Los Títeres del Imperio Gringo y la Agresión contra la República Bolivariana: El Caso de Juan Orlando Hernández Filinto Durán Chuecos Embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante la República de Honduras en el Exilio Históricamente, Centroamérica ha sido el segundo sitio de expansión del imperialismo estadounidense en el hemisferio, después de la anexión – o más bien, robo – de más de 55% del territorio mexicano durante las primeras décadas del Siglo XIX, y antes de la invasión estadounidense a Cuba y Puerto Rico, a finales del mismo Siglo. El filibustero William Walker – uno de tantos agentes del imperialismo Yankee en Nuestramérica – logró instigar una guerra civil en Nicaragua en 1855, aliándose con los “democráticos” de Francisco Castellón Sanabria para derrocar el gobierno “legitimista” de Fruto Chamorro Pérez, a través de una invasión compuesta de mercenarios estadounidenses y aliados locales y de países vecinos. Al triunfar militarmente, Walker se deshizo de sus aliados locales, y asumió el poder en Nicaragua después de la guerra civil que él mismo instigó. Interesantemente, Walker se autoproclamó “Presidente” de Nicaragua luego de “elecciones” que en algunas poblaciones le daban más votos que el cuádruple de los habitantes, contando a todos los hombres, mujeres, niños y bestias. El primer mandatario en “reconocer” el régimen del filibustero fue, obviamente, el Presidente estadounidense Franklin Pierce, en 1956. Episodios como este, lamentablemente, se pueden hallar de una manera u otra a lo largo de la historia centroamericana y caribeña en particular, y Nuestramericana en general. Estados Unidos derrocó el legítimo presidente de Chile, Salvador Allende, en 1973, una medida que eventualmente llevó al brutal gobierno de 27 años de Augusto Pinochet. El imperio utilizó la agresión económica y la falta de alimentos para someter a los chilenos. Estados Unidos también utilizó un supuesto programa de “ayuda humanitaria” en Nicaragua durante la década de 1980 para esconder $ 27 millones en compra de armas para las organizaciones terroristas y mercenarias de la derecha que luchaban contra el gobierno sandinista, alimentando una guerra civil, y generando un escándalo que para entonces involucraba a Elliott Abrams, quien ahora es el “enviado especial” de Donald Trump para Venezuela. En 1989, los Estados Unidos dejaron a cientos de civiles muertos en Panamá cuando sus fuerzas imperiales invadieron ese país para derrocar al Presidente Manuel Noriega. Enfocándonos específicamente en Honduras, desde hace más de un siglo, ese país centroamericano ha sostenido uno de los bipartidismos más estables de toda América 1
Latina y el Caribe. El Partido Nacional (PN) y el Partido Liberal (PL) han controlado el sistema político hondureño desde el Siglo XIX y hasta el 2009. En buena medida, ese éxito se debe a la capacidad de sus élites políticas para la negociación y el pacto durante coyunturas críticas. Un elemento clave para entender la política hondureña es que esa capacidad de negociación y acuerdos se hace efectiva a través de los propios espacios ocultos de esas élites gobernantes. También han sido posibles porque ambos partidos no han expresado verdaderas diferencias políticas e ideológicas. Esa uniformidad ideológica ha permitido que la competencia por el poder no tenga implicaciones en la manera en la cual se dirige el Estado y se formulan las políticas estatales. Los dirigentes de estos dos partidos – a lo largo de las décadas - se sientan en las mesas directivas de las grandes empresas, comparten la propiedad de grandes medios de comunicación, y han sido cómplices de los grandes desfalcos al erario en la historia del país. Igualmente, de ambos partidos han sido dirigentes y socios los líderes de los carteles del narcotráfico en Honduras. El bipartidismo en Honduras llegó a su fin, supuestamente, después del golpe de Estado de 2009 contra el gobierno legítimo de Manuel Zelaya Rosales. El bipartidismo tradicional se convirtió en la hegemonía monopartidista – la del Partido Nacional – con un apoyo incondicional de ciertos elementos del Partido Liberal, ahora como un socio minoritario en la empresa del poder que es el Partido Nacional. A nuestra consideración, el bipartidismo llegó a su fin un poco antes, cuando el Presidente Zelaya abandonó la monolítica concepción bipartidista de las elites gobernantes del país a favor de establecer alianzas estratégicas con los países del ALBA – TCP, específicamente con el gobierno del Comandante Eterno, el Presidente Hugo Chávez Frías. Más allá de