Escribir

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Hugo Blumenthal © 2007

Escribir por Hugo Blumenthal

Llevo tan pocos años escribiendo, y tantas veces se me ha pedido o exigido que escriba sobre escribir que ya empiezo a sentir asco. ¿Escribir? Dentro de mi medio me gustaría decir que no lo hago más, por ver la leve expresión del escándalo; ¿a fin de cuentas a quién le importa? Uno debería escribir y quedarse callado, o al menos no escribir sólo sobre escribir esperando que a partir de allí uno empiece a escribir. Pero, como esto es más una crítica a mi carrera... confieso que... Si, me gusta escribir, o al menos eso creo. Lo que más me gusta de escribir es que me permite pensar. Para mí escribir es pensar. Novelas, ensayos, cartas, poemas, etc.; en teoría todo sirve, aunque en la práctica tengo mis preferencias. Lo que no me gusta, tiene que ver con lo que me siento obligado a escribir, por no encontrar ni por asomo a mi lector ideal. Por mi carrera estoy obligado a escribir a menudo trabajos y todo tipo de ejercicios, pero la disciplina me viene de años atrás, cuando decidí ser escritor y escribir todos los días. Aun no tengo el ritmo que desearía –al menos ocho horas diarias dedicadas a una obra– pero cuando no tengo trabajos que hacer consigo escribir dos horas diarias de novela. No me da pereza ponerme a escribir, pero tampoco puedo escribir todos los días. Generalmente, necesito uno o dos días de “vacaciones” por semana... para recargar mi necesidad de escribir, y reforzar la esperanza de un lector posible. Básicamente escribo por tres motivos: para comunicarme tal como se comunican conmigo los escritores que admiro, como una forma de comunicación profunda; para aprehender lo que deseo; y para divertirme de la manera más difícil posible (otro dirá que para entretener al masoquista que hay en mí). Escribo dentro de lo que considero los géneros más libres, aquellos que desbordan la palabra “genero”: ensayos y novelas (aunque llevo ya tres años con una misma novela). Otros, como el cuento o “el poema”, no me interesan. No siento la necesidad de explorarlos, a través de mi escritura, aunque los lea. Mis ensayos y mis novelas (futuras, puesto que no he terminado ninguna) me gustaría calificarlas de exigentes (para mí al menos, en su proceso de escritura; aunque escribo mucha basura, “adjetivo” que pocos pueden reconocer en sus obras). Por lo general escribo, como mínimo, dos horas diarias, de diez a doce de la noche (me acuesto a las tres de la madrugada, así que no escribo al borde del sueño). Si tengo trabajos pendientes, puedo escribir más, durante el día, preferible en las mañanas, antes o después del apogeo del calor y el ruido. Los estados de ánimo en que escribo son muy variables pero procuro no hacerlo en estados extremos de alegría, depresión, etc. Y necesariamente tienen que ser muy variables, porque si uno realmente quiere (o debe) escribir debe sentarse a escribir (o a intentarlo), no importa el estado de ánimo. No puede simplemente sentarse a esperar a que le llegue (como por obra del espíritu santo) el estado de ánimo necesario, ideal, para su escritura. Claro que, en contraposición a estados de ánimo extremos, que no me permiten ni siquiera sentarme a intentarlo, hay ciertos estados que considero perfectos para escribir y que se caracterizan por mezclar claridad mental y deseo por el texto en proyecto. Pero no siempre se tienen al empezar. Ahora, cuando escribo mis estados de ánimo se neutralizan, quedando una simple sensación de seguridad, porque me reafirmo y me reconstruyo por medio de una palabra duradera, que no se 1

