EL AMOR Y EL PODER LOS PODERES DEL AMOR SOBRE EL SUJETO1 Por: Hernando Bernal. "Hablamos porque somos seres divididos, escindidos. Entre el yo y el mundo hay un hueco, un abismo que debemos cruzar a través del puente de las palabras". "El hombre no acaba de decir qué o quién es porque nunca acaba de ser enteramente". Octavio Paz en Convergencias. Lo primero que haré, para introducir este tema de los poderes del amor sobre el sujeto, es hablar de lo que significa el concepto de sujeto para el psicoanálisis. El sujeto del que se ocupa el psicoanálisis no es ni el individuo ni la persona psicológica. Es más, el concepto mismo de sujeto sirve para distinguir de forma radical al psicoanálisis de la psicología. Este concepto es una categoría que se hace necesaria debido a la relación que el psicoanálisis establece entre el ser humano y el lenguaje. Para el psicoanálisis el lenguaje es lo que determina la posibilidad de existencia del sujeto, o para decirlo de otra manera, el sujeto es un efecto del lenguaje. El lenguaje, el hecho de hablar, es lo que distingue de la manera más tajante al hombre de los animales; el mundo de lo simbólico es propio del ser humano, y este a su vez depende de él, está sujeto a él. Inclusive, la existencia del lenguaje es lo que le permite a un mudo hablar y a un ciego ver. El ser humano tiene entonces una relación fundamental con el lenguaje. Todo lo que se relaciona con él y su mundo está estructurado, organizado y depende directamente del símbolo. Gracias al lenguaje es que ustedes pudieron venir hoy aquí; nos pudimos dar cita el día de hoy, en este lugar y a esta hora; y gracias a él ustedes podrán llegar hoy a sus hogares. Es pues una dependencia radical. Es gracias al lenguaje que un sujeto puede hacerse una representación, una idea, de lo que es el mundo y de quién es él. Al nacer, lo que hay es un organismo, el cual viene equipado con un sistema nervioso que sirve de base para recibir en él al lenguaje, pero es con éste último que el sujeto, una vez producido, podrá organizar su percepción, su pensamiento y su acción. El organismo como tal no tiene una representación de sí mismo: no sabe quién es, que sexo tiene, a qué familia pertenece, en que lugar del mundo vive, etc. Toda esto le será transmitido y lo adquirirá como saber gracias al lenguaje. Cuando un sujeto se hace una representación de sí mismo y del mundo, se dirá que se ha humanizado, lo que es sólo posible con la herramienta de lo simbólico. Un organismo humano sin lenguaje sería una especie de planta con pies o de mono sin pelos ni cola. Para el psicoanálisis, el medio natural del ser humano es el lenguaje, y el sujeto su producto. Lo importante, y que espero que todos ustedes retengan, es que no hay sujeto más que por efecto del lenguaje. El lenguaje, insisto, es lo que le va a permitir a cualquiera adquirir un saber sobre sí mismo y el mundo que le rodea, saber que en última instancia conformará la realidad del sujeto. Lo simbólico es el lugar donde alguien podrá ser representado -por su Conferencia publicada en la Revista de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, «Utopía Siglo XXI». Vol. 1, Nº 3. Enero/junio de 1998. Pág. 129. 1
nombre, su apellido, su nacionalidad, etc.- como perteneciendo al conjunto de los seres humanos. Ahora bien, si nos hacemos la pregunta ¿por qué los seres humanos amamos?, la respuesta es: porque somos efecto del lenguaje. Veamos por qué. Cuando decimos que el sujeto no puede existir más que como efecto del lenguaje, esto significa que en lo simbólico el sujeto puede encontrar una representación de sí mismo, pero a la vez, en lo simbólico no hay nada que le asegure al sujeto su ser, es decir, lo que él es verdaderamente. Es decir que si un sujeto se pregunta "¿quien soy yo?" cosa que puede hacer debido precisamente a que es un ser hablante, sólo podrá responder a dicha pregunta gracias a que habita el lenguaje. Pero en el lenguaje el sujeto no encontrará la respuesta a esta pregunta más que en términos de saber, y no en términos de ser. Gracias al lenguaje el sujeto podrá responder a esa pregunta y decir: "soy fulano de tal, hijo de tal, mi profesión es esta o aquella, soy de sexo masculino o femenino, etc.". Entonces a la pregunta por nuestro ser -"¿quién soy yo verdaderamente?"