Hugo Blumenthal © 2007
Edipo y Antígona en una posible Noche sin fortuna por Hugo Blumenthal
Curiosamente elegí para mi trabajo sobre Andrés Caicedo la obra suya que menos me había agradado en una primera lectura. ¿Qué era lo que estaba mal, o qué era lo que no me satisfacía de ella? En primer lugar, es donde se hace más evidente aquel deambular de sus personajes, de una historia a otra, derivando hacia una supuesta noche sin fortuna que no lograba –hacia el final– un sentido profundo que le otorgará una mayor coherencia al todo. Deambular que se hace insoportable y que deja sueltas a las “pequeñas historias” que constituyen la novela. Deambular que mucho antes de la mitad de la obra da la sensación de una deriva sin sentido, que hace perder toda esperanza de que ALGO ocurra más adelante. Claro, la novela no estaba concluida... el mismo Andrés no sabía para dónde iba... Y con todo, pensando en ella no puedo dejar de pensar que de haberla terminado Andrés, hubiera sido una novela clave para marcar un gran paso a esa madurez literaria cuya falta tanto le echa en cara la Crítica. En ella se empieza a notar una mayor preocupación por el sentido total o globalizante, por crear una ficción autosuficiente, como debe hacer toda novela. La ciudad y el mito del autor pertenecen a una historia que ya a nadie le interesa visitar –a no ser que el esfuerzo de la lectura prometa algo adicional. Algo que –a mi juicio– se halla como una promesa en Noche sin fortuna, la cual, por desgracia, no llega a realizarse (o que se realiza, pero con deficiencias, que para el caso es lo mismo). Así, un sentido global, profundo, se ve esbozado mas no desarrollado. La novela comienza presentándonos a un Edipo psicoanalítico demasiado obvio, aunque no por ello menos interesante, que hace todo lo posible por “alargar” las horas junto a la madre antes de salir a enfrentarse con un peligroso mundo nocturno. Luego el personaje, Solano Patiño, pierde toda su especificidad para convertirse en un muchacho cualquiera más, hasta que aparece en escena Antígona. El espacio entre las dos mujeres, casi la mitad de la novela, queda como un territorio de nadie (¿quién es el protagonista?) en el que –salvo pequeñas excepciones– apenas aparece algo importante para la comprensión de Solano Patiño, de sus relaciones maternales y las que vendrán luego con Antígona. Esto podría hacer sospechar que Solano no sea ningún protagonista, pero en tal caso ¿para qué mostrarlo como tal, al principio y al final? Se entiende que Solano Patiño es un arquetipo de escritor, pero de un escritor que no escribe mas que en su cabeza. Nada más característico que aquel miedo a hablar porque siente que se traiciona, que sus palabras más inmediatas no logran comunicar lo que desea, su verdad; problema típico de escritores, que se ven obligados a escribir cantidad de cosas, y trabajar sobre lo escrito, con la seguridad de que lo inmediato no era exacto, sino quizá hasta todo lo contrario. Además, Solano va por ahí imaginando historias, escuchando y haciendo conjeturas sin sentirse obligado a señalarlas como simple fruto de su imaginación desbocada. Sin preocuparse por el lector, hace que los límites entre lo “real” y la fantasía se pierdan de manera tal que a cualquier lector no le resulte fácil distinguir las ficciones dentro de la ficción. Con ello podría conseguir que se le diera el mismo valor a la fantasía que a la realidad, componiendo una “realidad” mucho más rica. El mar es una de esas fantasías afortunadas, que parece señalar la perdida de sí dentro de un frío movimiento convulsivo. El incidente del bus es una de las tantas fracasadas. Pero la pregunta que surge finalmente es si Antígona no es acaso también fruto de esa imaginación, hija de Edipo y de su deseo (de la madre), que termina pareciéndose, como es obvio, a la madre. Antígona por medio de la cual Edipo retorna a esa otra madre que al principió dejó atrás, 1
Hugo Blumenthal © 2007
para perderse en ella fatalmente (y son estas relaciones lo que más impresiona, con su erotismo latente a punto de estallar). Por otra parte, las notas señalan claramente una identificación entre el escritor Andrés Caicedo y su personaje Solano Patiño. Curiosa identificación, no por tratarse de Andrés (lo cual solo apenas importa), sino porque revela a Antígona como una mezcla de mujer fatal y literatura, a la cual el autor, y su personaje en “segundo” plano, le sacrifica sus creaciones, en la búsqueda de su salvación (o de su perdición). ¿Acaso no es todo escritor un Edipo “obligado” a cometer incesto con la lengua materna para engendrar monstruos?
Hugo Blumenthal Cali, Mayo de 1997
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