El Recluta

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  • Words: 1,968
  • Pages: 4
EL RECLUTA Carlos Peña

Rodrigo era un muchacho inteligente, pero a su manera... para los demás, era un idiota. La única que en realidad comprendia a Rodrigo era su madre, Dorotea, ella lo había visto crecer, entendía sus deseos, se adelantaba a sus necesidades, para ella, aquel hijo suyo era alguien especial. Era el único hijo de aquella amorosa madre, que por errores de juventud se había entregado al capataz de la hacienda, enredada y confundida entre el amor verdadero, la admiración y el deseo... Solo hasta mucho despues logró entender, al menos a medias, que el amor verdadero había sido unilateral, que la admiración no era tal y que solo el deseo era en realidad el motivo de aquella entrega entre los altos pajares en una fresca tarde de octubre... Alli conoció por vez primera la desnudez de un hombre que no era su familiar, alli conoció ademas que hay dolores que causan placer, alli conoció una nueva cara de sí misma y allí concebió a Rodrigo... Porque no hubieron más entregas, ni citas, ni besos, ni nada... Baltazar López, que ese era el nombre del capataz, la ignoró por completo luego de esa fresca tarde de octubre y luego, cuando lo buscó para decirle que estaba embarazada, él se burló de ella, diciendo que aquel hijo, podría ser de cualquiera de los peones de la hacienda, aparte del desprecio, Baltazar incluso la amenazó con echarla de la hacienda si trataba de "pegarle" aquel hijo... le recomendó ir a ver a Eloísa, la vieja bruja que vivía al otro lado del río, para que le ayudará a deshacerse del "estorbo" y que pudiera seguir en sus actividades, porque eso si, las embarazadas son inútiles para las labores del campo, y Baltazar no estaba dispuesto a estar aguantando a una inútil. Dorotea no volvió a buscar a Baltazar, tampoco fue a ver a Eloísa, le tenía miedo... se aguantó como pudo, y realizó todo su trabajo hasta donde la panza le permitió. Llegado el momento, le habló a Casimiro, peón muy correcto y ya viejo, que tomando uno de los burros de carga, subió a Dorotea al jumento y se la llevó a Tejuelas, el poblado más cercano a la hacienda; el viaje tardó 6 horas, Dorotea no soportaba más, pero las palabras de Casimiro le dieron el ánimo suficiente hasta llegar al pueblo e ir directamente a la casa de Don Elías, el boticariodoctor-partero y alcalde del lugar. Eran las 2 de la madrugada cuando Casimiro golpeaba la puerta de la casa de Don Elías. A los golpes en la puerta se unían los gritos agónicos de Dorotea que empezaba a parir sobre el burro. Al fin, la puerta se abrió y salió Urbana, la esposa de Don Elías, ésta que era conocida por su humor agrio y desesperante, iba a proferir sus ya conocidas maldiciones cuando se dio cuenta de que era una mujer la que venía con problemas y a grito limpio despertó a medio pueblo, incluyendo a Don Elías que soñaba con su siempre malogrado viaje a la capital. Las dos sirvientas de Urbana llegaron corriendo, los lacayos también lograron llegar hasta donde Urbana maldecía y entre todos bajaron a Dorotea del burro y la introdujeron a la casa, cerrando la puerta en las narices de Casimiro que viéndose solo nuevamente, simplemente tomó el lazo del burro y se dio la media vuelta de regreso a la hacienda.