-, solo obtendremos respuestas substitutivas: soy esto, aquello o esto otro, y esto significa que falta el ser del sujeto. Entonces, por el hecho de hablar, por estar atravesado por el lenguaje, se introduce en el sujeto una falta en ser fundamental. No hay nada en el lenguaje que le asegure al sujeto lo que él es, no hay nada que le asegure su ser; él solo puede aparecer allí únicamente como representación significante, es decir que el sujeto no es más que una pura y simple representación. Por esta razón podemos hablar de una falta en ser. Esto significa que el sujeto del psicoanálisis no solo es un sujeto efecto del lenguaje, sin también un sujeto en falta, un sujeto que por hablar ha perdido su ser. El ser es, en el psicoanálisis, eso que escapa, eso que queda por fuera de la representación significante y que por lo tanto no podemos aprehender, atrapar. El ser pasa a ser una cosa irreductible al saber, no se lo puede conocer, habita el lugar del desconocimiento, el lugar del no-saber. El sujeto por consiguiente no tendrá acceso a la cuestión de su ser más que por ser representado por el lenguaje, y si es representado, es porque no es, porque no está. La representación no es el ser del sujeto; por tanto hay un enigma respecto del ser en todos los seres humanos. Y es justamente aquí, en este punto, donde podemos introducir esa pasión, ese afecto que llamamos amor. El amor se constituye entonces en una de las formas que tiene el sujeto para hacerse al ser, para agarrar el ser. Es decir que para el psicoanálisis el amor es una respuesta a la falta en ser del sujeto. Si en el orden de lo simbólico no hay algo que le dé al sujeto una consistencia precisa, algo que le asegure un "usted es verdaderamente esto y sólo esto", el sujeto entonces tratará de ser, como cuando se dice de un sujeto que él está tratando de ser alguien en la vida. Precisamente, como todos los seres humanos nos tenemos que esforzar en ser alguien en la vida, dicho esfuerzo pone en evidencia nuestra falta en ser. Si ya tuviéramos ser desde el principio, no nos preocuparíamos por llegar a ser. El amor surge aquí como una de las respuestas posibles a la falta en ser del sujeto. Existen otra serie de respuestas, como por ejemplo el síntoma neurótico, el fantasma fundamental, la pulsión sexual, la maternidad en el caso de las mujeres, etc. Ahora bien, como el amor es una de las respuestas a esa falta en ser, esto significa que el amor, al igual que las otras respuestas a las que el sujeto recurre, viene a taponar, viene a velar, a ponerle un velo a esa falta esencial del sujeto y por lo tanto sirve también para velar la falta en ser del otro al que se ama. Y aquí nos encontramos claramente con el que es el
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principal poder que tiene el amor sobre el sujeto, es decir, el poder de velar su carencia fundamental, su carencia de ser. Si el amor es una respuesta a la falta en ser, esto implica que el sujeto para amar, para hacerse al ser, siempre va a necesitar remitirse a otro a quien dirigirá su amor y del que esperará ser correspondido en él. Este remitirse a otro se observa cuando el sujeto se pregunta "¿qué es lo que yo necesito para que alguien me ame?" o "¿cómo debo ser para que yo sea amable, es decir, amado por el otro?", pregunta que hace parte del drama de ser humano y que las revistas del "corazón" se dedican a responder una y otra vez con artículos que llevan títulos tales como: "cómo conquistar a su hombre", "como ser deseado", "descubra con este test si tiene las cualidades de la mujer amada", "¿es usted el hombre que toda mujer desea?", etc. Esta necesidad que tiene el sujeto del otro para amar, introduce a su vez dos aspectos importantes de la psicología del amor: las formas de elección de objeto y el narcisismo del sujeto. La tesis del psicoanálisis con respecto a estos dos aspectos es que toda elección de objeto es una elección narcisista, es decir, que amar es fundamentalmente querer ser amado por el otro. La denominación de narcisista está dada por tener como límite o referencia la imagen que el sujeto tiene de sí mismo. Esto significa que cuando un sujeto ama a otro, lo que verdaderamente ama es la imagen que encuentra de sí mismo en el otro, ya sea bajo la forma de lo que uno fue, de lo que es, o de lo que quisiera ser. Cuando se ama, en ocasiones, se evidencia que la pareja comparte los mismos gustos, se parecen el uno al otro en su forma de ser o de pensar, etc. Cuando se ama, se está amando, de una u otra manera en el otro, algo de sí mismo que ha sido idealizado. Si la imagen que aviva la pasión es cautivadora, es porque aparece próxima a representaciones que tiene el sujeto de sí mismo, y esto es básicamente lo que lo enamora. Muchas parejas son opuestas o diferentes, pero