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Índice LAS LETRAS ESTÁN AQUÍ
Los viajeros
Hugo Plascencia Madrid / 2
Editorial
A
somando apenas la cabeza, Numen emergió hace unos meses de un estanque cuasiabandonado y semidesconocido. A pesar de ser el primer reconocimiento exploratorio, le sentó bien la superficie. Después de volver a zambullirse y de habitar ahí abajo por un tiempo, ahora asoma su cuerpo con más firmeza, con un dibujo previo en la memoria del mundo al que llega, reafirmándose como anfibio, como transgresor que va y trae. Sólo porque el movimiento ocurra debajo de la línea que suaviza el encuentro agua-aire no significa que nada se mueva. Que la mayoría de los ojos no puedan verlo tampoco asegura su inexistencia. Numen recupera este principio y vuelve a mostrar a cualquier pupila el trabajo creativo de los profesionales de las letras, estudiantes y egresados. El arte es uno solo; la música, la pintura y la literatura no son más que herramientas para interpretarlo, para expresarlo como un todo. Cual hermanas, todas ellas deben colaborar entre sí… y aquí lo hacen. Con su segundo número, Numen inicia una saga de pintura que con seguridad ilustrará muchas portadas más pues, si en Jalisco hay buenas plumas, no hay qué reclamarle a los pinceles. Comenzar este lazo pictórico-literario con Carlos Vargas Pons es para cacarearlo: pintor tapatío de amplia trayectoria que combina el virtuosismo técnico con el imaginativo —basta con retroceder una página para comprobarlo. Esta edición —cuya convocatoria recibió muchas colaboraciones, las cuales agradecemos y esperamos que continúen— cuenta con las obras de Hugo Plascencia Madrid, José Manuel Fonseca, Silvia Eugenia Castillero y Rogelio Zurisadai Galindo, entre otros. Sólo te queda a ti, lector, cual el héroe de Noxius liberal, sumergir la cara en el estanque que Numen te ofrece y, simplemente, leer. Numen se realizó con el apoyo del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco, luego de haber sido seleccionada en la Convocatoria CECA 2008, en la disciplina de Letras, en la categoría de publicación de revista. D.R. © Consejo Estatal para la Cultura y las Artes. Gobierno de Jalisco / Avenida Jesús García 720, Col. El Santuario, Guadalajara, Jalisco. / C. P. 44260. Teléfonos: 01 (33) 36 14 68 55, 01 (33) 36 14 68 64. Fax: 01 (33) 36 58 00 26 Correo electrónico:
[email protected] / www.ceca.jalisco.gob.mx / Portada: Noxius liberal (según Basquiat) (1993) de Carlos Vargas Pons, de la serie “Bañistas”. Óleo sobre tela. Numen 2 / Abril-junio 2009
El inicio no contado
Mario Alberto Pérez / 6
Lágrima ígnea
R aúl Martínez González / 7
Arriba
Rogelio Zurisadai Galindo / 8
Vitral
Silvia Eugenia Castillero / 10
Memoria de un pasaje
Enrique Casillas Padilla / 11
Vipunen
Yolanda R amírez Míchel / 13
Diatriba del lector tradicional José Manuel Fonseca / 15
Director Francisco Estrada Consejo editorial Samuel Bernal Joel Castillo Consejo editorial invitado Dr. Sergio Figueroa Dr. Dante Medina Corrección Mtro. Daniel Barragán Diseño Postof
[email protected] Impreso en Grafisma editores Emilio González Márquez
Gobernador Constitucional del Estado de Jalisco
Lic. Fernando A. Guzmán Pérez Peláez Secretario General de Gobierno
Arq. J. Alejandro Cravioto Lebrija Secretario de Cultura
Mtro. Martín Almádez
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residente del
Consejo Estatal para la Cultura y las Artes
Los viajeros Hugo Plascencia Madrid
He mirado a los viajeros tragarse el filo de las banquetas y cantar con la garganta en el asfalto. Pero los viajeros no tienen estación en sus sombreros de mago cargar la copa rota en metáforas de luna. Los he mirado en la lágrima de la náusea apretando recuerdos en el puño de una hoja gillete en el centro del hígado como pulmón canceroso en la mano del que tuvo menos suerte mano de boxeador que acaricia.