Don Elías ya más asustado que despabilado, fue informado por Urbana de la situación que tenían en la casa. El doctor fue a preparar sus instrumentos mientras Dorotea era suavemente depositada en la propia cama de Urbana. Los lacayos fueron expulsados del cuarto inmediatamente, Urbana se dedicó a ordenar a gritos, que llevaran agua caliente, toallas, vasijas, que encendieran un par velas a San Agripino y que fueran a traer al cura Don Remigio, por si las dudas. Para esto, ya Dorotea tenía medio parto concluído... Don Elías llegó ahogándose y tosiendo como marrano, con dos valijillas de instrumentos "médicos" que vació en la misma cama. Escogió uno y otro, hasta que encontró lo que quería. Urbana se dedicó a tranquilizar a Dorotea, hablándole de sus propios partos, de cómo había nacido Teodorico, de siete meses pero muy sanito, de los gemelos, Torcuato y Eliítas, y de cómo casi por accidente, dejan a Torcuato sin nacer... todo esto Dorotea no lo escuchaba, era demasiado el dolor, la angustia que sentía... su mente se nublaba, caía en letargo y despertaba de nuevo... Al fin, más por la gracia de la naturaleza que por la experiencia de Don Elías, la criatura de Dorotea salió a este mundo llorando a pulmón partido. Era un chico sano, completo y fuerte. En esos momentos apareció el cura Don Remigio, enterado del suceso, se dedicó a leerle a la nueva madre, la palabra del salmista y a cuestionar sobre la paternidad de aquella criatura. Dorotea en medio de su cansancio, balbuceaba el nombre de Baltazar, pero ni el cura ni el alcalde, y mucho menos Urbana entendieron las incoherencias. Por lo tanto, e investido de los poderes eclesiásticos conferidos por el propio Papa, Don Remigio ordenó que para el día siguiente, aquel pequeño pecador sería bautizado con el católico nombre de Rodrigo, en honor a un amigo de su abuelo que había sido digno ciudadano de la ciudad donde había nacido el padre del párroco de Tejuelas. Todos accedieron persignándose respetuosamente. Y asi, fue como Rodrigo inició su vida en este mundo... sin padre y con un nombre digno... Urbana se encariñó con Dorotea rápidamente, incluso ella y Don Elías fungieron como padrinos de Rodrigo. Por lo tanto Dorotea se quedó a vivir en casa del Alcalde y Rodrigo creció como hermano menor de Teodorico, Torcuato y Eliítas. Durante su crecimiento, Rodrigo dio a conocer que era diferente... no hablaba mucho... no era mudo, pero hacerle proferir una palabra era una tarea titánica, no jugaba con los otros chicos, prefería ir al huerto, subirse en el aguacate y pasar horas contemplando el horizonte, cuando los loros pasaban en invierno sobre los cielos de Tejuelas, Rodrigo se ponía histérico, bailaba como loco viendo a las aves pasar, los señalaba con sus manos abiertas y corría en la misma dirección hacia donde estos volaban, luego, volvía a su mutismo y se encaramaba en el aguacate. Rodrigo comía con sus manos, nunca pudieron hacerlo usar un cubierto y bebía el agua a sorbetazos... cosa que ponía a Don Elías de nervios y a Urbana de un humor de perros... Solo Dorotea parecía no ver en aquel su hijo, defecto alguno. Ambos pasaban las noches viendo como la candela se iba acabando... y cuando al fin se apagaba, se acostaban abrazados y tranquilos. Rodrigo nunca pedía nada... siempre andaba "perdido" en sus propias cosas... Los gemelos lo

