Cecil F. Quince
De Pequeño De pequeño solíamos ir a la casa de mi tío Cleto en el campo, y perseguir animales, aunque no las jirafas, ellas todo el tiempo oink oink. A la noche nos sentábamos bajo las estrellas y sobre el polvo de ciertas cosas que van y vienen y mi Abuela siempre venia, a veces también venían las cigarras, pero los asnos y el viento solo iban. Así era el mundo por aquel entonces. Mi hermana la mayor montaba a caballo y mi primo Toti en bicicleta, yo pateando cactus, pero nunca demasiado fuerte, y el sol te secaba el dorso de las manos mientras por la noche esas mismas manos correteaban buscando escarcha. También nos pasábamos el tiempo buscando otras cosas, cosas de infancia, pero nunca encontrábamos lo esperado. Recuerdo que en cierta ocasión inesperadamente nos encontramos un río color chocolate caliente con avispas y un viejo barbudo flotando en la corriente, el barbudo nos tomo una foto justo antes de que comenzáramos a arrojarle piedras. Piedras, mis viejas comadres, las arrojábamos a todo, o casi todo, lo que se nos cruzara por delante, y si no eran piedras eran salivazos y a veces perros, ya que teníamos perros como para tirar para arriba, también. Nunca me pregunte de donde saldrían realmente estos tantos perros, pero aun tengo la impresión de que se trataba del mismo sitio donde solía haber muchos túneles de gusanos, cerca del acantilado. Cuando nos cansábamos de molestar animales, lo que no sucedía muy a menudo, íbamos a la vieja casona abandonada a molestar murciélagos, nunca los considere animales, siendo mas como una mezcla de humanos y fantasmas y mucho ik ik ik. En esa casona además había un lago, aunque sin murciélagos, en el que arrojábamos mas piedras mas salivazos mas perros tratando de hacer con ellos una pequeña isla en el centro en la que dejaríamos a mi primo Lalo que siempre nos sacaba de las casillas, pero nunca llegamos a crear la isla, ya que el lago era profundo y después de unas horas de trabajo nos distraíamos otra vez con los murciélagos. Mi Abuela lo adoraba a Lalo, aun después de aquel corte de pelo, y siempre le compraba zapatillas y naipes y cortinas y yo no sé dónde los compraba porque allí en el campo las gallinas no vendían naipes y las casas en el pueblo no tenían mas que gallinas dentro, de la gente ni un rastro. Solo cuando venia la cerrazón y el pueblo se vestía de fiesta la gente aparecía y como las jirafas oink oink y guitarreaban y mi tío Cleto bailaba y nosotros con las piedras en las manos piedras en el aire piedras en las manos piedras en el aire. A la hora de la siesta cuando la mayoría de los animales dormía y no nos sentíamos con antojo de andar busca que busca cosas
Copyright © Cecil F Quince 2009
inesperadas nos recostábamos sobre el polvo a escuchar al viento juguetear con los álamos y con el paraguas de mi Abuela, y luego correteábamos en el corral de las cabras que siempre estaba vacío y lo encerrábamos allí a mi primo Lalo con sus cortinas, mi primo Lalo gritaba entonces llovía. Cierta vez mi primo bua y grito bua bua y grito tanto tanto que llovió cinco días sin tregua, aunque treguas las había y eso era algo que las gallinas si vendían y nosotros se las comprábamos barato, y los asnos nos ofrecían tregua gratis aunque personalmente nunca me agradaron las treguas. Entonces en la lluvia piedra va piedra viene pero sin moretones ni sangre ni nada de eso, sino mucha risa bajo las estrellas y mi hermana la mayor que se descostillaba a carcajadas cayéndose de la montura sobre el barro donde antes el Chacho (el perro de mi tío Cleto) había estado dando vueltas para dormir la siesta, o la noche, o la madrugada, porque el Chacho siempre dormía, cuando no estaba dando vueltas. Mi tía Porta también siempre dormía, en una cama diferente cada tres horas y en el intervalo entre cama y cama se ponía de pie por quince minutos y nos ayudaba a perseguir animales, ella nunca distinguiendo a las jirafas del resto de bestias y entonces también yendo oink oink antes de ir nuevamente a acostarse. Nunca olvidare la vez en que mi primo Toti en bicicleta y mi hermano el menor corriéndolo por detrás cayeron de pleno en la ribera justo al lado del cebú, mi hermano con unos ojos que iban tic tac crack y el cebú que no gusta de los hermanos menores, entonces la correteada que empieza sobre el polvo y la arena y el cebú en bicicleta, mi primo Toti logro escapar camuflándose entre ciertas cosas que van y vienen, como mi Abuela, mi hermano el menor que arrojaba perros y los perros terminaron por arrojarlo a el y fue a parar en el corral de las cabras donde aun estaba jugando