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Marv E lo u s por Creativo J
Segunda Parte − ...Veamos, dentro de 2 semanas se cumplen 40 años de primera aparición pública de un superheroe como tal en un acto de respaldo de la ley. El primero se hacía llamar “Justiciero Dorado”. Superado el shock mundial inicial, la colaboración con los cuerpos de policía de todo el mundo y su creciente carisma dieron la oportunidad a muchos más superheroes... − Fueron tiempos muy delicados, no crea. Sobre todo al principio, no todo era ponerse unas mallas de colores, subirse a la cornisa de un rascacielos y anunciar tu nombre a un cielo tormentoso. Sabíamos que iba a ser un shock, que al principio se tomaría como una amenaza al equilibrio mundial. − ¿Quiere decir que su presentación en sociedad fue más preparada de lo que se cree? − Dicho así parece que ocultabamos algo... − Pero de hecho, si lo hacían, la mayoría ocultó su identidad hasta mucho después... − No, no, eso no tenía nada que ver, nuestra verdadera identidad no era relevante, al menos no en los primeros años. − Pero formaba parte de la sorpresa y del posible rechazo, ¿no cree? Porque ese anonimato animaba a sospechar que “llevaban mucho tiempo” actuando en la sombra... − Intentabamos proteger a la gente, no hacernos famosos... − Ese es uno de los puntos a los que quería llegar. En el fondo, aparte de sus poderes, ¿qué les hacía “más justos” que los demás, qué les permitía emitir juicios de valor más valiosos (valga la redundancia) que los jueces o las fuerzas del orden? Me dirigió una mirada severa. Empezaba a darse cuenta de que esto era una entrevista, y no un discurso promocional. Tenía que seguir pinchándole para sacarle de su posición de autocontrol. − No se trataba de juicios mejores o peores, se trataba de salvar vidas, detener robos, incendios, fenomenos naturales... Eran situaciones límite que requerían soluciones rápidas y contundentes. Nosotros éramos esa solución.
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− Cierto, lo fueron, se salvaron muchas vidas. Pero poco a poco, nuestros mayores temores fueron tomando forma... Este comentario le sustrajo del trance nostálgico en el que parecía sumido desde mi introducción en la entrevista. Para ellos, los años dorados habían sido los “Años Dorados”, después de todo. − ¿Qué quiere decir exactamente, Robertson? - me espetó hechando su enorme torso hacia delante. − Pues que los “peligros” de los que tenían que protegernos no tardaron en tomar la forma de “tipos disfrazados”. En el fondo era una consecuencia lógica, tanto como que haya polis buenos y polis malos, ¿no cree? El problema era la “proporción” que tomaban esos peligros, que en poco tiempo paso a ser “desproporción”. − Como usted dice – ese “usted” quería marcar un ingenuo distanciamiento – hay “polis buenos y malos”, y aunque la mayoría teníamos el deseo de hacer buen uso de nuestros poderes, cuando la sociedad aceptó el papel del superheroe, inevitablemente apareció el papel del “supervillano”. Era un riesgo consecuencia del nuevo nivel de estabilidad mundial que habíamos conseguido. − Al principio puede que pudiera tomarse como un “riesgo asumible” como usted insinua, al fin y al cabo, estaban ustedes para defendernos. Pero dese cuenta que, literalmente, “nosotros estabamos en medio”, y no era una posición en la que pudieramos ser muy comprensivos. − No pudimos evitarlo, estabamos en una nueva era, nuevas reglas, nuevas prioridades... − Si, muy bien, pero hágase a la idea, pasamos de temer los robos o los fenomenos naturales, a temer la destrucción de ciudades enteras, a veces de todo el planeta. Ustedes tendrían poderes, pero nosotros no teníamos el poder de la “supercomprensión” ni la “superconfianza”. Desvió la mirada, intentando buscar en el suelo las razones para rebatir mis razonamientos. Por su expresión, vi como se sentía aburrido y repugnado ante mis conclusiones. Durante esos años sus actos habían sido incuestionables, intachables, eran un ideal que todos queríamos alcanzar: poderosos, justos, siempre alerta. Pero nos pusieron en una situación de emergencia constante que ningún “estado de bienestar” podía compensar. − Como ya he dicho, “Daniel” (no le molesta que le llame Daniel, ¿no?, gracias), era una nueva era. Ya no había vuelta atrás, ¿o si?, ¿acaso hubieran sido capaces de olvidarnos, de hacer como si no existieramos? No hubieran podido, porque siendo
