del Alacrán
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conocíamos de antes?. Efectivamente. ¿Cierto Margarita?. ¡Y vaya que nos conocimos!. Bueno, les daré
una
pista.
Las
más antiguas se recordarán del
Grupo Alacrán... ¿Les dice algo?. ¿Cierto que sí?. Y tú, Margarita, no pongas esa cara, si justamente las que estamos aquí es para sacarnos de encima lo que nos aplasta espiritualmente. Mi fardo mental era mi experiencia con el grupo Alacrán. Simplemente, conté esas historias y aquí estoy, liberada. Ahora te correspondería a ti, ¿verdad?. No me estés negando que lo harás. Tú no sabes lo que ayuda esto, muchacha. Ustedes, cálmense, si no tengo intención de molestarla, si ella no quiere contar, que no cuente. ¡Oye!, ¿y si la ayudo?.
¿Acaso
no me ayudaron
ustedes un poco al principio porque me hacía la cartucha?. ¿Estás de acuerdo Margarita?. ¿Si?. ¡Bravo!. Chicas, ¿dónde está mi vaso?. ¡Salud!, ¡puaaajjj!. ¿Quién preparó este pisco-sour?. ¡Mujer tenía que ser!. Reconozcamos que los hombres tienen mejor mano que nosotras para prepararlo. Les dije que debíamos haber contratado un barman... y joven... ¡se habría muerto el pobre con nosotras!. Salud, nuevamente, para acabar con este veneno. ¿Qué decía yo? ... ¡Ah!, eso, que si alguien del grupo te va tirando la lengua al comienzo, vas agarrando confianza y terminas
por largar toda la historia. Con el tiempo, chica, te sobran ganas de
relatar el resto de tu vida. ¿Te acuerdas de aquellos tiempos, Margarita?. Y tú me tenías celos, o envidia, no sé, todo porque el huevón de Francisco me hizo su favorita, después que habías sido tú la preferida. ¿Qué será de él?. Hace un mes me confidenciaron que estaba perdido total, que andaba mugriento, durmiendo botado en la calle, pidiendo limosna como un mendigo. Dicen que hasta perdió la casa que había heredado de su familia, esa donde hacíamos las reuniones del grupo,
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la que quedaba en calle Lisboa. Y a ti te veo muy bien. ¿Te recuperaste, verdad?. Lo que es yo, ahora estoy bien. Me pusieron en tratamiento y dejé la droga. No fue fácil, el proceso de recuperación es doloroso, fatigante. Estoy segura que pasaste por lo mismo. ¿Te acuerdas de esa vez? ... parece que era otoño, debe haber sido a comienzos de abril... Y una cosa, apuesto que no recuerdas el día, yo sí. Era un martes.
Ese día calzabas botas de cuero negro con taco alto tipo aguja. Llevabas unos pantalones vaqueros muy ajustados y un pulóver delgado, de mangas largas, ambos de color negro. En tu hombro colgaba una cartera de cuero, también negra, muy linda, de tamaño mediano. Esa cartera te la había regalado tu ex marido.
La
cabellera, te la teñías rubia en ese entonces, colgaba suelta hasta la cintura, justo al nivel donde empezaba el pantalón. ¡Te veías estupenda, chica!. ¡Si ese montón de cabellos parecía un fogonazo de luz, al hacer contraste con tu figura vestida de negro!. El toque elegante lo ponían dos finas gargantillas de oro que brillaban agitándose levemente en tu cuello sobre el pulóver. Sabías que eras bonita y que atraías a los hombres y ellos no podían evitar mirarte. En esa ocasión habíamos ido a una de las reuniones de Alacrán. Tú estabas metida con ellos desde hacía dos años y yo era más nueva. Tengo que haber llevado un poco menos de un año. El grupo se había puesto de acuerdo dos días antes, para juntarse a las diez y media de la mañana de aquél martes de abril.