cualquiera diferencia cosmética entre liberales y nacionalistas, ambos son fuerzas altamente conservadoras que tienen sus políticas bien claras y homogéneas, y en estas políticas nunca existió espacio para el beneficio de los necesitados o para el establecimiento de una distribución más equitativa de las riquezas que los pobres generan para que los ricos las consuman. El Presidente Zelaya, con esa ruptura ideológica con su propio partido y con el consenso ideológico de las elites políticas del país centroamericano, rompió por primera vez el bipartidismo, no en el ámbito electoral, sino en el que más importa y cuenta: en el ámbito ideológico, en el espacio de las políticas sociales del Estado y las alianzas continentales. Como resultado natural, el mismo país que envió al Señor William Walker a iniciar la colonización de Centroamérica durante el Siglo XIX, emitió órdenes – a través de la entonces Secretaria de Estado Hilary Clinton – para el derrocamiento de otro Presidente
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latinoamericano, por el “crimen” de atender los intereses de su pueblo, en vez de los intereses del imperialismo del Norte. El resultado del golpe de Estado instigado por el imperio en el 2009 fue una reconfiguración del poder local y de las elites tradicionales, hábilmente explotada por quien asumiría la presidencia del Congreso hondureño pocos meses después del golpe, el “nacionalista” Juan Orlando Hernández. En una campaña sistemática contra rivales dentro de su partido, y en el ámbito de la ilegitimidad del gobierno golpista de Roberto Micheleti, JOH logró tomar el control del partido y asumir la presidencia en el 2014. Las gestiones de JOH – actualmente el mandatario se encuentra en su “segundo” periodo presidencial – se encuentran repletas de actos de corrupción y/o violaciones de la constitución y las leyes hondureñas. El primer escándalo que sacudió al gobierno fue la revelación del uso de dinero proveniente del saqueo al Instituto Hondureño de Seguridad Social en la primera campaña presidencial de Hernández, donado a través de empresas fantasmas. JOH admitió este hecho y alegó “desconocimiento” sobre la fuente ilegal de dichas donaciones. El escándalo provocó que decenas de miles de hondureños protestaran cada viernes en las principales ciudades del país, y la creación – eventualmente - de una Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH), la cual fue finalmente instalada en abril del siguiente año. La MACCIH, a pesar de sus esfuerzos hasta el 2018, logró muy poco y sufrió de una cadena sin fin de renuncias de sus dirigentes a raíz de los obstáculos que ha colocado el gobierno de JOH ante sus investigaciones. El vocero oficial de la MACCIH, el peruano Juan Jiménez Mayor, tuvo que renunciar a su cargo en febrero de 2018, a raíz de dichos obstáculos y el rol de Luis Almagro en proteger el régimen de JOH y debilitar la propia MACCIH. Evidentemente, JOH es uno de los peones más cercanos de Estados Unidos en Centroamérica. Washington no le ha retirado su respaldo ante tantas denuncias por corrupción, lo que le ha dado cierto refugio político de múltiples escándalos, entre ellos el famoso “Caso Pandora”, en el cual la MACCIH pudo demostrar que 38 representantes del gobierno de JOH (incluyendo el mismo Presidente) deben ser procesadas por el desvío de fondos (cerca de US$12 millones de recursos públicos) de la Secretaría de Agricultura y Ganadería para uso particular del Partido Nacional. El espacio que tenemos aquí no permite señalar la mayoría de los actos más importantes de corrupción y de violación del derecho del gobierno de JOH, pero por lo menos podemos indicar aquí que la Constitución de Honduras, en su artículo 239, indica que “el ciudadano que haya ejercido la titularidad del Poder Ejecutivo no podrá ser Presidente o Vice-
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Presidente de la República” de nuevo, y que “quien quebrante esta disposición o proponga su reforma, así como aquellos que lo apoyen directa o indirectamente, cesarán de inmediato en el desempeño de sus respectivos cargos”. No obstante la claridad de este y otros artículos pétreos de la Carta Magna hondureña que prohíben explícitamente la reelección presidencial, el Congreso Nacional y el Tribunal Supremo (completamente dominados por el Partido de JOH) permitieron que el entonces primer mandatario JOH se presente como candidato presidencial para las elecciones del 2017. Interesantemente, los autores materiales del golpe de Estado del 2009 (los autores intelectuales eran los gringos) siempre