Mi vida color cerezo A Nuria Nota 1 La memoria es la estrategia de la sangre, del músculo, del corazón para salvar un pasado difuso. No somos nosotros sin ella y si ella nos engaña, seguimos siendo nosotros pero engañados. Quizás la realidad es sólo un recurso de la ficción, una verdad distorsionada pero, al fin y al cabo, no es más que un desprendimiento de una ficción redentora, algo que nos hace creer que somos capaces de conservar algunos hechos seleccionados por un azar enrarecido. Permanece la huella, la marca, el hundimiento del suceso en la carne. Eso se llama cicatriz. Hoy recuerdo la muerte de Rodrigo. Creí ver entonces la clara señal, la asunción de que si estábamos tristes, podíamos estar más aún. Y entonces nos quedamos
todos todavía
más tristes. Nosotros, los argentinos, tenemos esa rara virtud del optimismo, esa capacidad casi obscena de recuperación. Encontramos excusa para remontarnos en
barriletes
melancólicos pero ¡que más da!, nos mantenemos volando. Parece ser nuestra manera de sobrevivirnos. En esos momentos la música de Rodrigo, el cuarteto de los colores, nos salvaba. Más allá de nuestros gustos musicales, Rodrigo era la alegría, la música del olvido, la danza ritual contra la realidad oscura. Su muerte fue una declaración abierta de nuestra pena colectiva. Una voz tangible y premonitoria parecía decirnos “así es la desolación, que nadie se olvide”. También en esos momentos, y sin que yo lo supiera, se estaba gestando un viaje: mi viaje a España. Era un tiempo de incubación. Mi realidad inmediata era una matriz gigante y el alumbramiento era inminente. Una nueva vida. Mi vida en España. Nunca imaginé que tendría que irme pero ese
inmenso ovario
me expulsaba
irremediablemente a un exilio necesario. Creo que nadie tiene vocación exílica . Unos se van por
imposición,
otros por necesidad, otros por cansancio y otros por desafiar las reglas de la pobreza. Pero no deja de ser un exilio. La gente escuchaba a Rodrigo y bailaba, los obreros trabajaban al compás de su música, los más jóvenes volaban al ritmo del cuarteto y otros nos abstraíamos de las
circunstancias bailando a escondidas y mirándonos en el espejo para ver si nos salía bien el movimiento de cadera. Cuando aquello ocurrió, nos dimos cuenta, mejor dicho, admitimos como soldados inermes, la desolación en la que estábamos sumergidos. La desposesión se había apoderado de nosotros. Y yo tenía que llegar donde amanece. Nota 2 Mi fuga a España estaba en un espacio onírico, un espacio adonde yo me iba a soñar sólo por tener algo que me ayudara a vivir y a pensar que había una vida un poco más digna a la cual seducir , con nuestra pasión optimista, con nuestra idiosincrasia feroz y poeta, porque así somos: unos alegres poetas nostálgicos. Así comencé a pertrechar a mi regimiento. Y así surgieron las ideas, los proyectos, las ganas de cambios, la posibilidad de una nueva oportunidad para reivindicarnos con nuestras certezas. Y así fue que con el tiempo, comenzamos a armar nuestro futuro, primero en la mente, después en el corazón y abrimos las polvorientas valijas para llenarlas con algo de ropa, fotos pero no muchas, cartas guardadas desde los desencantos, y el dulzor desgarrador del dulce de leche. Luego comenzamos a traducir en palabras nuestros deseos más profundos. Y aquí estoy. En España. Lejos de quien me aman en serio. Pero viva. Soplará en mi tierra el mismo viento pero no me extrañará. Y ya no será más mi viento, ni mi calle verde, ni la puerta siempre abierta de mi casa, le digo a mi amiga española y ella sonríe. Todo empieza por un efímero pensamiento, luego ese pensamiento cobra importancia, luego se vuelve vital para poder seguir viviendo y se traduce en lenguaje. Y una vez expresado en palabras, adquiere poder. -La memoria es un túnel que da a luz muñequitos con los ojos tristes, le digo a mi amiga española y ella ,como siempre, sonríe. Roberto siempre me dijo que es raro que se nos permita seguir el camino imaginado. Que el encanto de la vida está en apropiarse de los caminos impuestos y hacerlos propios. ¿Era un sabio Roberto?
