Horace Benbow

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Hugo Blumenthal © 2007

Horace Benbow, o el parlanchín bien intencionado Por Hugo Blumenthal

Horace Benbow es un sensible abogado, “[...] hombre delgado con la ropa muy arrugada; con el pelo ralo y muy mal cuidado [...]” P. 21., según lo ve Ruby Lamar, que además opina de él en un primer momento que es “[...] un hombre que se pasa mucho tiempo hablando y apenas hace otra cosa.” P. 18. Horace mismo reconoce su incapacidad para actuar, con lastima y autoindulgencia: “No he aprendido nunca a conducir un coche[ ...] A veces, cuando pienso en el tiempo que he gastado en no aprender a hacer cosas [...]” Pp. 129–130; como también reconoce su cobardía ante Ruby: “[...]el valor se quedo fuera cuando me hicieron. La maquinaria está toda aquí, pero no funciona.” P. 21. Sin embargo sus intenciones son buenas, pues, como le recrimina su hermana, tiene que estar actuando siempre bien: “¿No ves que siempre tienes que estar limpiando por donde pasas? No es que quede basura; es que tú [...]” P. 125. –Horace es la inteligencia central de Santuario. A través de él es que todos los acontecimientos adquieren un sentido más profundo, y él es el que da unidad a la novela. –Horace ha abandonado a su esposa Belle, cansado de la futilidad de su vida con ella. Da dos versiones concretas que lo han llevado a abandonarla, recalcando que no fue culpa de su hija: “[...] no fue la pequeña Belle quien hizo que me marchara [...] Fue un trapo manchado de carmín. Supe que iba a encontrarlo antes de entrar en el cuarto de Belle [...] escondido detrás del espejo: un pañuelo con el que ella se quitaba el exceso de pintura al arreglarse y que luego guardaba allí.” P. 20. La esposa Belle (Bella) se maquilla en exceso (narciso de belleza, como una representante de esa otra narciso, la hermana de Horace), y oculta los residuos de su maquillaje tras un espejo, que es Horace o los hombres en general, pues como Horace mismo dice: “[...] el progreso es “él” [...] el progreso inventó el espejo.” Lo que puede leerse como un índice de infidelidad (con precedentes, pues Belle dejó a su anterior marido por él). Ese exceso de pintura descubierto tras el espejo es la vanidad femenina, que los hombres tienden a ignorar, apreciándola (el hombre le devuelve su reflejo a la mujer). Vanidad cuyo rastro no puede más que parecerle obsceno a Horace. Horace ha visto detrás de la escena “el truco” de la belleza de su mujer. Y: “Porque comía gambas [...] me sigo a mí mismo a la estación y me paro a ver cómo Horace Benbow recoge la canasta del tren y echa a andar [...] y yo lo voy siguiendo, pensando “Aquí yace Horace Benbow en una serie de manchas que van desapareciendo poco a poco sobre una acera de Mississippi.”” P. 22. Esto nos lo muestra como esclavo de los deseos de su mujer. Las gambas (camarones) pueden verse también con una connotación sexual. –Horace es hermano de Narcissa Benbow Sartoris, viuda, la que tiene un hijo de diez años. Horace llega a su casa prácticamente buscando refugio de su esposa (pero tras conocer a Ruby Lamar, la cual le ha impresionado mucho); pues ella se opuso, en un principio, a que se casase con Belle. Sin embargo ahora no será su cómplice, pues, como dice Miss Jenny, la nonagenaria tía abuela del esposo de Narcissa que vive con ella: “Algunas mujeres no quieren que un hombre se case con una mujer determinada. Pero todas se enfadan si un buen día va y la deja.” Pp. 30– 31. 1