1978: catapultado a las regiones donde las lágrimas son derramadas. Bajo el brazo, en la humedad cálida de la axila, un breve envoltorio de imágenes en notas graves de aguardiente. Gua-dala-jara concede la tierra encuerada que raspa sus rodillas. Hugo, con la menor de las solemnidades, dibuja en aire los ademanes de dirección: entre las fragancias de plenitud del coito instantáneo entre la tinta y el papel: Ahogar el Grito (2005), Todo es Babel (2006), Calandrias Underground (2007) y Razón de Bestia (2008). Miembro de la generación 1996, Hugo ha colaborado en numerosas revistas, periódicos y antologías.
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Los he mirado en su rol de locospoetasviciosos tajantemente decir “no” por gusto con su sarcástica quijada en la risa de la golfa, en sus confecciones de nota roja (donde habitan) hay metáforas heladas como ácidos, ¿ha sido que nublan la vista como esperma y corroe las entrañas? los he visto me consta disolverse como el polvo en el malecón de Cabo Esperanza masticar un adiós de bienvenida y tragar vidrios en botella las cincuenta y dos semanas que sumados 5+2 =....... dan los días de cada una sin perdonar el año bisiesto. bis incesto ¿y esto? Numen 2 / Abril-junio 2009
Como lobos jauría sitiando a la hembra hasta so meterse al ver so dormir con el fuego en los labios y la sábana encendida en la piel hasta jubilarse de la esperanza de cuántos hijos se han ido sin haberlos tenido en la soledad del mismo puño tienen la llaga inflama de pensamientos en el pulgar los mueve el aire etílico de la hembra. Son el virus que con la enfermedad nos alivia, el desierto que con la sed se sacia, el Norte que con la brújula nos pierde, brújula perdida en el bosque de arrabal como girasol preludio del noctante, camaleón de dos cabezas “todo puede suceder esta noche” el viaje por naturaleza es de las plantas, los caminos son una vena del desierto todos los caminos llegan al viaje, todos los viajes tienen su destino. Los he mirado como extranjeros nativos apátridas en países que nunca conocerán a sabiendas que a la patria nunca se llega y que las piedras sudan dolor al pisarlas como flor marchita. Zapatos tregua del tiempo, zapatos del mundo, zapatos que a través del naufragio se pierden en ultramar.
Su historia es la del mormónjudiocristianomultiétnicopederastaargentino que partió de indocumentado a México. Los he mirado no reconocer el tiempo en el tiempo, ausentes estáticos como efímera efigie errante sudar dolor como piedras de sombra condenados a vivir lo no vivible, ahogar el grito de vientre, ¡de qué sirve viajar! siempre se llega adonde mismo con el equipaje cargado de carbón y azufre conciliar despiertos el rumbo jugándosela. Los viajeros tienen cara de viajeros. Ellos eructan el quiste fauno, acampan de día en el sleeping de Morfeo para por la noche proseguir el camino. Ellos son el iris de la ira en un ocaso, los condenados a vivir lo no vivido ellos son fulano y zutano de tal. Ahogan el grito en la yugular del aliento. Trágicos y soñadores hasta los huesos de amores precarios forjan el destino como el que vende carne de vaca en la India.