alegaron que la necesidad de derrocar al Presidente Zelaya surgió de una supuesta “maniobra indirecta” por parte del señalado mandatario para “reformar” los artículos pétreos y permitir la reelección presidencial en Honduras. A pesar de esta falsedad en relación con las intenciones del Presidente Zelaya, queda claro en Honduras que cuando se trata del candidato y el partido de la derecha, la totalidad de la Constitución puede ser cambiada o simplemente ignorada. El 26 de noviembre de 2017 pasó a la historia de Honduras como el día en el cual se perpetró el fraude electoral más extenso y manifiesto de su historia republicana. El proceso electoral indicaba claramente que el adversario político de JOH – Salvador Nasralla, apoyado por la maquinaria electoral de los partidos Libre y PINU (bajo la coordinación del Presidente Mel Zelaya) – poseía una ventaja de 5%, después del conteo de casi 70% de las papeletas. Luego de emitir esos primeros resultados el Tribunal Supremo Electoral de Honduras actuó decisivamente para “revertir” una tendencia irreversible y otorgarle la victoria al candidato derrotado, JOH. El Tribunal Supremo anunció una serie de “errores” técnicos que milagrosamente cada vez que se “corregían”, aumentaba la ventaja del candidato JOH y hasta le restaba votos al candidato de la alianza opositora, Salvador Nasralla. Los equipos de observadores de la OEA y la Unión Europea se percataron de la "extrema improbabilidad estadística" del repentino cambio en la tendencia del voto de Nasralla a Hernández. El informe preliminar de observación electoral de la OEA señala lo siguiente, a saber: El estrecho margen de los resultados, así como las irregularidades, errores y problemas sistémicos que han rodeado esta elección no permiten a la Misión tener certeza sobre los resultados…sin descartar inclusive la posibilidad de recomendar un nuevo llamado a elecciones con garantías de que corrijan todas las debilidades identificadas que dieron lugar a las irregularidades graves que se detectasen… la OEA considera que ha observado un proceso de baja calidad electoral y por ende no puede afirmar que las dudas sobre el mismo estén hoy esclarecidas.
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El informe de la Unión Europea fue igualmente contundente en denunciar el fraude electoral en Honduras, y la cantidad de evidencias que surgieron después del proceso solo afirman la magnitud del fraude perpetrado. Entonces, ¿Cómo pudo mantenerse Juan Orlando Hernández en la Presidencia de Honduras, a pesar de todo lo antes señalado? Simplemente, el imperialismo estadounidense impuso su voluntad sobre los deseos y anhelos democráticos de todos los hondureños. Primeramente, dos días después de que la incertidumbre se apoderara de la elección, el Departamento de Estado certificó el “progreso” de Honduras en la protección de los derechos humanos y el combate a la corrupción (a pesar de la marginalización y neutralización de la MACCIH). Esto permitió que se expidieran millones de dólares en ayuda oficial estadounidense para el gobierno de JOH. Seguidamente, un simple comunicado emitido el 22 de diciembre de 2017 y colocado en la página electrónica del departamento de Estado del imperio, selló la coronación del representante de la política gringa en Honduras, JOH: "Felicitamos al presidente Juan Orlando Hernández por su victoria en las elecciones presidenciales del 26 de noviembre, como fue declarado por el Tribunal Supremo Electoral de Honduras". Después de este comunicado, el otro instrumento del imperio, el Señor Almagro, ignoró todos los informes de su propia organización y afirmó que trabajaran con las “autoridades electas” de Honduras. La Unión Europea, como siempre ha demostrado su sometimiento total a la política exterior gringa, igualmente ignoró sus propios informes y aceptó la imposición de JOH como primer mandatario seleccionado y ratificado por el departamento de Estado del imperio. JOH posee tanta legitimidad para gobernar a Honduras como la poseía el delincuente ex – Presidente de FEDECAMARAS que actuó como peón del imperio estadounidense para derrocar brevemente nuestro Comandante Eterno Hugo Chávez durante el 2002. Su existencia es una mera extensión física de la arrogancia imperial estadounidense – la misma que empleó a Walker y a todos los mercenarios gringos en Nuestramérica – que considera que posee el derecho de controlar los destinos de nuestros pueblos, a raíz de su “superioridad racial”, como dictan sus ideologías racistas, entre ellas la del “destino manifiesto”, piedra angular del sistema de creencias del actual primer mandatario estadounidense, el Magnate Trump. Pero JOH, a menos de un año de su segundo periodo presidencial fraudulento, llegó a descubrir que su asignación como gestor de la política exterior estadounidense en Honduras no fue gratis. Una serie de éxodos iniciados en octubre de 2018 – en forma de caravanas de migrantes centroamericanos (pero de mayoría hondureña) - tienen el objetivo principal de ingresar a