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Al poco rato de haberse reunido el lote nos servimos unos tragos y empezamos a fumar cigarrillos de hierba, de la que nos abastecía Cara de Pollo. Nunca me gustó ese tipo. Me acosté varias veces con él, solamente porque el Jefe Alacrán me lo pedía, quiero decir que me lo ordenaba. ¡Ah!, ¡ese Francisco!, un degenerado total. Mucho de lo que sé de sexo - práctica, chicas, nada de teoría - lo aprendí con él. Es el tipo con el que mejor me he entendido sexualmente. Sí, nos drogábamos juntos y estábamos toda la tarde dándole a lo mismo. Por favor, no se vayan a reír, pero teníamos que ponernos de acuerdo para acabar, porque con droga nos salía un coito kilométrico. En esa época, tanto tú como yo íbamos al grupo sólo por el gusto de pasarlo bien, de relajarnos bebiendo alcohol y de recibir nuestra porción de sexo, el cual era de una calidad extraordinaria comparado con las raciones mezquinas y volátiles que nos entregaban nuestros señores maridos. El mío, con sus aires de macho dominante con eyaculación precoz. Oír música suave, desnudarse en grupo, ver a las parejas tocándose y sentir que otro u otra se mezclaba entre tu cuerpo y el de tu compañero cuando éste te estaba acariciando, me proporcionaba una excitación devastadora y una atracción por el colectivo Alacrán a las cuales no pensaba renunciar por nada del mundo. Esa vez tú hiciste pareja con Cara de Pollo. Nos habíamos desnudado totalmente en la sala de estar, junto con los otros, hasta que ni tú ni Cara de Pollo pudieron resistir la necesidad de acoplarse sexualmente. Juntos, partieron a encerrarse en uno de los dormitorios. Tiempo después me contaste que fue frustrante. Te habías excitado en demasía, él se fue de inmediato y no te dio ocasión de alcanzar orgasmo, dejándote completamente en suspenso. No había pasado nada en ti. Consideraste
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que todo había salido mal. En suma, habías tenido que desvestirte y volver a ponerte la ropa por nada, para quedar con una sensación de vacío y de deseo insatisfecho y, lisa y llanamente, con una desbocada calentura animal. Cara de Pollo te preguntó si el jefe te había prometido dinero. Al contestarle que él habitualmente te lo daba después de cada jaleo te pasó de inmediato algunos billetes. Las muy estúpidas no nos dábamos cuenta que a esas alturas ya éramos prostitutas. Comenzamos yendo a remoler por el gusto de pasarlo bien y terminamos amarradas a la costumbre de que nos premiaran las hazañas sexuales como si fuera deporte rentado. Cara de Pollo parece que te notó algo raro en la cara porque se disculpó diciendo que tenía obligaciones y necesitaba salir de inmediato para el banco. Otra de las parejas había corrido una experiencia similar, por lo que fueron cuatro los que abandonaron a destiempo la casa de Alacrán en distintas direcciones. Oye, Kika, pásame los canapés, por favor. Eso, gracias. ¿Te sirves, Margarita?. Oigan, no se olviden que a mí también me gustan los helados. ¿Quién dice que estoy muy gorda?. ¿Y tú no te has visto al espejo, querida?. Este cuerpo todavía, a los cuarenta, lo tengo bien armado. Y sepan las huevonas que a los treinta tenía a una hilera de babosos detrás de mí y era capaz de tumbarme a seis boludos uno después de otro, sin parar. No, no me da vergüenza. Más vergüenza debería darles a ustedes por interrumpir el relato de la aventura de Margarita.
Días más tarde, cuando volvimos a juntarnos en el volteadero de los chicos Alacrán, me contaste que después de salir a la calle, una vez sola, buscando regresar a tu casa, la cosa se puso peor, pues las drogas comenzaban a hacerte efecto.
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Empezaste a perder fuerzas, a sentir fatiga o mareo, mejor dicho una sensación como si el piso a tus pies se fuera poniendo disparejo. Era una sensación muy extraña, por decir lo menos. Es difícil explicarlo a las que no se han volado antes. Estabas alarmada. Los cigarrillos de hierba nunca te habían producido eso. ¡Seguramente los muy maricones habían colocado algunas pastillas a los vasos de bebida que nos servíamos!.
