La Geopolítica De Las Agresiones Contra La República Bolivariana.docx

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La Geopolítica de las Agresiones contra la República Bolivariana Omar José Hassaan Fariñas Históricamente, América Latina ha sido el primer sitio de expansión del imperialismo estadounidense en el hemisferio, iniciando con la anexión – o más bien, el hurto – de más de 55% del territorio mexicano durante las primeras décadas del Siglo XIX y la invasión estadounidense a Cuba y Puerto Rico, a finales del mismo Siglo. El filibustero William Walker – uno de tantos agentes del imperialismo Yankee en Nuestramérica – logró instigar una guerra civil en Nicaragua en 1855, aliándose con los “democráticos” de Francisco Castellón Sanabria para derrocar el gobierno “legitimista” de Fruto Chamorro Pérez, a través de una invasión compuesta de mercenarios estadounidenses y aliados locales y de países vecinos. Al triunfar militarmente, Walker se deshizo de sus aliados locales, y asumió el poder en Nicaragua después de la guerra civil que él mismo instigó. Interesantemente, Walker se autoproclamó “Presidente” de Nicaragua luego de “elecciones” que en algunas poblaciones le daban más votos que el cuádruple de los habitantes, contando a todos los hombres, mujeres, niños y bestias. El primer mandatario en “reconocer” el régimen del filibustero fue, obviamente, el Presidente estadounidense Franklin Pierce, en 1956. Episodios como este, lamentablemente, se pueden hallar de una manera u otra a lo largo de la historia centroamericana y caribeña en particular, y Nuestramericana en general. Estados Unidos derrocó el legítimo presidente de Chile, Salvador Allende, en 1973, una medida que eventualmente llevó al brutal gobierno de 27 años de Augusto Pinochet. El imperio utilizó la agresión económica y la falta de alimentos para someter a los chilenos. Estados Unidos también utilizó un supuesto programa de “ayuda humanitaria” en Nicaragua durante la década de 1980 para esconder $ 27 millones en compra de armas para las organizaciones terroristas y mercenarias de la derecha que luchaban contra el gobierno sandinista, alimentando una guerra civil, y generando un escándalo que para entonces involucraba a Elliott Abrams, quien ahora es el “enviado especial” de Donald Trump para Venezuela. En 1989, los Estados Unidos dejaron a cientos de civiles muertos en Panamá cuando sus fuerzas imperiales invadieron ese país para derrocar al Presidente Manuel Noriega. Es menester empezar con la premisa que indica que la política imperial estadounidense no tiene como objetivo final el derrocamiento del Gobierno Bolivariano y el sometimiento de la Patria de Bolívar y Chávez a su dominio, sino a toda América Latina y el Caribe, dominando la región sin la necesidad de anexiones territoriales directas o invasiones permanentes, prefiriendo en vez un dominio indirecto a través de títeres y “administradores” locales de 1