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Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. El primero de ellos fue iniciado por unos mil hondureños el 13 de octubre de 2018, quienes partieron de San Pedro Sula, Honduras, empujados por la pobreza y la violencia en el país centroamericano. Una segunda caravana salió de territorio hondureño el 21 de octubre, seguida por otras. El señor Trump amenazó vía Twitter con cortar la ayuda económica a Honduras, El Salvador y Guatemala, si no impedían (por cualquier medio necesario) la salida de sus ciudadanos de sus respectivos países, y llegó a militarizar la frontera de su país con México. El primer mandatario estadounidense arremetió dura y repetidamente contra JOH, y finalmente, al ver que no se logró impedir la formación de otras caravanas y que estas efectivamente arribaron a la frontera mexicana – estadounidense, emitió una orden de detención al hermano de JOH, el ex – congresista Juan Antonio Hernández Alvarado, alias ‘Tony Hernández’, por conspiración para importar cocaína a Estados Unidos, delitos relacionados con armas que involucran el uso y posesión de ametralladoras y dispositivos destructivos y de dar declaraciones falsas a agentes federales. Desde entonces, el hermano de JOH ha estado bajo custodia de las autoridades estadounidenses. Los fiscales estadounidenses señalaron que Tony Hernández es "un narcotraficante de gran escala", que conspiró con redes del crimen organizado trasnacional en México y Colombia para importar grandes cantidades de cocaína a Estados Unidos desde 2004 hasta 2016. Interesantemente, en el 2016 el nombre de “Juan Antonio Hernández” también salió a la luz, cuando el excapitán del ejército hondureño Santos Rodríguez Orellana lo vinculó con el narcotráfico. El gobierno estadounidense ignoró las evidencias presentadas por Rodríguez Orellana, ya que para esa fecha no era necesario “ejercer presiones” contra el primer mandatario hondureño, pero aparentemente la incapacidad de JOH para desarticular las caravanas de migrantes en el 2018, mágicamente “activó” la urgente necesidad del imperio de “capturar” a Tony Hernández, “percatándose” solo en noviembre de 2018 – semanas después de la salida de las caravanas – que Tony Hernández es “un narcotraficante de gran escala”. JOH le ofreció varios “pagos” a sus jefes en Washington, como por ejemplo acompañar a Estados Unidos y un grupo muy reducido de países en el traslado de sus embajadas ante la Entidad Sionista a la ciudad de Jerusalén, dándole un fuerte golpe al proceso de paz en el Medio Oriente. En el contexto de las caravanas y con la finalidad de que se suspenda la postura agresiva de Trump contra JOH y su gobierno, el gobierno hondureño – acatando las decisiones gringas expuestas en los documentos del triste Cartel de Lima – expulsó la totalidad de la misión diplomática bolivariana en Honduras, y elevó a rango de “embajador”
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al representante del agente estadounidense en Venezuela, el indigno diputado de la Asamblea Nacional en desacato. Este “representante” del usurpador y agente de los gringos no posee pasaporte diplomático, no posee credenciales del Estado venezolano, no fue nombrado en Gaceta Oficial, y no cumple con el mínimo requerido por el derecho internacional para representar un Estado miembro de múltiples organismos internacionales, como lo es la República Bolivariana de Venezuela. Más importante, al expulsar la misión diplomática Bolivariana en Honduras, toda la comunidad venezolana en el país centroamericano quedó sin servicio consular, y los hondureños ya no tiene como obtener visas para ingresar a Venezuela. El gobierno de Honduras, al tratar de complacer a sus amos y quienes efectivamente colocaron a JOH en su cargo, ha violado sistemáticamente el derecho internacional de formas y manera que anteriormente eran inconcebibles en el pasado latinoamericano, aun durante las dictaduras del Siglo XX, solo con el fin de que Estados Unidos no lo destituya de su cargo. Esa es la lamentable realidad de los gobiernos miembros del lamentable Cartel de Lima. Las