Nota 3 Cuando tomé el avión supe que no querría volver por algún tiempo, y es verdad. Por ahora no quiero volver. No
quiero regodear la nostalgia ni
exponerme a la
vulnerabilidad de ver aquello que no pude cambiar a tiempo. A mí siempre se me negaron los paraísos terrenales, quizás porque nunca podría dejar de recordarlos. ¿Por qué alimentarme de los días pasados en los cuales había sido despojada hasta de las cosas más esenciales? ¿Para qué recordar las asfixias, las injusticias cotidianas, los embargos y la lluvia de cartas reclamando lo que ya no tenía? Y por eso aquí estoy, lejos de la tierra que retuvo los gajos de mi carne más valiosos: el vigor y la vocación de grillo. Estas notas son sólo un ancla en la memoria de mis futuras muertes y de mis futuras vidas y como decía Roberto, cuando uno frecuenta las grutas de la mente, se vuelve adicto a los estragos de la memoria. Pero da igual, la memoria es a veces el infierno y a veces la felicidad. La memoria no es cierta. Ni lo son los recuerdos. Sólo es la huella difusa del camino que nos devuelve una imagen, un olor, una antigua convicción. ¿Cómo estará, Roberto? Yo decidí abandonar a la Argentina porque ella ya me había avisado que no debería morir de tristeza ni de embargos. Yo nací para barrilete y para rayuela. No podía morirme todavía. ¿Quo vadis? A España, dónde más. Nota 4 Ahora vivo en España, en Alicante .Poco recordaré en el futuro, el dolor de ser otro ser nuevo porque me acabo de parir a mi misma y me acabo de comer la placenta de las raíces. En estas notas sólo detallaré insignificantes secuencias de mi vida acá y allá .Y expondré un aspecto, el lado tragicómico de la invisibilidad. Nada parecerá más tonto
para mí, que releer estas notas si sobrevivo a mi parto. Tampoco someto estas notas a alguna crítica porque sé acabadamente que no tienen ningún valor literario. Este clima benigno y dócil me pasa una mano tibia por alguna herida en la cual he decidido no intervenir. Vivo en Alicante. Alicante es linda, porque es mujer. Cuando voy a tomar el colectivo para ir a trabajar, me encuentro siempre con las mismas personas. Ya conozco a todos. Pero nadie parece reconocerme. ¿Seré invisible? Busco con la mirada alguien que me diga Buenos Días pero nadie parece reparar en mí. Me he vuelto invisible. Acaso lo haya sido siempre. Siempre lo hice bien por una sencilla razón: practiqué la invisibilidad con insistencia y ahora me llega con vocación de reina. Es como decía mi amigo Roberto cuando nos sentábamos a tomar una poesía con café y cigarrillos: un trago de invisibilidad no le hace mal a nadie pero ahorra trascendencia. - Jodéte, decía. Si. Extraño a Roberto. Trato, cada día, de encontrar a alguien que me salude, que me haga la señal de que realmente estoy acá, parada en esta esquina alumbrada de ausencias. Nadie
me
advierte. Hay quienes me ven todos los días, infaliblemente. Cuando cruzamos nuestras miradas,
pienso que me van a saludar .Casi instintivamente
comienzo un gesto
amistoso, como un perro dulce ante la mínima anticipación del cariño. Hago el movimiento, la media sonrisa protocolar, la extensión temblorosa de la mano, pero no, nadie me saluda. El primer gesto social que hizo el hombre primitivo fue una inclinación de cabeza en señal de reconocimiento. Yo busco esa señal cada día. Pero no hay caso. Notita 5 Es necesario aclarar que vendo puertas. ¿Puertas? Puertas de paso, puertas de interior. ¿Qué color es el que más me piden? Cerezo. Puertas color cerezo. Si, ahora mi vida es color cerezo. Nota 6 Como en un rito urbano y necesario, una joven muy delgada, muy alta, muy frutal, espera el colectivo en la misma parada que
yo espero el mío. Creo que va a la universidad. Tontamente envidio su juventud. A su edad yo estaba fascinada con mis partos. Loca de amor, contracciones y canciones de cuna escritas por mí, jugué a ser grande y nadie tocó el timbre para salir al recreo. O no lo escuché. Ella no me saluda. Nunca. Yo la llamo “la jirafa” por su altura. Yo, desde aquí abajo, la observo, la observo. ¿Por qué no me saluda? Cuando sube a su colectivo, la miro pausadamente, miro sus libros, su mochila llena de cuadernos, ese aire
intelectual y
liberador que adoptan los jóvenes que van a la universidad y me pregunto que haría yo si tuviese su edad. Hoy me basta saber que la verdadera y única felicidad la encontré en mis partos. Ella tendrá veintidós, veintitrés años, poco más, poco menos. Inevitablemente me ve pero no me saluda. Yo ya sé que soy grande pero como decía Lugones , a veces me levanto con corazón de grillo y veo todo a lo grillo. Y para mí, el grillo es ruido de infancia, ganas de saber como será la vida, socialización, tardes de elástico y fraternidades, es decir: ¡Hola! ¿Cómo estás? Tener corazón de grillo es tener abuelos, un Domingo como el de los Campanelli, un navidad con mi hermano corriendo a la velocidad de los cohetes…Es tener un sueño lindo. Hay en la poca infancia que me dejó la adultez un espejo de mi eterna melancolía, una ansiedad desmedida de aceptación. Esa oscura añoranza que nos hace querer ser lo que no somos. Una añoranza que se dispara desde un punto inexacto de la infancia. Ella, la jirafa, mata mis grillos sin darse cuenta. ¿Por qué no quiere saludarme? ¿Por qué me espanta los grillos? Subo a mi colectivo que no es el mismo que toma la jirafa. Voy mirando con detenimiento las calles, trato de memorizar los nombres, me sonrío de la brújula ausente en mi cerebro. Me encanta observar los rostros, imaginarme sus vidas, transgredir sus intimidades por el claro indicio de sus expresiones. Voy caminando hacia el trabajo, miro a la gente que me ve todos los días. Y no me saludan. ¿Será mi gesto lo que los asusta? ¿Qué cara tendré? ¿Será que la nostalgia me ha dibujado en la cara una mueca grotesca?