Sueño que me estrangula una gran raíz. Se ha cruzado en infinitos sentidos y tan vastamente en el espacio que ya es imposible distinguir la neblina que antes cubría la superficie de la Tierra. Ya no ocupa espacio y es vasta e infinita. En esa enredadera de muerte está la existencia misma, porque ya no hay otra cosa que esa red de redes. En el centro mismo está la matriz. En realidad no son raíces, son pelos. Son los pelos de todos los seres que han vivido en la tierra. Siento ganas de vomitar y vomito, vomito todo, todo lo que tengo dentro y lo que soy. Vomito carne, vomito agua, vomito sangre y vomito lágrimas. Vomito pensamientos y anestesia, vomito mi lengua y tus palabras, vomito mi psiquis y mis habitus, mi cuerpo mismo es vomitado y no queda más que una ínfima esfera de luz que soy yo, y que no lo soy. Ese cuerpo que ya no soy pide misericordia y perdón a aquello que lo ha matado. Pero ya es imposible. Irreversible. El erotismo de la carne trémula y macabra es algo terrorífico. Los gritos de los millones de seres agonizantes cubren la faz de la tierra y la sangre vertida ha transformado la superficie en un mar, que, mezclado con las lágrimas de los suplicantes, arden a los cuerpos aún agonizantes. La sal quema pero más queman los años, el paso del tiempo, que ya no son años, en esas aguas malditas. Los gritos se confunden con el viento y las redes de pelos de seres que han muerto hace ya una infinita sucesión de eclipses de luna comienzan a pudrirse. Los mares drenan y en la inmensidad de la Tierra vacía, en esa faz de la Tierra que ha sido gestora de muerte, ya no queda más que silencio y la agonía incluso también ha desaparecido. La Tierra se ha limpiado y la niebla cubre, como lo hecho hasta ahora, los valles y montañas. Estos están secos pero se espera una nueva vida. Despierto. Y pienso. En cuan cercana está la explosión de la vida y la asunción de la Muerte a .la Tierra. Cuan certero es el fin de nuestros días.