Seguno Informe De Lectura .....cultura Y Educación Mercantil

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CULTURA Y EDUCACIÓN MERCANTIL La novedad indoárabe La multiplicación, por dar un ejemplo, efectuada con la numeración literal romana consistía, de hecho, en una serie de sucesivas duplicaciones hasta llegar al multiplicador deseado, mientras que la división se limitaba a dar la mitad de un dividendo, de modo que se podía llegar, sin ninguna prisa a un cuarto, un octavo, y así sucesivamente, pero era asaz problemático obtener un quinto y otros cocientes de divisores impares, por no hablar de los decimales, en ese entonces aún inconcebibles. En otras palabras, la numeración romana era sólo una abreviación de las siglas de las cantidades escritas con todas sus letras (por ejemplo, x = decem), pero totalmente impracticable para realizar directamente cualquier cálculo sin recurrir a instrumentos particulares, como el viejo ábaco, que materializaban las operaciones necesarias gracias al empleo de objetos que se movían sobre distintos compartimentos de un tablero especial (que se conocía precisamente como “ábaco”) Así lo hizo Boecio quien, desde su quietud de “Cielo de oro”, en Pavía, se dedicó también a los números y al cálculo, pero sin consecuencias prácticas.

Es necesario recordar que Gerberto de Aurillac, tal vez el más grande pensador de la primera escolástica, ya desde finales del siglo X había intuido que la numeración romana resultaba inútil lastre y debía sustituirse con la numeración hindú, introducida en occidente por los árabes. El convento español en el que por mucho tiempo produjo Gerberto, expresaba, de hecho, un tipo de cultura no insensible al influjo árabe. Gerberto se limitó a usar las cifras indoárabes del 1 al 9 y les atribuyó un valor decimal con base en su posición, así que, por ejemplo, las dos cifras precedentemente indicadas podían combinarse para representar diecinueve, o bien noventa y un unidades. De este modo, el cálculo con el antiguo ábaco todavía no podía ser eliminado, pero se había simplificado de manera significativa y el mismo instrumento se reducía mucho en dimensión. Sabemos que Gerberto, además de ser un insigne estudioso, era también un notable hombre de gobierno (no por casualidad llegará a ser papa) y es muy probable que los monasterios que él dirigía y las más amplias comunidades de fieles se hayan beneficiado en su vida activa con sus innovaciones en el cálculo. de Bonaccorso y especifica cuán increíblemente y cómo sobrevivió aquel señor: “Vivió CXX años, pero en los últimos XX años perdió la luz de la razón, antes de morir por vejez”.

En fin, en la escritura literaria convencional el número árabe no se admitió salvo para indicar los años: Dino Compagni, contemporáneo de Dante, en su Crónica indica, por ejemplo, con la numeración romana las distancias en millas entre Florencia y las ciudades más cercanas y la fecha MCCLXXX, pero escribe 1289 y 1292 y otras fechas anuales A finales del siglo XV el uso del ábaco romano, más o menos modernizado nuevamente, y del cálculo con los dedos aún era familiar en los talleres de las artes, a tal grado que se usaba en los manuales —a los que me referiré muy pronto— destinados a los “incógnitos y novatos”, Esto prueba que a finales del siglo XV el uso del ábaco romano, más o menos modernizado nuevamente, y del cálculo con los dedos aún era familiar en los talleres de las artes, a tal grado que se usaba en los manuales —a los que me referiré muy pronto— destinados a los “incógnitos y novatos”, como ejemplo de formas de gestualidad concreta. Así, mientras los, artífices aún persisten operando con vestigios de viejos sistemas, él otro elemento integrante de las artes, los mercaderes, ya ha dado el salto desde hace casi dos siglos: de hecho, la numeración árabe se empleaba corrientemente en diversas cartas comerciales ya en los primeros años del siglo XIV, La novedad de la ‘mercantesca”