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En el alma les rondan las moscas como en un miembro cercenado, su corazón es un órgano volátil alta mente inflamable, son el emisor y receptor del beso no dado, en su inventado evangelio de caricias desesperadas adoctrinan la palabra, se entregan salvajes y delicados a la búsqueda del arroyo de agua tibia que es la antesala del orgasmo. Su música es la música de los amantes, de risa, alcohol y silencio, silencio de cuatro paredes. Son el espejo de las nubes, viven en el litoral de la entrepierna, recorren una y otra vez manejando el timón de la lujuria, saben que los momentos de pasión son la aproximación más cercana del ser humano a la inmortalidad. Tienen piel de presos, la mirada de gatos enjaulados adictos a las alturas equilibristas que se mecen ante el vacío en el vaivén precipicio del cielo, para no morder el polvo, para no morder la muerte, para no morder: saben que el fuego es un pájaro con cabeza amarilla de gavilán cafre con alma de niño que pela la manzana con las uñas y la come
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el mundo es esa manzana, infant con rostro de antifaz esa máscara es la raza, saben que cuando la ciudad calla se escucha caer el mundo en caída libre. Acuden a bares de fosa común en días oscuros como cerveza de barril, entre meseros que toman nota con letra de doctor en un ambiente de feria, hasta que sus vísceras habitan el santuario del silencio como en un campo santo, su conciencia es ese bar sin mesas y sillas, su llanto es el de la minoría como el de las tortugas donde la lágrima que se derrama es devorada y no le importa más a nadie, ellos han elegido el yugo de la creación fallecer una y otra vez por los otros, indagar ante las vías del brazo procesión del tren de la retirada. Ellos son el autor de la tarjeta postal que zarpa a la felicidad con el miembro erecto de can, sabedores de que por el vicio se llega a la virtud. Los he mirado en falso con espejuelos agudos, matadores en plaza de toros con estolas litúrgicas, frente al espejo. No ha nacido un Goya que pueda trasladar a una pintura ese sufrimiento.
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El inicio no contado Mario Alberto Pérez
El azul, sin sombra, sólo azul. Y dos manos y una boca, ¿y quién habla? El telón no está vivo: eso es una sentencia, una afirmación; sólo sombra, no vida, sólo la imaginación. Así se pudre el alma, sí, se pudre, no se muere, no se termina, sólo azul. (…) Muere mi conciencia, mi caballerosidad se queda dormida y pierde fuerza mi razón. Entonces… me miro y el azul soy yo. Mendaciloquus
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Mario, Chapala, 1986: un año particularmente condimentado. No fue extraño que un manojito de albahaca y un puñito de orégano fueran los encargados de preparar tu primera cuna, ni que un trío de pimientos, a frescos crujires, cantara tu bienvenida a capella, ni que un par de bisteces empanizados te protegiera del frío en tus primeras horas. Fuiste bautizado con puré de tomate. Mario pertenece a la generación 2006. Varias de sus composiciones circulan por internet bajo el seudónimo de “Mendaciloquus”.
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a historia se desarrolla en una piedra suspendida en algo viscoso, vil, infinito. El personaje principal está de pie sobre esa piedra. El personaje secundario, a la sombra del primero, está sentado: encogido de hombros, sosteniendo sus piernas. La piedra tiene como característica extraordinaria una tonalidad oscura cual si fuera ónix. El personaje principal tiene por característica sobresaliente un bule colgando de una lazada hecha con tule, amarrada a su cintura. En el personaje secundario es notable su desnudez y su pelo blanco. La viscosidad cristalina cual mar gelatinoso no es oscura como las profundidades de los océanos: se diría que existe una fuente de luz en el corazón de ese mar viscoso, pero es en realidad la composición de esta sustancia el elemento lúcido, brillante, resplandeciente lo que llena de luz la estancia, y discrimina las sombras y formas de la historia que se Numen 2 / Abril-junio 2009
cuenta. Esta luz sólo está allí sin explicación pertinente. La pulsión básica de los motivos de ser del primer personaje será Tánatos. La pulsión básica de los motivos del personaje secundario será Eros. La piedra tendrá como argumento existencial el tiempo. Y la viscosidad seremos nosotros. Habrá que entender la posición armada de este escenario para lograr construir después la historia… Todo lo demás, incluyendo el bule y su contenido fresco y vital del cual no he hablado, los senos ocultos, escudados por las rodillas de la segunda mujer sobre la cual tampoco he hablado serán inútiles de suponer. Sólo queda decir la historia: la piedra será el conflicto… Y la voz que narra la historia no nace en ninguno de los elementos anteriores: es análoga a la luz pero difiere de ella porque los personajes no tienen oídos… Entonces, la historia es la piedra, ¿cierto?