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Ciertos recuerdos de Horace nos hacen sospechar que se sentía muy atraído hacia la relación que había tenido con su hermana cuando niños. “[...] Horace recordaba (la calle) [...] donde Narcissa y él chapoteaban y se salpicaban la ropa remangada y el trasero manchado de barro (¡¿Caddy?!) [...]” Sin embargo reconoce que de ello no queda más que las huellas de sus pies en la avenida que lleva hasta la vieja casa donde vivieron de niños (“[...] impresas en el cemento cerca de la entrada de la avenida que llevaba hasta la casa, podían verse las huellas de los pies descalzos de él y de su hermana.” P. 130). Pero Narcissa lo ha “traicionado” (puede que casándose primero que él, pero sobretodo volviéndosele extraña). Esto explica el interés que Horace tiene de hacerle saber que ella no le importa: “Puedes decirle (le dice a su chofer) que no me escapé para estar con ella[...] ¿Serás capaz de recordarlo?” P. 133. Además, Horace aún mantiene celos protectores sobre su hermana (lo que igualmente podría ser aplicado a la pequeña Belle, su hijastra): “Me resigno (le dice a Miss Jenny) a que se vea expuesta a tener que tratar con un canalla de vez en cuando, pero pensar que en cualquier momento se pueda comprometer con un imbécil [...] Con un canalla puedo enfrentarme, pero pensar en verla expuesta a cualquier imbécil [...]” Pp. 177–178. Sin embargo Horace no pierde realmente a su hermana hasta que ésta entra en la oficina del fiscal Eustace Graham, su adversario en el juicio a Goodwin (P. 278). La pierde de vista, la “pierde” para su causa, puesto que Narcissa le hará perder el juicio en el que Horace ve la posibilidad de su salvación. En parte ello explica que luego la trate de usted “Es muy amable por su parte [...]” P. 309. Pero Narcissa no lo ha hecho propiamente por su mal. Más bien lo ha hecho por lo que cree el bien de él (su reputación), y, claro está, el de ella. “Vivo aquí [...] Tendré que seguir aquí. Tú, en cambio, eres hombre [...] Puedes marcharte [...]”, y “Yo no creo ni dejo de creer. Lo que importa es lo que crea la gente de la ciudad, tanto si es verdad como si no lo es.” Pp. 196 y 197. Al fin y al cabo, ella es incapaz de ver más allá de sus propios intereses, como su nombre lo dice. Y esto en parte el mismo Horace lo sabe, cuando dice “No esperaba de ella –ni de ninguna mujer– que se interesara mucho por un hombre con el que no se había casado ni había dado a luz cuando tenía otro del que preocuparse [...]” Así, pues, Horace “Había contado con aquella insensibilidad suya que duraba ya treinta y seis años (es decir, toda su vida).” P. 127. –La pequeña Belle, la hijastra, es otra “mujer” importante en su relación con Horace. Ella le inspira vagos deseos sexuales y preocupaciones paternalistas que, por ser bastante veladas, es difícil medir para saber cuál predomina. Horace al principio apenas es una especie de testigo inconsciente del despertar sexual (de la sexualidad) de la pequeña Belle, lo cual le cuesta reconocer (puesto que además no tiene relación con él) y sólo consigue asociándola con el olor del emparrado: “Horace movió la fotografía hasta que pudo ver el rostro (de la pequeña Belle) con claridad [...] Se acordó del emparrado de Kinston [...] se acordó de cómo las voces se difuminaban en el pálido susurro de su vestido blanco, en el delicado y apremiante susurro animal de aquella extraña carne femenina que él no había engendrado y que parecía estar delicadamente teñida de una ardiente afinidad con la parra florecida.” P. 178. Pero por un juego de luces todo se vuelve claro: “Horace se movió bruscamente [...] la fotografía se había movido, perdiendo en parte su precario equilibrio (el equilibrio también es algo muy importante a través de Santuario) [...] la imagen se hizo confusa a causa del reflejo [...] un rostro con más experiencia en el pecado de la que él nunca llegaría a adquirir, un rostro más borroso que dulce, unos ojos más impenetrables que tiernos.” P. 179; y “[...] la cara de la pequeña Belle parecía respirar bajo las lenguas invisibles de las madreselvas [...] el diminuto rostro daba la impresión 2

