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por Creativo J
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La tumba sin nombre
- ¿Estás seguro de a dónde nos dirigimos? - preguntó Markus Schultz mientras sopesaba el mermado peso de su cantimplora. - No te impacientes, no me distraigas, Markus, por favor... - advirtió Ronnie Walsh sin levantar sus ojos de la brújula mohosa que colgaba de su cuello. - No es cuestión de paciencia, sino de aplazar o reconsiderar si aún es posible regresar al pueblo... El horizonte está tragándose la luz de Sol cada vez más rapido, Ronnie, y no me apetece morir resbalando en la oscuridad de un bosque desconocido como este. Ronnie permaneció en silencio, meditando las palabras de su amigo. Cada bocanada de aire enrarecido se hacía más frío y humedo, y la sombra de cada pisada era mas difusa y oscura.
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- Volver atrás nos obligaría a dar explicaciones ante los que evitamos al salir casi a escondidas. Sus preguntas nos forzarían a inventar una cortina de humo que terminaría por entorpecernos a nosotros también. Ya sabes que sólo Astrid conoce este camino aparte de mí, pero aunque le pese, ella carece del “poder de persuasión” dentro de nuestro grupo para organizar una misión y seguirnos. Pero si volvemos, no abrá forma de quitárnoslos de encima cuando queramos repetir la búsqueda. Markus saboreó su paladar, amargo y salado. Las certezas de Ronnie podían convencerle a él, pero no a su estomago encogido ni a su garganta correosa. Con esas palabras ciertas no se podía reponer el agua y el pan que necesitaban para llevarlas efectivamente a cabo. Mantuvieron un silencio de meditación que se transformó en silencio de aceptación. Sólo se oía algún resoplido cuando el camino se les hacía demasiado escarpado, cuando el bosque se excedía una y otra vez en su diezmo de sacrificio y resistencia. Finalmente la noche fue entorpeciendo sus pasos hasta obligarlos a detenerse y cobijarse improvisadamente en un saliente resguardado del viento humedo. La extenuación les volvió poco exigentes ante la incomodidad de su refugio o el pobre abrigo de sus polvorientas ropas. Rascaron el fondo de sus mermadas bolsas, apostando sus últimas reservas para aquellas horas de necesidad. La humildad que infunde el instinto de supervivencia les despojó de cualquier reparo para acurrucarse juntos, resguardando manos y pies en cuantos bolsillos o forros poseyeran sus mutuas vestimentas. Abrazados como dos hermanos frente a la necesidad de cualquier brizna de calor corporal, se dieron las buenas noches con un parpadeo y un sollozo, mezcla de ruego y último aliento. Tras horas de probar mil posiciones a cuál más incómoda, apenas lograron descansar a ratos desilachados por el hambre y el frio. La luz de la mañana, aún tibia y nublada, les llenaba las cuencas de sus ojerosos rostros. A pesar del cansancio, la complicidad de haber superado aquella prueba juntos, les hizo entrecruzarse un atisbo de sonrisa. Sin malgastar un solo gramo de energía, pusieron sus pies de nuevo en el eje del camino, y se dispusieron a terminar su búsqueda. - Ronnie... dime algo, dime si estamos “cerca” o “lejos”, pero dime algo que detenga la peonza de hipótesis que rebota contra mi cabeza...
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Ronnie trataba de ganar unos metros más antes de aventurarse a dar siquiera una leve indicación de su posición. La desesperación convertida en derrota podía ahorcarlos allí mismo sin necesidad de soga ni arbol donde subirla.
Pasada casi media hora, Ronnie se decidió a dar algo de paz a su amigo Markus.
