Twinkle XXI Por Antonio Hernández Rolón
Se respira profundo cuando se van dando más pasos de los que deja el organismo, pero hay que seguir la cuesta para no perder el paso. Así pone uno cara de que va aguantando la cuesta, la subida, la pendiente, la vida. Total, llega uno a su destino e intercambia algunas miradas con los conocidos a medias, unos saludos de manos con los conocidos y abrazos con los amigos. El día comienza. Se llega al escritorio, deja uno el saco en el respaldo de la silla, sopla el polvo de la superficie de “formaica”, se predispone a enterar el día con valor y sabiduría. Algo que es bueno para uno, bueno para todos. Llega el aroma del café, unos de grano, otros usan soluble. Unos con azúcar, otros con sacarina, otros ya no saben a que sabe el azúcar. Pero por alguna razón, ese día quise que fuera un poco diferente. Moví el escritorio un poco angulado, para que se viera mejor la ventana que daba hacia un gran fresno en la acera. Cuando hacía aire, las ramas acariciaban las ventanas con un sonido que solo los fresnos pueden hacer con sus ramas tan particularmente flexibles de vaivén rítmico y cadencioso, casi como de bailarina exótica. También le puse azúcar al café para, según, tener la energía para el día laboral en la oficina. Incluso me animé a bajar por una dona al sótano pero no me pude aguantar y ya me la había terminado cuando regresé a mi lugar. Tal vez para que el jefe no me viera comer en mi escritorio. Tal vez por inconsciencia.