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de abandonarse en voluptuosa languidez [...] invitación, promesa sensual y afirmación secreta.” P. 237. Recordemos que las flores de la madreselva, en El sonido y la furia, significan una voluptuosidad punzante, florida y violenta. Su olor representa el misterio (agridulce) de la sexualidad floreciente (Caddy–la pequeña Belle). –Horace, pues, tiene cierta obsesión por la juventud (que más que una simple desviación significa un deseo de pureza). Otra imagen de la pequeña Belle la encontramos cuando Horace va en busca de Temple (lo que nos relacionaría también a Temple y a la pequeña Belle): “[...] las muchachas se cruzaban con él en un flujo continuo de vestidos de tonos alegres, de brazos descubiertos, de rostros radiantes y cabellos muy cortos, y en los ojos –sobre las bocas con la misma pintura rabiosa en todos los labios– la misma expresión calculadora, inocente, descarada, que Horace conocía tan bien [...]” P. 184. Expresión igual a la de la pequeña Belle y que también habrá tenido su madre, la que ahora es su esposa. Lo que nos presagia, por la pintura rabiosa sobre sus labios, que ellas también están condenadas a ser como su esposa Belle. Que madre e hija tengan igual nombre no es inintencional, representa su continuidad. Recordemos que: “La posesión de un mismo nombre sólo se produce en Faulkner en el interior de una misma familia (que aquí podría verse como las mujeres de su clase, esas otras “bellezas”). Y esa identidad es la expresión de la comunicación entre todos los miembros” (comunicación de las tradiciones que unen a las mujeres). “Inversamente, la pluralidad de los nombres para un mismo personaje corresponde a la pluralidad de las relaciones que mantiene con su ambiente y a las diferencias entre quienes los nombran.” Y la personalidad de cada uno, aquello que puede verdaderamente recibir un nombre propio, se constituye en virtud de la interiorización de las relaciones entre los individuos que los nombran. Así, por ejemplo, Popeye no tiene nombre, sólo posee un mote. Todo esto tomado de Michel Butor, “Las relaciones de parentesco en “El oso” [...]”). La relación de Horace con la pequeña Belle nunca se llegará a consumar, pues al final Horace reconoce su fracaso, por haber perdido el juicio en que fincaba su valor y la posibilidad de cambiar su vida. Al final Horace se reconocerá impotente para luchar contra la sociedad hipócrita, de la cual él mismo hace parte. Reconocerá sus “bajas pasiones” por la pequeña Belle y su condena a Popeye por la mancillación de Temple como prueba de su hipocresía (semejante a la de todos aquellos que condenan indignados al autor de algo que ellos desearían hacer). Y al final Horace se resigna a seguir siendo “sólo Horace” para la pequeña Belle, porque comprende que la comunicación de sus sentimientos hacia ella es imposible (“[...] la voz de la pequeña Belle resultaba contenida, fría, discreta, distante [...]” P. 317). –La naturaleza juega un papel importante en Santuario, sobretodo en relación con Horace, que se sirve de ella para reflexionar sobre los acontecimientos por medio de sofismos poéticos y pintorescos (p. ej.: “Por eso sabemos que la naturaleza es femenina; por esa connivencia entre la carne de mujer y la estación femenina [la primavera].” P. 18; o “[...] la naturaleza es “ella” y el progreso es “él”; la naturaleza hizo la parra, pero el progreso inventó el espejo.” Pp. 19–20). Pero más que decorado, la naturaleza hace coro a la tragedia humana. No se puede olvidar que –como se nos dice en ¡Absalón, Absalón!– la naturaleza es la esposa del destino (P. 61). –Otro aspecto importante son las estaciones: Santuario transcurre entre mayo y finales agosto, o comienzos de septiembre, con la ejecución de Popeye (al que condenan rápido). Es decir que transcurre en verano, entre finales de primavera (Horace: “[...] la primavera resiste. Uno casi llegaría a creer que tiene un propósito concreto.” P. 309) y comienzos de otoño; lo cual significa 3

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de va de la estación de una feminidad floreciente a “[...] la estación de la lluvia y la muerte.” P. 335, con Temple malhumorada, descontenta y triste, rodeada de gris (color que odiaba, representativo de la vejez) (aunque también “[...] gris había sido el verano y el año entero.” P. 334, como un presagio). Por eso se nos habla de una “[...] suave brisa de la noche de verano, incierta, turbadora.”, y Horace dice: “La noche es dura para los viejos[...] Las noches de verano les resultan muy duras. Habría que darle una solución a ese problema. Aprobar una ley [...]” P. 316, reflejando en el tiempo al culpable de su cansancio, como usualmente aborda lo que le resulta incómodo.

