Cecil F. Quince
Carta de Alfredo a La Ingenua Locura Locura. Desquicio. Cómo fue que tus labios afilados aferraron su exquisitez, manchados en algo como sangre, al dorso de mi ser, tan cautivo antes, tan altivo será, y algún día pasará; cómo fue que besaron con sus pies, sin pudor, sin interés, tus amoríos espasmosos, a mi sombra sin garabatos, a la solubilidad de ciertos mohos míos que aún nadie acertó en localizar, sin suspiros ni chasquidos besaron mi calcañal, donde antaño morían, a veces, cantidades de sal y penas. Dulce desequilibrio. Disparates. Cómo fue, no lo sabré, que tus garras en cascada idolatraron todas y cada una de mis efímeras abstracciones, opacándolas, inmersas en tu brillo, aplacándolas, con miel espesa, con un retumbar de fragores, con la picazón de las flores, y así, aunque sin sucesos bélicos, demoliéndolas por entero; cómo fue que mis ojos estallaron y enseguida resurgieron, si tu mirada no arribó nunca a resbalarse en secreto por entre mis danzas y cabriolas, y sin embargo ellos ven, al menos así confío, los efectos desbocados de una fiera acorralada, las penumbras y epopeyas de un bostezo jamás pronunciado, ellos ven y se ciegan a la vez, después miran al revés, ya sin comprender, tus inmensas alas, tus caídas. Demencia. Incoherencia. Cómo fue que sin dudarlo ni una vez lo más pulcro de tu ser, abriendo su paso entre la maleza, machete, luna y magulladuras, vino a hincar sus aseadas ganas
Copyright © Cecil F Quince 2009
(esparciendo por el suelo mis fluidos) en el pecho que siempre guardo, como una preciosidad rara vez lo muestro, tan delicado y caprichoso, tan esencial mi pecho viejo; cómo fue que mientras danzando, volando, rumiando y cayendo, mis oídos percibieron tus sonrisas adoptadas, tus ataques sin excusa, y de pronto se apagaron, nada oían ni deseaban, y la gente caminaba, se paraba y respiraba, y se alejaban, abandonándome en la total intimidad de tu imperio; no regresarán.
Copyright © Cecil F Quince 2009