la algoritmia o aritmética de origen indoárabe no tuvo una acogida triunfal, sino por el contrario. “En realidad, se trata de una transición demasiado lenta que requirió largos siglos. La lucha entre ‘abaquistas’ que defendían la tradición romana y los ‘algorítmicos’ o nuevos abaquistas, que propugnaban por su reforma, duró desde el siglo XI hasta el siglo XV. algunos países las cifras arábigas fueron excluidas de los documentos oficiales; en otros, fueron totalmente prohibidas. A pesar de ello, como siempre sucede, la prohibición no llevó a la abolición, sino únicamente a difundir su uso secreto, del cual se han hallado amplios testimonios en los archivos italianos del siglo XIII: a partir de ellos resulta que los mercaderes italianos usaban las cifras arábigas como una especie de código secreto. De este modo, en la demora de esta lenta y contrastante consolidación, las cifras árabes tuvieron todo el tiempo para sufrir estilizaciones gráficas sucesivas, hasta alcanzar su forma definitiva impuesta por la reproducción de la imprenta después del siglo XV. En el siglo XVII todas las reglas que actualmente se enseñan en las escuelas elementales, a propósito de las operaciones con números enteros, con fracciones ordinarias y con decimales, estaban definidas y ya se difundían sin ninguna prohibición ni resistencia. Sin embargo, para ello fueron necesarios casi cinco siglos.

El sistema de numeración romano sobrevivirá hasta nuestros días, pero sólo en las lápidas, en aquellos documentos a los cuales se quisiera garantizar un signo de aulicidad, o bien como alternativa respecto a las cifras árabes, pero ya desde el siglo XIII se derogó radicalmente en la práctica de la técnica de contabilidad y técnico-- científica. la introducción de la cifra O, que permitía eliminar las columnas decimales del ábaco ya limitado en sus funciones, como se dijo, hacía posible efectuar, sin más, cálculos con cifras escritas, en lugar de hacerlo con objetos que representaban cantidades. De hecho, no faltaron las manifestaciones concretas de gratitud de los mercaderes hacia la nueva contabilidad, aun cuando oficialmente se haya prohibido. Cuando el mercader no estaba a la altura de este lujo, recurría a la compañía en la que participaba en ese momento, o al arte al que estaba inscrito, para usufructuar de cualquier modo la asistencia de un neobaquista. El nuevo ábaco El libro de ábaco no trataba sólo de aritmética tal como actualmente la entendemos, sino de “aritmética en sentido amplio, matemática financiera, geometría”. Además, en algunos talleres de ábaco también se enseñaba astronomía, astrología y taccuinurn (arte del calendario, como efemérides, lunario, fecha de la Pascua, Este cálculo, que hoy se hace en pocos minutos con una calculadora de bolsillo para los

próximos cien años, en ese entonces presuponía técnicas lentas y complejas, siempre discutidas y perfeccionadas. Tampoco se puede pensar en el libro de ábaco como en un manual escolar de la época, que habría de distribuirse entre los pupilos entusiastas. Basta pensar que hasta la mitad del siglo XIX, los libros de lectura para la escuela elemental aún no estaban destinados a los alumnos sino a los maestros, El libro de ábaco, en todas sus manipulaciones y libres transcripciones (y asimismo las reediciones del De arithmetica del ya citado Boecio, que circularon hasta el siglo XVI), era un texto inteligible y utilizable legítimamente sólo por expertos muy selectos, como lo eran los maestros de ábaco, sin cuya mediación aquellas páginas habrían quedado envueltas en el más oculto de los secretos. En general, los niños entraban a la escuela de ábaco a la edad de nueve o diez años, después de que habían aprendido a leer ya escribir y acudían a ella durante dos años aproximadamente. La enseñanza era gradual, se empezaba por la lectura y la escritura de los números, para proseguir con los cuadernillos (es decir las “tablillas”), en donde se aprendían las operaciones con números enteros y fracciones. Latinados y no latinados Ya desde el siglo XIV los maestros de gramática, particularmente en las ciudades que ya para ese

entonces estaban dominadas por la burguesía mercantil, como Florencia y Génova distinguían entre alumnos latinados y no latinados. Incluso los no latinados debían seguir el aprendizaje básico en el antiguo texto gramatical latino de Donato y, frecuentemente, bajo la guía de un ayudante de maestro (obviamente el maestro principal prefería dedicarse a los latinados), aprendían a legere el scribere o de quaderno et de chata probablemente también en lengua vulgar. Inmediatamente después, existía la distinción definitiva entre los legentes auctores y los non legentes auctores, o bien volentes audire tragedias y los non audientes. Los primeros estaban destinados a proseguir los estudios tradicionales del trivio y del cuadrivio para luego acceder a las profesiones liberales; los otros, en cambio, accedían generalmente a las escuelas de ábaco con el propósito de prepararse para un buen empleo administrativo o contable. No es muy claro a qué edad los no latinados y similares terminaban los estudios de gramática, para entrar a las escuelas de ábaco. Según algunos, esto sucedía sin más alrededor de los diez años; según otros, mucho más tarde. G. Manacorda latinantes-legentes-estudios liberales) respecto al segundo (non latinantes-non legentesescuela de ábaco) seguían aún un método basado totalmente en el legerc, o sea, en aprender cierto número de textos y su traducción, más que nada mnemotécnicamente, logrando a lo máximo algunas simples composiciones en latín.

