Querida mamá
Mi mamá me acaba de dejar en la puerta de una casa que apenas si me resulta familiar. Bien arropadito y en una canasta, el mundo desde aquí abajo se me antoja inmenso, inmenso. Yo no sé para qué me abrigó tanto mi mamá. El sol comienza a invadir mi pequeño lugar. ¡Porqué me habrá dejado aquí mi mamá! Recuerdo el día que comenzó mi aventura. Hacía poco tiempo que mis papis habían decidido ir a vivir juntos. Como no tenían donde vivir, le pidieron un cuartucho al final de un corredor, a un hombre que fumaba en pipa y usaba zapatos blancos. Todo lo que había en esa pobre pieza, era una cama, un calentador, una mesa y una radio. El día que mi mamá se enteró que me estaba esperando, se puso histérica, furiosa. Le dijo a mi papá que “ sos un hijo de tu gran madre, y no servís para otra cosa que para hacer porquerías”. Entonces yo pregunté si era yo la porquería pero más vale que nadie me escuchó por que yo era rechiquitito y no sabía hablar, ni siquiera enviarle alguna que otra patadita de algodón pues lo que tenía más grande era la cabeza. Yo era sólo un pedacito de ser humano y ya me habían insultado. ¡A qué clase de mundo iría yo a parar! Mi mami fumaba un cigarrillo tras otro y yo me estaba asfixiando y sospechando que “qué poco me quieren... ¿eh?” Una vez, ellos discutieron y mi papá se fue dando un portazo no sin antes darle un buen cachetazo en la cara a la nerviosa mama mía. Pobre mi mamá... Se marchó protestando y diciendo que él tenía cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con ella, ya que tenía que pegar afiches y asistir a una gran reunión a la que iban muchos capos, dijo él. Mi mamá ni lerda ni perezosa le dijo “que un buen día te van a encontrar tirado y agujereado en un baldío, y ya vas a ver quien tiene razón.” ¿Qué le pasará a mi mamá que tarda tanto? Bueno, sigo con mi relato. Después de aquel día, mi mamá que aún seguía muy disgustada conmigo, fue a ver una señora con una cara de bruja bárbara. Tenía puesto un delantal blanco como si fuese una doctora o una carnicera. Ellas hablaron en voz baja y
la mujerona fea y oscura terminó el diálogo diciendo que “ bueno m’hijita si no te alcanza la guita no hay trato”. Y no lo hubo, a Dios gracias. Me salvé. Mejor omito lo que le contestó mi mamá. Porque una mamá no debería hablar esas cosas pero mi mami estaba muy nerviosa y seguramente no sabía ni lo que decía ni lo que hacía. Ese día me salvé por un pelito. Corrí un gran riesgo ya que mi permanencia en el vientre aún hundido de mi cariñosa mami estuvo a punto de terminar. Repito. Menos mal que no hubo... ¿Cómo es que dijo la mujer? Que no hubo trato. Pero mi mamá me quiere tanto, sé que me quiere hasta el cielo, hasta el cielo celeste que no sé porqué está empezando a desdibujarse y lo veo medio borroso. Me estoy empezando a impacientar. Estoy transpirando mucho y tengo la boca muy, muy seca..... Mi mamá hizo de todo para que yo no concluyera mi ciclo. Saltó como una loca, comió kilos de algo parecido al azafrán, bebió litros de té de ruda y por poco se quemó los pies con agua hirviente para me soltara de su vientre pero soy fuerte. Perduré. Mi papá mientras tanto no me prestaba demasiada atención. Resulta que él andaba metido en cosas raras. Salía de noche, planeaba extrañas coartadas y decía que con el tiempo la causa le recompensaría tanto sacrificio. ¡Minga de sacrificio!, decía mi mami "que te van a agujerear el bocho”. Y con el tiempo así fue. ¡ Pobre papá.! Fue una lástima como apareció muerto. Se dijo en algún que otro diario que había sido muerte accidental. “Ni que accidente ni que m.. macana” ,opinó mi mamá que no lamentó mucho la desaparición de mi politizado ex papá. Estuvo muy nerviosa después de aquel siniestro suceso. La poli vino a nuestro cuarto y le hizo como un montón de preguntas pero ella le contestó :¿De quién está usted hablando?”. Acaso mi mamá ya no se acordaba de mi papá o se estaba haciendo la desentendida. Ella estaba como ausente, indiferente... eso es... indiferente. Como mi papá ya no estaba, nos fuimos a vivir con mi abuela pero ésta rezongaba todo el día porque decía que ¿qué te creés, que te la vas a llevar de arriba?, todo el día en la cama... Yo mientras tanto aprendí a llorar, a tenerle miedo a ese mundo hostil que me estaba esperando para estrangularme con tantos desamores, tanta desesperanza, tan insensible indiferencia. ¡Querida mamá!
