Cartas De Claudina Carta 2

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Carta 2:

A su sobrina Elisabeth Mayet

Agradece sus cartas. Viaje frustrado a Belleville. Fallecimiento de la Madre San Javier. Alude a sus penas. Añade más líneas para Alina Mayet, Sra. de Nicod. (Fourvière, 11 de septiembre de 1828). Querida Elisabeth: He recibido tus dos lindas cartas. Aprecio mucho tus demostraciones de afecto. Me agradeces demasiado lo que he hecho por ti durante el tiempo que has estado en Fourvière. Créeme, mi querida pequeña, que siento un gozo muy grande cuando puedo hacer algo en favor de una familia a la que quiero con ternura y a la que amo con todo mi corazón y de la que jamás he recibido ni el más mínimo disgusto y que siempre me ha demostrado el más sincero afecto. No he ido a Belleville; mi viaje se terminó con bajar a Lyón. La víspera del día en que pensaba marcharme, fui a dormir a casa de tu madre; al día siguiente, una hora antes de salir, me trajeron una carta del Rdo. Montagnac en la que me decía que en vez de ir a Lyón, se había visto obligado a irse rápidamente al Puy. En otras ocasiones, este contratiempo me habría contrariado, pero después de este año en que he ido siempre por el camino de las penas más amargas y de cruces sin cuento, he sobrellevado con facilidad este pequeño contratiempo. He sacado la conclusión de que nos conviene tener penas grandes para saber soportar bien las pequeñas. Estaba contenta de poder hacer los Ejercicios Espirituales en Belleville; allí los habría hecho con tranquilidad pues no habría tenido que ocuparme de nada de la casa ni tener relación con la gente de fuera. Como aquí siempre se añaden algunas, quizá seremos diez más. En fin, Dios no lo ha permitido, que se cumpla su santa voluntad. Cuando bajé a casa de tu madre, había dejado a la pobre Madre Javier bastante mal, pero como hacía un tiempo que estaba más o menos igual, no me imaginé que estuviera tan cercano su fin; parece que esperaba que saliera de casa para morirse, pues la primera noche después que me fui, se agravó mucho y falleció al día siguiente. Vinieron en seguida a avisar a tu madre que hizo cuanto pudo para que me quedara con ella hasta después del entierro; pero yo creí que era mi deber asistir a esta triste ceremonia y, además, me daba consuelo poder dar esta última muestra de afecto a esta religiosa que había sido una de las primeras en entregarse a nuestra obra, y que había prestado tantos servicios a nuestra casa. Continuamente me viene el pensamiento de que cuando caímos las tres enfermas, nadie habría podido pensar que yo iba a curarme y que mis dos hijas morirían: una tenía veinte años menos que yo, la otra treinta. El Señor me manda muchas cruces este año y me prueba con muchos sacrificios; dichosa yo si aprovecharme para expiar mis pecados y santificarme.

Adiós, mi querida pequeña; cuídate y toma las precauciones necesarias para no cansarte demasiado al regresar, pues tú eres como yo: valemos poco en los viajes. Ya se acerca el fin de mi estancia en casa de nuestra querida Alina; después de haber tenido el gozo de volver a veros, habrá que pensar en la separación. Así son las cosas en este triste mundo; nunca podemos gozar mucho tiempo seguido; esto será sólo en el otro, donde un día estaremos todos reunidos para no tener que separarnos ya más. Esta carta no es muy alegre, pero una pequeña cenobita no teme que se le hable de cosas tristes. Adiós de nuevo, querida pequeña. Puedes estar segura del tierno afecto de tu tía que te quiere, María Ignacio Quiero decir unas palabritas a mi querida Alina, y agradecerle sus recuerdos en las cartas de Elisabeth. He sabido con alegría que estás bien de salud; tan sólo has tenido un resfriado que te ocasionó algunas molestias, pero que ya te había pasado cuando se marchó tu papá. Querida sobrina, me agradeces demasiado las peras que no tienen otro valor que el que te hayan gustado. Muchos recuerdos a tu marido. Pienso que estará ya restablecido de su enfermedad puesto que se prepara para venir a Lyón. Si quieres esquejes de ranúnculos blancos, rosas o lilas, puedo dárselos a tu marido cuando regrese de StEtienne; ahora es el tiempo bueno para trasplantarlos. Adiós, querida Alina. Tu tía que te quiere, María Ignacio Recuerdos a Claudio y a Tony. 11 de septiembre de 1828.

Señorita Elisabeth Mayet En casa del Sr. Augusto Nicod Cantón de Oyonac Arbent Departamento del Ain

CARTA N° 2: Anotaciones Elisabeth era la pequeña de las hermanas Mayet. En septiembre de 1828 tenía 14 años y pasaba unos durante las vacaciones en casa de su hermana Alina, que se había casado hacía poco más de un año con Augusto Nicod, de Arbent, y a la que no había vuelto a ver desde entonces, con ella sus dos hermanos: Claudio, que tenía 18 años y en este verano decidió su vocación sacerdotal, y el pequeño Tony, de 13 años. Elisabeth había estado algunos años en Fourviére de pensionista. Quería mucho a su tía y a sus educadoras. Tenía dotes para la pintura, que cultivó; a ella debemos el retrato que conservamos de la Madre María Ignacio. La Madre Fundadora habla aquí de “penas amargas” y “cruces sin cuento” en este año. No sabemos exactamente cuáles fueron. La M. Gabriela María en la Positio, pp. 334-335, hace un estudio para encontrar a qué podía referirse. Señala: la muerte del P. Coindre, la salida de la Congregación de la M. San Pedro, el establecimiento de las Hermanas de San José en Belleville, la preocupación por su hermana Leonor, el fallecimiento de las MM San Javier y San Borromeo. En la Congregación se conservó siempre el recuerdo de las graves dificultades de los comienzos y del valor y fuerza de alma de la Fundadora. El P. Román Montagnac y su hermano Pedro, sacerdotes de la diócesis de Le Puy, colaboraron con el P. Andrés Coindre en la fundación y organización de la Sociedad de los Misioneros del Sagrado Corazón, y formaron parte de ella; como tales, estuvieron en el Colegio de Monistrol. Conservaron siempre gran amistad con nuestra Congregación y la apoyaron. Respecto al fallecimiento de la Madre Javier, tenemos un complemento en la carta de la M. San Andrés a Elisabeth Mayet y que recoge la Positio en las pp. 306-308. Uno de los cuadernos más antiguos que se conservan con noticias de la Congregación: Notes détachées d'ici de lá, dice en la página 9: « L a Madre San Javier fue una de las primeras compañeras de la Madre Fundadora que la apreciaba muchísimo» . . . « L a M. San Javier fue la primera Superiora de la Providencia y la dirigió con mucha prudencia y abnegación hasta que la enfermedad se lo impidió; pasó un año en la enfermería aceptando su inactividad y sufrimiento, y mostrándose siempre tranquila y apacible como una niña». La otra religiosa que había fallecido era la Madre San Borromeo. En el libro de la Historia de la Congregación,

se habla de las dos ampliamente y con gran elogio.

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