Lágrima ígnea R aúl Martínez González
¿Por qué hay gotas caídas? tintero, frustrante letra que ahogas, es el tierno bandoneón que incita, regocija, adormece los terrenos de tu boca. ¿Por qué tacto el pulgar? deseo que no, sino lo es, vaso profundo de gotas y burbujas lúgubre pronta redonda lunar. Es natalicio de limitación el alba tuya; márcame, colorea, despoja la nota menor cubierta de calor mío, solo mío el vino libado en el pleno corazón. Vaivén, vaivén, reloj neutro salta las anécdotas de sus labios, ignóralas, ódialas por su falso prometer; por mí, por la infame agua que brota, centro de la desgracia autumnal. Celébrame, ya han de volar cuatro espinas y abril de pétalos, los trece estribillos que profanan el invernal agreden tu ausencia, sueñan cada uno las caricias, alcázar derruido con sed de terminar. Y ya bohemio, estático, frío, sentir, saborear la muerte de marcharte, dejarte ir.
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Raúl lo busca. No sabe muy bien qué, pero lo intuye. Es, quizá, ese algo que en tiempos nebulosos fue dividido en dos, por capricho o por necesidad, y que, una vez independientes las partes, con el ego hinchado, se autobautizaron pretenciosamente “Música” y “Poesía”. Raúl no conoce lo que es, pero sabe por dónde atacar; siempre ha tenido claro el camino por recorrer, y eso lo consuela. Camina las dos estradas —músico y poeta— y sabe que si algún día acorrala al par entre palma y palma, llegará ahí, allá, a ello, a eso que fue uno solo. Mientras tanto, se limita a servir a ambas. No sabe qué encontrará, pero sí sabe dónde buscar. Raúl Martínez, nacido en el ’90 en Guadalajara, pertenece a la generación ’09.
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Arriba Rogelio Zurisadai Galindo
¿Alguna vez has tenido uno de esos sueños donde subes y subes por unas escaleras que no tienen un fin evidente? Los escalones debajo de ti son infinitos y las piernas no dejan de dolerte por el cansancio. Volteas hacia arriba, pero sólo hay una luz intensa que te obliga a cerrar los ojos...
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Rogelio entre sangre y tinta: 1989 corta descorazonado sus ensoñaciones uterinas. Denso y fluye, a pesar del vaho que empaña por un rato la perla que yace quién sabe dónde en este lugar: que es suyo. 2007: lo enrola la palabra, derramada en la contracción sincrónica de pulmones y corazón, y lo embarca al garete: “Ideas de una quimera sin sangre” en Paso Crítico.
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ace tanto tiempo que estoy subiendo que he dejado de medirlo. La pared y el piso de mármol me tienen en un trance que parece irreal. No puedo recordar en qué momento o en qué año pisé el primer escalón que tenía marcada una huella de sangre en dirección contraria a la mía. Esa huella que transita en mi mente como un interminable déjà vu y que me lleva inconsciente al lugar de origen. En un principio consideré que el culpable de esa marca imperfecta en la pulcritud del entorno no podía ser otro sino yo, que de algún modo permanecí muerto en la planta alta y que, al recuperarme, bajé sin fijarme cuándo coloqué los pies sobre mi cuerpo sin vida. Por su complexión, poco después me di cuenta de que se trataba del pie de una dama, con dedos finos y un arco delgado y bien formado. Además, a los pocos años de comenzar el ascenso —me obstino en pensar que en esa época estaba comenzando todo—, con la mirada Numen 2 / Abril-junio 2009
perdida, la mujer que representaba mi vida pasó corriendo hacia abajo a un lado de mí, como si no se hubiera percatado de mi cansancio y mis actuales delirios. A cada paso manchaba el mármol de los escalones con sus pies descalzos. No me importó y, sin saberlo, seguí subiendo. Llegué a lo que creía la mitad del camino, me detuve y me senté a descansar. Por mis pies desnudos se deslizó desde arriba un líquido rojo igual al que había visto al principio, como si mi mente lo hubiera creado para complacerme. Cruzó mis muslos y siguió escaleras abajo. El delgado fluir de la sangre inflamó mis sentidos y coloqué mi boca en su camino, deteniéndolo con la barrera de mis labios. Su sabor me recordaba el de mi whisky favorito. Pronto me llenó la boca y no hubo más remedio que dejarlo seguir, con la esperanza de que no desapareciera mientras mi reserva descendía por mi garganta. Con lentitud y deleite lo tragué. Luego de la catarsis, con el cuer-