inconscientemente se desea, de alguna forma, ser como el otro. Por todo esto es que el psicoanálisis sostiene que el amor es narcisista. El narcisismo no es otra cosa que el amor que el sujeto se dirige a sí mismo; es el amor a la propia imagen, lo que hace del amor algo engañoso, ya que se ama a alguien en tanto que representa la imagen que un sujeto ha tenido, tiene o le gustaría tener de sí mismo. El amor narcisista suele ser egoísta; el sujeto enamorado espera que el otro le corresponda en todo lo que anhela. El amante quiere al otro hecho a su imagen y semejanza, y cuando no se siente correspondido en esto, aparecen las diferencias en la pareja. Cuando el otro no corresponde más a la imagen que se tenía o se esperaba de él, esa imagen cambia, decae, surgen las diferencias y con ellas el sufrimiento en el amor. Se sufre en el amor porque el otro no es como yo quisiera que fuera. Todo amor, por tener una estructura narcisista, conlleva siempre una dosis de sufrimiento. El enamorado suele tener la esperanza de que el amado sea igual a él: que piense igual, que haga las cosas como él las haría, que haga el amor cuando él lo desea, que vean el mismo programa de T.V., que cuide al niño, que no deje la crema dental abierta, ni la toalla mojada sobre la cama, etc. Pero ocurre que el otro a quien se ama es diferente, tiene su propia forma de pensar, de ver el mundo, y sus muy particulares deseos. Cuando aparecen esas "pequeñas diferencias" entre los amantes se presenta el desamor, y con él el sufrimiento, ya que esas "pequeñas diferencias" suelen ser insoportables. El amor que se sostiene en un enamoramiento así, narcisista, es muy probable que conlleve siempre una gran dosis de displacer. Por lo cual se puede decir que hay algo en la naturaleza misma del amor que lo hace desfavorable al logro de la satisfacción plena. Como toda elección de pareja es una elección narcisista de objeto, ello introduce el ideal, la idealización en el amor; el objeto de amor es idealizado en tanto que representa, 3
como ya lo he dicho, lo que uno fue, lo que uno es, o lo que uno quisiera ser, y así, tratando de ser en el otro, el sujeto queda sometido a los ideales que el otro le propone. Esto es lo que introduce el engaño en el amor, es decir, otro de los poderes que el amor tiene sobre el sujeto: el poder de engañarlo. El engaño del amor se evidencia cuando un sujeto es fascinado por otro y cae en ese estado que se llama de enamoramiento; se trata en efecto de un enmoramiento, es decir, que el sujeto "flechado" por cupido, puede muy fácilmente mentirse a sí mismo. Esto porque la imagen del otro, en tanto que fascina, es vista como perfecta, como completa. Es frecuente notar como todo sujeto enamorado percibe a su amado como alguien ideal y dice de él cosas como: "es todo para mi", "no podría vivir sin ella", "veo por sus ojos", "me muero si no estás", etc. El sujeto enamorado no admitirá fácilmente que el objeto de su amor pueda ser alguien que comete faltas graves o que le sea inconveniente; si le hablan de los errores de su amado lo defenderá a capa y espada, se mentirá a sí mismo y en este momento se podrá observar claramente el poder que tiene el amor de enceguecer al sujeto. El amor es ciego, dice el dicho popular, y es verdad. Había dicho hace un momento que amar es fundamentalmente querer ser amado y el sujeto querrá ser amado a partir de los Ideales que el otro le ofrece. Amor e identificación -proceso psíquico que lleva a alguien a ser o parecerse a otro- confluyen y tienen como efecto la identificación del sujeto con los ideales del otro a quien se ama. Esto explica por que hay cambios radicales en la forma de pensar y actuar de los enamorados. Estos cambios se deben precisamente a ese proceso de identificación con los ideales del otro, y responden al esfuerzo que el sujeto hace para ser amado por aquel. En ocasiones el cambio llega a ser radical, siendo su motor la idealización que anima al amor. ¿Será posible un amor que no se sostenga en la idealización?. El psicoanálisis ofrece al sujeto la posibilidad de responder a esta pregunta, es decir, de curarlo amor narcisista. Si bien con el amor se establece un lazo social, dicho lazo se debe crear en función de una ética y no en función de unos ideales. Esto porque los Ideales no necesariamente están del lado de la Ley; lo están, y de muy diversas maneras, del lado de la destrucción y la trasgresión, y empujan a ellas. Piénsese en los ideales que alientan a todos los movimientos fascistas, racistas, xenófobos y