Twinkle Xxii

  • Uploaded by: Antonio Hernandez Rolon
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  • June 2020
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  • Words: 748
  • Pages: 2
Twinkle XXII Por Antonio Hernández Rolón

A Ese día no se rasuró, ni los costados ni la corta barba ni el casi inexistente bigote. Parecía que no era necesario. No saldría de casa y nadie pasaría por allí. Tal vez si acaso el jardinero o la señora de los Yakults, pero no importaba. Era como cuando Jane se quería ir a España: nada importaba, nadie daba un duro por esos asuntos de la rutina, del diario paso del tiempo y la vida. Había algo de emoción por el nuevo trabajo recibido, por contar cuantos días más podría estar pendiente del calendario para saber si entregaría a tiempo una vez más. Qué vida, desde que lo conocí así era de obsesivo con esas cosas: quedar bien con el jefe o con los clientes, cuando ya era trabajador independiente. No digo que esté mal, pero a veces le decía que tenía que tomarse las cosas con más calma, vivir un poco fuera de la línea para darse cuenta de su mundo desde afuera y poder disfrutar las cosas normales, no solo las inverosímiles en las que caía. Meses antes había empezado a viajar a lugares cercanos, casi nomás por el día, “disque” para tomar aire puro del campo y ver verde. El resultado: un nuevo dolor de espalda por dormir chueco en los asientos de los camiones foráneos, por tratar de cargar más peso en las maletas y en la mochilita de espalda. Pero eso si, con los pulmones más limpios. Seguido se paseaba por el centro de la capital y sus calles llenas de ambulantes, chorreando maldiciones pero deteniéndose de puesto en puesto, viendo, oteando, perdiendo más el tiempo, porque según él, iba para hacer tiempo. Después de varias visitas empezó a tomarle gusto y a recorrer otras partes, las menos transitadas. Hacía años que no iba tan seguido, desde los “tours” a las cantinas con los antiguos amigos, los maestros de atrás tiempo, los que ya no frecuentaba. Ni siquiera aquellos años de moda de los antros nocturnos. Todo eso había quedado atrás hace ya. Pero ahora era un aire diferente, paseaba con un paso diferente, no sé si más seguro, pero ahora pareciera que ya tenía más claro a donde iba, no como antes, que nada más recorría las calles, las banquetas, la vida. B Tanto había cambiado que ahora llevaba una botella de agua baja en sodio en la mochila para aliviar la sed, cuando antes eso lo corregía en una cervecería de paso, en la barra para no despertar preguntas o comentarios de los parroquianos y asiduos. Solo entraba a conocer el lugar, echar una mirada rápida por las paredes y techos, acabar en pocos tragos la cebada y regresar al redil, a la acera a sumar metros para ver más caras, más gestos de todos los sabores y olores posibles, porque así pasa en el centro de la ciudad. Ahora sacaba su botellita de plástico de vez en vez, daba sorbos pequeños para evitar el dolor de caballo, para que le alcanzara la provisión para la jornada, como si fuera un expedicionario cuidando las provisiones. A veces, el calor le jugaba la mala partida y tenía que dar sorbos más grandes y se veía en la necesidad de comprar otra provisión en el puesto de la esquina. A veces se le antojaba entrar a algún lugar a refrescarse con otra cosa que no fuera agua, pero eso no estaba en sus planes y no podía darse el lujo, a estas alturas, de romper los planes. Nunca acabé

de entender esa nueva postura, esa nueva forma de vida. Como si fueran sombras que lo acosaran, ya sea del pasado o pasajeras. Lo que sí conservaba era la costumbre de cargar con la mochilita a todas partes, a veces sin nada, vacía. Era toda la representación de una muletilla. No se sentía bien sin su mochililla. Claro que ya habían pasado varias mochilas por esa espalda, pero parecía que nunca las abandonaría ni ellas a él. Si hubiera podido hacer un rito cada vez que cambiaba una, lo hubiera hecho, no cabe duda, pero por alguna razón se daba cuanta que en eso, sí tendría que dejar que el tiempo y la madre erosión hicieran su trabajo. La última que le vi ya tenía sus años, lo acompañó en muchos kilómetros, lluvias y hazañas. No puedo decir qué tantas cosas cargo ahí, mentiría, pero si apostaría que tantas como para llenar un buen cuaderno de notas.

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