No es por jactarme de haberlo experimentado todo pero puedo asegurarles que normalmente, la hierba, sola o mezclada con otra droga, provoca depresión, tristeza, incluso ganas de llorar.
El resto de las drogas, administradas como
tabletas, excitan, estimulan, inducen alegría chispeante, pero el efecto final es similar, una llega a un estado depresivo. En general, a mí nunca me provocaron vértigo. Cuando me había drogado y pasaba a las relaciones sexuales, quedaba en posición horizontal y la verdad es que no era posible darme cuenta si tenía mareos. Lo notable de este tipo de experiencia es que es muy difícil alcanzar orgasmo y el coito puede durar horas sin acabar, como les decía antes. Al menos es lo que a mí me pasaba con mi pareja ideal. En la práctica, ambos teníamos que ponernos de acuerdo para irnos en éxtasis. Margarita puede corroborarles todo lo que yo les confieso. Esas aventuras las pasamos juntas. ¿Que si nosotras éramos pareja?. ¡No, no!. Yo nunca tuve la experiencia, aunque creo que no me habría sido desagradable. Si hubiera seguido en esa onda, todo habría sido cuestión de tiempo. Seguramente faltaba poco para que Alacrán nos hubiera pedido que nos pusiéramos entre mujeres y así tener él una distracción nueva. Bueno, otra parte agradable
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asunto de la droga y, además, la más excitante, es que una puede cerrar los ojos e irse a lugares imaginarios. Recuerdo una vez que estaba volada junto con el Jefe Alacrán y divagaba un viaje por una selva - hermosa y tenebrosa a la vez - cuando de pronto me veo enfrentada a un león. El animal me persigue, me acosa, se lanza sobre mí y, en vez de matarme o morderme, me posee sexualmente. El melenudo lanza un rugido espantoso y vuelvo en mí aterrorizada, pero estoy debajo de Francisco, quien emitía roncos gruñidos no sé si de placer o simplemente porque su fantasía volaba acoplada simultáneamente con la mía.
Ahora, niñas, la cosa es que Margarita había abandonado la casa al comienzo con una sensación de relativa normalidad, dirigiéndose hacia la Avenida Próceres de la Patria y ocurre que después de haber andado unas dos cuadras, más o menos, empezó a sentirse muy mal con los mareos. Llegó a un paradero para esperar el microbús e ir hacia la parte alta de la ciudad, donde vivíamos, porque éramos vecinas. En eso estaba ella cuando, probablemente debido a la luz roja del semáforo, se detuvo un furgón de una empresa privada, con un logotipo que decía no sé qué, porque Margarita nunca reparó bien en el detalle, un carro de esos pequeños de líneas cuadradas, de color marfil, común y corriente, con los raspones en la pintura y las abolladuras que acostumbran a dejarles los macacos que los conducen. En el paradero habría no más de otras dos o tres personas, Margarita no se recordaba exactamente. Era cerca del mediodía, aproximadamente las doce y media.