Horace y Ruby: el caballero y la doncella en apuros –En su vagar huyendo de Belle, Horace encuentra a Ruby Lamar, mujer a la que admirará profundamente, porque “no están casados [...] Pero ella sigue allí haciendo el trabajo de una negra; una mujer que en sus buenos tiempos poseyó diamantes y automóviles y los compró con una moneda más segura que el dinero contante y sonante.” P. 116. La admira por su sencillez y por su capacidad para desprenderse lo superfluo (vive austeramente, mientras Belle lo tiene “todo” y aun quiere más de lo que su esposo se siente capaz de darle). Ahora ¿se enamora Horace de Ruby? ¿O la desea? Con Horace es difícil saber, pues nunca aborda nada directamente y todo parece tener varios motivos a la vez. Así, primero que todo la admira como mujer, y segundo ella representa la posibilidad de que él pueda convertirse en todo un héroe a sus propios ojos (“No puedo evitarlo (ayudarle). No tiene nada ni a nadie.” P. 124). Él será el caballero que rescatará a la doncella en apuros, luchando por la justicia y la verdad. Por lo demás, desea demasiado (inconscientemente) a la pequeña Belle (que para él representa una especie de inocencia), para desear serle infiel con Ruby, mujer real, de carne y hueso. –Tampoco es gratuito que Ruby sea llamada “La mujer”. Ello se debe en parte, al principio, en Frenchman's Bend, a que es la única mujer allí, pues Temple no es más que una simple muchacha (casi al final, el adorno morado en el hombro parecido al de Ruby hace que reconozcamos que ya ha alcanzado el nivel de Ruby). También se debe a los nombres se utilizan en sociedad, y al estar Ruby al margen de ella prácticamente le sobra, así como a Tommy o a Popeye les sobra un apellido. Sin embargo el mote de “la mujer” también puede verse como muy significante, de que es ella la única mujer real, o la que más cercana a lo que debería ser una mujer real, bien sea para ese narrador en tercera persona, para Faulkner, o para Horace, como en efecto lo es. (Téngase en cuenta cuán parecida es Ruby a la “cuarterona” de Charles Bonn, en ¡Absalón, Absalón!, de la cual éste dice a Enrique: “No, no son prostitutas. A veces creo que son las únicas mujeres vírgenes de América (!), pues permanecen fieles a ese hombre no hasta que mueren o les dé la libertad, sino hasta que la muerte llegue a ellas.” P. 101. Lo cual nos da también otro concepto de virginidad, interesante de considerar dentro de Santuario. Virginidad que puede verse en Ruby por su velo “[...] junto a ella, descansaba un sombrero gris (el gris que Temple tanto odia) con un velo cuidadosamente zurcido; al mirarlo, Benbow no logró recordar cuándo era la última que había visto uno; en qué fecha habían dejado de usar velo las mujeres.” P. 123. Velo que significa una especie de pudor que ya les resulta extraño a las mujeres (¿no quejarse de sus desgracias? ¿sumisión a la palabra del hombre?), y que Horace recuerda un poco con nostalgia). –Ruby además, junto con su hijo medio muerto, representa para Horace cierta feminidad (unida a 4