sus políticas imperiales en cada país, por lo general empleando gobiernos conservadores. El tema de los recursos naturales es de gran importancia, sin duda alguna, y no lo negamos, pero las motivaciones imperiales y las acciones de sus agentes son un poco más complicadas que esto, como todo lo geopolítico suele ser. Es importante tomar en consideración otros aspectos, a la vez de los recursos naturales, obviamente. La estrategia imperial requiere de una gran “restauración conservadora” en América Latina, luego del auge de gobiernos populares, revolucionarios y realmente nacionalistas en nuestra región, como los del Comandante Hugo Chávez, el Presidente Lula da Silva y los Presidentes Kirchner, entre tantos otros. La idea es obtener una restauración de los conservadores en la región que haga imposible una repetición de la Cumbre de las Américas en el Mar del Plata en el 2005, cuando los presidentes Néstor Kirchner (Argentina), Lula da Silva (Brasil), Hugo Chávez (Venezuela) y Tabaré Vázquez (Uruguay) rechazaron y enterraron la llamada Área de Libre Comercio de las Américas, impulsada por Estados Unidos, durante la IV Cumbre de las Américas. Igualmente se desea garantizar el entierro de iniciativas integracionistas que excluyen a Estados Unidos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), constituida de manera definitiva en Caracas, en el 2011. Una restauración conservadora completa en la región le otorgará dominio indirecto a Estados Unidos de las políticas públicas de los países latinoamericanos y caribeños (específicamente las políticas macroeconómicas y exteriores), mejor acceso a sus mercados, apoyo incondicional a sus políticas agresivas en el resto del mundo y en los foros internacionales como la ONU, como también le otorgaría al país del Norte una reserva geoestratégica inmensa para sostener las actuales guerras comerciales del imperio (o peor aún, potenciales guerras militares globales), pero más importante, expulsará de la región a grandes rivales de Estados Unidos, como Irán, Rusia, y el más peligroso de todos para el imperio, la potencia global económica que es la República Popular China. El actual mapa político y geo-estratégico de América Latina y el Caribe confirma lo antes señalado, y permite descartar por completo la absurda tesis conservadora e imperial de una supuesta e imaginaria lucha entre “tiranías” y “democracias” en América Latina, empleando la primera categoría para descalificar gobiernos populares y revolucionarios, y la segunda para mejorar la imagen de los siervos conservadores del imperio, como los gobiernos de Iván Duque, Jair Bolsonaro y JOH, entre otros. A pesar de todos sus esfuerzos, el imperio – a través de sus agentes locales y regionales – ha tenido que hacer lo imposible para sostener su proyecto de restauración conservadora en la región.

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Para garantizar la victoria pírrica de Bolsonaro, tuvieron que secuestrar indefinidamente al Presidente Lula da Silva, conscientes de que su participación en un proceso electoral brasileño hubiera destruido la candidatura de cualquier representante del imperio en el Brasil. La misma estrategia se la aplicarán a la Presidenta Cristina Fernández en Argentina, la única que pudiera amenazar la reelección del impopular agente gringo en ese país, el actual Presidente Mauricio Macri. En el Ecuador, la restauración conservadora no se logró a través del voto popular – ya que el vencedor fue el candidato apoyado en primera instancia por el Presidente Rafael Correa – sino a través de la traición del Señor Lenin Moreno, siguiendo el paso de otros traidores como el triste y lamentable Luis Almagro. En México, como ya sabemos, después de que el imperio tuvo agentes tan serviles a sus causas como el Presidente Peña Nieto y sus antecesores, ahora posee un Presidente que desea restaurar la independencia que ese país gozó con líderes populares como Lázaro Cárdenas. Ya pronto iniciarán los procesos para atacar la gestión de Andrés Manuel López Obrador, y en el espacio de quizás un año o más, ya se hablará de la necesidad de “restaurar” la democracia en México y “salvarla” de la dictadura comunista…etc. Incluso, la crisis energética que enfrenta ese país en la actualidad pudiera ser vista como los inicios de ese mismo proceso que acabamos de señalar. Por estas razones es que el verdadero enfrentamiento en América Latina no es entre gobiernos “dictatoriales” y “democráticos”, sino entre el imperio estadounidense y los pueblos rebeldes y soberanos de Nuestra América, encabezados por líderes como el Presidente Chavista y Obrero Nicolás Maduro, el Comandante Daniel Ortega y el Presidente Evo Morales, entre otros. La lucha del imperio es por el poder y el dominio, el acceso privilegiado (o exclusivo) a los mercados y las riquezas, y la expulsión de rivales de la región, mientras que la lucha de los pueblos es por preservar sus soberanías y sus recursos naturales, al igual que cualquier otra lucha a lo largo de la historia humana. Cualquier análisis de un conflicto geopolítico que descarta los ejes principales de lucha por el poder y las riquezas, es un simple discurso ideológico, diseñado para alejar al pueblo de sus realidades materiales y llevarlos hacia el opio del dominio burgués e imperial. La prensa globalizada y hegemónica se ha dedicado a presentar justo ese tipo de análisis que carece por completo de una evaluación crítica sobre el poder, creando fantasías de antagonismos entre agentes “democráticos” (“coincidentemente”, todos de derecha) y “dictatoriales” (otra gran coincidencia, todos de izquierda y/o realmente nacionalistas) para ocultar las manifestaciones del poder y las codicias por las riquezas de los otros.