molestaban constantemente, le tiraban hormigas en sus ropas, le daban sapos para que los mordiera... Dorotea siempre corría a auxiliar a su hijo de aquellos monstruos... Cuando Don Elías dispuso que Rodrigo ya tenía edad de ir a la pequeña escuela de Tejuelas, se dio cuenta que fue un error, el maestro Lisandro, no tuvo la paciencia necesaria con Rodrigo y terminó "expulsándolo" alegando que sus delicados nervios no eran capaces de soportar el martirio de tratar de enseñarle a aquel muchacho los secretos del alfabeto. Por lo tanto, si Rodrigo no deseaba aprender las letras, debía aprender a trabajar... lo llevaron con Ulises el carpintero, luego con Zacarías el zapatero, con Benancio el encargado de los correos de Tejuelas... todo en vano... ni estudiar, ni trabajar... el aguacate era importante en la vida de Rodrigo... y los loros... Asi pasaron algunos años... Teodorico y los gemelos empezaron a cortejar a las muchachas del pueblo... Rodrigo permanecía fiel a su aguacate. Los tiempos cambiaron... la pacífica vida de aquel pueblito dormilón se vio afectada por vientos de guerra, violencia y sangre derramada en aras al amor a la patria. Y aparecieron en el horizonte, por donde los loros siempre se iban, otros seres del mismo color... armados con pistolas y fusiles... diciendo que algo llamado gobierno, requería de la ayuda de sus hijos para defender el suelo que algún día sería la tumba de aquellos que murieran por la causa... palabrejas como honor, cumplimiento, deber, heroísmo llegaron para quedarse en el cotidiano lenguaje de los tranquilos tejuelianos. Rodrigo... al ver pasar a los soldados del novísimo regimiento militar implantado sin pedir permiso en Tejuelas, se iba tras de ellos, señalando al cielo con sus manos abiertas... al principio los asustó, los puso nerviosos, luego se acostumbraron a aquel desplante de locura... terminaron por ignorar al "loquito" como se acostumbraron en llamarle. En las mañanas, cuando los soldados salían a sus diarias tareas militares, a sus prácticas y ejercicios, Rodrigo estaba presente, subido en uno de los árboles que rodeaban la guarnición, con sus ojos fijos en los militares. Repetía de la mejor forma que podía, los movimientos de aquellos. Hasta el punto en que pudo repetirlos como cualquiera de ellos. Su constante presencia en el cuartel, hizo que poco a poco le fueran permitiendo entrar más y más al lugar. Rodrigo empezó a dormir en las puertas del cuartel. Dorotea salía a buscarlo cada noche para llevarlo a casa. Pero él se subía a cualquier árbol y no se bajaba hasta que ella se iba. La madre se vio obligada a visitar el cuartel y hablar con uno de los superiores para relatarle su problema. El coronel Ceferino escuchó pacientemente a Dorotea, le prometió hacer algo al respecto. Cuando ella se fue, el coronel llamó a su sargento primero... El sargento Doliano explicó al coronel el comportamiento que los soldados habían visto en Rodrigo. El coronel ordenó que llevaran a Rodrigo a su presencia. Costó tres días convencer al muchacho de que bajara del árbol y entrara al fin al cuartel y se presentase frente al coronel. Allí, el coronel llamó a cinco de sus soldados, y los puso a hacer los ejercicios que hacían cada mañana, Rodrigo empezó a imitarlos. Luego, el coronel mandó a traer seis rifles, descargados... armó a los soldados y le dio uno a Rodrigo... hizo que los soldados desarmaran los rifles... Rodrigo los observó por un par de minutos, para luego empezar a desarmar el suyo con las misma precisión de los soldados.

El coronel decidió que Rodrigo estaba hecho para la milicia. Hizo que le entregaran un uniforme, que le enseñaran a disparar y le asignó su barraca. En menos de un día, Rodrigo había pasado de ser civil a ser militar en activo. En el cuartel, Rodrigo aprendió todo lo que se necesitaba para manejar aquellas mortíferas armas. Aprendió a saludar a los superiores. Aprendió a hacer guardias por las noches. Dorotea estaba feliz, al fin, su querido hijo hacía algo que podía llamarse normal. Ya no era visto como el "loco" del pueblo. Nadie lo molestaba. La guerra recrudeció. Tejuelas se vio de pronto en estado de sitio. A la población se le ordenó que nadie podría salir de sus casas después de las nueve de la noche, debido al estricto toque de queda. Los soldados tenían orden directa de disparar y después preguntar, a cualquiera que rondase el perímetro de la guarnición. Una noche, en que Rodrigo estaba asignado a la guardia. Un disparo potente hizo que todo el mundo se despertase y que dispusieran a enfrentarse al enemigo. En las puertas del cuartel, el cuerpo de un hombre estaba en el suelo, un hilo se sangre salía de su cabeza... Rodrigo había disparado con una puntería certera, la bala había atravesado limpiamente la cabeza de aquel hombre... cuando los soldados registraron el cadáver en busca de documentos encontraron una cartilla de identidad con el nombre de Baltazar López.

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