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desvanece en el aire, no importa que permanezca oculta, no importa que nadie la vaya a leer. Pero a veces entra en juego también algo de angustia, no todo es color de rosa, cuando me veo luchando contra un tiempo insuficiente para lo que quiero en relación al texto. Estos junto a otros estados de ánimo no pueden dejar de influir, obviamente, al texto (otorgándole lo que yo llamaría un “tono” particular); pero esa influencia no es definitiva, ya que puede mitigarse a través de la reescritura (“puerta de entrada” a otros posibles estados de ánimo). En la escritura de la mayoría de mis textos utilizo computador, con un procesador de palabras (Wordperfect 5.1, apenas lo necesario, no necesito más). Cuadernos y lapiceros sólo me sirven para tomar notas... o escribir Diario. Lo único que le reconozco positivo a escribir lapicero en mano es su inmediatez, ascequibilidad y la “sencillez” y espontaneidad que me resulta de esa experiencia. Resulta más fácil tener siempre a mano un lapicero que un computador, resulta más rápido garrapatear la idea en cualquier papel que prender el computador y cargar el procesador de palabras, y –al menos para mí– promueve más una escritura descomplicada, de corrido. Lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas. Yo exploto esa espontaneidad que se me niega en el computador, y aprovecho el computador para realizar textos más “pensados” (porque me permite reescribir una y otra vez sin saturar el espacio). Ahora, una botella de vino, o unas cuantas cervezas, y música a todo volumen, sirven para aplacar bastante la cerebralidad que me implica el computador (lo cual es ideal para dejar correr la imaginación). El tinto es para los ensayos, y para la corregir la ficción resultante del alcohol (aquí corregir como una forma de profundizar). ¿Cómo trabajo? Con la “ficción” siempre estoy cambiando de método, pero el más o menos actual es: se me ocurre una idea, la anoto, la abandono un tiempo, la retomo, pienso cómo puedo construir un determinado texto a partir de ella, escribo algo que podría considerarse como un argumento (y que en novela es bastante abierto) y hago una escaleta, días después me siento a escribir, guiándome por la escaleta pero también escribiendo todo lo que se me ocurra en el momento (yo lo llamo “vomitarlo todo”), al día siguiente reescribo (selecciono, amplio, condenso, etc.), imprimo y corrijo sobre el papel, la corrección se añade a la versión del computador y vuelvo a reescribir el texto. De allí en adelante, puede que lo abandone para siempre o que siga añadiendo, corrigiendo, modificando, hasta que deje de interesarme, me aburra y quiera hacer algo nuevo, reiniciando el proceso. Para ensayos, empiezo seleccionando una buena bibliografía y leo todo lo que pueda y voy tomando notas mientras me formo una idea o defino mi posición respecto al tema, luego escribo en el computador las notas, desarrollándolas un poco, realizo la escaleta con el orden de “puntos” a tratar, organizo ideas y notas (y citas, si las necesito) dentro de los puntos de la escaleta, después de lo cual dejo pasar un tiempo para comenzar a escribir, retomo impulso. Y entonces empiezo a escribir sopesando cada frase, calculando su efecto dentro del texto y la argumentación, para lo cual debo reescribir una y otra vez hasta que la frase alcanza mi aceptación. Cuando termino esta “primera versión”, lo más probable es que no me quede tiempo, que tenga que entregar el ensayo al día siguiente, por lo que apenas sí puedo revisar por encima la ortografía e imprimirlo con la convicción de que de todas maneras es un buen trabajo, que se hizo todo lo que se pudo. Ahora, yo podría limitar mis trabajos de manera que me quedara más tiempo para corregirlos pero me interesa más todo lo que yo pueda decir y pensar, que alcanzar la perfecta expresión de un pensamiento limitado (ya que mis trabajos aspiran a la totalidad, ya que no me interesa plantear teorías parciales). Por otra parte, escribo en una especie de juego: escritura de los márgenes, de líneas perfectas, que el computador luego no tiene necesidad de justificar. Es más un juego que se basa un poco 2

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en la teoría de que ninguna palabra es irremplazable, y menos aun una frase. El juego me hace considerar cada palabra, y la frase que las contiene, utilizadas inconscientemente (“naturalmente”) en el momento en que brota. Esto promueve una reescritura “instantánea” de la frase, (que también puede hacerse con párrafos introduciendo “desorganizadores”). Juego que tiene sus limitaciones, aunque menos de las que se le podrían suponer en un primer momento: limitaciones gramaticales sobretodo, pero que se pueden corregir sobre el papel. (Cuando no estoy seguro de una palabra, consulto diccionario, enciclopedia, diccionario de sinónimos y hasta libros en los que recuerde haberla visto utilizada, pero nunca consulto gramáticas, porque no tengo ningún buen libro de gramática, y porque tampoco me preocupa demasiado escribir bien, construir frases perfectas. ¿Qué más se podía esperar de quien disfruta utilizar palabras como “cerebralidad”?) Del producto final (tipo de desecho) de mi escritura nunca quedo satisfecho. Creo que he escrito algunos textos bastante buenos, teniendo en cuenta el tiempo en que los escribí, pero cuando los releo pienso que puedo escribirlos mejor. Si no lo hago entonces es porque considero que el texto ya ha cumplido su misión (una nota), y no pudiendo publicarlo, prefiero otra cosa, escribir algo nuevo. En líneas generales, considero que mis puntos fuertes son: que me atrevo a interpretar y a decir algo concreto, que tomo partido por mis ideas, sobre una base teórica y un desarrollo argumental coherente y exhaustivo. En la ficción: que escribo una prosa dirigida a un punto, que no se queda dando vueltas, divagando sin sentido, y que tiene un trasfondo, ideas detrás que no necesitan del encanto superficial de las palabras para llamar la atención. Mis puntos débiles son de orden práctico: no me preocupo en absoluto por el lector, no me interesa “escribir bien”, mi manejo del lenguaje es un poco limitado y me faltan fuerzas para asumir la construcción de una obra.

Hugo Blumenthal Cali, Noviembre 14 de 1997

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