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Adentro del furgón había dos tipos, el chofer y un acompañante. Empezaron a decirle cosas a esta galla, ¿qué sé yo?, que Margarita era tan linda, qué por qué no los acompañaba, que se ofrecían para ir a dejarla a la casa. Me contaste pues, amiga, que te retiraste de la parada de autobús y comenzaste a caminar rumbo hacia la cordillera de los Andes, al oriente. Intuitivamente, decidiste evitarlos. Tenías miedo. Sin embargo, no era temor a una agresión de parte de los tipejos. Era recelo a ser usada una vez más. Tenías unas ganas tremendas de hacer el amor pero te daba angustia la idea de entregarte, que tu pareja eyaculara y tú quedaras igual que antes. ¿A cuántas de ustedes no les ha pasado eso y cuántas veces en sus vidas?. La mayoría de estos bobos cree que la mujer es una especie de tarro para guardar semen. Bueno, ponme un poco de agua mineral aquí, en este vaso. Gracias. El furgón seguía el mismo camino unos pocos metros más atrás de tí. Llegaste a la siguiente parada de autobús y siempre los del furgón repitiendo sus piropos e invitaciones. Como estabas caliente y atontada por las drogas, no podías enojarte, sonreías tontamente - ¡Dios!, ¡qué cara tendría la huevona! - , agachabas la cabeza y volvías a caminar en dirección a la parada siguiente, a ver si se aburrían y se iban. Para disimular y evitar que algún transeúnte o una mujer mayor se diera cuenta y los increpara, hacían como que eran tus amigos o algo así, usando un estilo que daba a entender que se trataba de un pequeño disgusto entre personas conocidas, diciendo frases
como “está bueno que se te pase el enojo”, “vuelve a subir y
continuemos viaje a donde íbamos” y falsedades por el estilo.
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Cambiaste de dirección y entraste, siempre caminando, por la calle Héroes Navales, hacia el sur. Todavía eras capaz de orientarte algo y te dabas cuenta que por allí pasaba locomoción colectiva hacia tu casa. Los muy pesados no se rindieron y continuaron al lado, un poco más atrás. Tanto insistieron que optaste por aceptar su invitación y montar en el vehículo. Al subir, sabías que iba a pasar algo. ¿Y ustedes no intuyen que tendría que pasar algo?. Ese algo era que te ibas a acostar con alguno.
El furgón se detuvo, se abrió la puerta, el acompañante se bajó, subiste, te instalaste al lado del chofer, el otro volvió a subirse, se sentó a tu derecha y partieron. Los individuos no fueron groseros. Al contrario, señoritas, se portaron muy amables. Hasta cariñosos, se podría decir. Te pidieron que conversaran, que podían ser amigos, que les daba cosa verte con la cara triste. A lo mejor, necesitabas cariño… El acompañante empezó a acariciarte en la cabeza, en el cabello, te tomó una mano, te dio algún beso en la mejilla. Cuando estaba totalmente envalentonado, te rodeó la cintura con un brazo. Los dos comenzaron a pasarte las manos por los muslos. La cosa era clara. Y tú, la muy estúpida, me decías tú misma cuando me lo relatabas en casa de Alacrán, pensabas que te llevarían a un hotel. Nunca se les pasó por la mente. Tampoco los atorrantes podrían haber juntado el dinero suficiente entre los dos. Ibas sentada en medio de ellos, como ustedes se imaginan, así que te invitaron a pasar al asiento trasero. Los tipos andaban trabajando, parece que eran de una empresa distribuidora de pañales para bebés o algo así. El acompañante sacó los paquetes que estaban en ese
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asiento y los lanzó hacia la plataforma de carga. Todo se veía bastante sucio, con polvo, residuos de todo tipo. Había en el piso una batería eléctrica, papeles engrasados y todo eso.
Sacaste una pierna de tu pantalón, hiciste lo mismo con el calzón y te tendiste en el asiento a lo largo. La pierna derecha la levantaste hasta dejarla instalada en el borde del respaldo del asiento trasero, colgando desde la rodilla hasta el pie por la parte posterior del respaldo. La izquierda, la deslizaste por entre los respaldos de los dos asientos delanteros, haciendo descansar de lado el extremo inferior de la misma en el cojín horizontal del asiento del acompañante. O sea, la huevona se presentaba abierta de par en par, ofreciendo lo más valioso que tenemos las mujeres en forma fácil y gratuita. La vulva de esta tipa - yo se la conozco - tiene que haber lucido como una tierna y húmeda rosa roja floreciendo en el centro de sus muslos blancos, envueltos en esa piel suave y perfumada, desafiando con descaro al rústico repartidor a tomarla, violentarla y deshojarla, sin más dilaciones, sin más escrúpulos. El tipo se excitó abruptamente. Descartando todo preámbulo amoroso, se arrodilló en el estrecho espacio que dejaban las corridas de asientos, sacó al aire su instrumento, se abalanzó encima de ti entre tus piernas, lo introdujo y se fue de inmediato. A esta huevona caliente, volada como estaba, la invadió una tremenda ira, puesto que se cumplía lo que había vaticinado su intuición, que una vez más un macho sólo iba a vaciar su semen en su interior y ella no sacaría ningún provecho. A todo esto, niñas, el chofer no
dejaba de conducir, había
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mantenido la marcha y Margarita pudo percibir que se había colado en una rotonda, dando vuelta tras vuelta en la vía circular, con el objeto de hacer tiempo.
