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QUERIDA ANA -
Aqaba, 23 de abril de 2003 Querida Ana, Ahora comprendo el miedo que pasaste cuando los soldados entraron en el sótano para apresaros a ti y a tu familia. Anoche, estaba cenando con la mía y oímos el ruido de unos tanques acercándose a nuestro hogar. También eran soldados. Mi hermana Hayat pegó un grito y se puso a llorar. El abuelo Mohamed nos mandó callar e hizo que las mujeres nos escondiéramos en una habitación; en la sala sólo quedaron él, mi padre y mis tíos. De pronto, los soldados derribaron la puerta y entraron dando gritos. Dispararon al aire e hicieron tumbarse en el suelo a todo el mundo. Mientras la abuela lloraba, subieron a por nosotras. Nos hicieron bajar en fila junto a los demás y después nos sacaron fuera de casa. Arremetieron contra ella: Nos la han destrozado entera, incluso han roto el depósito de agua. No les importaba hacernos daño, es más, parecían disfrutar. Pero nosotros tuvimos suerte, aun estamos con vida. Aquí, en Aqaba, nadie está a salvo por completo. El tío Akram, desesperado, se niega a marcharse, aunque él y su esposa están esperando un bebé, así que, probablemente, vayan con los padres de ella o busquen un apartamento económico. El abuelo, que al igual que otros campesinos, hace años vivía en una cueva, ha propuesto que nos marchemos a alguna, al menos hasta que reconstruyamos la casa. La abuela está enfadada porque preferiría que nos fuéramos de Aqaba. Yo la entiendo: Le aterroriza que vuelvan los militares y nos hagan daño. Papá intentaba consolarla, todos sabemos que podría ser peor. Además, si nos vamos, tendría que cambiar de escuela, o quizá, -esto sería horribleabandonar los estudios. A mí me gusta estudiar. Veo a mis abuelos, el esfuerzo que les ha llevado, los años de trabajo para pasar de vivir en una cueva a construir un hogar para sus doce hijos. Su ejemplo siempre me ha animado para labrarme un porvenir. Sin embargo, después de lo que pasó anoche, ya no sé qué puedo esperar del futuro, si merece la pena prepararse para conseguir un buen trabajo, una casa que el día menos pensado alguien vendrá a destruir. Nuestra incertidumbre es total. La culpa de todo la tiene este horror, este “conflicto” como lo llaman los políticos y periodistas extranjeros. ¿Por qué no nos dejan vivir en paz? ¿Qué le hemos hecho a nadie para que nos persigan y nos despojen de nuestros bienes, para que nos instiguen a huir? Yo sé que, por mi edad –ayer cumplí doce años-, los adultos no me toman en serio. Pero creo que hasta una niña como yo es capaz de ver que todo este odio no lleva a ninguna parte, que toda esta ferocidad, venga del bando que venga, es inútil, improductiva. Sé que tú sí me entiendes, Ana. Tú has vivido lo mismo que yo estoy viviendo ahora. ¿Cuántas niñas vamos a tener que pasar por estas cosas para que nuestros mayores recapaciten y cambien esto? Mi madre dice que dentro de poco seré una mujer: ¿Qué se supone que habré de inculcarle a mis hijos? Por eso escribo este diario, igual que hacías tú, amiga. No quiero olvidar lo que vaya aprendiendo. Me gustaría que, si alguien a parte de ti lee esto, sirva para mejorar nuestra situación y la de todos los que sufren como nosotros. Algunos se reirán, o lo verán una
Utopía, una tontería de adolescente. No me importa. Ya sabes lo que dicen de quien ríe el último. Claro que, a día de hoy, en mi “casa” no estamos para muchas risas. Tampoco puedo comparar mi situación a la tuya, sólo en lo esencial. Lo único que ocurre es que estoy preocupada, me invade un inmenso miedo ¿Acaso tú esperabas verte encerrada en un sótano antes de la primera redada? ¿Esperabas morir de tifus en un campo de concentración? Ambas sabemos que no. Aprecio tu entereza, tu valor, tu capacidad de reflexión, bastante superior a la de todos esos hombres con uniforme. Qué pena dan dejándose llevar por las pulsiones más primarias. Qué vergüenza. Me pregunto qué les lleva a comportarse como animales. ¿Será el orgullo de sentirse héroes? Un anciano que dedica toda su vida a los demás es un héroe, pero, ¿Un muchacho como los que vinieron anoche? ¿Qué héroe saca a los niños de su casa a punta de pistola? Me resulta incomprensible, la verdad. ¿Qué pensarían sus madres si los viesen “trabajando”? Esta mañana, mientras íbamos a comprar agua y algunos alimentos, le pregunté a Hayat qué opinaba ella al respecto. Su respuesta ha sido inquietante: “Dudo que esto sea lo más siniestro que han hecho. Con sus madres y novias serán adorables, ese tipo de hombres que te tienen la puerta para que pases. El ser humano es así, Marjane.” Lo peor de todo es que no puedo evitar creerla, aunque interiormente me repita que se trata de una muchacha sencilla, casera, ¿De verdad es así el ser humano? Yo sólo espero que podamos vivir tranquilos de una vez, que mi tía vuelva a dormir por las noches y encuentre pronto un hogar para su hija, pues el que tenía hasta ahora se lo han robado. Espero poder seguir estudiando y ayudar a mi familia, que lo ha dado todo por mí, y aun así, no es suficiente. Espero que el día de mañana, si tengo marido e hijos, no vengan de noche a por nosotros y les hagan perder su inocencia enfrentándolos a la barbarie. Espero que ningún niño tenga que verse nunca más apuntando o sujetando un arma, que podamos crecer felices entre tanta crueldad sin sentido. Sé que tú compartes mis deseos, Ana. Tú nombre es estandarte de la paz. Aunque parece que ya nadie lo recuerda. Te escribiré pronto, espero. Tuya, Marjane.