¿Daré miedo? Días hay en que la nostalgia me aja la garganta como un trago
de arena. Esos días, creo que mi cara es la de la pintura de Munch. ¿Tendré la cara del hombre del “El grito? ¿Es un hombre ese del cuadro o es un espectro? ¿Seré un espectro olvidado o la imagen de un expresionismo noruego? Mientras camino, el orgullo hace un ruido raro y es cuando advierto que acá no tengo historia, que
soy sólo alguien que
aprende un trabajo nuevo pero que nada tiene que ver con quien yo fui, con mi antiguo y mínimo territorio ganado. -Pero yo me cansé de los años de subasta, le digo a mi amiga española. Tenía que salvarme. Sigo caminando invisible. Nadie me advierte. Esta otra esquina es un complejo mundo de gritos y susurros ajenos donde no encuentro un resquicio para la sola multitud que cargo en el corazón. A la jirafa se la llevó otro autobús. Me quedé mirándola y me acordé de cuando era chica. Cuando llegaba al colegio una niña nueva y creía que se sentía sola, yo me acercaba y le decía: “¿Querés ser mi amiga?” Pero me parece que no, que la jirafa no quiere ser mi amiga. Y yo si. Nota 7 Los pájaros de Alicante tienen un reloj en el canto. El destino presume de puntual y los pájaros también. Son puntuales. Cada mañana despiertan a la ciudad. Los escucho con atención. Son lindos esos trinos de Alicante. Alicante es linda como los pájaros, es un nido con sabor a nido, sobre todo cuando venimos saboreando el asombro de los adioses, la sensación de que todos se están yendo, cuando en realidad, somos nosotros quienes nos estamos yendo. Alicante es un nido. Pero es como todo. Los días que tengo esa bella sensación de que la vida es bella, amo los pájaros. “Hoy es un día azul de primavera, creo que moriré de poesía”, repito, repito y camino de la mano de Nicanor Parra. Voy saltando por la vereda y juego con las baldosas. Porque tengo mis años grandes pero la incordura del corazón intacta. La incordura siempre sucedió sólo en mi corazón. Fui y soy una librepensadora, una loca de cornisa, pero en la mente. Nunca en los hechos. Es fácil romper la burguesa
legalidad en la intimidad. La sobriedad social, las reglas de buena convivencia se deshacen ante el peso frutal de las alas. Sin embargo, la búsqueda de aceptación nos paraliza. La educación y la interpretación que hice de la educación me han privado de grandes aventuras. Sé distinguir la realidad de la ficción. Creo que en mi vida, el ansia de trascendencia y la osadía son una gran ficción. Aún así, la libertad que me transita el corazón de la mente y la sangre, son mi patrimonio mas evidente. Invisible pero lúcida. Otros días arranco pateando muertos y pariendo secos partos verticales .Entonces pienso, esos putos pájaros que me despiertan del sueño del que no quiero despertar. Así somos de inconstantes. Los pájaros no cambian. La que cambia soy yo. Muchas veces me despierto y no sé dónde estoy. Arbitrariamente, la mente me hace una mala jugada.
No puedo ubicarme, y las paredes , los ruidos se confabulan para
alimentar mi desalojo. Creo escuchar las frenadas del coche de mi hermana o el taconeo de una amiga que ya me olvidó. Creo que estoy en mi casa de Argentina, en la casa de mamá o en la de mis abuelos en Buenos Aires. Hasta huelo los jazmines de mis abuelos. Es un segundo suspendido en una remota identidad que no consigo conciliar y creo que sufro pero no, sólo practico mi vida anterior . No sé que parte de ella. La parte buena o la parte mala. Luego me acuerdo y aterrizo en España por quincuagésima vez, recorro otra vez Barajas, recorro las galerías iluminadas del Free Shop, tomo el avión para Alicante y abro las valijas. No sufro ya. Roberto me decía que no debemos acostumbrarnos a sufrir. “Nuestro mayor deber es la alegría”,dijo Roberto cuando le avisé que me iba .Luego noté algo raro en su ojos. Me pagó el café y me regaló un libro de Antonio Porchia. A veces siento que me traicioné y otras veces siento que logré salvarme. Antonio Porchia dice que “uno se cansa de todo, hasta de estar muerto”. Yo creo que me cansé de ir muriendo de a poco. No alcanzaba el cansancio para mi cansancio. Todos nos habíamos abocado a la tarea de inventar más horas para trabajar y enterrar la azul quimera de la pausa, de la alegría. Hice lo que pude, lo mejor que pude. Trabajé, estudié, peleé la batalla de Leónidas y me traicionó Efialtes.