Los mercaderes fueron los primeros que mostraron gran interés por apropiarse de todos los perfeccionamientos del arte del cálculo, así como en impedir, al mismo tiempo, su divulgación sin control. Estas resistencias llevaron a las autoridades municipales a prohibir el uso del cálculo aritmético o algorítmico. La pedagogía del fúndago El mercader no sólo estaba interesado en la nueva contabilidad bancaria y comercial. Poco a poco se interesaba más en otras cosas, por ejemplo, en los mapas de tierras y mares, instrumentos indispensables para la expansión y la aceleración de los tráficos, asaz perfeccionados gracias a las aplicaciones cartográficas de nuevas elaboraciones astronómicas y geométricas. Deberá conocer la algoritmia, las reglas contables y actuariales, saber leer y actualizar una carta o un mapa en detalle, escribir con precisión y sobriedad en la lengua vulgar de su propio uso, e incluso en la lengua vulgar usada en los centros de mayor tráfico. En las compañías mercantiles el trabajo se dividía entre los socios de la misma empresa (la participación tenía carácter privado y por tiempo indefinido, a veces breve y a veces duradero, pero no interfería con las artes y su régimen) que se ocupaban personalmente de ello y los diversos adeptos: “factores”, notarios, escribanos y contables, cajeros, mandaderos y mancebos.

Tal desarrollo tuvo lugar sobre todo en el siglo XIV, a medida que la mercancía definitivamente superaba en poder y en riqueza al artesanado. No debe sorprender, pues, la capacidad contable de personas prácticamente analfabetas, si nos salimos de nuestros actuales parámetros y pensarnos que hasta la alfabetización de masas, es decir, en tiempos muy recientes, un gran número de estos analfabetas efectuaba compraventas incluso considerables y administraba su propio patrimonio o de otros (materia prima y rebaños, latifundios, inmuebles, etc.) usando sistemas empíricos de contabilidad pero, por lo que parece, bastante eficaces. Ser Lapo Mazzei, confiándole a Francesco Datini a su propio hijo de dieciséis años como aprendiz de mercader en Barcelona, donde Datini tenía uno de sus fúndagos más prósperos, le daba al amigo una amplia autoridad educativa: “Me basta que el mancebo sea educado en honradez y costumbres, dándole tareas de día y de noche y que se olvide de las plañideras usanzas de Florencia”; y a continuación “si no te obedece por bien, ya te dije, golpéalo como a un perro, ponto en la cárcel como [si fuese] tuyo”. Se trata, sin duda, de métodos pedagógicos muy duros, incluso drásticos. Pero si así se comportaban los padres, ¿hasta dónde llegaban los maestros de las artes y todos los que tenían autoridad sobre los muchachos y jovencitos en el periodo de su aprendizaje?

En cuanto a la familia, baste recordar las costumbres violentas, siempre con propósitos educativos, del marido con la mujer, narradas por cronistas y escritores de la época, sobre todo por el famoso lema de Sacchetti: “Mujer, sea buena o mala mujer, bastón requiere”. La novedad del manual Otra gran novedad del siglo XIV fueron los manuales de artes y oficios, así como los diversos libros técnicos usados en las empresas productivas y los libros comerciales que adoptaron las compañías, ambos concernientes a las artes. En ese entonces, el término se refería más bien al volumen que al contenido o al destinatario, y el formato usual del libro era más cercano al de los ejemplares colocados en los atriles de las catedrales, que hoy resultan enormes para nosotros, que a los ágiles pockezs de nuestros días. El método de enseñanza que se usaba por doquiera era todavía el oral-gestual. El libro era aún demasiado raro y costoso, demasiado estorboso y desagradable como para pensar en ponerlo en manos de muchachos despreocupados. De hecho, en esos manuales no sólo se explicaban minuciosamente todas las operaciones que poco a poco se hacen necesarias para la producción, sino que se enlistaban también minuciosamente cantidades y calidades de los distintos materiales, instrumentos técnicos, características gestuales y el tiempo que en