Con rabia, te erguiste en el asiento e ibas a comenzar a ponerte la ropa cuando el conductor detuvo el vehículo un instante, intercambiando papeles rápidamente con su amigo, el cual se hizo del volante y continuó dando giros por la rotonda. Te recordabas que protestaste. Nunca habías pensado que iba a ser con los dos. Tu estupidez, reconocías tú misma, fue mayúscula porque tampoco se te había ocurrido que podían pasarse el volante uno a otro con tanta agilidad. Les gritaste que no eras una cualquiera, que si acaso te habían confundido con una puta, ¿qué era lo que se imaginaban?. Oigan, chicas, no se rían, una podrá ser algo aputada, pero de allí a que la traten como a una ramera hay alguna distancia …
Tu nueva pareja te pidió que te calmaras, que no fueras egoísta, que todo era por tu bien. Trataste de mantenerte firme. Hasta les lanzaste algunas palabras groseras. No se enojó ni él ni el nuevo chofer. Demostraron tener paciencia. Seguían dando vueltas en la rotonda y hablándote con suavidad, pero dando a entender que no sacabas nada con ponerte a gritar o intentar bajarte. La situación la veías negra. ¡ Ey !, a mí también me gusta el tequila, así que pongan un poco en mi vaso. Bien, sigamos, la poca dignidad que te restaba logró que resistieras unos tres cuartos de hora en esa situación, siempre dando vueltas en la rotonda, mareada y sin saber dónde te encontrabas. Algo en tu interior te dijo que lo más práctico era darle lo que buscaba para terminar con el asunto lo antes posible. No en vano,
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mientras conducía, había sido testigo de los afanes de su amigo y su deseo era más contenido, más premeditado y por ello, más intenso. Con un mareo fatal volviste a tenderte en el asiento trasero y pusiste el premio a su disposición. La espléndida rosa roja, con un grito mudo, volvía a pedir que la cogieran. El tipo hizo lo suyo y, oigan esto, - miren como se sonríe la huevona - Margarita me confesó que el chascón no hizo las cosas tan mal. Se dio su trabajo y embistió con su verga un rato no despreciable. Y te pudiste salir con la tuya. ¿Saben?. Lo que viene merece que brindemos. ¡Salud por Margarita!. Cuando su pene quedó fláccido después de eyacular y comenzó a retirarlo, a esta tipa le vino el orgasmo, el cual gozó con tanta fuerza que, incluso, se asustó. Pero la muy astuta les hizo creer que no le había pasado nada. Se quedó muy quieta, con las manos apretadas en el regazo, sin decir palabra ni soltar quejido. Luego, empezó a vestir su ropa a pesar del vértigo que todavía la dominaba. Si les daba a entender que había acabado, podrían excitarse más y volver a repetir la dosis. Por tu parte, era suficiente. Al acabar con el segundo te habías sacado buena parte de la angustia de mujer caliente.
Tirada en el asiento trasero, esperaste que tanto ellos como tú se calmaran un poco. Hasta parecía que aterrizabas de vez en cuando. Empezaste poco a poco a darte cuenta de la realidad con más detalle. Por ejemplo, que los hombres eran jóvenes. Deben haber tenido, el mayor, unos veinticinco y el otro, unos veintidós. Ambos eran morenos. El mayor, de pelo crespo, abundante. El otro, de pelo lacio, también negro, más corto. Lo único que tenían era juventud, iniciativa y unos picos siempre a la orden. En medio de tu malestar hasta les tenías un poco de
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agradecimiento. Nunca fueron groseros, al contrario, jamás perdieron la compostura. Dijiste que hasta mostraron rasgos de ternura.