Hay diferentes maneras de morirse y de vivir también. Yo dejé mi espalda, el fervor de mis huesos y la mitad de mi corazón en una tierra que se contaminó irremediablemente. Convencí a mi corazón para que desarrollara huesos y así, con un andamiaje más fuerte, tal vez, tal vez, hubiera podido resistir. Y quedarme. Yo era de la clase de optimistas incurables. Ahora trato de volver a serlo. Yo nací para alegre, le digo a mi amiga española. Nací para sortija y para hamaca. Nací para grillo y me entregué un verano, cuando supe que la tristeza jugaba una pulseada con mi alegría. Y no quise saber quién ganaba la pulseada. No me interesaba ya. Nota 8 Soy argentina, por eso seseo.¿De qué color es esto? ¿Cerezo? Y pronuncio “sereso”, aunque sé que se escribe Cerezo. ¡No, no! Alguien me dice “Cerezo” y pronuncia “zerezo”. Los colores de la madera me han sido revelados en España .Mi permanente sed de conocimiento se circunscribe hoy al tinte de las maderas. Tuve mi mente saturada de otras tantas tonterías. Pero ahora tengo que aprender. ¿Cerezo? Sereso, Zerezo. Me miro al espejo. Digo Zerezo ,pongo la lengua entre mis dientes para pronunciar mejor y cuando me olvido me sale el seseo. Digo sereso otra vez y cuando digo zerezo escupo un poco porque no me acostumbro a la z.. Me miro otra vez al espejo. Pongo caras. Tengo muchos años y todavía pongo caras en el espejo. ¿Cara de triste? ¿Cara de alegre? ¿Cara de sorpresa? ¿Cara de cerezo? ¿Cuándo voy a ser grande? Los años no me han causado ni alivio ni quietud. La madurez se viste de Blancanieves. Mientras tanto, juego a los indios o a las estatuas cuando nadie me ve. Le digo a mi amiga española que quiero llegar a ser una viejita sosegada, pacífica, rutinaria. Para variar, ella se larga a reír. Ella pertenece al regimiento de los lúcidos. Es lúcida . No se rinde. Tengo que aprender lo del cerezo y sobre todo, a distinguir el color. Miro a mi alrededor y trato de buscar cosas color cerezo. Miro en las vidrieras, mejor me acostumbro, en los escaparates. Busco el color cerezo y digo en voz baja zerezo, zerezo.
¿Y esto de qué color es? No lo distingo. No me doy cuenta. ¿Qué color es? No sé o creo que si. Me acuerdo del espejo, de mi lengua con voluntad, de mis muchos años sin preocuparme qué color exactamente es el cerezo. Pero mi vida ahora es color cerezo. Mi vida color cerezo. Como decía Roberto, “los colores nos dan el estado de ánimo de las cosas y del corazón que las percibe. Los colores son pautas de convivencia”, decía cuando nos juntábamos a morirnos de luna y poesía . “Un poco de arco iris no le hace mal a nadie”¡Cuanta verdad! ¿No me regalás un poco de arco iris?, solía decirle. Si, marche un kilo y medio de arco iris para la loca de los versos, respondía haciendo un gesto, como llamando a un mozo. ¡Te extraño tanto, Roberto! Nota 10 “Una vida sin anécdotas, es vegetar”, decía Apollinaire. Yo estoy llena de anécdotas pero no de grandes historias. Mucho menos de aventuras. Creo que una de mis mayores aventuras fue hacerme la rata en quinto año y las monjas se lo contaron a mi madre. Cuando leí Madame Bobary, quería ser Madame Bovary. Cuando leí Rojo y Negro, quería ser la señora de Renal y amé a Julian Sorel. Pero un día un libro encontró sus ojos en los míos, coincidimos en la alquimia creativa y leí La Feria de las Vanidades . Supe que de todas aquellas mujeres de mis libros, la que en verdad querría haber sido, era Rebecca Sharp, porque definitivamente Amelia Sedley tenía lo que no me gustaba de mí. Hoy este partidismo o admiración me despierta varias sospechas sobre mí misma. ¡Ese revivir, sin querer, a ese ser misterioso y oscuro, al monje censurador que todavía hoy se despereza en mi interior con una sotana abierta por la espalda. Algún día el despotismo desaparecerá y habré creído que nunca estuvo dentro de mí, que algo parecido a la felicidad logró desterrar al déspota cura de los prejuicios. Sólo entonces lograré aliviar mis propias censuras. Soy mi propia censura, aún cuando no creo en ella. Si, yo quería ser Rebeca Sharp. Por supuesto, no tenía esa belleza. Pero aunque la hubiera tenido, no tenía nada que ver conmigo. Una tarde , hace tanto ya, conocí a un hombre muy bello, uno de esos hombres que ríen mucho, que siempre tienen algo que decir. Intelectual pero no aburrido ni acartonado.