posturas agresivas del gobierno de JOH contra la República Bolivariana de Venezuela no forman parte de una política propia de este, sino una mera extensión de la política imperial de Estados Unidos, la potencia que colocó en el poder – y lo mantiene ahí - a JOH, en control del Estado hondureño. En el mismo sentido, la política imperial estadounidense no tiene como objetivo final el derrocamiento del Gobierno Bolivariano y el sometimiento de la Patria de Bolívar y Chávez a su dominio, sino a toda América Latina y el Caribe, dominando la región sin la necesidad de anexiones territoriales directas o invasiones permanentes, prefiriendo en vez un dominio indirecto a través de títeres y “administradores” locales de sus políticas imperiales en cada país, por lo general empleando gobiernos conservadores. La estrategia imperial requiere de una gran “restauración conservadora” en América Latina, luego del auge de gobiernos populares, revolucionarios y realmente nacionalistas en nuestra región, como los del Comandante Hugo Chávez, el Presidente Lula da Silva y los Presidentes Kirchner, entre tantos otros. Una restauración conservadora completa en la región le otorgará dominio indirecto a Estados Unidos de las políticas públicas de los países latinoamericanos y caribeños (específicamente las políticas macroeconómicas y exteriores), mejor acceso a sus mercados, apoyo incondicional a sus políticas agresivas en el resto del mundo y en los foros internacionales como la ONU, una reserva geo-estratégica inmensa a su disposición para las actuales guerras comerciales del imperio (o peor aún, potenciales guerras militares globales), pero más importante, expulsará de la región a grandes rivales
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de Estados Unidos, como Irán, Rusia, y el más peligroso de todos para el imperio, la potencia global económica que es la República Popular China. El actual mapa político y geo-estratégico de América Latina y el Caribe confirma lo antes señalado, y permite descartar por completo la absurda tesis conservadora e imperial de una supuesta e imaginaria lucha entre “tiranías” y “democracias” en América Latina, empleando la primera categoría para descalificar gobiernos populares y revolucionarios, y la segunda para mejorar la imagen de los siervos conservadores del imperio, como los gobiernos de Iván Duque, Jair Bolsonaro y JOH, entre otros. A pesar de todos sus esfuerzos, el imperio – a través de sus agentes locales y regionales – ha tenido que hacer lo imposible para sostener su proyecto de restauración conservadora en la región. Para garantizar la victoria pírrica de Bolsonaro, tuvieron que secuestrar indefinidamente al Presidente Lula da Silva, conscientes de que su participación en un proceso electoral brasileño hubiera destruido la candidatura de cualquier representante del imperio en el Brasil. La misma estrategia se la aplicarán a la Presidenta Cristina Fernández en Argentina, la única que pudiera amenazar la reelección del impopular agente gringo en ese país, el actual Presidente Mauricio Macri. En el Ecuador, la restauración conservadora no se logró a través del voto popular – ya que el vencedor fue el candidato apoyado en primera instancia por el Presidente Rafael Correa – sino a través de la traición del Señor Lenin Moreno, siguiendo el paso de otros traidores como el triste y lamentable Luis Almagro. En México, como ya sabemos, después de que el imperio tuvo agentes tan serviles a sus causas como el Presidente Peña Nieto y sus antecesores, ahora posee un Presidente que desea restaurar la independencia que ese país gozó con líderes populares como Lázaro Cárdenas. Por estas razones es que el verdadero enfrentamiento en América Latina no es entre gobiernos “dictatoriales” y “democráticos”, sino entre el imperio estadounidense y los pueblos rebeldes y soberanos de Nuestra América, encabezados por líderes como el Presidente Chavista y Obrero Nicolás Maduro, el Comandante Daniel Ortega y el Presidente Evo Morales, entre otros. La lucha del imperio es por el poder y el dominio, el acceso a mercados y riquezas, y la expulsión de rivales de la región, mientras que la lucha de los pueblos es por preservar sus soberanías y sus recursos naturales, al igual que cualquier otra lucha a lo largo de la historia humana. Cualquier análisis de un conflicto geopolítico que descarta los ejes principales de lucha por el poder y las riquezas, es un simple discurso ideológico, diseñado para alejar al pueblo de sus realidades materiales y llevarlos hacia el opio del dominio burgués e imperial.