Hasta ese momento se habían portado muy bien. Sin embargo, era la tremenda mentira que te dejarían cerca de tu casa. Te iban a hacer bajar en cualquier parte. ¿Saben?. Ni tuvo que huir ni se podría decir que se deshicieron de ella. Simplemente se libraron mutuamente unos de otros. Antes de abandonar el furgón les diste a entender que necesitabas limpiarte el semen que te habían dejado como recuerdo. Los muy ordinarios te pasaron uno de esos paños amarillos que se usan en los autos para limpiar el polvo. Me contabas, después, recordando casi con horror que estaba tieso de suciedad y de grasa. “¿Pero cómo me pasan esto?, ¡no sean puercos!” -, les gritó. “No tenemos nada más, dulzura” -, le respondió el chofer dando por terminada la discusión. Sin embargo, a pesar de tus protestas, lo usaste. Algún remordimiento tendrían, puesto que te dieron un pedacito de papel higiénico o de toalla de papel absorbente, usado naturalmente, que no pudiste saber de dónde lo sacaron. Te lo pusiste entre las piernas, adosado al calzón. Sí, sí, estoy de acuerdo con ustedes que los imbéciles fueron muy desgraciados pero, el empresario tiene que haber estado orgulloso de ellos porque ni siquiera se atrevieron a pasarle uno de los pañales que por centenares iban embalados en la plataforma de carga. ¡ Ja , ja , ja !, ¡soy tan estúpida que me río de mis propios chistes!. Entonces, muy decididos, te hicieron bajar en la misma rotonda, diciendo que no podían ir a dejarte a la casa. La explicación era que por culpa tuya se habían atrasado y tenían que cumplir con su empresa y continuar con su trabajo de
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reparto. Adiós y muchas gracias. Pero hay que resaltar que Margarita estaba completamente desorientada. No sabía que día, qué hora, qué ciudad, qué barrio, ni qué calle era dónde se encontraba. Pusiste los pies en la acera y sentiste que la tierra te daba vueltas. No sólo estabas extraviada y borracha, te sentías podrida, también. Cerca, había un paradero, con bastante gente. Le preguntaste a una señora, la cual se portó amable y te orientó indicándote las calles y diciendo que autobús debías tomar. Le agradeciste a la buena vieja, pero nada le entendiste. Tu desorientación era completa. Pensabas, volada como estabas,
que intentaba
engañarte y que lo correcto debía ser encaminarte justamente en la dirección contraria. Temblorosa, interrogaste a varias otras personas, las cuales te daban las señas apropiadas pero tú te quedabas con la misma sensación, de angustia y temor a ser embaucada. Para peor, aún tenías trazas de respeto por ti misma y de vergüenza, sintiéndote sucia y mal oliente. ¡Pensabas que las personas sentían el olor a semen y fluido vaginal!. A estas alturas la gente te miraba un poco desconcertada. Lo más probable es que habían comenzado a darse cuenta que estabas volada o quizás pensaban que estaba ebria.
Así que … gracias, justamente deseaba servirme una taza de café. Así que, finalmente, te atreviste a subir a un autobús, que por buena suerte era el correcto y te llevó rumbo a la casa.