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sinceros, al final terminaron por ser muy dependientes de nosotros y nuestros “poderes”, esos que según usted nos hacían tan peligrosos y censurables. Llevaba razón, por supuesto, pero antes de que “se viniera arriba”, aprobecharía su despecho para llevarlo al tema que realmente me interesaba. − Cierto, en 40 años dio tiempo a que nos acostumbrásemos a su influencia, pero también para que ustedes obviaran algunos aspectos digamos, “organizativos”, dando pie a nuevas consecuencias de sus actividades. Déjeme preguntarme algo: al principio, ¿sabían cuántos eran todos ustedes, cuántos superhéroes había? Encerrado en su pose reluctante a mis razonamientos, la última pregunta le pilló por sorpresa. Por suerte para mi, esa pose no le dejaba ver dónde quería llegar. − ¿Qué quiere decir, que si teníamos un “censo” o algo así? Asentí con la mirada para no romper su pose y me contestara sin pensar. − Al principio algunos nos coordinamos, establecimos los pasos para nuestra salida a la luz pública... Si, se podría decir que sabíamos cuántos éramos... − ¿Me está diciendo que sabían que eran – saqué un documento de mi maletín e hice una pausa teatral para hacer una innecesaria comprobación – 194 superhéroes exactamente? Atrapado en su propia afirmación, buscaba la forma de corregir su aseveración, sin desdecirse demasiado. − “Exactamente” no, por supuesto, no teníamos ningún “carnet de superhéroe”... − Pero luego se han tenido datos de los primeros años, Sr. Elous, y el número inicial ni siquiera se acerca, no eran ni una cuarta parte. − … Bueno, tendría que comprobarlo, no tengo cifras exactas de aquellos años, tampoco eran tiempos para sentarse en una esquina a contar “tipos con mallas”... Antes de que se escapara balbuciendo escusas ridículas, tenía que “clavarlo al suelo” con sus propias incongruencias. − Ajá, pues quizá si debería comprobarlo, o mejor dicho, “debieron” comprobarlo. Porque, con los años, el número de superhéroes no dejó de crecer, salían de todas partes, parecía que se hubieran abierto las puertas de par en par de “Heroelandia”. En el fondo,
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se vieron “desbordados”, ¿no es así? Me miraba livido, y sin dejarle replicar continue mi exposición. − Lo estaban..., lo cual me lleva a un punto interesante: la solución que intentaron para amortiguar este “exceso” de supertipos... Se crearon los primeros supergrupos. Le dejé unos segundos de tregua. Curiosamente, en su expresión podía ver perplejidad y extrañeza, como si hasta ahora no hubiera caido en la relación de todo aquello. Estaba disfrutando de esta entrevista, después de todo, pero no podía recrearme demasiado, lo tenía “cogido” y lo siguiente era “estrujarlo”. − Es una manera de verlo, sin duda. Pero más bien respondía a la necesidad de coordinarnos mejor ante amenazas cada vez más complejas y devastadoras. Eran una respuesta a todos esos chalados que cada semana querían dominar el mundo, o destruirlo, o algún plan desquiciado por el estilo. − De acuerdo, el peligro creció, tomaron medidas y se unieron en grupos. Era una buena solución, pero como todas, sólo funcionaría durante un tiempo, hasta que sus némesis tuvieron la misma idea. ¿Pensaron que eran demasiado engreidos, maniacos o estúpidos para imitarles? Estaba rojo de ira, apretó su puño derecho como si fuese a partir aquella monstruosa mesa de marmol mazizo de un solo golpe. Puede hacerlo, estoy seguro. − ¿Pero qué insinua? ¿qué les incitabamos, qué les servíamos de inspiración? Estaban ahí fuera, destruyendo y masacrando regiones enteras, y ahora parece que debimos pedir perdón por intentar salvarles a todos ustedes, que debimos permanecer en el anonimato, dejando que se fueran todos al infierno... − Se sorprendería del número de “viejos compañeros” suyos que afirman algo parecido. Les corroe una especie de “sentimiento de culpa” e impotencia, parecido a la “depresión del superviviente”, que les atormenta pensando que no supieron cómo salvar más inocentes. Por alguna razón, aquello le devolvió algún recuerdo que se correspondía a la imagen algo exagerada que le había planteado, y pareció replegarse y desactivar su monumental enfado. Recuperó algo de serenidad y se dispuso a replicarme con expresión casi académica. − En el crimen organizado “normal”, los criminales estudian los métodos de la