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En virtud de lo antes señalado, nos queda solamente analizar las razones por las cuales Venezuela se ha transformado en el eje principal de la agresión imperial durante estos tiempos, y la necesidad que posee el imperio de destruir la Revolución Bolivariana. Como ya sabemos, la Revolución Bolivariana no es la primera revolución que Estados Unidos pretende destruir. La primera Revolución del Siglo XX – la Revolución Mexicana – sufrió repetidamente de las agresiones del imperio anglosajón, mientras que las revoluciones cubana y nicaragüense tuvieron (y siguen teniendo) como enemigo principal a Estados Unidos. Tampoco se trata de la destrucción de un líder – por lo grande que sea, como los Comandantes Hugo Chávez y Fidel Castro - sino del propio proceso de cambio. En Guatemala se erigió la gran Revolución de Octubre (1944 – 1954), y el imperio desde el comienzo conspiró con sus aliados locales conservadores (dentro y fuera de Guatemala) para acabar con ese proceso de cambio popular. En 1954, en pleno proceso de golpe de Estado gringo contra la Revolución Guatemalteca, el Presidente Jacobo Árbenz Guzmán renunció y entregó el poder ejecutivo al coronel Carlos Enrique Díaz, con la finalidad de salvar el proceso revolucionario. No obstante, el embajador gringo en Guatemala y el autor intelectual de la contrarrevolución – el Señor John Peurifoy – insistió que su objetivo no era el derrocamiento de Jacobo Árbenz sino el fin del proceso revolucionario, objetivo que solo puede cumplirse con su títere en el poder, el lamentable Carlos Castillo Armas. Para el imperio, nunca se trata de acabar con líderes, movimientos o partidos, sino la destrucción de cualquier proceso de cambio que no favorece sus intereses. En la Venezuela Bolivariana, se repite el caso de la Revolución Guatemalteca, pues el objetivo del imperio nunca fue y nunca será derrocar al Comandante Chávez ni al Presidente Maduro, sino el exterminio de los logros sociales, políticos y culturales de la Revolución, o, en otras palabras, eliminar el empoderamiento del pueblo y su soberanía nacional, seguido, naturalmente, por el traslado de sus riquezas hacia las arcas del imperio. Podemos observar plenamente como el imperio ha escalado su agresión a niveles sin precedentes desde enero de 2019 contra el pueblo venezolano y la Revolución Bolivariana. A la vez de los intereses imperiales de reimponer su dominio hemisférico, existen razones geopolíticas e internas del propio imperio para justificar este nuevo nivel de intensidad agresiva contra Venezuela. Si hacemos memoria de los primeros meses de la triste y miserable gestión del actual inclino de la Casa Blanca, podemos afirmar que sus prioridades en al ámbito geopolítico eran las siguientes, a saber: Corea del Norte, Irán, Siria, Afganistán, el muro racista en México y la guerra comercial (y geoestratégica) contra la China. Veamos cuales han sido los resultados – hasta los momentos - de estas múltiples agresiones simultaneas del imprudente magnate Trump:
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En Corea del Norte, las agresiones y la locura de Trump lograron lo que medio siglo de guerras nunca pudo lograr, y a pesar de las sangrientas intenciones de la administración estadounidense: Las dos Coreas han logrado reducir las tensiones entre ambas y han mejorado sus relaciones, a tal punto que ambos países serán anfitriones de unos futuros juegos olímpicos, asunto imposible de imaginarse hace pocos años antes. Corea del Sur prefirió mejorar sus relaciones con su hermana del norte, en vez de sumarse al “tren de guerra” de Trump (asunto que lamentablemente no podemos ver con los serviles gobiernos del Cartel de Lima), y las negociaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte ya no son una prioridad para ambos países asiáticos.
En Irán, a pesar del desastroso fin del acuerdo nuclear del Presidente Obama, Trump no ha logrado “arrodillar” al pueblo iraní y a sus líderes, como tanto alardeó desde el inicio de su gestión. Aunque regresaron las sanciones y las posturas agresivas norteamericanas contra la República Islámica, sus propios aliados europeos han ignorado por completo las exigencias de Trump, y han creado sus propios mecanismos para continuar las relaciones comerciales y financieras con Irán, neutralizando de esta manera las sanciones gringas. Desde un tiempo, no escuchamos los mismos tonos agresivos contra Irán que se escuchaban hace un año, por ejemplo, justo por el debilitamiento del régimen de sanciones estadounidenses a raíz de la postura europea, y el desafío abierto de estas por parte de otros países del mundo, como Rusia, China, Turquía y la India.