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la maternidad, ya que implica al hijo). Le parece a Horace que: “Los dos juntos le daban a la habitación un aspecto de transitoriedad [...] inconfundible [...] Era como si la feminidad fuera una corriente que atravesara un cable del que colgaba cierto número de bombillas iguales.” P. 127. Metáfora que luego plantea el enigma que Horace se pregunta de: “[...] por qué las mujeres, al irse de una casa, quitaban todas las pantallas de las lámparas aunque no tocaran ninguna otra cosa [...]” Pp. 127–128, desvelan o desnudan la luz. Es, pues, el misterio de la feminidad para Horace. –Miss Jenny va a ser un personaje muy importante para Horace, pues le dará ánimos en todo momento para luchar contra lo que cree que debe hacerse, aunque sin embargo desaprueba que haya abandonado a Belle. Sus noventa años le dan a sus comentarios un valor de verdad profunda, pues no hay muchos deseos confusos que puedan interferir, nublar el juicio de su experiencia como le sucede a Horace. Dentro de las verdades concernientes a Horace, enunciadas por Miss Jenny, tenemos: 1. La razón por la cual Horace dejó a Belle: “Has tardado mucho en aprender que si una mujer no es una buena esposa para un hombre lo más probable es que tampoco lo sea para otro, ¿no es cierto?” P. 115; 2. Le advierte certeramente sobre su rebelión: “Ya lleva algún tiempo dando trascadas para quitarse el ronzal. Pero será mejor que no tires demasiado fuerte, Horace. Puede que no esté sujeto por el otro extremo.” P. 31 (intuye que Horace no podría soportar, ni querría, una libertad absoluta); 3. Le revela el motivo de su posible atracción por Ruby y de que su lucha no es del todo desinteresada, o por grandes causas como la justicia. “–No puedo quedarme impasible ante la injusticia [...] –Nunca lograrás poner coto a la injusticia, Horace –dijo Miss Jenny–. [...] Quizá lo hagas porque esa mujer no sabe nada de gambas.” P. 126; 4. finalmente le revela el carácter de su propia personalidad, aunque su juicio sobre Ruby quizá sea un poco equivocado, pues seguramente ella utiliza menos a Horace de lo que él quiere ser utilizado: “[...] Mrs. Goodwin debe de haber comprendido que trabajarás con más ahínco por cualquier razón que consideres justa que por todo lo que se te pueda dar u ofrecer.” P. 137. –La relación Horace–Ruby está mediada por un malentendido, al nivel de las intenciones, malentendido del que es culpable la sociedad. Malentendido que Horace parece no comprender, aun a pesar de lo claro y franco que llega a ser Goodwin: “Le está haciendo un favor –dijo Goodwin–. Podría haber seguido conmigo hasta que fuera demasiado vieja para engatusar a un tipo decente. Si me prometiera conseguirle al chico un puesto de vendedor de periódicos cuando sea capaz de devolver el cambio, me quedaría tranquilo.” P. 289. Obviamente, el pueblo no puede comprender los motivos idealistas de Horace, así que le atribuye unos obvios (que son los menos obvios para él, y que sin embargo no estarán del todo desencaminados). Ella reconoce en los comentarios la realidad inevitable, pero espera que suceda simplemente, callada, resignada. Al fin y al cabo ella piensa como el pueblo, la corrupción de la sociedad le ha enseñado a ser práctica, es decir realista, de que nadie trabaja por ideales. Recordemos la indignada exclamación de Horace al comprender el malentendido: “O tempora! O mores! ¡maldita sea! ¿Es que ninguna de ustedes, estúpidas portadoras de glándulas mamarias, puede creer que cualquier hombre, que todos los hombres[...] no comprende que quizá un hombre pueda hacer algo únicamente porque sabe que está bien, porque la armonía de las cosas exige que se haga?” P. 292 (O tempora! O mores! significa ¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!, y es la exclamación de Cicerón contra la perversidad de los hombres de su tiempo). 5

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–Cuál no será la sorpresa de Ruby al comprender que Horace no quería aquello (que era lo único que podía darle). “[...] miró a Horace, contemplándolo sin prisa –cavilosa, inexpresiva [...]” P 295. Lo que no comprende Horace es que al haber rechazado esa forma de pago mantiene –y subraya– la diferencia entre ambos, como se ve con los chocolates, que Ruby no es capaz de utilizar el pañuelo de Horace por miedo a mancharselo (“[...]se miró los dedos manchados de chocolate [...] (y) Horace le ofreció su pañuelo. –Se lo mancharía –dijo ella–.” P. 293) (los chocolates pueden verse como una compensación (justicia) para Horace puesto que para su esposa resultan normales mientras que para Ruby son más bien un lujo. Sin embargo no podemos verlos como una forma de seducirla, pues también le lleva puros a Goodwin [...] a no ser que quiera seducirlos a ambos, como es muy factible, aunque no propiamente para acostarse con ellos).