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En virtud de lo antes señalado, nos queda solamente analizar las razones por las cuales Venezuela ha sido colocada en el eje principal de la agresión imperial durante estos tiempos, y la necesidad que posee el imperio de acelerar la destrucción de la Revolución Bolivariana, justo durante la coyuntura actual. Como ya sabemos, la Revolución Bolivariana no es la primera revolución latinoamericana que Estados Unidos pretende destruir. La primera Revolución del Siglo XX – la Revolución Mexicana – sufrió repetidamente de las agresiones del imperio anglosajón, mientras que las revoluciones cubana y nicaragüense tuvieron (y siguen teniendo) como enemigo principal a Estados Unidos. Tampoco se trata de la destrucción de un líder – por lo grande que sea, como los Comandantes Hugo Chávez y Fidel Castro - sino del propio proceso de cambio. En Guatemala se erigió la gran Revolución de Octubre (1944 – 1954), y el imperio desde el comienzo conspiró con sus aliados locales conservadores (dentro y fuera de Guatemala) para acabar con ese proceso de cambio popular. En 1954, en pleno proceso de golpe de Estado gringo contra la Revolución Guatemalteca, el Presidente Jacobo Árbenz Guzmán renunció y entregó el poder ejecutivo al coronel Carlos Enrique Díaz, con la finalidad de salvar el proceso revolucionario. No obstante, el embajador gringo en Guatemala y el autor intelectual de la contrarrevolución – el Señor John Peurifoy – insistió que su objetivo no era el derrocamiento de Jacobo Árbenz sino el fin del proceso revolucionario, objetivo que solo puede cumplirse con su títere en el poder, el lamentable Carlos Castillo Armas. Peurifoy estaba bien claro que Carlos Enrique Díaz le otorgaría continuidad al proceso de cambio, o por lo menos no revertiría los logros sociales ya alcanzados, pero Castillo Armas si haría todo lo necesario para destruir la revolución y sus logros sociales. El análisis de Peurifoy estaba completamente correcto, y Castillo Armas fue uno de los mejores agentes de una contrarrevolución que haya sufrido América Latina y el Caribe en toda su historia. Para el imperio, nunca se trata de acabar con líderes, movimientos o partidos, sino la destrucción de cualquier proceso de cambio que no favorece sus intereses. En la Venezuela Bolivariana, se repite el caso de la Revolución Guatemalteca, pues el objetivo del imperio nunca fue y nunca será derrocar al Comandante Chávez ni al Presidente Maduro, sino el exterminio de los logros sociales, políticos y culturales de la Revolución, o, en otras palabras, eliminar el empoderamiento del pueblo y su soberanía nacional, seguido, naturalmente, por el traslado de sus riquezas hacia las arcas del imperio. Desde enero de 2019, es fácil observar cómo el imperio ha escalado su agresión a niveles sin precedentes contra el pueblo venezolano y la Revolución Bolivariana. A la vez de los intereses imperiales de reimponer su dominio hemisférico, existen razones geopolíticas e internas del propio imperio para justificar este nuevo nivel de intensidad agresiva contra

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Venezuela. Si hacemos memoria de los primeros meses de la triste y miserable gestión del actual inclino de la Casa Blanca, podemos afirmar que sus prioridades en al ámbito geopolítico eran las siguientes, a saber: Corea del Norte, Irán, Siria, Afganistán, el muro racista en México y la guerra comercial (y geoestratégica) contra la China. Veamos cuales han sido los resultados – hasta los momentos - de estas múltiples agresiones simultaneas del imprudente magnate Trump: 