promedio se requería para cada operación en los distintos momentos del ciclo. Otro ejemplo de la segunda mitad del siglo XV es el Tratado del arte de la seda o “verdadero opúsculo del arte o sobre el arte de la secta para dar información a los que lo desconocían o eran novatos que deseaban saber dicho arte” Es probable que los “ignorantes y novatos” fueran los inspectores de producción que debían vigilar a los maestros, laborantes y operarios en sedes alejadas, o a los que habían aceptado trabajo a domicilio y que, naturalmente, debían adquirir nociones suficientes para no ser engañados y probablemente para sorprender con las manos en la masa a los desobligados y a los flojos. Una articulación por vía práctico-oral un artesano podía ser analfabeta en el sentido que damos hoy a este término, es decir, ser incapaz de leer y escribir fluida y correctamente y de hacer cuentas con el método aritmético. Si esto sucedía hasta en el siglo XIV a no pocos eclesiásticos, imaginemos lo que sucedería a un artesano o “artista mecánico”, a pesar de que fuese un “maestro en piedra”, constructor de palacios y catedrales Sin embargo, eso no quiere decir que el maestro constructor fuese incapaz de resolver empíricamente problemas de estática, a menudo complejos, ni que el maestro tintorero no supiera prever reacciones y combinaciones de las sustancias tratadas para colorear las telas.

Este prejuicio nos podría llevar a pensar que una persona instruida de aquel tiempo debería estar a la altura, por lo menos, de un buen alumno de quinto año de primaria de nuestros días. Cada época posee una idea propia sobre la instrucción, del mismo modo que posee modos y tiempos propios para realizarla. En tanto, hay que señalar que los libros —aunque esto ya se dijo— en ese tiempo eran raros, asaz estorbosos y costosos porque todos aún eran copiados o escritos a mano. O sea, mucho menos de lo que ahora ofrece un libro de lectura para un alumno de primer año de primaria. El baño consumista en el que estamos inmersos es reciente, pero tan intenso que nos hace perder la perspectiva y nos induce a pensar que las cosas fueron siempre más o menos así. según el cual todo lo que existe existió siempre, si bien en distintas proporciones. El aprendizaje como escuela En realidad el aprendizaje en el Medievo, e incluso después, por lo menos hasta el siglo XVI, se entiende en sentido amplio, es decir, como un tipo de experiencia guiada con carácter de adiestramiento, en la que se aprendían directamente los comportamientos requeridos para determinada ocupación, ya fuese “mecánica”, intelectual o espiritual,

Desde un punto de vista pedagógico, el modelo práctico y de adiestramiento para tareas determinadas fue común a todos los currículos formativos en una época que duró aproximadamente diez siglos. . A veces en el contrato entre padres y patrón se especificaba que este último se comprometía a enseñar su propio oficio y a proveer la instrucción y la manutención del muchacho. Las tareas hacia las que se encaminaba—al muchacho eran, generalmente, la de camarero personal, escudero, paje y similares, pero a veces se extendían a las de secretario o incluso joven de estudio legal o notarial. ), sino corno encaminar a un muchacho para que llegue a ser hombre de confianza, asistente personal o maestro de cámara o de ceremonia, cuando no para dar, sin más, un neto salto de clase social con ayuda de la suerte. En tal afortunado caso, “de sirviente podrás transformarte en patrón y podrás hacer que te sirvan, mereciendo respeto y honor y, finalmente, conquistar la salvación del alma”. Sin lugar a dudas Ariès tiene razón cuando señala que en general el aprendizaje (siempre que no se le confunda con toda forma de educación fuera de la familia) era una forma muy difundida de educación. El niño aprendía con la práctica y esto no se detenía en los límites de una profesión, dado que en ese entonces y aún durante un buen trecho no existían límites precisos entre la profesión y la vida privada