El fracaso de Horace El idealismo de Horace lo podemos ver en dos frases, contrastadas por el realismo de Ruby (“Dios hace cosas disparatadas a veces, pero por lo menos es un caballero. ¿No lo sabía? – Siempre me lo he imaginado como un hombre –dijo la mujer.” P. 297) y de Goodwin (“¿Con qué clase de hombres ha vivido usted toda su vida? ¿Es que no ha pasado del jardín de infancia?” P 296, a lo que Horace luego replica “[...] a veces creo que somos todos niños, excepto los mismos niños.” P. 297. Efectivamente los hombres de Jefferson se comportan como niños, pero lo que le decía Goodwin no apuntaba a eso). Las críticas de Horace a la sociedad puede que sean certeras, como la ve al entrar a la sala del tribunal: “El aire entraba por las ventanas y pasaba sobre las cabezas hasta llegarle a Horace [...] con el inconfundible aroma de las salas de tribunales; ese olor enrarecido a lujurias exhaustas, a avaricias y a altercados y a amarguras, y también, a falta de algo mejor, a cierta desmañada estabilidad.” P. 298. Su problema consiste en que no consigue hacer casi nada para cambiar esa realidad, que apenas pasa de las palabras y de su rabia impotente, como cuando paga al dueño del hotel con manos temblorosas, P. 194. Así, Horace puede revelarse contra la actitud resignada de la mujer (“[...] ¿no sabe usted que adoptar esa postura de desastre es la mejor manera del mundo para conseguir que suceda?” P. 289), pero no puede demostrarle que está equivocada al ver el mundo de esa manera, pues, como vemos al final, la mujer sale teniendo “razón” en cuanto a su postura. –Otro problema de Horace es su decadencia, su deseo de muerte y acabar con todo, su deseo de huir de todo si la realidad no es como él la desea. Lo cual en parte justifica su sentimiento de impotencia ante la realidad; y quizá es lo que Faulkner menos le perdona a este personaje. Horace huye de su casa, de Belle, de sus responsabilidades, hasta el punto de pedirle el divorcio por carta (¿temeroso de enfrentarla?) (P. 277). Y en lo único que piensa, apenas termine el caso, es en dejar todo (“Creo que cuando esto acabe me iré a Europa –dijo–. Necesito un cambio. O yo, o el estado de Mississippi, uno de los dos.” P. 143; “Voy a acabar este asunto y después me iré a Europa. Estoy enfermo. Soy demasiado viejo para esto. Nací ya demasiado viejo y por eso echo tanto de menos un poco de tranquilidad.” P. 277). Ese deseo de muerte aparece claramente a Horace como la única solución a todo: “[...] pensó en Temple, en Popeye, en la mujer, en el niño y en Goodwin, todos en un sólo aposento, desnudo, mortífero, donde las cosas se viesen juntas y también en perspectiva: un único instante, 6