naipes mi primo Lalo, siendo aquella la ultima vez que vimos al cebú y a la bicicleta de mi primo Toti, aunque no lloro porque mi Abuela y mi tía Percha le prometieron una nueva y mas o menos mejor que aquella. Mi primo Toti, después de este encuentro con el cebú ladrón de bicicletas, venia y me acompañaba a patear cactus, y mi hermana la mayor aun montada a caballo como si el caballo no fuera un animal sino un cactus que uno patea y se sube encima, y aun así no lográbamos encontrar escarcha alguna. Todos los atardeceres, justo antes de ir a sentarnos bajo las estrellas, solíamos comer en una espaciosa mesa donde mi Abuela se sentaba siempre junto a mi primo Lalo, yo a la par con mi primo Toti y mi hermano menor al otro flanco, mi tía Porta junto a mi tío Chilo y entonces mi tío Cleto y a su lado mi prima Flora y su mascota Pala una ranita de peluche amarilla, mi hermana la mayor con mi primo Nato a la derecha y mi sobrina Chala a la izquierda, y siempre alguno mas o menos dependiendo si desde la ubicación donde solían incumbir sus asuntos podían o no escuchar el llamado a la mesa de mi tía Porta, como le sucedía a mi tía Percha que se la pasaba siempre por el río preguntando a los
Copyright © Cecil F Quince 2009
sapos y otras criaturas si habían visto pasar a mi sobrina Chala, aunque a mi sobrina Chala no le gustaba el río, y así mi tía Percha se perdía la comida. Cada tanto nos íbamos a cantar canciones por un par de días a la montanas cercanas con el amigo de mi tío Cleto y los animales respiraban aliviados y daban gracias al cielo porque nosotros no hacíamos mas que cantar todo el tiempo en medio del monte canciones que nada tenían que ver con animales ni murciélagos, a veces con mucho oink oink pero no como el de las jirafas, y con brim brum y ik ik y con flauta palmas y caja. Bien recuerdo que el amigo de mi tío Cleto usaba todo el tiempo un sombrero, como esos de tres o cuatro picos que van y vienen, que me fascinaba pues de alguna manera yo intuía que dentro del sombrero se escondían y escurrían muchas penas y monstruitos y talvez ninfas y un tenedor que mi imaginación de infante producía varias veces al día. Cuando los dos días de montaña tocaban fin y regresábamos al pueblo allí en el campo y a la casa de mi tío Cleto los animales rezongaban y algunos hasta se habían disfrazado de jirafas en nuestra ausencia, pero nada del oink oink entonces los molestábamos igual. Cierto día encontramos en el río un tractor conducido por un gatito al que nunca le preguntamos su nombre, lo que me parece fue bastante descortés de nuestra parte, ahora que mi memoria vuelve a meditar sobre aquel incidente; pero por esos tiempos descortés y cortes y buen cristiano y honrado ciudadano no formaban parte de nuestro circulo de amistades. Una vez que el gatito nos hubiera ensenado a conducir el tractor, se lo robamos y allá nos fuimos, libres y poderosos, a conquistar el mundo (el mundo de infancia, claro esta) por sexta vez aquel día. Pero entonces vino mi tía Porta con sus la comida esta lista, y sus a poner la mesa, y en ese momento al tractor se le desprendió el volante de conducir y choco con una vaca, aunque esta vez no fue intencional. Las gentes que no están habituadas a los ríos y riberas de infancia se sorprenderían al ver la cantidad de vacas haciendo sombra en el río donde conducíamos el tractor. Al principio tratamos de esquivarlas pero era muy complicado y pronto se torno aburrido, entonces decidimos chocar unas que otras de cuando en cuando y ver que pasaba, aunque no pasaba mucho, aun seguían haciendo sombra. El arribo de mi tía Porta altero nuestra gesta conquistadora considerablemente, por no mencionar la destrucción de poder y libertad en miles (o talvez novecientos) de pedacitos; aunque Chacho, que cuando se cansaba de dormir tanto venia y compartía nuestras hazañas y se rascaba y se emocionaba y maullaba y gruñía, dijo que el aun era muy muy libre y tenia muy mucho poder y se quedaría en el río y molestaría a las vacas de nuestra parte y conduciría el tractor y atraparía una laucha y esto y lo otro ya que el nunca tenia que ocuparse con tales insignificantes asuntos como poner la mesa para la comida.
Copyright © Cecil F Quince 2009
Entonces al final venia un día y abandonábamos la casa de mi tío Cleto y el campo para regresar a la escuela donde nunca nos enseñaban sobre cebús en bicicleta, ni sobre jirafas, ni sobre ríos de chocolate, ni sobre cosas mezcla humanos mezcla fantasmas mezcla ik ik ik, ni sobre moscas paspadas, ni sobre nada de como era realmente el mundo por aquel entonces.
Copyright © Cecil F Quince 2009