Recuerdo haber
sonreído con asombro y lejanía., en la sombra.
Supe apenas
conociéndolo que yo no era la clase de mujer en la cual se podría fijar. Me alejé sin asombro y con destreza. No quise conocerlo más. Experta en fugas, me retiré en la sigilosa comodidad de mi miedo a sufrir. No me enamoré. Lo admiré y sólo, por las dudas, me hice a un lado .Sin complicaciones. Pasado un año, iba caminando por la calle, absorta en un espejismo de incorduras, esas que siempre me ayudaban a vivir. Alguien dijo mi nombre, no para nombrarme sino para recordarme que nos habíamos conocido. De repente, bajé a la realidad de un salto. Era él, el hombre bello del que me alejé sin conocer del todo. -Hola, me dijo . Además agregó mi nombre ¡Mi nombre! Nunca pensé que él lo recordaría. La desenfadada Rebeca Sharp me hacía muecas de alegría. Recuerdo haberme quedado
parada en mitad de la vereda, fría, y tratando con
desesperación casi, de disimular el temblor. Un sudor repentino
expuso mi asombro.
Quería parecer una mujer mundana,
elocuente, social. Pero tuve mala suerte. Tal vez por los nervios, la sorpresa o el frío sudor contrastando el calor que hacía en aquel Octubre argentino, se me secó la boca. Mucho. Devastadoramente. El labio superior se quedó adherido, pegado a mis dientes superiores, seco, seca la boca. Quedó en mi rostro una estática mueca simiesca. Emití un sonido gutural, pastoso, débil. No me atrevía a sacar la lengua y despegármelo porque temí que pareciese una provocación. Comencé a agitar la cabeza moderadamente para mostrar mi reconocimiento mientras inflaba ligeramente las mejillas para intentar despegar el labio que me traicionaba. Él me hablaba de mis versos y yo levantaba las cejas mientras tosía con gracia, para humedecer los dientes que hacían ya de barrera, ya de quebranto a mi sueño de glamour. Enterrada Rebeca Sharp, me despedí de la heroína de literatura y levanté mi mano para trazar en el aire un “Chau, hasta pronto”. Algo confuso que ni él ni yo pudimos entender acabadamente. No pude siquiera especular con las protagonistas de mis libros ni con mis propias emociones. Pero a pesar de lo patético que fue mi
encuentro, ahora, cuando ya han
pasado exactamente veinte cinco años, me sonrío como sonreía mi abuela cuando veía a Palito Ortega en las películas. La torpeza es en mí, contradictoriamente, una virtud. Me hace reír de mí misma .Me salva de la masa conservadora. Eso la hace necesaria.
Hoy ya no quiero ser Rebeca Sharp. Ya he aprendido la lección. Convivo con mis mujeres, domando los perros sueltos y buscando una rayuela en todas las aceras de España para no morir en lo desconocido, para aferrarme a las líneas seguras de una rayuela que no cambie nunca. Necesito acomodar la geografía de mi cerebro, las cicatrices y los depósitos de mis abundancias y mis carencias, los pliegues de mi alma, pero en España. A veces España es mi felicidad, a veces no. No, si ya no me acuerdo quien es Rebeca Sharp. Roberto no tenía la inquietud de Borges ante los espejos. Pero decía que lo peor de mirarse al espejo era enfrentarse con aquella persona que no se parecía en nada a la que realmente quisimos ser. -Pero yo soy una reina, Roberto. -Pero nadie ve tu corona, piba. Sólo yo. Así era Roberto .Así fui yo. Nota 11 Cuando vi la película “Besos en la frente” lloré tanto que creció el mar. China Zorrilla interpreta a Mercedes ,una mujer mayor que ve en un chico de veintiséis, un sesgo de su manera de amar; su antiguo corazón rejuvenecido se encandila de magia ante los ojos mas bellos de la tierra. “Soy una mujer de 15 atrapada en un cuerpo de 80”, creo que dice Mercedes y así, así me siento yo. Yo no tengo ochenta años pero la niña riente que aún corre por la calle, soñando el mundo del revés, buscando el árbol que camina, creyendo que la vida es un ida y vuelta de esfuerzo-recompensa, me arrincona contra un muro de anónimos verdugos. Confieso que a veces quisiera volver por otros pasos. Quisiera volver al vientre de mi madre. Muchas veces me pregunto por qué el tiempo se deshace como las migas en la boca y no alcanzo a retenerlo, a sobrevivirlo mejor, a sentirme en paz con él. Creo, sólo creo que la paz no es una herencia que podré ,alguna vez, legar. Muchas veces me cambio de ropa con los ojos cerrados para no verme. Quien me ve vestida me dice que estoy bien, que no me preocupe. Por eso espero que nunca me vean desvestida. Notita 12 La jirafa no quiere ser mi amiga. No me saluda, no hay caso.