nacionalistas, pero también a diferentes grupos humanos, ya sean éstos religiosos, políticos, militares, de fanáticos, de mafiosos, etc., los cuales llevan a una intolerancia hacia los otros y que destruye la unión social. También en el amor esto se observa cuando por ejemplo un sujeto se conduce en la vida con el ideal del amor romántico: "morir por amor", cuya versión moderna se hace visible en esos sujetos que dan la vida por el amor de sus madres y viceversa. De aquí la necesidad de una ética que ayude a establecer unos vínculos que reconozcan la función de los ideales en una comunidad y sus peligros; una ética que haga responsable a cada sujeto de los lazos que establece con los otros.. La ética del psicoanálisis, y solo lo mencionaré de paso, es una ética que se define como ética del deseo. ¿Qué significa esto? Significa que la ética del psicoanálisis apunta al deseo y a la verdad que contiene ese deseo en cada sujeto. El psicoanálisis se ocupa de interrogar la verdad del sufrimiento de cada sujeto, su causa, el por qué alguien se hace a un sufrimiento particular y se sostiene en él. Por ejemplo, por que una mujer permanece, durante años, junto a un hombre que la maltrata y la humilla y al que dice amar profundamente. Esa verdad que contiene cada sujeto sobre su forma particular de sufrir, es un saber no sabido por él: un saber inconsciente. El analista lleva al sujeto que se somete a un análisis a enfrentarse con la verdad de su deseo. La ética del psicoanálisis le permite al sujeto llegar a ocupar el lugar donde se 4
satisfacía con el sufrimiento; ocupar el lugar donde sin saber muy bien cómo ni por qué, él se hace a un sufrimiento. Es una ética que busca fundamentalmente hacer responsable al sujeto de sus actos y de sus palabras, es decir, de su deseo. Bien, siguiendo con lo que venía diciendo anteriormente, se puede afirmar entonces que lo que desencadena el enamoramiento de un sujeto por otro es una imagen y/o un rasgo que proviene del otro en quien el enamorado se ha fijado. No es lo mismo un rasgo que una imagen. La imagen suele ser totalizante, abarca al sujeto todo; es esa imagen que él proyecta: de bienestar, de salud, de tranquilidad, de completud, etc., y que se suele adornar con cualidades. El rasgo en cambio no es totalizante, sino que más bien descompleta la imagen: es ese pequeño atributo del otro que llama la atención del enamorado; se puede tratar de un adorno que hace parte del sujeto: el color de sus ojos, su mirada, las trenzas de su cabello, su andar, sus pies descalzos, la forma de sus caderas o el color de su piel, su carácter, lo bondadoso o lo fuerte que sea, etc. Se trata de rasgos físicos o de personalidad, dependiendo de cada sujeto, y ellos condicionarán en cada uno la elección de objeto, como veremos un poco más adelante. Pero lo que desencadena el amor es decididamente una imagen que proviene del semejante. No se trata nunca de cualquier imagen; si así fuera, un hombre podría amar a cualquier mujer, o viceversa, y resulta que un hombre no ama a cualquier mujer, sino que ama a alguien, a una mujer en particular, o mejor, ama la imagen que una mujer en particular le proyecta. Por eso hay enamoramientos que se inician repentinamente, cuando se ve a esa persona en un encuentro inesperado. Ese enamoramiento repentino, despertado por la imagen del otro, es lo que los amantes denominan el flechazo de amor. Lo que sucede en ese momento es que la imagen del otro fascina al sujeto, lo encanta, lo enamora y lo engaña. El enamoramiento no es otra cosa que sentir la pasión del amor y éste surge allí donde la imagen del otro ha cautivado al amante. Cuando el sujeto se enamora de la imagen del otro como Ideal, el amor se vuelve ciego, y empieza a considerar al objeto de su amor como alguien completo, total, único y superior; su "media naranja", su complemento. El amor es ciego porque hace aparecer al amado como la persona que no es, ya que los sujetos infalibles no existen. Los seres humanos solemos tener defectos o cometer errores, es decir, somos seres en falta. La perfección a nivel del sujeto humano es un ideal, una ilusión, y cuando un sujeto representa un ideal para otro, esto introduce la dimensión del engaño en el amor. Podemos deducir entonces que el amor tiene una estructura de engaño. El enamoramiento ciega al amante haciendo que no reconozca en el otro carencia alguna. El amor tiene en ese momento el poder de cubrir las faltas y velar la falta en ser fundamental. Tarde o temprano esa imagen ideal que representa el otro al que