Cartas De Claudina Carta 12

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  • Words: 967
  • Pages: 1
Carta 12:

A su sobrina Emma Mayet

Dolorosa enfermedad del marido de Emma.

Fourviére, 2 de enero de 1836. Mi muy querida Emma: Te estoy muy unida en la pena que estás pasando. Tu querido marido sufre mucho; el Señor os prueba a los dos. ¡Qué dolor para ti verle sufrir tanto y no poder aliviar sus males más que con tus solícitos cuidados y que ciertamente suavizan un poco estos dolores que soporta con una paciencia admirable!. El Señor le da ocasión de merecer al concederle la gracia de padecer con tanta resignación a su santa voluntad. Y tú también, mi querida sobrina, necesitas de veras practicar esta santa virtud: ¡es tan penoso y desgarrador ver sufrir a los que queremos tanto! Espero que el Señor escuchará tus oraciones y las nuestras y que tu buen marido se restablecerá pronto. Este tipo de enfermedad ocasiona grandes dolores, pero en cuanto se ha eliminado el humor, enseguida se siente el alivio; he visto varios casos. Ayer, al comulgar, pedí mucho por este querido sobrino; asegúrale que nosotras no le olvidaremos en nuestras oraciones, como tampoco a ti ni a tu pequeña María que cada día está más encantadora. Pienso que tendré la dicha de veros a los tres la próxima primavera; para entonces, así lo espero, tu marido estará ya completamente restablecido; esto es lo que sinceramente te deseo, y le pido al Señor que atienda mis súplicas. Transmite a tu marido de mi parte mis más afectuosos saludos; dile cuánto deseo que se restablezca pronto. Un abrazo para mi sobrinita, y tú puedes estar segura del tierno cariño de tu tía que te quiere mucho, María Ignacio

CARTA N° 12: Anotaciones

Esta carta no lleva la dirección. Al ser más corta, entró en una sola hoja; la otra, en donde irían la dirección, los timbres del correo y los restos del lacre con la rotura necesaria, la debieron desechar; la hoja conservada tiene señales de haber sido rasgada. El día 31 de diciembre, los Mayet habían recibido carta de Emma en la que les notificaba la enferme-, dad del marido; les pedía que rogaran y que hicieran celebrar alguna misa en Fourviére. De buena mañana, al día siguiente, Melania subía la colina e iba a encargar las Misas en el santuario, y a ver a su tía para pedirle también oraciones. La Madre San Ignacio, que tanto quería a los suyos, tomó viva parte en esta pena familiar y se apresuró a escribir a Emma. La enfermedad del Sr. Perroud fue muy dolorosa y larga; en marzo todavía tenía dolor y llagas sin cicatrizar.

Pero en primavera ya pudo ir toda la familia a Lyon. El Sr. Perroud era muy virtuoso, así como Emma. La Sra. Mayet, en sus cartas, pondera la paciencia de su yerno y la abnegación de Emma. Desde la carta n° 11 a ésta, han pasado nueve meses largos que han traído a Claudina penas y gozos. Entre las primeras, está la cuestión de la casa de Belleville que vuelve sobre el tapete. La Madre tiene que arreglar —y esta vez parece que definitivamente— la venta de la propiedad y el traspaso de la escuela. Pero quizá el hecho más importante de este tiempo y que más le preocupó, fue la marcha del P. José Rey, el santo y abnegado capellán de la casa y consejero, que sin despedirse ni de las religiosas ni de las niñas porque no se vio con ánimos, se fue a fundar para los muchachos una obra similar a la de Claudina y que él tanto admiraba (ver: J. Guillemin, Le Révérend Pére J. Rey, fondateur de la S ocié té de St-Joseph. Notes biographiques, Citeaux 1885; Rene Garraud, Histoire de la Vie et des Oeuvres du R. P. Joseph Rey (17981874), Citeaux 1891; Historia de la Congregación según los testimonios de los contemporáneos, cap. XIV). El P. Rey continuó siempre muy amigo de nuestra Congregación. Y quiso manifestar en especial su aprecio por nuestra Madre Fundadora acudiendo a Fourviére, a pesar de sus grandes ocupaciones, para asistir a su entierro y funeral; y fue él quien pronunció la oración fúnebre. Sustituyó al P. Rey como capellán, el sacerdote Nicolás Desgarets, de gran virtud y valer. Pero poco duraría: el 25 de enero de 1836 fue nombrado canónigo de la catedral de Lyon y tuvo que dejar la Angélica. Otra pena muy grande sufrida por la Madre María Ignacio fue la trágica muerte de su primera compañera, la Madre Borja, superiora de la casa del Puy. Un muro se le derrumbó encima cuando paseaba por el jardín, y la aplastó. Y no menor, la que iba directamente contra la Congregación, al haber quienes querían anexionarla a la de las Damas del Sagrado Corazón. Pudo salvar este peligro, pero perdió algunas religiosas. La que más le dolería sería la defección de la M. Aloisia, Magdalena Jamet, en quien confiaba y había nombrado electora (Soeur vocale). Otras muertes la llenaron también de pena. Mencionemos tan sólo en Fourviére, la M. San Clemente Catenot de 29 años y la niña Alicia Mazoyer, enferma incurable a quien la Madre Fundadora se había comprometido a cuidar y tener siempre; era una de las promesas de cuando se temía en Lyon, en abril de 1832, la plaga del cólera. Una carta del 13 de noviembre de 1835, de 1a religiosa visitandina H. Josefa Besson de Larochet hace alusión a las penas que pasaba la Madre y también a sus alegrías. Una de estas alegrías, y muy grande para Clau- dina que tanto amaba a sus protegidas, fue la curación milagrosa, en el santuario de Foorvière de la huérfana de la Providencia Juana Poto a quien también conservaba la M. María de S Ignacio a pesar de estar muy enferma desde hacía varios años.

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