Nota 13 A veces la vida nos da una tregua. A veces miramos hacia afuera y la vida es de color amarillo y nos permitimos el lujo del descanso. Durante la tregua, recuperamos entonces ese yo íntimo, el yo esencial, eso que realmente somos y sólo unos pocos alcanzan a ver. Es ese yo que nadie sospecha, que da vueltas carnero en un interior profundo y que tantas veces desea ser descubierto, expuesto en sus más vulneradas revelaciones para extender un puente, el puente solidario, el puente conciliador que nos devuelva un espejo de identidad compartida. No estoy hablando de una pareja, estoy hablando de la magia del encuentro con alguien que tenga nuestra misma geografía mental, la misma trinchera emocional. Eso es parte de una tregua. Mi amiga española es una tregua. Yo le cuento y ella me entiende. ¿Qué más puedo pedir? Una tregua es como quedarse riendo después de algo lindo e inesperado y tener ganas de saltar .Si, yo sé que muchas veces cuando creo que nadie me mira camino jugando. A veces, cuando me doy vuelta y veo que alguien está jugando conmigo, ese día me vuelvo barrilete y le doy a la vida gracias, gracias por la tregua. En el edificio donde vivo hay un insomne , uno como yo. No sé quien es, si es hombre o si es mujer. Sólo sé que escucha siempre la misma emisora, noche tras noche. Mientras leo, escucho su radio como en una letanía. Compartimos la noche desvelada, las pupilas enormes y el tambor incesante de los recuerdos, las horas largas y el amanecer que nos salva de la locura. Los fantasmas y las voces funcionan igual para todos los insomnes. ¿Cómo hago para mandarle un mensaje? Una señal que le indique que somos dos, dos insomnes riñendo con la noche o a veces, tomando un café con ella , fumándonos ante la luz redentora de la madrugada. Jon Elster dijo que el insomne trata primero de poner su mente en blanco, luego y ante el fracaso de conseguir conciliar el sueño, se resigna fingiendo indiferencia y hace de cuenta que no le importa. Tampoco da resultado y es entonces cuando llega a la conclusión de que la noche va a ser larga, larguísima. Y consciente de esta verdad, se va quedando dormido. ¿Habrá sido Jon Elster un insomne?.
No sé quien será el insomne de mi edificio, sólo sé que tiene algo en común conmigo, con mi noche española, con mis párpados alertas y de alguna manera me extiende un puente o yo se lo extiendo, no lo sé. Tener algo en común es una tregua chiquita que me despunta la imaginación y me deja sonriendo en mi departamento que entre sus mejores cosas tiene (el departamento) una ventana que da a una avenida. La avenida es un útero fértil que da vida. A mí me da vida. Escucho ruido a calle. Hay un barullo anónimo de motores y voces nocturnas y eso me hace tanta compañía como el insomne que vive no sé dónde, pero arriba de mí. Nota 14 Me voy a comprar lentes (gafas) de sol pero negros, así parezco más importante. Nadie podrá saber lo que estoy mirando. Además me escondería detrás de ellos. Un encuentro acude a mi memoria, disfrazado de verdad o ficción, en esa rara frontera de lo pasado. Nunca tuve tan bella declaración de amor como aquella que me hizo un muchacho de ojos claros cuando la vida era un errante descubrimiento de destellos, soles y tormentas pero era bendito ser joven y el agua se me escurría clara por entre los dedos. Además pesaba diez kilos menos. Hay una parte de nosotros que es verosímil y socialmente aceptable. La otra, la que escondemos es quizás la más divertida, la que nos sostiene y nos salva de la soberbia de los preceptos y los destinos. Hay , como en los demás, una parte de mí que no todos distinguen , que no todos pueden reconocer Pero él llegó hasta donde estaba esa que reía con la risa grande y escribía versos por los cuales creía respirar, a ese yo esencial que a veces se muere por salir a flote, por salvarse del ostracismo emocional. Ahí adonde se puede morir de poesía. Hace pocos años me crucé por azar, con un hombre de bellos ojos y canas dulces, que me sonreía con la candencia de una pasada juventud y el asombro de los nuevos viejos años. Era aquel joven de las palabras lindas. De pronto quise ser invisible. Otra vez. No quise que me reconociera. Tenía treinta años más, diez kilos más y más deudas que ganas de vivir. Sólo le sonreí como al descuido, y salí corriendo. ¿Para qué romper con la vieja costumbre? Supe que la huída me sentaba bien, y que tal vez por eso estoy donde estoy. Tuve uno de mis mayores momentos de imbecilidad y tal vez algún día crezca, a punto tal de buscarlo y retractarme.