En Siria, suficiente con señalar que el imperio tuvo que rendirse y retirarse de ese país árabe, gracias a la resistencia de su pueblo y la inmensa ayuda rusa, la cual contribuyó decisivamente en neutralizar el mal llamado Estado Islámico (tarea que nunca logró la coalición gringa) y desarticular la agresión estadounidense que buscaba derrocar el gobierno del Presidente Bashar Al Asad.
La guerra más larga de la historia estadounidense ya no es la de Vietnam, gracias a los Talibanes. En vez de derrocarlos y exterminar su presencia en Afganistán, hoy en día el gobierno de Trump se encuentra obligado a sentarse en frente de los líderes de ese movimiento rebelde y negociar – reconociéndolos como iguales - en el país árabe de Qatar. Estados Unidos ha sido completamente derrotado en Afganistán, y solo queda definir su retiro de ese país, como lo está realizando en Siria y lo hizo anteriormente en Irak.
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El muro de segregación racial que Trump pretende imponer contra México y toda América Latina va “disolviéndose” poco a poco, no por las gestiones de los organismos internacionales, ni mucho menos por las exigencias de los gobiernos cómplices en América Latina, sino por la resistencia interna de los demócratas, quienes han logrado debilitar substancialmente a Trump desde su triunfo electoral en el 2018, y su dominio de una de las dos cámaras del congreso estadounidense. En vez de ser el elemento principal del debate, ahora el muro de segregación racial es meramente un tema empleado entre las distintas facciones del imperio estadounidense en sus guerras y pugnas internas.
La agresión imperial contra la China va de mal en peor para Estados Unidos, ya que es prácticamente imposible excluir a la “fábrica del mundo” del sistema económico mundial. Trump se ha reducido a hacerle guerra ya no al Estado chino sino a empresas como Huawei, con la falsa esperanza de arrestar un crecimiento económico que es imposible de detener. Es precisamente el poderío económico chino que ha estimulado a los halcones en la Casa Blanca a “regresar” a América Latina, ya que la presencia china en esos mercados emergentes es ahora imposible de ignorar, y tampoco de revertir. Solo observar la presencia china en el Canal de Panamá, es suficiente para comprender históricamente el revés que sufre actualmente el imperio a nivel geoestratégico mundial.
Esta lista no es exhaustiva, y existen muchos otros elementos que se pueden añadir para demostrar el fracaso abismal de la geo-estrategia imperial de la Casa Blanca en la actualidad. Pero la lista, así como se presenta, es más que suficiente para descifrar la incógnita venezolana: ¿Por qué Trump ha elevado sus niveles de agresión contra Venezuela, justo en esta coyuntura? La respuesta, al analizar todos los elementos señalados en este discurso, se hace clara y manifiesta: En primer lugar, la restauración conservadora aún se encuentra en proceso de ejecución, y aún no ha producido todos los resultados anhelados – América Latina aún sigue resistiendo, los serviles aliados del imperio solo logran llegar al poder a través de mecanismos ilegales y altamente antidemocráticos, y la China aún sigue conquistando mercados en la región; y en segundo lugar, Trump requiere desesperadamente de una “victoria” en el ámbito geoestratégico mundial que lo ayude con su posible reelección en el próximo año. Estas razones, a la vez de las tradicionales codicias gringa por las riquezas de los otros, son las que motivan la inmensa pero absurda escalada de agresión imperial en nuestra región, específicamente contra países como Venezuela y Nicaragua. Y esta escalada llegó a Venezuela a través de la tragicómica farsa que montó el imperio con el Usurpador de la
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Asamblea Nacional en desacato. Al ver que todos – absolutamente todos – los supuestos “dirigentes” de la mal llamada “oposición” en Venezuela han fracasado en destruir la Revolución Bolivariana, Estados Unidos tuvo que abandonar todas sus formas anteriores de coordinar (es decir, ordenar) sus agentes locales en Venezuela, y procedió a empujar a un lado a estos dinosaurios y seleccionar a dedo su próximo emisario y representante en el país. Aunque las caretas de la oposición financiada y coordinada por los gringos se habían caído ya desde hace mucho tiempo, ahora la desgracia política los ha llevado a nuevos niveles de pobreza de espíritu e indignidad, a la vez de nuevas formas de traicionar a la patria y al pueblo venezolano. Sin necesidad de abordar la ilegalidad de todo lo que ha sucedido desde el 10 de enero del 2019, solo necesitamos