- Acabamos de pasar el tercer pico de arboles puntiagudos, las ruinas de la carcel de un antiguo terrateniente, justo lindando con la frontera de las tierras bajas. Cuando lleguemos a un puente con dos cruces verdes, construido por misioneros repudiados, nuestro destino estará casi al otro lado... Como si aquellas palabras hubieran estado huntadas de mantequilla y bañadas en ardiente café recien hecho, alimentaron las exahustas piernas de Markus, forzando a Ronnie a que apretara el paso para que no lo arrollara. Sin que pasaran ni dos horas, finalmente el puente apareció frente a ellos. En un rápido vistazo vieron las dos cruces pintadas de verde mohoso, un color feo que nunca les había parecido tan hermoso como hoy. Les daba una señal de que tras tantas fatigas y horas de viaje, finalmente habían encontrado el camino. - Rápido... Markus, tenemos que pasar el puente lo más rapida y calmadamente que nos sea posible. Allá abajo en ese rio puede haber pescadores que nos descubran y delatarnos a quién sepa comprarlos. Markus asintió con la cabeza sin atreverse siquiera a respirar más alto que un susurro. Caminaron como si fueran dos cipreses a los que les huberan salido piernas, rígidos pero con la prisa que da la incertidumbre. Después de pasar el puente, el bosque se tornaba extrañamente espeso. De vez en cuando Ronnie miraba en varias direcciones, como intentado confirmar una y otra vez lo que sus cansados ojos le mostraban. Estos signos de duda no hacían mas que poner en guardia a Markus, que le miraba el cogote con ojos tan grandes como dos huevos de gallina. Unos metros después de dejar atrás un claro, Ronnie se detuvo y le cogió la mano a Markus. Con la mirada tensa le indicó que volvieran hacia atrás unos metros. Antes de verlo con sus propios ojos, Markus sintió el eléctrico apretón de Ronnie para que se detuviera tras de él. Por encima de su hombro pudo ver finalmente la estampa que tanto habían imaginado durante todo el camino. Un claro en el bosque con la rama de un
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arbol arqueando sobre una tumba sin nombre. Durante unos minutos, clavaron sus pies en aquel trozo de tierra como si les pesaran una tonelada, contemplando aquella tumba secreta que tanto habían sufrido para encontrar. La mano de Markus en el hombro de Ronnie le indicó que había llegado el momento de cumplir con lo que habían venido a hacer. Mientras Ronnie rebuscaba musgo o hierbas mojadas por el suelo, Markus sacaba un martillo y un cincel de su bolsa. Se arrodilló con respeto frente a la lisa plancha de piedra y tras unos segundos de duda, comenzó a cincelar sobre la lápida. Entre golpe y golpe sobre el cincel, Markus rompió el silencio entre los dos presurosos infiltrados en aquel mausoleo anónimo. - Su esposa Astrid, o cualquiera que logre sacarle este secreto a ésta, podrá caminar por estos bosques hasta despellejarse los talones buscando una tumba sin nombre. Cuando termine, el nombre que se podrá leer sobre esta tumba la protejerá de los codiciosos y bastardos que quieran saquear los secretos que su morador enterró en ella. El equilibrio de nuestra comarca depende de que nadie pueda usarlos. Ninguno de los dos bandos debe disfrutar del poder de esos secretos, usándolos para devolvernos tiempos de Guerra y Miseria, demasiado sacrificio sólo para saciar sus mezquinos intereses, reclamando reinos que no son suyos, usando como metralla a sus propios compatriotas azuzándolos con un fingido patriotismo. Con los bolsillos llenos de terruños de hierba humeda, Ronnie veía como Markus daba el último martillazo sobre la tumba. La tumba sin nombre quedaba así bautizada, dejaba de ser un objetivo para los usurpadores que la buscarían en breve. Con esa hierba mojada, Ronnie frotaba las letras recien esculpidas, dándole a tal inscripción un deterioro y antiguedad falsas pero muy convenientes. Debía tener la apariencia real de una tumba antigua y mohosa, azotada por años de lluvias y vendavales. Cuando hubo terminado, ambos se incorporaron para comtemplar su obra cumplida. Cuando Markus se dispuso a emprender el camino de vuelta, esperando que Ronnie lo siguera, se extrañó de que este siguiera mirando la lápida, con mirada pensativa y mordiendose ligeramente los labios, como si creyera que faltara algo. Markus le tiró ligeramente del brazo, pero este le miró y le habló con voz amortiguada por la premura de su determinación. - No es suficiente... Piensalo, esta tumba debe aparentar años de que todo tipo de animales pasen por aquí, se acerquen, dejen su olor y marquen su territorio como sólo hacen los animales... La tumba ya tendrá esas capas de herrumbre, no así las letras que
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acabamos de descarnar en ella... Ante la mirada aún interrogante de Markus, Ronnie se dispuso a bajarse los pantalones, y hizo lo propio de los animales cuando marcan un lugar, orinando sobre las letras esculpitas, para darles el olor y pronto la mohosidad que hubieran proporcionado los años a la interperie. Algo avergonzado y sorprendido, Markus tardo en reconocer la lógica de este proceder, sumandose a este proposito cuando su amigo hubo terminado. Reuniendose de nuevo con Ronnie, que se había alejado los metros que le indicó su pudor, le hecho el brazo por el hombro dándole un par de suaves palmadas. Nadie encontraría nunca aquella tumba ni los secretos bélicos que guardaba, nadie volvería a usar esas semillas de poder para sembrar la muerte y la desolación en su comarca, aún en reconstrución a pesar de los años transcurridos tras la última batalla. Deseaban que las únicas lágrimas que se vieran en sus compatriotas fueran como las que ahora recorrían sus rostros, lágrimas de agotamiento y satisfacción. Ahora sus pies ya no les ardían, sus estomagos no necesitaban nada más para saciarse. El camino ahora era amigo y no adversario. Volvían a un pais que ahora estaba más seguro que cuando lo dejaron. Eso era suficiente aliento para todo el camino de vuelta.
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