Él se quedó algo perplejo. La tarde de Abril se diluyó de repente en sus ojos de inmensa juventud, sólo por un instante, recuperada. No es el paso del tiempo mi mejor excusa para la alegría. Esta vieja intolerancia a la madurez me ha costado demasiado. -¿Y si lo volvieras a ver?, pregunta mi amiga española. Pondría pasacalles en las calles pidiéndole perdón. Nunca tendría que enterarse que ni clases doy, que ya ni escribo y que practico todos los días para pronunciar la palabra cerezo. Pero eso sí, la risa y la rayuela son la ofrenda a mi vida española. Esta vida me ha dado un resquicio a la vieja desposesión. Sigo pensando que la idea de los lentes es buena. Mañana me voy a aparecer en la parada del colectivo o autobus con los lentes. Quien sabe alguien me salude. Quizás, la jirafa. Ojalá. Mañana voy a jugar a la mujer importante y cuando me mire en las vidrieras, los escaparates, acaso no me reconozca. En mi bondadosa imaginación, recrearé un hecho no sucedido: me detendré a saludar al muchacho que me hizo la más bella declaración de amor y lo invitaré a tomar un café. Y no me importarán los diez kilos de más ni mis arrugas chiquitas ni mi flaccidez. Hablaremos de nuestras familias, quizás, o de sus preguntas sin respuestas, de mi negativa tímida, tan tímida como yo era. Y si así fuese, me sacaría las gafas negras de sol, las que aún no me he puesto para jugar a la mujer importante y le diría que gracias por el rumor dulcísimo de aquellas palabras, gracias por la tregua. Sabré entonces que ya he pagado un precio muy alto por esa timidez. Y seré mi propia ficción, seré mi propia literatura. Una literatura de carne y hueso, una escribiente que desaparece siempre y desaparece a cuenta, para no tener ya más, nunca más, sentimientos de pérdida. Nota 13 -¿Y ahora que hacés? La pregunta es inevitable. Surge como un gesto, como una necesidad del otro, como un grito que busca la asociación que calme la sensación de los sueños lejanos. -Ahora…¿A que te dedicás? -Vendo puertas. -¿Puertas?
-Puertas. Por un momento bailan en mi mente otros momentos, la antigua vida mía. Busco con desesperación otra manera, otra frase sustituta pero no encuentro otra que la necesaria. “Vendo puertas”. A mi alrededor el atardecer cobra un color extraño, dulce como un damasco triste y yo me sonrío inventando un actitud distendida. Pero somos dos argentinos blancos y celestes, que nos encontramos como al descuido, en un juego de azar y lejanía, recuperando un trocito del acento, una mano invisible y solidaria que nos seduce sin querer, una intención de identidad que no descansa, no para. Un tácito pacto de fraternidad. - ¿Y los versos? Miro los coches que pasan y se rompe de a poco, la plaza a mi lado. -¿Qué versos? La persona me mira, me reconoce, me desconoce, me entiende. -Tus versos, insiste. -¿Qué versos? -Tus versos, repite con resignada comprensión. Entonces me pregunto si escribí algún día. Cuando me despido, los ojos del otro se pierden en la misma intensa incredulidad de los míos, con la misma distancia entre lo que somos y lo que quisimos ser, con la misma incredulidad que uno experimenta cuando deja atrás la niñez y ya no ve las cosas desde abajo .Es cuando empezamos a buscar a Lady Laura para que nos diga al oído que quizás las cosas mañana nos salgan mejor. Rodamos cuesta abajo por un idealismo feroz y sólo una civilizada madurez que se jacta de realidad nos devuelve la sensatez. ¿Los versos? ¿Qué versos? El otro comprende quien sabe enfrentándose a la misma realidad austera. Y ya no hay nada más que decir. Ahora vendo puertas. Y bueno, si, vendo puertas color cerezo. ¿Y qué? Nota final -Buenos días… -Buscamos puertas de interior.