señalar el desgastado discurso de la mal llamada “ayuda humanitaria”, la misma que carece de cualquier tipo de participación o coordinación por parte de todas las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria del mundo entero, y de la ONU. En el 2017, el huracán María (categoría 5) fue el peor desastre natural que afectó a Dominica y a Puerto Rico. La totalidad de Puerto Rico fue declarada Zona de Desastre Federal poco después del huracán, y al menos 4.645 personas murieron como resultado del huracán María. Pero para entonces, la última instancia que actuó para aliviar semejante tragedia fue el gobierno federal estadounidense, y Trump no realizó ni conciertos, ni shows mediáticos ni tampoco visitas de personalidades famosas para hacerle llegar la necesaria ayuda humanitaria al pueblo puertorriqueño, el cual lamentablemente sigue formando parte de Estados Unidos, y no es un pueblo foráneo a ese país. En Venezuela, sería inapropiado denominar las migajas gringas como “ayuda humanitaria estadounidense”, no solamente porque no poseen fines realmente humanitarios, sino por el simple hecho de que no fueron pagadas por el gobierno federal de Estados Unidos – como todos los golpistas alegan – sino del bolsillo del ciudadano venezolano y de los ingresos legítimos de su Estado. Las migajas gringas fueron adquiridas a través del robo de los recursos del Estado venezolano, como ya lo había señalado tan ampliamente el Presidente Obrero Nicolás Maduro y el Canciller Bolivariano Jorge Arreaza, estrategia típica del imperio estadounidense, desde su incepción. Debemos recordarnos que Estados Unidos construyó sus riquezas del robo de las tierras amerindias en Norteamérica (y luego de las tierras mexicanas), y del robo de la mano de obra de los esclavos africanos y de descendencia africana. Por eso, la mal llamada “ayuda humanitaria” no es sino un vulgar esfuerzo para derrocar gobiernos en el marco de un proceso geopolítico y geoestratégico más amplio de restauración conservadora y luchas
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geopolíticas a nivel planetario, entre la multipolaridad existente y la unipolaridad tan anhelada por parte de los gringos. Esta afirmación no es la del Gobierno Bolivariano, sino de los propios estadounidenses. La reconocida y antigua (creada en 1850) revista estadounidense “The Atlantic” publicó un artículo recientemente sobre la llamada “ayuda humanitaria” estadounidense en la frontera colombo-venezolana, titulada “Cuando la Ayuda Humanitaria es Empleada como Arma para Derrocar Gobiernos”. En el artículo, señalan textualmente lo siguiente, a saber: Sin embargo, prácticamente todas las otras organizaciones humanitarias importantes han mantenido su distancia (de la supuesta ayuda humanitaria estadounidense). Muchos trabajadores humanitarios desconfían de hablar sobre el tema, temiendo las repercusiones para ellos mismos y para sus organizaciones. Un director de un equipo de asistencia humanitaria me dijo que usar lo que aparentemente era una misión de ayuda para desafiar a un presidente se oponía a los principios del humanitarismo, mientras que otro dijo que el esfuerzo es un intento de derrocamiento del gobierno. Christian Visnes, el director del Consejo Noruego para los Refugiados en Colombia, no quiso abordar la situación específica, pero me dijo que había "peligros de asociar objetivos políticos con la ayuda humanitaria" y advirtió que a veces "las crisis evolucionan hacia crisis más grandes". La forma de resistencia más fundamental que poseen nuestros pueblos es la conciencia, y esta conciencia no puede generarse sin el análisis adecuado y apropiado de las realidades a escala global, partiendo siempre desde una visión geoestratégica y geoeconómica. C ualquier análisis del sistema internacional debe ser integral, debe tomar el “gelstat” de todos sus componentes (los cuales son mucho más que su mera suma), en vez de la atomización de la realidad social internacional, y siempre colocando en el centro de sus esfuerzos las luchas por el poder y las riquezas, revelando el poder y sus distintas manifestaciones, en vez de ocultarlas y promover el statu quo y los beneficios de las elites transnacionales. El imperio necesita que los pueblos de América Latina y el Caribe crean que existe un problema con el gobierno del Presidente Nicolás Maduro, con la finalidad de que no se percaten que el verdadero problema no tiene sus raíces ni en Venezuela ni en la región, sino es un conflicto de alcance global y geoestratégico, y no se trata de democracia y de derechos humanos, sino de poder, dominio y riquezas.
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