El adiós Nadie más que él en la sustancia láctea de mi boca, en mi corazón vidriado por crisálidas de ruidosa indecencia, por la tarde gastada. Yo solía abrazarlo desde la clara retina de miradas de mi amor de cien metros cuadrados. Y desde el adiós me encerré en la torre donde pateo vientres desprovistos. (Y en lo oscuro suelo creer que afuera es primavera) Y coronó mis sienes con laureles de hambrienta lucidez con la hambrienta voracidad del desencanto. Se volvió al bostezo de sus días. Y me inventó el pecado de los papas para mi embrujo, dijo. Bruja alegre de garganta dulce, susurró en su atrio de adiós con antifaces. Desde entonces ahuecando colchones con el pulso en mi rito de iniciación , pobre nutria ámbar estrenando el cuerpo entristecido, las culposas manos, me amo pensando en él de espaldas y en su nombre.