-¿Qué color? -Cerezo. -¿Sabía usted que ahora mi vida es color cerezo? ¿Cómo dice? -Si, mi vida española es color cerezo. -No le entiendo, dice mi cliente. -Si, mi vida ahora no se parece a los versos, no se parece a mi amiga ausente, ni a Roberto, a nada. Ahora mi vida se parece a una puerta color cerezo. Zerezo. Cerezo. Mi amiga española me ha enseñado a pronunciar Zerezo. Ella siempre se ríe y yo también. Somos un par de grillos delirantes en el ángulo exacto entre Argentina y España. Hemos inventado una alternancia de códigos. Ella me dice “Aquí” y yo le digo “Acá”, luego cambiamos. Ella dice “Esa mina..” y yo digo ..”Esa tía”… Dice “Lentes” y yo le digo su equivalente en español: “Gafas”.Y eso sí, nos reímos mucho. Yo le digo que ahora soy menos buena y ella me dice “Ídem”. Una entrañable sed de alegría y una manera de sufrir a solas y en silencio, nos ha hecho comulgar un destino, codo a codo. Mi vida ahora se parece a los pájaros que me despiertan, a la jirafa que no quiere ser mi amiga, a mis lentes de sol negros que me hacen parecer más importante, al terrible esfuerzo que me producen los números, a mi nostalgia secreta, a los bares lindos que pueblan mi calle ,a un amor secreto, al perro de raza que pasea la mujer de arriba, al insomne que me manda mensajes en la noche lenta. Mi vida ahora es otra vida. Como decía Roberto, la vida es del color que se te ocurra. Pero los demás nunca la van a ver del mismo color que vos la ves. Esa es la magia de los colores. Por eso se mueren de risa los arcos iris. Todo es una ilusión. Lo único cierto es lo que abunda en tus pupilas. Y vuelvo a la realidad. -Pero buscamos puertas de color cerezo. Mi cliente no se resigna. -Si, si, como mi vida. Mi vida ahora es color cerezo. El exilio voluntario se regodea en el trago final de mi orgullo intacto y
trato de perdonarme, de perdonar a la tierra, de olvidar las traiciones, las insistentes traiciones, de recrear en mi mente las treguas que me salvaron de las anclas , los domingos en familia y mi perro con ataques de pánico, que entendía Inglés. -¿Cerezo? -Si, cerezo. En un momentos convergen las múltiples mujeres que rescaté de los libros, los versos más lindos que no ganaron en los concursos y algunos quisieron condenar al anonimato, los pájaros de mi barrio con árboles, mi avenida nueva que se mete por mi ventana en el sueño realizado de mi departamento español, el avión que vuela pesado de obelisco, el aeropuerto en Barajas y lo intrépido de mi viaje repentino, las voces de los alumnos y mi temblor junto al de ellos en la mesa de exámenes, mi abuelito de cuentos llamándome “gitana”, la risa de mi amiga y la risa mía, la cumbia de Rodrigo, la verdad de Baglieto, el sillón de mi madre, mis hermanos, mis destinos, mis viejos amores, la desazón de mis acreedores, mi sueño en España. -¿Quo Vadis? A España, a España. Algún día continuaré estas notas. Esto no es literatura. Estas son solamente notas que la memoria confiscó al olvido pero que se escaparon para ayudarme a vivir porque olvidar es morirse un poco. Y yo no me quiero morir .No puedo morirme todavía. Aunque me cambie la ropa con los ojos cerrados para no verme blanda de partos, aunque todavía se me pegue el labio a la parte superior de mi boca cuando me pongo nerviosa, aunque escriba versos en servilletas en los bares de Alicante que es linda porque es mujer, aunque siga jugando a ser un grillo chiquito que busca la tregua salvadora, buscando la luz de quien entienda, buscando “aquel encuentro que me ilumine el día”, cantaría Joaquín Sabina. Roberto me dijo un día que yo era la mujer más fuerte que había conocido. No sé si es verdad pero es lo mejor que me han dicho en la vida. El destierro me deja la sensación de ser más fuerte, de estar yo conmigo más unida que nunca y la magia de un árbol que si muere , muere de pie. Y cuando me entristezco , pienso en mi huída a Kamchatca. -¿Qué es Kamchatca?, pregunta mi amiga española. No le digo que es una película de Ricardo Darín, solamente que Kamchatca es un lugar para resistir. -Vale, me dice. Vamos.
………………………………………………………………………… Muchas veces me he preguntado qué fue aquello que me empujó a tomar esta decisión. Definitivamente sé que así como toda mi vida practiqué la invisibilidad, ahora yo decido volver invisible a los traidores, a los malos, a los que no me vieron y para verme tuvieron que ver sólo mi contorno, a los que se quedaron con mis hamacas y con mi papá, a los que nos quisieron volver un país triste. Creo que en eso radicó la peor de las pobrezas. -Si, ahora vendo puertas. ¿Y? España se desliza por mi cuerpo y yo la dejo que me enamore, que me seduzca y trato de pensar que España es mi Kamchatca, es mi lugar para resistir. -¿Vamos a jugar a “Si todo sale bien”?,entonces le digo a mi amiga española. -Vale, me responde. Si todo sale bien… Así nos ponemos a enumerar todas aquellas cosas que conformarían un futuro con sol y sin arrugas en el alma. Y somos dos locas de atar, muertas de risa, bailando por la acera. Le cuento a mi amiga de Roberto. ¡Cómo extraño a Roberto! Si él estuviera a mi lado, le preguntaría a qué se parece el color cerezo. Seguramente me respondería… -A tus versos, piba. Y a vos. Ahora el cerezo sos vos.