Así crecía yo, atontado por el humo y verde, verde de tanto mate. Me acuerdo que había una señora con cara de buena que siempre le traía ropita a mi mamá y le hablaba y la aconsejaba... “Qué le vas hacer, querida, tenés que ser valiente, que muy pronto va a nacer tu bebé y te necesitará fuerte, alegre, sana...”. Mi mamá se pasaba esas palabras por no sé dónde, pero a mí me encantaba que aquella señora con cara de hada madrina, con la sonrisa siempre a flor de labios, estuviese cerca de mi mamá. Dentro de mi acuoso hábitat, yo me iba desarrollando escuálido, sin atención apropiada, sin el menor rastro de amor. ¿Qué era el amor, qué era? Mi portadora en vez de engordar, adelgazaba y si la expresión más feo que un feto es cierta, yo era doblemente feto porque era doblemente feo, o al menos así me sentía yo. Tengo miedo de que mi mami no vuelva nunca más, que me deje en esta canasta para siempre. A los seis meses, mis movimientos eran altamente perceptibles. Ella me ignoraba... ¡No! ¡No!... Quien sabe había veces que se olvidaba de mí, porque tenía muchos problemas. Porque ella me quería mucho. Seguro que sí. Sí… sí… debía ser eso. ¡Querida mamá! Sé que estaba muy débil, porque yo me alimentaba con lo que podía, pero ella no. Se mareaba mucho y a veces le temblaban las piernas. Nunca se hizo ningún análisis como todas las mujeres embarazadas y siempre evitó mostrar su vientre en vez de jactarse de él. La poli molestaba bastante. Esos hombres con los malos modales estuvieron en casa varias veces. Una noche llegaron muy tarde y tuvieron un fuerte encontronazo con mi mamá, que descuidó bastante su vocabulario. Y yo pensé ¡zas! Ahora se llevan presa a mi mamá y soy un bebé recluso. ¿Me imaginan vestido de gris y formando fila a las seis de la mañana ? Yo estaba bastante cómodo en realidad. La blanda y tibia panza de mi mamá hubiera sido un escondite ideal si no fuese por la falta de efusividad de cariño. Yo supongo que ella me quería pero no sabía demostrarlo. Por que yo sé que hay personas que aman con mucha intensidad pero que no se atreven a demostrarlo. Y tal vez ése era el caso de mi mamá. Después de aquella noche movidita, a mi abuela le dio un ataque de histeria y le dijo a mi mamá que “esto te pasa por irte tras el primer par de pantalones…¡turra!,le grito. ¿Qué será una “turra”? Mi mamá se llamaba de otra manera.
Esa señora que tenía cara de buena y palabras dulces al instante, le había dicho a mi mamá que “¿querés trabajar en casa?, me ayudarías con las cosas de la casa y de paso me hacés compañía. Hay lugar para vos y tu bebé...” Mi mamá se encogió de hombros y le dijo que lo iba a pensar. Pero íntimamente eso significaba que no. Porque ella no tenía ganas de trabajar ni de comprometerse. “Minga de laburo”, dijo mi mamá. ¡Estoy embarazada! Y ahí por fin se acordó de mí. ¡Viva mi mami! ¡Viva mi mami! Desde aquí abajo, desde esta canasta, extraño el olor de mi mamá. Sus manos bruscas, pero sus manos al fin... Y ella no viene. ¿Dónde estás, mamá? A mis ocho meses, mi mamá se descompuso. ¡Zas!, pensé yo. Voy a estrenar mi primer día en el mundo. Pero no fue así. Falsa alarma. Como mi abuela estaba trabajando, la señora con cara de madrina llevó a mi mamá al hospital. El médico que
estaba atendiendo
tenía tantas panzonas para revisar que las hacía
pasar una tras otra como si estuviera apurado. Cuándo entramos al consultorio, el médico le dijo muy enojado a mi mamá que “¿cómo es eso que ésta es la primera vez que se atiende, no sabe que su bebé pudo haber corrido mucho riesgo sin una atención adecuada?” ¡Que importante que me sentí! Por fin alguien me daba un poco de importancia, de real interés. Y el médico prosiguió “que sáquese la ropa de la cintura para abajo, que súbase a la camilla y quédese tranquila y flojita que si no es peor”. Mientras el doctor hablaba y hablaba, mi mamá se puso a pensar que ya no le quedaban cigarrillos y que “¿de dónde podré sacar plata para comprar?” Estoy tan solito, mami... ¿Por qué no venís a buscarme...? ¿Por qué? A las dos semanas, nací yo. Ella sufrió mucho en el parto. Las contracciones comenzaron un día antes, rompió bolsa antes de ir al hospital y para colmo, no dilataba. Con un poco de suero, todo se va a solucionar, señora, quédese tranquila y respire, jadee, no se descontrole que le hará mal a su bebé... Y mi mamá gritaba... “Que no aguanto más, que me tiro por la ventana, ustedes los doctores no saben ni medio...Váyanse, hijos de la gran madre...” Y así... así, yo empujaba como un torito pero se me estaban acabando las fuerzas y el corazón se me apuró tanto, que los médicos se asustaron... Pero finalmente, asomé mi cabeza peludita por entre las temblorosas piernas de mi pobre mamita.