po manchado de rojo, seguí subiendo para encontrar la fuente del manjar. No podía voltear la cabeza hacia arriba, pues la luz intensa me cegaba y tenía la absurda sensación de que tenía que comenzar a subir de nuevo. Opté por mirar hacia abajo. Me acerqué al pasamanos y miré el fondo de la escalinata. Vi de nuevo a esa mujer a lo lejos, casi en el infinito, desnuda y tirada en el piso con los ojos en blanco, como muerta, cercada de un líquido amarillo brillante. Su estado no parecía tener nada de sobrenatural. A la velocidad con que corría era lógico pensar que resbalaría mientras bajaba las escaleras. Lo intrigante era el liquido a su alrededor. Quise restarle importancia para volver a mi camino, pero el fluir de la sangre parecía haberse detenido. En su lugar corría el mismo líquido amarillo que rodeaba el cuerpo inerte de Mariana al fondo de la inmensidad. Me acerqué a la corriente y olfateé con deseo. Encontré un delicioso aroma a whisky. Rebosante de su fuerte y atrapante olor, era sencillo percibir que se trataba de whisky irlandés, mi whisky favorito, pues suprime por completo los rastros de olor a humo que contiene el escocés y ofrece un sabor más ligero. Al igual que la vez anterior, detuve su fluir ingiriéndolo con lentitud.
Definitivamente irlandés, su sabor suave y sedoso se derretía en mi lengua como ningún otro lo había hecho. Seguí subiendo, sí, pero paulatinamente bajaba la cabeza a ras del piso para consumir la ambrosía que se volvió mi ambición. Me llenaba, me acariciaba y me abrazaba con la intención de no permitirme escapar. Producto de mi dicha, no me di cuenta de los pocos escalones que me faltaban para terminar la escalera. Mi única preocupación era no dejar de disfrutar cada gota del suculento licor. Llegué a la cima con la boca aún pegada a los escalones. Conquisté mi montaña y me concienticé de mi logro. Mi mente comenzaba a vitorear pero pronto me repudié. Como un molde desechado frente a mí, observé el cuerpo de Mariana, desnuda, muerta, rodeada del líquido amarillo brillante que brotaba de entre sus piernas abiertas. Tras ella, y como única vía de escape, se encontraban unas escaleras con una huella de sangre al inicio. Abandoné el terrible cuadro esquivando su cuerpo y avanzando hacia ellas. Comencé el ascenso sin recordar la dicha del sabor en mi boca que hace unos segundos cubría mi esencia por completo… El aroma a whisky dejó de llegar hasta mí…
Cuando al fin despiertas, te das cuenta que siempre, por el resto de la muerte, tendrás que subir.
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Vitral Silvia Eugenia Castillero
No bajes, ángel, quédate poseído por el cristal, pronto serán tus alas palmas para tejer las manos cóncavas, candentes, punzantes del Caronte amoroso que me cruzaba el Estigia —noche tras noche— no hacia el juicio, sí hacia el gozo.
Con una sólida trayectoria artística y académica, Silvia Eugenia Castillero (Ciudad de México, 1963) también representa el vértigo de la creación. Así lo demuestran sus publicaciones personales —Entre dos silencios. La poesía como experiencia (Tierra Adentro, 1992), Como si despacio la noche (S.C. Jalisco, 1993), Nudos de luz (UdeG, 1997), Zooliloquios (Indigo Editions, 1997 y Conaculta, 2004)—, al igual que su labor como editora de la revista Luvina. Además, ha sido becaria en distintos periodos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y, gracias a una beca de estancia para traductores que otorga el Ministerio de Cultura de Francia, tradujo una antología de Nueva Poesía Francesa. Su más reciente publicación es Aberraciones. El ocio de las formas, libro de ensayos editado por la unam.