En Corea del Norte, las agresiones y la locura de Trump lograron lo que medio siglo de guerras nunca pudo lograr, y a pesar de las sangrientas intenciones de la administración estadounidense: Las dos Coreas han logrado reducir las tensiones entre ambas y han mejorado sus relaciones, a tal punto que ambos países serán anfitriones de unos futuros juegos olímpicos, asunto imposible de imaginarse hace pocos años antes. Corea del Sur prefirió mejorar sus relaciones con su hermana del norte, en vez de sumarse al “tren de guerra” de Trump (asunto que lamentablemente no podemos ver con los serviles gobiernos del Cartel de Lima), y las negociaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte ya no son una prioridad para ambos países asiáticos. Trump ahora busca tomarse fotos con Kim Jong-Un en cumbres que son más maniobras de publicidad y de relaciones públicas, que acuerdos reales en el ámbito geo-estratégico. Luego de insultar el líder norcoreano, ahora Trump ha elevado el joven líder al nivel de líder global;



En Irán, a pesar del desastroso fin del acuerdo nuclear del Presidente Obama, Trump no ha logrado “arrodillar” al pueblo iraní y a sus líderes, como tanto alardeó desde el inicio de su gestión. Aunque regresaron las sanciones y las posturas agresivas norteamericanas contra la República Islámica, sus propios aliados europeos han ignorado por completo las exigencias de Trump, y han creado sus propios mecanismos para continuar las relaciones comerciales y financieras con Irán, neutralizando de esta manera las sanciones gringas, por lo menos desde el continente europeo. Desde hace unos meses, ya no escuchamos los mismos tonos agresivos contra Irán que se escuchaban hace un año, por ejemplo, justo por el debilitamiento del régimen de sanciones estadounidenses a raíz de la postura europea, y el desafío abierto de estas por parte de otros países del mundo, como Rusia, China, Turquía y la India. Irán sigue siendo el objeto del imperio, pero ya queda claro que invadirla o derrocar su gobierno islamista está fuera del alcance de la alianza gringa-sionista, por los momentos;



En Siria, suficiente con señalar que el imperio tuvo que rendirse y retirarse de ese país árabe, gracias a la resistencia de su pueblo y la inmensa ayuda rusa, la cual

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contribuyó decisivamente en neutralizar el mal llamado Estado Islámico (tarea que nunca logró la coalición gringa) y desarticular la agresión estadounidense que buscaba derrocar el gobierno del Presidente Bashar Al Asad. EL gobierno de Siria, a pesar de las molestias de países como Arabia Saudita, ya está regresando a la Liga Árabe y retomando el control de sus territorios, y su gobierno se encuentra muy lejos de ser derrocado. El proyecto gringo en ese país quedó – por los momentos – en “suspensión indefinida”; 

La guerra más larga de la historia estadounidense ya no es la de Vietnam, gracias a los Talibanes. En vez de derrocarlos y exterminar su presencia en Afganistán (como declararon los gringos que era su objetivo principal desde el 2001), hoy en día el gobierno de Trump se encuentra obligado a sentarse en frente de los líderes de ese movimiento rebelde y negociar – reconociéndolos como iguales - en el país árabe de Qatar. Estados Unidos ha sido completamente derrotado en Afganistán, y solo queda definir su retiro de ese país, como lo está realizando en Siria y lo hizo anteriormente en Irak. Tuvieron que transcurrir dieciocho (18) años para que los gringos se percaten que cayeron en el mismo “quagmire” de los ingleses (Siglo XIX) y los soviéticos (Siglo XX) en el pantano que es Afganistán. Ahora, a buscar una “exit strategy” (estrategia de salida) que logre darle un “clean face” (cara limpia), justo como hicieron en Vietnam;



El muro de segregación racial que Trump pretende imponer contra México y toda América Latina va “disolviéndose” poco a poco, no por las gestiones de los organismos internacionales, ni mucho menos por las exigencias de los gobiernos cómplices en América Latina, sino por la resistencia interna de los demócratas, quienes han logrado debilitar substancialmente a Trump desde su triunfo electoral en el 2018, y su dominio de una de las dos cámaras del congreso estadounidense. En vez de ser el elemento principal de un debate de política exterior y postura oficial de Estado, ahora el muro de segregación racial es meramente un tema empleado entre las distintas facciones del imperio estadounidense en sus guerras y pugnas internas. El muro debe formar parte de lo que determinará el futuro electoral de Trump, pero ya no es una verdadera “política de Estado” (y quizás nunca lo fue);