se ama se rompe, cae de su pedestal, deja de ser ideal y se empieza a ver tal y como es en realidad. Esto sucede en el momento menos esperado, cuando aparecen las ya mencionadas "diferencias" entre los amantes: el compañero comete algún error, se devela con defectos, peca en algo, no es más como uno lo imaginaba, etc. Una paciente me decía alguna vez: "es que mi novio se enamoró de una mujer muy distinta de la que soy verdaderamente". Bien, es verdad, el amor cubre los defectos del amado. Y cuando esos defectos se empiezan a ver mejor, aparecen las ya mencionadas diferencias entre los amantes. Es en estos momentos que la pareja se encuentra con el desencuentro. El sujeto enamorado habrá experimentado cuán difícil es sostener un vínculo sin dificultades o tensiones; las "pequeñas diferencias" siempre hacen su aparición en la relación. Es verdad que hay amores afortunados, pero lo corriente es encontrarse con el desamor en algún momento de la relación. El amor eterno no es tal, es un engaño del amor, y 5
con su irrealidad se encuentran las parejas ahora o después. En otras palabras, no hay garantía de que el amor perdure, a pesar de que la ilusión del amor se alimente de frases como "te amaré toda la vida", "te amaré más allá de la muerte", "nuestro amor será para siempre", etc. Mientras que el amor se nutre de una pretendida ilusión de completud con el otro y hace pensar al sujeto que ha encontrado su "media naranja", la realidad es que ningún sujeto es el complemento de otro; no existe la "media naranja". Si así fuera, no existirían el divorcio ni las separaciones entre los amantes. Si el amor fuese eterno, la sociedad estaría conformada por parejas indisolubles; no se sabría de infidelidades ni de ningún otro tipo de obstáculos entre los sujetos que se aman. El amor tiene un comportamiento muy diferente al de una pretendida armonía. Veamos por qué. Es indudable que el amor tiene un poder de dominio, de avasallamiento y hasta de tiranía sobre el sujeto. Es más, cuando irrumpe en la vida de un sujeto, se le acaba su tranquilidad: se le quita el sueño, se distrae en el trabajo, hace y dice cosas que antes le parecían ridículas o tontas, o realiza cosas que nunca antes se había atrevido a hacer, etc.; el amor es lo más parecido a la locura, a una enfermedad mental. Además, el amor tiene el poder de condicionar al sujeto a ciertas exigencias. Ya había dicho como los seres humanos no eligen a cualquiera para amar sino que eligen a alguien. En esa elección se ponen en juego esos requisitos que el psicoanálisis denomina condiciones de amor, los cuales, como vimos, pueden ser muy variados y en ocasiones inexplicables o asombrosos -Alguna vez nos hemos preguntado "¿qué fue lo que le vio este tipo a esa mujer?"-. Pues bien, en el género humano se puede observar que no hay una condición universal de elección de pareja y cada sujeto tiene sus particulares condiciones de amor. Partir de estas condiciones de amor es lo que le permite al psicoanálisis pensar lo que significa la relación sexual entre los seres humanos. Se podría hablar de proporción sexual si la condición fundamental para que un sujeto elija su pareja fuese que ésta resultara ser alguien del otro sexo; se sabe que esto no es lo que sucede en todos los casos. Si la condición de elección de pareja en la especie humana fuese la condición del otro sexo, entonces la proporción sexual sería admisible. Si la proporción sexual entendida como armonía, correspondencia, complementariedad existiera, no habrían las dificultades de las que se quejan las parejas cuando se aman. La pareja que se separa, que se pelea, que se desencanta, que se disgusta, se enfrenta a la inexistencia de dicha proporción. Si el psicoanálisis habla permanentemente del amor es porque en él se manifiesta la falta de esa proporción sexual entre hombres y mujeres. Y esta disarmonía fundamental enseña que un sexo no es nunca el complemento del otro. Si la proporción sexual fuese posible, su fórmula sería la siguiente: todos aquellos que son hombres desean o aman mujeres. Lo mismo para el otro sexo. La condición de amor sería puramente la condición de que el otro sea de sexo contrario; bastaría reconocer en un individuo el otro sexo para elegirlo. Si el psicoanálisis insiste en que no hay relación sexual, entendida esta como proporción, es en tanto que no hay una condición necesaria y suficiente que haga a ambos sexos complementarios. Por último, me referiré a otro de los poderes que tiene el amor sobre el sujeto. Se trata del poder que tiene el amor de cerrar el inconsciente del sujeto. Para decirlo abreviadamente, el sujeto ama para no saber. En la situación analítica se presenta entonces la paradoja de que, si bien el amor cierra el inconsciente, él, el denominado amor de transferencia, se hace necesario para que el sujeto haga su análisis. No hay análisis sin transferencia, y si bien toda 6