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a mitad de camino entre la indignación y la sorpresa, que borrara todo. Y también a mí; pensando en que sería ésa la única solución. Arrancados, cauterizados del viejo y trágico costado del mundo. Y yo también [...] pensando en el suave viento oscuro que sople en los largos corredores del sueño; (y) en yacer bajo un techo acogedor que puede tocarse con la mano, oyendo indiferente el prolongado repiqueteo de la lluvia: del mal, de la injusticia, de las lágrimas.” P. 235 (El “yacer bajo un techo acogedor que puede tocarse con la mano” significa obviamente yacer en un ataúd). La otra solución para Horace es el retorno a casa, lo cual se asemeja al retorno al útero materno (tal como lo podía buscar Quentin arrojándose a las aguas del río). Así lo vislumbramos en una conversación con Miss Jenny: “No he dejado a una mujer para refugiarme en las faldas de otra. –Si te lo repites muchas veces puede que algún día llegues a creerlo –dijo Miss Jenny–. Y ¿qué harás entonces? –Tiene usted razón –dijo Benbow–. En ese caso tendría que quedarme en casa.” P. 114 (pero no en casa de Belle, sino en su vieja casa, donde nació y creció en compañía de su hermana Narcissa). Volver “a casa” significa un deseo de volver a la infancia, y a la protección de los padres. Horace cierta vez tiene la sensación de que el tiempo no ha pasado y que efectivamente vuelve a casa después de un sueño de 43 años (es decir toda su vida, lo que demuestra que no se trata simplemente de volver a la casa ya que si vuelve a ella después de 43 años nunca ha estado allí, lo que promueve en cambio la tesis del útero como “casa”): “[...] cruzó la plaza desierta. Se acordó de otra madrugada reciente (?) en que también la había cruzado. Era como si no hubiera pasado el tiempo entre las dos [...] podría ser la misma madrugada y él no habría hecho más que cruzar la plaza, girar en redondo y volver hacia su casa; el tiempo transcurrido no sería más que un sueño en que se acumulaban todas las imágenes de pesadilla que Horace había tardado cuarenta y tres años en inventar [...]” P. 236. –Pero trás la pérdida del juicio, Horace queda derrotado y le da lo mismo a cuál casa lo lleven porque sabe que a la que él deseaba ir nunca podrá ya volver: “–¿Quieres ir a casa? –dijo Narcissa– [...]¿a la casa de aquí o a la mía?.. –Me da lo mismo. Sólo quiero ir a casa.” P. 308. Sin embargo Horace reitera su deseo de volver simplemente a casa, aunque resignadamente (se trata, pues, de tres casas diferentes –sin incluir la casa de Belle, que Narcissa no menciona–, estando la que Horace desea fuera de toda consideración para Narcissa). Finalmente Horace vuelve a “su” casa, a la casa que no puede más que resultarle extraña por lo nueva (“Su casa era nueva[...] y también eran nuevos los árboles, álamos y arces plantados por él mismo.” P. 315), y que es más la casa de Belle (“Antes de llegar a la casa vio los visillos de color rosa en las ventanas de su mujer[...] Belle estaba en la cama, leyendo una revista con la portada en colores. La lampara tenía una pantalla de color rosa. En la mesilla había una caja de bombones abierta.” P. 316), casa que se contrapone a la casa de su infancia, que él y Narcissa tanto quieren y respetan (cada cual a su modo). –Horace mismo ve venir su fracaso, que se encuentra en germen en una conversación con Ruby, cuando discuten lo inconveniente que puede ser para él visitarla a ella: “Será mejor que no venga hasta aquí [...] Tiene usted que vivir en esta ciudad. –No pienso hacerlo. Ya he permitido que demasiadas mujeres me organizaran la vida y si esos parangones de virtud doméstica [...] – pero sabía que todo aquello no eran más que palabras. Y sabía también que ella se daba cuenta, gracias a esa inagotable capacidad femenina para desconfiar de los móviles de todo el mundo que parece en principio simple afinidad con el mal pero que resulta ser en realidad sentido práctico.” P. 214. Entonces se da cuenta, casi por primera vez, de que todo lo que él puede hacer 7

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es hablar. Luego comprenderá, gracias a una visión apocaliptica, la terrible verdad de las relaciones entre hombres y mujeres: “Al final del callejón, dos figuras en pie, cara a cara, sin tocarse; el hombre diciendo en voz baja –en un susurro acariciante– una interminable sucesión de epítetos obscenos, la mujer inmóvil delante de él como desfallecida en un éxtasis voluptuoso.” P. 235, en la cual también él se reconoce formando parte del problema, pues deseaba a la pequeña Belle no muy castamente. Y “entonces se dio cuenta de lo que significaba aquella sensación en el estómago[...] (y) se abalanzó a oscuras hacia el retrete hasta apoyarse en él con los brazos extendidos mientras las vainas de las mazorcas producían un estruendo terrorífico bajo los muslos de la muchacha.” Pp. 237–238. Es decir, allí se da cuenta de que él también hubiera deseado violar a Temple con una mazorca, o lo que es lo mismo, mancillar el templo de la feminidad (pura). Lo que sin embargo no le impide tener otra visión, para lavar sus pecados, visión de resurrección, con “(Temple) tendida [...] como una figura desprendida del crucifijo–, contemplaba algo negro y furioso que salía rugiendo de su cuerpo descolorido. Estaba atada de espaldas –desnuda– sobre una plataforma que avanzaba velozmente por un túnel negro [...] el vagón salió disparado del túnel por una larga pendiente cuesta arriba, y en seguida la oscuridad superior quedo desgarrada por paralelas claridades de fuego vivo, hacia un crescendo semejante a una respiración contenida, un intervalo durante el cual la muchacha se meció suave y perezosamente en una nada donde brillaban, pálidos, innumerables puntos luminosos. Muy por debajo de ella oía el débil, el furioso estruendo de las vainas de las mazorcas.” P. 238. En esa visión, Temple es una especie de Cristo que baja a lavar los pecados de los hombres y que es crucificada por ellos. Temple contempla la sangre de su violación, y avanza rápidamente hacia la muerte, hacia esa nada perfecta para Horace, dejando muy por debajo el estruendo de las mazorcas o la crueldad de éste mundo. Al final de la novela, Horace reconoce todo esto en sí mismo, lo cual le lleva a decirle a Ruby: “Ya se me ha pagado [...] mi alma ha pasado por un aprendizaje de cuarenta y tres años [...] Ya ve cómo la insensatez, al igual que la pobreza, se ocupa de los suyos.” P. 297. Y sin embargo otras terribles verdades estaban acechándole: la traición de su hermana y la inhumanidad de la gente, respaldadas ambas por La Moral. Tras el falso testimonio de Temple, respaldado con alivio por toda la sociedad, Horace muere, “prácticamente”, pues como él mismo decía: “Quizá muramos en ese instante en que nos damos cuenta, en que admitimos, que el mal tiene una estructura lógica [...]” P. 235, porque en ese instante se da cuenta de que todo lo que ha sucedido es muy lógico, que si él no ha podido hacer nada es porque él también hacía parte de esa lógica. Lo que quiere decir que él está corrompido, por su deseos deshonestos hacia la pequeña Belle, por intentar pasar por héroe y salvador ante Goodwin y Ruby, cuando ni siquiera los comprendía; y es culpable también por pertenecer a la sociedad de su hermana y de Temple; porque, como también decía “[...] el simple hecho de reflexionar sobre el mal, aunque sea por accidente, corrompe; no se puede traficar ni regatear con la corrupción [...]” P. 137. –Así, al salir del juzgado Horace ha envejecido considerablemente: “Horace apareció andando lentamente[...] y se metió en el coche dificultosamente, con la rigidez de un anciano, el rostro surcado de arrugas.” P. 308. Para Horace el mundo a su alrededor pierde toda importancia y sentido, y camina como un zombi, después de que se ha derrumbado, llorando, al ver a la mujer, irremediablemente perdida (“[...] vio a la mujer, con el sombrero gris y el velo, llevando al niño en brazos. –Ahí de pie para que [Goodwin] pueda ver a su hijo por la ventana [...] También 8

