Maqroll El Gaviero

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Hugo Blumenthal © 2007

Sobre Maqroll el Gaviero en La Nieve del Almirante, de Alvaro Mutis por Hugo Blumenthal

Sin lugar a dudas, en La Nieve del Almirante, el narrador, Maqroll el Gaviero, es el personaje principal, el protagonista de una historia que no es más que la propia, donde todo lo que le va sucediendo, todos aquellos pequeños incidentes, van a jugar un papel imprescindible para ayudarle a descubrir esa “historia” que él es en realidad, como el sentido de su vida. La forma de diario, adoptada por Mutis, no podía ser más adecuada en la medida en que “obliga” a registrar los incidentes en proporción al grado en que impresionan o hacen mella en el narrador, registro que le permite llegar a conocerse a través de una toma de consciencia que se va materializando gracias a la escritura misma del diario. Registro de incidentes –y casi estaría tentada a decir “de accidentes, más que de acciones”– ya que el narrador como protagonista es más bien un personaje pasivo, que no lleva a cabo acciones concretas, frutos de una fuerte decisión o deseo, sino que más parece dejarse llevar a partir de una decisión inicial, como pudo haber sido el sueño de un aserradero, resolución que va perdiendo fuerza a medida que se acerca a su meta. Sin embargo la acción va por dentro, en sus meditaciones, a través del diario, sobre su vida pasada, presente y futura. Dentro de aquella acción, uno de los temas más importantes es el de la confrontación entre un aparente saber y una experiencia real, que pone en cuestión aquel saber y lo modifica, tal como sucede en los pasos de los rápidos, cuya experiencia era para Maqroll “[...] una prueba en muchos aspectos reveladora de la imagen que hasta ayer tenía del peligro y de la presencia real de la muerte.” Hasta el saber sobre los rápidos mismos se ve modificado por su experiencia: “Contra lo que yo suponía [...] no están formados por rocas que sobresalen de la corriente [...] Todo sucede en las profundidades [...]” Sin embargo él considera que esas pruebas le llegan tarde “[...]como todas las lecciones que nos atañen directa y profundamente.” Es decir, tarde para ayudarle a corregir su vida, para hacerle vivir más conforme con una realidad de la que había tenido una idea errónea; lo cual también le lleva a pensar que hasta entonces ha vivido engañado, engañándose sobre la vida misma. La idea de haber desperdiciado la vida se puede ver reforzada por la fascinación que siente hacia el mecánico (“Fascinante la paciente sabiduría con que este indio, salido de las más recónditas regiones de la jungla, consigue identificarse con un mecanismo inventado y perfeccionado por países cuya avanzada civilización descansa casi exclusivamente en la técnica”). Se trata, entonces, de una fascinación por la experiencia real, práctica y concreta, por la facultad del indio de manipular una realidad (el motor) de la dependen sus vidas, experiencia que no le viene dada de su cultura de origen sino que él se ha visto obligado a trabajar como forma de subsistencia. Siente fascinación ante la eficacia del indio, opuesta a la del propio Maqroll para amoldarse y modificar una realidad en la que ha puesto sus esperanzas. Y aunque Maqroll, a diferencia de los otros, posee algo en especial, una alta cultura que se hace patente a través de su lenguaje (compárese su frase “El agua tiene una transparencia fresca y un tenue color ferruginoso”, frase sencilla y precisa, con la del práctico ““Hay que comer algo, mi don, si no repara fuerzas, después se le gana (?) el hambre y sueña con los muertos””, que es como tambaleante, que apenas consigue definir su sentido), saber que parece provenir de una cultura europea letrada, sin preminencia de conocimientos “prácticos”, en la dura realidad de la jungla tal cultura no puede más que parecer superflua y carente de valor, puesto que en poco puede ayudarle a 1

Hugo Blumenthal © 2007

cumplir sus deseos contra esa fuerte y desconocida realidad, donde en apariencia más sirve apenas saber reparar un motor o conducir una lancha. El comprender su ignorancia le hace sospechar a Maqroll su posible fracaso dentro de aquella realidad que le es extraña. Fracaso que únicamente se le hará palpable cuando se enfrente solo, y en el corazón de la jungla, a los aserraderos, de los cuales muy sospechosamente nadie le quiere hablar. Porque, si lo que le dicen le demuestra sus pequeñas ignorancias, lo que se callan sólo puede ser porque saben que no tiene sentido si él mismo no lo ve con sus ojos, porque la realidad es ahí tan diferente a lo que él imagina que resultaría imposible hacerle entrar en razón con simples palabras; ello sólo es posible enfrentándolo a la realidad; sólo ella puede encargarse efectivamente de mostrarle cuán ridículas eran sus pretensiones. En el camino hacia aquella comprobación de su fracaso ante la vida –pues el fracaso de su empresa lo que va a confirmarle es su fracaso ante la vida– el narrador siente una nostalgia de un pasado, donde no era tan patente una escisión entre el mundo y lo que conocía y podía hacer con ese mundo. Entonces todo parecía posible, no había conflicto (aunque mientras escribe su diario tampoco hay un verdadero conflicto, pues él ya parece haber aceptado su derrota ante la realidad, como si ésta lo excediera sin remedio, y se lo demostrará ya demasiado tarde). Esta nostalgia la utiliza como punto de referencia imprescindible para estimar sus “nuevas” experiencias: “[...] el calor seco, inmutable, inmóvil, vino a recordarme que habían existido otras tardes semejantes a ésta que terminaba en medio de una calma bienhechora y sin fronteras.” Ahora, si al principio su estado de ánimo parece pesimista se debe es al cansancio natural de quien que no está acostumbrado a experiencias como las que allí narra, siendo capaz al final, cuando vuelve la calma, de recobrar un sentido positivo de la vida, sentido apenas eclipsado por el cansancio y el sentido del peligro un momento antes. Pero a medida que se va acercando a su objetivo, a los aserraderos, lo va embargando una sensación de impotencia y no puede comprender más por qué se ha metido en esa “aventura cargada de presagio”, sobretodo teniendo en cuenta su “[...] habitual torpeza para salir adelante en estas empresas [...]” Se le acaba entonces toda la esperanza que pudo haber tenido al principio al embarcarse. El narrador se revela entonces como un soñador que necesita de imaginarse grandes, magnificas empresas, pero que luego se siente incapaz de realizar o de materializar sus sueños, quizá por temor a que lo anclen a una vida distinta a la que él anhela, llena de sueños imposibles y aventuras. Al final, nos dice Maqroll: “[...] desde hace ya mucho tiempo he perdido interés en esto. Pensar en ello me causa un fastidio mezclado con la paralizante culpabilidad de quien se sabe ya al margen del asunto y sólo está buscando la manera de liberarse de un compromiso que emponzoña cada minuto de su vida. Es un estado de ánimo que me es tan familiar. Conozco muy bien las salidas por las que suelo huir de la ansiedad y la molestia de estar en falta, que me impiden disfrutar lo que la vida va ofreciendo cada día como una precaria recompensa a mi terquedad en seguir a su lado.” Estas palabras son profundamente reveladoras de su deseo de libertad, contra cualquier empresa que pudiera atarlo a un lugar o a una realidad difícilmente modificable, de la manera en que sólo pueden serlos los sueños. Quizá por eso mismo sus sueños resultan tan fantásticos y utópicos, porque a lo mejor él mismo no desea que se realicen; y que dejen de ser eso que precisamente son: tan “sólo” sueños.

Hugo Blumenthal Cali, 1998 2

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