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No se hund e por Creativo J
Esto que os voy a contar, no sé si fue un sueño o una idea que, rebotando en mi cabeza, fue adquiriendo los pliegues y el volumen de algo visto, aunque sea imaginado.
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Pompas de icción
Estamos en una función de circo. Apenas acaba de terminar una actuación, no sé de qué tipo, si eran payasos o leones o acróbatas. Por el rabillo del ojo vemos cómo se retiran por un lado de la pista central, y por el otro entra el Jefe de Pista, vestido con su traje de chaqueta azul y pantalones blancos abombados y largas botas de piel. Su cara está excesivamente maquillada, desde lejos no podríamos verlo, pero de algún modo podemos apreciarlo. Esto lo interpretamos como un resquicio, una fisura dónde advertimos lo forzado de la situación, la falsedad de la actuación de este Jefe de Pista. De algún modo, eso nos desagrada, estabamos distraídos con el espectáculo, pero ver la “trampa” de este cartón, nos rompe el hechizo. El Jefe de Pista, enfocado por una gran luz en el centro de la pista, se dispone a presentarnos la próxima actuación. Empieza a decir “...Y ahora...” pero se detiene. Hay un silencio tenso. El Jefe de Pista nos mira fijamente, girando la cabeza de un lado a otro, perplejo ante la incredulidad que ve en los rostros del público. Cada vez más asustado, sujeta el micrófono sin atreverse a continuar con su presentación, deambulando erráticamente por la pista, como si no encontrara una salida. De pronto, vemos como entorna los ojos, queriendo ver algo lejano, cuando una espantosa mueca de terror golpea su cara. Dirigimos la mirada hacia el punto de la grada donde estaba mirando, queremos ver qué le ha producido esa reacción. Vemos como la gente está levantándose de sus asientos, pero no se va, sino que está bajando lentamente hacia la pista central. De forma inexplicable pero contagiosa, todos hacemos lo mismo, nos levantamos y bajamos a la pista. Lo hacemos de forma ordenada, despacio y como si estuviese preparado. Nos miramos unos a otros, pensamos lo tranquilizador que resulta poder coordinarnos de forma tan sencilla pero efectiva.
Caliope
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Pompas de icción
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El punto de vista del Jefe de Pista es bien distinto, corretea desamparado por la pista, sin alejarse ni dos metros del centro de la pista, como si en esa zona creyera gozar de alguna protección. Está más pendiente de ver como, peldaño a peldaño, el público desciende hacia la pista. Cuando el primero de ellos sortea la valla y pone un pie en la pista, el Jefe de Pista aprieta los dientes y se queda petrificado. Uno, diez, treinta, una multitud creciente se empieza a arremolinar en torno al Jefe de Pista. En un parpadeo pasamos a estar a sólo a unos metros del Jefe de Pista, formamos parte del grupo que lo rodea. Ahora vemos de cerca su burdo maquillaje, y multiplicado por expresión de terror, nos resulta aún más grotesco y aberrante. Diez metros, cuatro metros, tres pasos... justo antes de que el primero de nosotros le ponga las manos encima, arroja el micrófono al suelo. El chirrido metálico que proboca en la megafonía sirve de pistoletazo de salida a la paliza. Pero no hay tal paliza, no en el sentido de puñetazos y patadas. Estamos empujándolo, cada vez más manos lo apretujan en todas direcciones. Poco a poco pasamos de empujarlo sólo del cuerpo a apretar su cabeza. Estamos intentando hundirlo, echamos todo nuestro peso en sus hombros, sus brazos, su cabeza. Entre la marea de manos y tirones, apenas vemos su rostro rigido, sus ojos enrojecidos por el terror y la incertidumbre. Su boca paralizada no puede articular ni un grito, no puede preguntarnos “por qué le estamos haciendo esto”, “qué vais a hacerme”. Bracea desesperado como si le faltara el aire, abriendo ansioso su mandíbula al máximo. De pronto, de tanto empujar, empieza a hundirse en la arena de la pista central. Al ver que nuestros esfuerzos por fin obtienen resultados, empujamos más y más frenéticamente. Más manos, más torsos anónimos empujando con su peso para que siga hundiéndose. Apenas se ve nada más allá del torbellino de brazos justicieros que lo envuelven por completo. De algún modo, ahora pasamos a ver esta escena desde fuera. Cuando
estamos recorriendo con la mirada la masa de gente, intentando abarcar la dimensión de todo esto, de pronto el foco que hasta ahora seguía iluminando al Jefe de Pista se apaga, emitiendo el característico chasquido de “enorme interruptor apagado”. Nuestros ojos ahora escudriñan la lechosa oscuridad, intentando rescatar la escena que veíamos hace apenas unos segundos. En el inquietante silencio surge del centro de la pista un alarido de pavor, un chillido que rebota en las lonas de la carpa, rasgando su falsa magia de colores chillones, ahora invisibles pero que nuestra memoria nos recuerda excesivamente sucios
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SHORT STORIES
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y groseros. Nos frotamos los ojos, me froto los ojos, vuelvo a ser uno solo, pensando fragmentos de todo esto que he visto o imaginado. Al final, no se ve si conseguimos hundirlo del todo. El último alarido pudo no ser un signo de conclusión, pudo ser otro escalón de desesperación del Jefe de Pista, aunque no fuese el último. Rebobinamos mentalmente una y otra vez, escudriñando visualmente los últimos segundos justo antes de que se apagase el foco. No conseguimos llegar a ninguna conclusión.
No se hunde, pero supongo que teníamos que intentarlo, teníamos que hacerlo.
Caliope
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Pompas de icción
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