Nunca supiste por qué milagro en el trayecto te
recuperaste rápido, aunque al llegar al barrio descendiste muy, pero muy asustada. Era el bajón de ánimo que te produce la droga después que se pasa la euforia inicial. En casa - eran ya como las seis de la tarde - nadie dijo nada. El boludo de
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tu marido no pareció captar ninguna cosa salvo expresar groseramente su molestia por haber estado desaparecida casi todo el día. Hiciste como que no lo oías. Aprovechaste
de bañarte y cambiar de ropa para después empezar a hacerte
cargo de algunos menesteres caseros. El baño estuvo rico. ¿Les sucede a ustedes lo mismo?. A Margarita y a mí nos pasaba que se transformaba en una especie de ritual con pretensiones terapéuticas, una ceremonia inútil para borrar las señales marcadas en nuestras almas y sólo buena para limpiar nuestros cuerpos y recuperar energías, algo así como un intento desesperado de borrar con el agua y el jabón el pasado reciente con huellas de pecado. Está bien, ¡ salud !, parece que estamos algo borrachas, porque logré tan fácilmente un salud con mi filosofía barata. Entonces, ¿en qué estaba?. ¡ Ah !, sí. Después de pasado el enojo del marido de Margarita y habiendo ella servido la cena, partieron a acostarse al dormitorio. En la cama, él se abalanzó como un perro hambriento. Le gustaba hacerlo así, tratarla con violencia, golpearla un poco, metérselo sin contemplaciones hasta el fondo de la vagina, sentirla “humedita”, decía el muy huevón, sin saber que la humedad no era excitación, sino los restos de semen de los otros. No tenías dificultad para librarte de él, ¿ cierto ?. Esta sabe muy apurar a un hombre. Se lo apretaba contrayendo la vagina y luego, la relajaba. La mayoría de las veces no era necesario más de un apretón para que eyaculara. Satisfecho, se daba vuelta de costado para su lado, contento de haber cumplido. En cambio, tú,
tú no podías dormir de inmediato.
Sentías remordimientos por la vida alegre que llevabas. Emergía la culpa de engañar al marido, de revolcarte con varios huevones en el día, de fumar marihuana, de recibir dinero por acostarte... Te acometía el asco de ti misma, asco
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por los patanes que te habían usado ese día, asco de vivir... ¿Estoy diciendo la verdad? ...
¡Y pensar que todo eso pasaba desapercibido en tu familia!. Les costó
mucho darse cuenta. Ni siquiera cuando llegabas con olor a trago... Como en la casa siempre se bebía alcohol... todo parecía normal. A propósito de alcohol... ¡salud!, ¡salud por Margarita y su sabrosa historia!. ¿Cómo?. ¿Qué ocurrió con los tipos después?. Nada, nunca volvió a verlos. Estaba tan volada que con seguridad no los habría reconocido aunque los hubiera visto al día siguiente.
Bueno chicas, hora de irse. ¿Hablé mucho hoy?, ¿sí?. ¿No dejé hablar a nadie?. ¿Qué cosa?. ¿Se me pasó la mano con el trago?. Mmmm..., sí, Rocío, estoy un poco mareada. Mejor que no conduzca... ¿cierto?. Voy a dejar mi auto aquí en tu casa. Pero alguna tendrá que llevarme... ¡ Ah !, gracias Margarita, eres lo máximo, me voy contigo. ¿Vas al toillette?. Te espero, yo estoy lista, hasta tengo mi cartera en la mano... ¡Qué gran cosa que hayas invitado a Margarita!. Ha sido una sorpresa inolvidable... y el grupo tendrá cada historia para escuchar... esta comadre tiene aventuras de grueso calibre... y a ella también le hará bien, ¿acaso no venimos a librarnos de nuestros fantasmas?. Oigan, aquí está de vuelta. ¡Vamos Margarita!. ¡Adiós nenas!. ¡Hasta la próxima semana!.