(...). De este modo, toda educación era fruto de un aprendizaje en sentido mucho más extenso al que se adoptó más tarde. Mientras tanto vimos repetidas veces que debemos adaptarnos a la imagen de una escuela sin libros o con muy pocos, donde leer y sobre todo escribir, exceptuando los formularios oficiales de la rutina profesional, era casi facultativo, aun en niveles superiores, donde “saber latín” podía limitarse a la capacidad de repetir plegarias o letanías, o bien preceptos médicos de la escuela salernitana y cosas parecidas. La evolución del significado de “lectura” Según Cipolla, en Normandía ya desde el siglo XIV, los contratos de aprendizaje también contemplan para el maestro de taller contratante la obligación de envoier a l`escolle al alumno, además de procurarle alimentación y alojamiento. En la parte opuesta de Francia, en Tolosa, resulta que algunos aprendices en los días o periodos de fiesta, iban con los notarios a aprender los rudimentos de las letras (pero ¿cuáles y en qué medida?), En París, prácticamente todos los muchachos entre los 5 y los 15 años habrían sido capaces de leer y escribir, lo cual parece verdaderamente poco creíble, aunque se refiera a la mitad del siglo XVI. . En cambio, resulta mucho más convincente la otra afirmación de que más de mil alumnos iban a escuelas florentinas especializadas para “aprender ábaco y algoritmo”; en fin, eran casi

seiscientos los que habrían estudiado “gramática y lógica”, es decir, el trivio. Antes que nada, Villani habla únicamente de lectura, con toda la imprecisión del significado del término en aquella época, y no de escritura. El bombardero debe ser abaquista Un mercader de la época no habría disparado cifras con tanta desenvoltura como si se hubiese tratado de registrar el peso de una mercancía o el valor de cambio de las monedas en caja y, a la vez, La autora reconoce que justo en aquellos años la instrucción femenina había logrado notables progresos; no obstante, “incluso en esta época en que las mujeres estaban representadas en distintos sectores profesionales mucho mejor de lo que lo estarán posteriormente, tocado la dimensión femenina no es superfluo hacer notar que las actividades laborales que registraban la presencia de mujeres eran, sobre todo, las del tejido de la lana y de la seda; de escasa consideración; las primeras en los “batanes” donde se ocupaba la mano de obra del condado, porque se encontraban preponderantemente a lo largo de los cursos de agua. El título de maestro no debe sorprender si se atribuye de algún modo a una mujer, ya que desde los primeros siglos de las artes las viudas de los maestros, en algunos casos, podían sustituir al difunto marido en la conducción de un

taller y asumir el título, a condición de que no fueran adúlteras y mantuvieran buena conducta. La nueva cultura en lengua vulgar La enseñanza de la gramática se llevaba a cabo aún en latín con métodos tradicionales, el nuevo ábaco había abandonado el latín del mismo modo que había abandonado la numeración romana y ahora se llevaba a cabo en lengua vulgar. la gramática inicial perdía el sentido medieval de disciplina in locutione que había permitido al infans aprender a expresarse debidamente y, en consecuencia, a razonar escuchando la audición de sermones del pedagogo. La meta está en esta tierra La burguesía de los hombres de negocios del siglo XIV impone una “vulgarización” de los contenidos y de los métodos didácticos en las escuelas y una modernización de los mismos en algunos currículos artesanales. en el siglo XIII este arte se encuentra entre los más temidos y, por lo tanto, más poderosos sobre todo los “notarios”, Un tirocinio interminable El caso de Leonardo (la Vinci es todavía más ejemplar. A los diecisiete años entra como aprendiz en el taller de Verrocchio, famoso orfebre y escultor, así como pintor, pero a los treinta sigue todavía allí, sin títulos para ejercer como maestro por su propia cuenta.

Lo mágico se desvanece De este modo, en un momento determinado, se encuentra el modo de ejercer el arte sin el titulo legal localmente valido, quizá a la sombra del nombre de una viuda o del hijo de un maestro titular desaparecido o bien pasando a depender de un poderoso señor. Lorenzo Ghiherti.- uno de los primeros en propugnar la necesidad de una preparación liberal para un artista. Teníaen su taller a Paolo Uceullo, de quien todos hablaban, aun cuando apenasera un aprendiz a causa de sus búsquedas pictóricas casi obsesivas. Es comprensible pues , que se vaya creando una ulterior divergencia entre las , ya no debida a la fuerza de cada una de las organizaciones en lo que respecta al poder civil o al peso de las relaciones que mantienen con los que dominan en ese momento. Ya no existe jerarquía entre artes mayores y menores como en el siglo XIV, sino másbien un hiato entre artes que conversaron un prestigio de fachada pero que sufrieron una verdadera desregulación y artes más tradicionales pero sin prestigio ni expansión. Profr. Isidro Cruz Barrios Segundo Reporte de Lectura 25/02/2009

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