La agresión imperial contra la China va de mal en peor para Estados Unidos, ya que es prácticamente imposible excluir a la actual “Workshop of the World” (fábrica del mundo, nombre que sustentaba Gran Bretaña durante el Siglo XIX, a raíz de su dominio sobre la producción mundial) del sistema económico mundial. Trump se ha reducido a hacerle guerra ya no al propio Estado chino, sino a empresas como

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Huawei, con la falsa esperanza de arrestar un crecimiento económico que es imposible de detener. Es precisamente el poderío económico chino que ha estimulado a los halcones en la Casa Blanca a “regresar” a América Latina, ya que la presencia china en esos mercados emergentes es ahora imposible de ignorar, y también de revertir. Solo observar la presencia china en el Canal de Panamá, es suficiente para comprender históricamente el revés que sufre actualmente el imperio a nivel geoestratégico mundial. Esta lista no es exhaustiva, y existen muchos otros elementos que se pueden añadir para demostrar el fracaso de la geo-estrategia imperial de la Casa Blanca en la actualidad. Pero la lista, así como se presenta, es más que suficiente para descifrar la incógnita venezolana: ¿Por qué Trump ha elevado sus niveles de agresión contra Venezuela, justo durante la coyuntura actual? La respuesta, al analizar todos los elementos señalados en este discurso, se hace clara y manifiesta: En primer lugar, la restauración conservadora aún se encuentra en proceso de ejecución, y hasta los momentos no ha producido todos los resultados anhelados – América Latina aún sigue resistiendo, los serviles aliados del imperio solo logran llegar al poder a través de mecanismos ilegales y altamente antidemocráticos, y la China aún sigue conquistando mercados en la región; y en segundo lugar, Trump requiere desesperadamente de una “victoria” en el ámbito geoestratégico mundial que lo ayude con su posible reelección en el próximo año (2020). Estas razones, a la vez de las tradicionales codicias gringa por las riquezas de los otros, son las que explican la inmensa pero absurda escalada de agresión imperial en nuestra región, específicamente contra países como Venezuela y Nicaragua. Y esta escalada llegó a Venezuela a través de la tragicómica farsa que montó el imperio con el Usurpador de la Asamblea Nacional en desacato. Al ver que todos – absolutamente todos – los supuestos “dirigentes” de la mal llamada “oposición” en Venezuela han fracasado en destruir la Revolución Bolivariana, Estados Unidos tuvo que abandonar todas sus formas anteriores de coordinar (es decir, ordenar) sus agentes locales en Venezuela, y procedió a hacer a un lado a estos dinosaurios y seleccionar a dedo su próximo emisario y representante en el país. Aunque las caretas de la oposición financiada y coordinada por los gringos se habían caído ya desde hace mucho tiempo, ahora la desgracia política los ha llevado a nuevos niveles de pobreza de espíritu e indignidad, a la vez de nuevas formas de traicionar a la patria y al pueblo venezolano. Sin necesidad de abordar la ilegalidad de todo lo que ha sucedido desde el 10 de enero del 2019, solo necesitamos señalar el desgastado discurso de la mal llamada “ayuda humanitaria”, la misma que carece de cualquier tipo de participación o coordinación por