transferencia implica siempre afectos como el amor y el odio es lo que se denomina transferencia imaginaria, el resorte de dicha transferencia de amor es lo que en psicoanálisis se llama el sujeto supuesto saber. Es decir que la transferencia surge precisamente allí donde un sujeto le supone un saber a otro. Es lo que sucede en el dispositivo analítico: un sujeto se pregunta, por ejemplo, por qué sus relaciones de pareja no funcionan, y busca a un analista al que le supone que sabe la respuesta a su pregunta. Es esta suposición de saber la que desencadena el amor. Pero aquí, nuevamente, el amor que podemos ahora llamar amor de transferencia, tiene el poder de encubrir el saber del inconsciente. El amor asociado a la suposición de saber es una forma de resistencia del sujeto en tanto que lo que produce es un cierre del inconsciente. Está en el analista saber utilizar la transferencia dirigida a él para poner a trabajar a su analizante en la búsqueda de su saber inconsciente. El inconsciente es concebido por Freud como un saber, es decir, un saber no sabido por el sujeto; se puede decir que el saber del inconsciente se llama el sujeto. Pero este cuando ama, ya no quiere saber, ya no quiere saber por qué sus relaciones de pareja llegan a un punto en el que se rompen; ya no quiere saber sobre la causa de su sufrimiento o de sus síntomas neuróticos. Es decir que ama para no saber. Es el caso de la histérica, la cual suele enamorarse de sujetos que encarnan el saber. Todos conocemos de relaciones amorosas entre alumnas y profesores, secretarias y sus jefes, doctores y sus enfermeras, etc. Pues bien, dichas relaciones son posibles debido precisamente a que el saber vehicula el amor. El amor al supuesto saber del sujeto es lo que desencadena, ya no la transferencia imaginaria, sino la transferencia simbólica. El psicoanálisis le ofrece al sujeto que así lo demande y desee, la posibilidad de aprovechar esa transferencia de amor que se produce en la situación analítica, para que él pueda hacer una elaboración de saber sobre su propio inconsciente. Y esta es una dimensión del amor que el psicoanálisis devela y que es diferente al amor a sí mismo, al amor narcisista, al amor neurótico. Es el amor como invención; es decir, como elaboración de saber. Pero inventar, crear algo nuevo, no es cosa de todos los días ni de todos los hombres -La ciencia y el arte son referencias para comprender lo que es la invención-. Un tratamiento psicoanalítico es un modo particular que tiene un ser humano para elaborar un saber sobre su propio inconsciente, pero esto no significa que el análisis produzca inventores o científicos. Un sujeto por pasar por un análisis no va a terminar siendo un artista. Pero lo que sí va a suceder es que, si él lleva el análisis de sus preguntas sobre su ser y su existencia, es decir, el análisis de sus síntomas y de su sufrimiento hasta cierto punto, podrá decirse que ha hecho una elaboración de su saber inconsciente, lo que tendrá consecuencias sobre su forma de amar. El análisis no pretende curar al sujeto del amor, sino transformar su posición frente a él como fuente de sufrimiento. Y dicha transformación da lugar a una invención. Con el psicoanálisis, entonces, hay nuevos amores posibles (1). BIBLIOGRAFÍA FREUD, Sigmund. "Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre. (Contribuciones a la psicología del amor I)" [1910]. En: Obras Completas, Tomo XI. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1979. Pág. 155-68. --------- "Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor II)" [1912]. Ibíd. Pág. 169-84. -------- "El tabú de la virginidad (Contribuciones a la psicología del amor II)" [1912]. Ibid. Pág. 185-204. 7
MILLER, JacquesAlain. "Lógicas de la vida amorosa". Ediciones Manantial.. buenos Aires, 1991. Pág. 5-62. PALACIO, Luis Fernando y otros. "El amor en el psicoanálisis". Fundación Freudiana de Medellín. 1990. 145 pág. (1) Conferencia preparada por su autor para el ciclo "Amor y Poder" organizado por EXTENSIÓN CULTURAL de la U. de A. en su programa Martes del Paraninfo el día 26 de Noviembre de 1996 en el Teatro Universitario.
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