Bueno, en realidad un parto es algo que duele como la gran siete, dijo mi mami y tenía razón. Es como partirse en dos y después volver a unir al cuerpo como quebrado, alguien dijo. Una señorita con una cara muy linda me lavó y me vistió. Aclaro que fui varón. Tiene un hermoso varoncito, dijo la enfermera y mi mamá le contestó secamente que “si a eso llamás hermoso, yo soy la reina de la vendimia”. Mis
nueve
lunas
ya se habían terminado. Un mundo de una tonelada de nueve
lunas me estaba esperando, pero la verdad es que no me entusiasmaba demasiado la aventura. Era mi tiempo de ser, de sentir, de sobrevivir. El sol me golpea en la cara. Y ya no puedo más. ¡Querida mamá! Las enfermeras en el hospital me decían que “qué bueno que es este nene” Escuálido, negrito y tranquilo, así era yo. Todos decían que lloraba poco porque nadie sabía que ya me había gastado todas las lágrimas en la panza. Yo creo que lloré el mismo día en que mis padres me engendraron y por cada insulto y cigarrillo de mi madre, iban un montón de lágrimas mías. La única que fue a verme al hospital fue la señora con cara de buena. Me llevó tantos regalos que me sentí un bebé importante y soñé que esa mujer era mi abuela. Me acuerdo que me tomó en sus brazos y me dijo “que precioso que sos, negrito mío... Un besito acá, otro y otro... Sos un angelito, un ángel pequeñito... pequeñito...” Mi mamá no me quiso poner al pecho. A mí me dio una envidia bárbara ya que otros bebés se prendían del pecho de sus mamás con unas ganas... ¡como si quisieran comerse a las propias mamis! Y ellas les hablaban y mis congéneres ponían caras de satisfacción pero ¡Mala suerte!, dijo la enfermera. Y me quedé sin chupar. A los dos días, llegué nuevamente hecho todo un bebé a la casa de mi abuela. Ella me estaba esperando, me había armado un moisés y todo. Mi abuela no era mala sólo que trabajaba día y noche para mantenerse y mantener a la fresca de mi madre. Mi abue no trabajó por unos días y me atendió junto con la señora que a mí me gusta, que venía a cada rato. Era como una abuela postiza. Todo iba requetebién hasta que mi abuelita tuvo que internarse por no sé qué cosa del corazón. Y para colmo mi mamá se encontró con un ex novio que se sentía solo y que le propuso ir a trabajar con él.
Es un trabajo fácil, le dijo, vos te me arreglás bien, engordás unos kilos y te armás de clientela. Y los hacés gastar, nada más. Yo no sé qué clase de trabajo era ése que parecía tan fácil. Mi mamá no lo pensó dos veces. Mi querida mamá me arropó esta mañana con mi mejor conjuntito, me puso en la canasta y hasta me cantó un “arrorró mi niño... arrorró mi sol...” y salió de mi casa poniendo cara de circunstancia. Llegó hasta esta casa, donde me parece que vive mi abuela postiza, me dejó en la puerta y salió corriendo. No se dio vuelta ni siquiera para mirarme un poquito. Desde entonces la espero. La voz de su arrorró me quedó grabada en mi cabecita, porque nunca antes me lo había cantado. Su pecho estaba tibio esta mañana y aún tenía olor a leche, esa leche que nunca me había dejado mamar pero que aún no se le retiraba. ¡Y que lástima que no hice la tentativa de prenderme! Tal vez porque estaba distinta, me hubiese dejado probar. Y ahora, ella no viene. Y yo estoy mal. Me parece que estoy mal. ¿Le habrá pasado algo a mi mamá? Ahora se armó un alboroto bárbaro alrededor de mí. Hay no sé cuantas mujeres que hablan como cotorras en desgracia. Parlotean y parlotean y dicen que “ pobrecito, tan chiquito, debe estar descompuesto... pobrecito!” Yo apenas si escucho mi propio corazón... Entonces se abre la puerta de la casa y la señora amiga mía me descubre y me levanta y se le llenan los ojos de lágrimas. ¡Mi abuelita postiza!, pienso yo...¿Me sabrá cantar el arrorró? Ella manda a buscar a un taxi para llevarme al médico, porque le parece que estoy muy mal. Llora un poquito y a la vez me sonríe. Y me dice... “negrito, negrito mío, ¿por qué te habrá tocado en suerte esa mamá...? Venga conmigo, angelito... negrito de mi alma... tesoro... vidita...yo te voy a cuidar...” ¿Todo eso soy yo? Las otras mujeres hablan a mil por hora, como de costumbre. Ponen cara de... ¿Qué cosa no? ... ¡Esas locas que andan sueltas por ahí.! ¿De qué locas hablan? Hablan una y otra vez del bebé, del pobre bebito abandonado... Que “cómo puede ser, que tan chiquito... tirado en la puerta” Me parece que ese bebé del que tanto hablan ...soy yo.