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parte de todas las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria del mundo entero, y de la ONU. En el 2017, el huracán María (categoría 5) fue el peor desastre natural que afectó a Dominica y a Puerto Rico en su historia. La totalidad de Puerto Rico fue declarada Zona de Desastre Federal poco después del huracán, y al menos 4.645 personas murieron como resultado del huracán María. Pero para entonces, la última instancia que actuó para aliviar semejante tragedia fue el gobierno federal estadounidense, y Trump no realizó ni conciertos, ni shows mediáticos ni tampoco visitas de personalidades famosas para hacerle llegar la necesaria ayuda humanitaria al pueblo puertorriqueño, el cual lamentablemente sigue formando parte de Estados Unidos, y no es un pueblo foráneo a ese país, como sí lo es el pueblo venezolano. En Venezuela, sería inapropiado denominar las migajas gringas como “ayuda humanitaria estadounidense”, no solamente porque no poseen fines realmente humanitarios, sino por el simple hecho de que no fueron pagadas por el gobierno federal de Estados Unidos – como todos los golpistas alegan – sino del bolsillo del ciudadano venezolano y de los ingresos legítimos de su Estado. Las migajas gringas fueron adquiridas a través del robo de los recursos del Estado venezolano. Se roban y se cobran el vuelto, y después dicen que vienen a ayudar con dinero que les robaron a las víctimas que supuestamente vienen a “ayudar”. Aunque lo antes señalado pudiera sonar como algo bastante insólito, en realidad es una práctica típica de los gringos. Nada nuevo, si observamos la historia de ese país. Debemos recordarnos que Estados Unidos construyó sus riquezas del robo de las tierras amerindias en Norteamérica (y luego de las tierras mexicanas), y del robo de la mano de obra de los esclavos africanos y de descendencia africana. Por eso, la mal llamada “ayuda humanitaria” no es sino un vulgar esfuerzo para derrocar gobiernos en el marco de un proceso geopolítico y geoestratégico más amplio de restauración conservadora y luchas geopolíticas a nivel planetario, entre la multipolaridad existente y la unipolaridad tan anhelada por parte de los gringos. La reciente afirmación sobre la mal llamada “ayuda humanitaria” no la ofrece solamente el Gobierno Bolivariano, sino que proviene de los propios estadounidenses. La reconocida y antigua (creada en 1850) revista estadounidense “The Atlantic” publicó un artículo recientemente sobre la llamada “ayuda humanitaria” estadounidense en la frontera colombo-venezolana, titulada “Cuando la Ayuda Humanitaria es Empleada como Arma para Derrocar Gobiernos”. En el artículo, señalan textualmente lo siguiente, a saber: Sin embargo, prácticamente todas las otras organizaciones humanitarias importantes han mantenido su distancia (de la supuesta ayuda humanitaria

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estadounidense). Muchos trabajadores humanitarios desconfían de hablar sobre el tema, temiendo las repercusiones para ellos mismos y para sus organizaciones. Un director de un equipo de asistencia humanitaria me dijo que usar lo que aparentemente era una misión de ayuda para desafiar a un presidente se oponía a los principios del humanitarismo, mientras que otro dijo que el esfuerzo es un intento de derrocamiento del gobierno. Christian Visnes, el director del Consejo Noruego para los Refugiados en Colombia, no quiso abordar la situación específica, pero me dijo que había "peligros de asociar objetivos políticos con la ayuda humanitaria" y advirtió que a veces "las crisis evolucionan hacia crisis más grandes". La forma de resistencia más fundamental que poseen nuestros pueblos es la conciencia, y esta conciencia no puede generarse sin el análisis adecuado y apropiado de las realidades a escala global, partiendo siempre desde una visión geoestratégica y geoeconómica. Cualquier análisis del sistema internacional debe ser integral, debe tomar el “gelstat” de todos sus componentes (los cuales son mucho más que su mera suma), en vez de la atomización de la realidad social internacional, y siempre colocando en el centro de sus esfuerzos las luchas por el poder y las riquezas, revelando el poder y sus distintas manifestaciones, en vez de ocultarlas y promover el statu quo y los beneficios de las elites transnacionales. El imperio necesita que los pueblos de América Latina y el Caribe crean que existe un problema con el gobierno del Presidente Nicolás Maduro, con la finalidad de que no se percaten que el verdadero problema no tiene sus raíces ni en Venezuela ni en la región, sino es un conflicto de alcance global y geoestratégico generado a raíz de esfuerzos para imponer una unipolaridad en un sistema visiblemente multipolar (asunto que naturalmente genera conflictos, desordenes y procesos de “desinstitucionalización”), y no nunca se ha tratado de luchas heroicas y míticas por la “democracia” y los “derechos humanos”, sino por el poder, el dominio y las riquezas de los otros. Las guerras humanas a lo largo de la historia siempre han sido sobre el poder y las riquezas a ser obtenidas, y las motivaciones “ideológicas”, “religiosas”, “culturales” y hasta “filosóficas” suelen ser el “opio” que distrae a las masas de las realidades materiales que nos rodean y determinan nuestra existencia.

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