¿Este es tu auto?. ¿Lo compraste usado?. Que rico que te haya salido bueno... Los sinvergüenzas siempre quieren aprovecharse por el hecho de ser mujer y pretenden meterte un cacho. Hace poco me libré de una... por suerte el mecánico me sopló que la caja de cambios estaba con problemas, de lo contrario me habrían
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estafado. ¿Estás viviendo sola?. ¿Con tu hijo?. Que bueno que estés aparte de tus padres... A esta edad, una tiene que hacer su vida independiente, de todas maneras, de todas maneras... ¿Dónde queda el departamento? ... Sí, buen barrio... No digas que estás cerca de tu trabajo. ¡Estupendo!. Y al chico le queda el colegio cerca... ¡qué rico! ... Vaya, anda fuera de la ciudad con su grupo scout... Le hace bien, ¿no es cierto? ... Eso sí, te quedas sola... ¿Sola de verdad?. Oye, yo también estoy sola, tampoco tengo pareja. No sé si te contaron que mi marido me dejó. Sí, fue después que él mismo me puso en tratamiento antidroga. Es un tipo demasiado sano y ordenado... Vio que me recuperaba con la terapia pero no tuvo valor para seguir conmigo. Pensaba que reincidiría y además volvería a ponerle los cuernos. Yo no se los ponía de maldad, lo que pasa, tú sabes, es que una se pone fácil cuando está volada... ¿Qué vayamos a tu departamento?. Buena idea, así seguiremos conversando... ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no nos veíamos? ... ¡Siete años! ... y volvemos a juntarnos en una reunión. Parece que no perdemos el gusto por las reuniones. Antes lo hacíamos para poner el trasero y ahora es para contar cómo lo poníamos. ¿Te da risa?, a mí también. ¡ Ah !, llegamos. Lindo el condominio.
Este es el tercer piso. Excelente, alejado de los ruidos y a prueba de ladrones. ¡Qué lindo!, está todo alfombrado. Discúlpame, pero voy a sacarme los zapatos. Tú recuerdas que nos encantaba caminar descalzas por las alfombras. Es más libre, más... sensual. Gracias, necesitaba otro trago. Pasamos juntas tantos y tan excitantes momentos... Me acuerdo que tú ya estabas separada en esa época. Te sentías sola y deprimida cuando entraste al grupo Alacrán... ¿Quién te puso en
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tratamiento?. ¿Tus hermanos?. Todavía se preocupaban por ti..., se portaron bien. Pero, ¿cómo saliste adelante?. Ah... no te permitían ver al niño si no la dejabas... ¡desgraciados! . Aunque no es malo luchar por algo, por alguien. Salud, amiga... por nosotras... las veteranas sobrevivientes de la guerra. ¿No estamos envejecidas antes de tiempo, arrugadas, las carnes sueltas...?. Cicatrices por dentro y por fuera. Aunque no todo son marcas y heridas... tenemos nuestras condecoraciones de combate... No pongas esa cara... ¿acaso no te acuerdas?. Mira, espera a que me saque la blusa... ¿que te parece?. Aquí, en el costado, ¿lo ves?, todavía tengo el tatuaje que nos mandaba a estampar Francisco cuando pasábamos la prueba para ingresar al grupo Alacrán. El dibujo del bichito, ése, del pequeño escorpión... Mira, aquí lo tengo, dame tu mano, tócalo... ¿Y el tuyo? ... ¿Dónde? ... ¿A ver? ... Lo tienes en la parte de arriba del glúteo derecho. Se te ve precioso... Qué suave tienes la piel..., idéntica como en esos años. Me da nervios sentirte tan cerca, tan familiar, tan tibia, y el aroma de tu perfume que me da la sensación de estar en el grupo con ellos, transportada hacia el pasado... Hace tiempo que no acaricio ni me acarician... y lo necesito con desesperación... ¿Te sientes igual?. ¿Te sientes sola?. Yo también... y con una tremenda falta de amor. ¿Quieres besarme?. Hazlo, por favor. Bésame, mi vida. Hagámoslo juntas. No tenemos nada que pedirles a esa mierda de hombres. ¿Quieres que te bese los pechos? ... ... ... ¿Te gusta?. Goza, cariño... ... goza. ¿Y ahí?, ¿te gusta que acaricie tu cosita? ... ... goza, goza... ¡qué delicioso el olor de tu líquido que me impregna los dedos! ... ... ¿te vas a ir?, ándate, ándate libremente, después tú me harás lo mismo, ¿verdad? ... ... ... ¡Qué experiencia fantástica! ... ¿se lo contaremos a las chicas del grupo?.
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