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policía para dos cosas: seguir robando y que no les cojan. Pues en nuestro caso desgraciadamente ocurrió algo parecido. Es lo que se conoce como “escalada armamentística”, le resulta familiar esa expresión, ¿no? − Ajá, ¿me está insinuando que “cometieron errores porque nosotros también los cometimos”?, eso puede ser cierto, pero de ningún modo les escusa. Además, el “compromiso unificador” de los supergrupos fue algo “condescendiente”... − Eran grupos, Daniel, no sectas. − Ya, pero yo me refería concretamente al preocupante número de “vengadores solitarios” que los supergrupos trataban de unificar y “absorber”, aunque sin mucho exito... − Casi todos se unieron a grupos o formaron los suyos propios. Mejoraba nuestra coordinación a nivel planetario. Como ya he dicho, las aspiraciones de destrucción o dominación de los villanos requerían una respuesta acorde... − Pero hubo muchos, demasiados Sr. Elous, a los que no pudieron “encauzar en su redil”. Y no tendría mayor importancia si no delatara unas sospechosas y profundas diferencias de criterio entre ustedes y ellos. − ¿“Diferencias de criterio”? Los que decidieron seguir en solitario tenían sus razones, supongo, no había nada de malo en ello... Me aclaré la garganta en señal de protesta ante semejante afirmación, una simplificación ofensivamente erronea. Se habían preocupado de ocultar la verdad, pero cruzando los datos adecuados desde la perspectiva de los años, puede deducirse que los “vengadores solitarios” se plantearon serias dudas respecto a los supergrupos. Parece que ese fue el principio del fin de los años dorados. Volví a la carga sin piedad. − Esa simplificación es casi ofensiva... ¿no es más cierto que los métodos de los supergrupos fueron más y más “benevolentes”, más “continuistas” si lo prefiere? Y que al ver este “acomodamiento”, ¿hubo muchos que huyeron de los supergrupos para poder ejecutar verdadera justicia? Marv Elous hacía rato que desviaba la mirada, distraía su ánimo en la inofensiva distancia de las vistas desde uno de los enormes ventanales de su despacho. Ya no parecía nervioso, sino que exhibía una mezcla de abatimiento y disgusto. − Tuvimos que introducir cierto grado de “diplomacia”. El poder mayor que implicaban los supergrupos acarreó responsabilidades a más niveles, había que calibrar nuestras acciones para que no afectarán a los mercados mundiales, al medio ambiente, y en última instancia a la opinión pública. De pronto todo el mundo parecía tener una opinión,
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cuestionando todo lo que hacíamos como nunca habían hecho, tanto los civiles como esos que usted llama “vengadores solitarios”. Teníamos que buscar el equilibrio, aunque fuera dificil... Le escuché con agradecida atención, era el momento más sincero que le había escuchado en toda la entrevista. Pero aún había que profundizar más... − … Y poco a poco “lo dificil” se convirtió en un “estorbo”, un “lastre”. Los “vengadores solitarios” lo vieron antes que nadie, y durante un tiempo ellos compensaron la incipiente “torpeza” de los supergrupos. Pero el problema siguió complicándose. La reacción de los solitarios fue endurecer sus métodos más y más para diferenciarlos de los de los supergrupos, intentando rellenar el vacío que estos habían dejado. Y entonces llegó la primera víctima de este conflicto interno... la muerte de “Bala Perdida”.
>>>Continua en la TERCERA PARTE<<<
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