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huelo a jamón. Quizá esté comiendo jamón antes de que lleguemos a casa.– Luego empezó a llorar, sentado en el coche al lado de su hermana.” P. 308–309 (No es muy claro, pero una posibilidad de quién podría estar comiendo jamón es Ruby, que significa su prostitución). Y al final Horace “Se puso a decir algo de un libro que había leído: “Menos frecuente es la paz. Menos frecuente es la paz” , dijo.” P. 317. ¿Cuál es ese libro? Sin embargo, importa más el sentido de la frase: Horace sabe que no conocerá la paz [...] posiblemente hasta aquella muerte a la que seguirá anhelando.

Hugo Blumenthal Cali, 1998

Anexo: Los años de la prohibición en Estados Unidos “La palabra Prohibición denota la prohibición de fabricar, vender y distribuir licores en los EEUU, entre enero de 1920 y diciembre de 1933. “Ya en el decenio de 1830 las sociedades partidarias de la templanza habían presionado a las asambleas legislativas de los estados para que prohibieran el alcohol. En 1895 la Liga de Antibares inició la gran agitación a escala nacional, y para 1920 en 19 estados estaba limitado el comercio de los licores. Durante la Primera Guerra Mundial se consideró que los ciudadanos de origen alemán controlaban el comercio de las bebidas, de forma que el consumo de licores se consideró antipatriótico. “La XVIII Enmienda de la Constitución, en la cual se imponía la prohibición, se presentó ante el congreso el Congreso en diciembre de 1917 y se ratificó en 1920. La ley, infringida por mucha gente en el decenio de 1920, hizo subir mucho el precio de las bebidas: los altos precios fomentaron de manera permanente la delincuencia organizada, y los delincuentes empezaron a practicar el bootlegging (o comercio clandestino): la destilación, fermentación, distribución y venta de bebidas a gran escala. En 1928 los DEMÓCRATAS prometieron derogar la XVIII Enmienda si salían elegidos. Cuando llegaron al poder en 1932, la XVIII Enmienda quedó derogada en virtud de la XXI Enmienda, los estados mantuvieron el derecho de promulgar sus propias leyes sobre la bebida y se derogó la prohibición federal.” (Tomado de Diccionario de Términos Históricos, de Chris Cook)

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