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Memoria de un pasaje Enrique Casillas Padilla
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yer por la tarde, me fui a correr detrás de la iglesia; a trotar, más bien, porque me divertía más ver los puestos de fritangas con olor a todo que rasguñaban con sus mantas los anuncios, coloreados ya de gris cansancio. Mientras resbalaba mis zapatos entre las huellas del asfalto, murmuraba entre agitados respiros una que otra idea allá en mi cabeza, y me propuse huir del tiempo. Yo quería poder, pero no alcanzaba otra cosa que a darme cuenta de que el espacio se movía y de que por más que me concentrara en detectar el más leve indicio de esa vorágine de mi mundo velocípedo, no podía; tanto así que llegué a creer que no era cierto, pero algo fuera de mí me dijo: Y, sin embargo, sigue pensando, sí se mueve. Y pareciera que mi mente era un espacio pero, ¡maldita sea! No sé si sé cómo se mueve —anathema sit. De cualquier manera, hoy por la mañana, cuando desperté sonriéndole a la saliva que se me dibujaba en el espejo, seguí pensando igual, con el temor de que esta vez se me esfumara todo el cuarto y se me atorara en las entrañas un poquito de medianoche, de esa que el PeptoBismol no arrastra con su magia calladita olor a anís… Pero, bueno, ya bastaba de locuras
con sus dejos de elocuencia; esos intentos de razón no me llevan más allá de nada y mejor les digo qué pasó enseguida, pues el tiempo está siempre enseguida. Tomé mis cosas: mi maleta con dos libros, unas copias de teoría y la revista, sesenta y tantos pesos que me recortan el tiempo y creo que… no sé si el espacio, pero me movían. Salí de casa, confiando lo que ahí dejaba a la memoria y a una llave que, atravesando mi muro paranoico, eran la dosis casi suficiente para resistir. Cuando llegué a la central de autobuses, corrí para no dejarme ganar ni por el humo de los taxis ni por los pasos de otros tantos que hormigueaban para conseguir un pase a su destino: – Pasajeros con destino a V, favor de abordar: salgan por la puerta siete, su autobús está entre los carriles seis y ocho. – Jajajá, el wey ya se quedó aunque no quiera. – ¡Pos de prisa, que se nos hace tarde! – ¿Quién va para M? ¿quién va, quién va? – Hubiera estado mejor en uno de primera, pero compré los cigarros y ya no lo ajusto. Numen 2 / Abril-junio 2009
La solapa no lo impacienta: justo antes de leer la primera línea, deja que su café —¡pena de muerte al insensato que se lo descafeíne!— ayude a diluir en su (mala) memoria aquellos nombres perínclitos que de nada sirve almacenar. Prefiere tragar sus palabras —las de ellos— y dejar que se asienten, que reposen hasta que dos o tres sílabas, juntadas al azar, se infiltren disfrazadas de catalizador y, efervescentes, se derramen intempestivamente sobre el papel convertidas ahora en sus palabras —las de él. Siguiendo más o menos este procedimiento, Enrique ha publicado cuentos en Mientras pasa la tarde y Enigma (Lagos de Moreno), Paso crítico (Guadalajara) y un ensayo en Caminos de Jalisco. Enrique (Tepatitlán de Morelos, 1987) pertenece a la generación 2007.
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– ¿Le ayudo con su equipaje? – ¡Chin! Se cayó la viejita. – A las 4:45, le cuesta 47 pesos, ¿a qué nombre? Sólo ahí me daba cuenta de vez en vez que mi destino tenía nombre y que podía abordarlo con otros más de treinta pasajeros y que, si cada semana volvía a él por unos años, cambiaría de nombre y se me haría costumbre. Ya arriba, me acomodé con mi equipaje en dos asientos mientras sentía el acondicionado helándome un poco —seguro así debía ser ahora para que me acordara que eso de andar de un lado a otro en ese péndulo que todos se aferraban en llamar destino, bueno, en plural, destinos, tenía algo de frío y condicionante, yo creo que por el aire. Pero, en fin, qué sé yo de eso si apenas corría entre ruedas y se me olvidaba la central para husmear las caras del periódico y de mis vecinos, unas espectaculares y otras tan tranquilas, hasta que me aburrían y mejor seguía descubriendo cómo muere Hindley dejando todo, allá en Cumbres, para su enemigo y acreedor y, sin darme cuenta, las brevísimas sonrisas de Catita se me esfuman en los ojos cuando se cierran para mezclar y tamizar el mundo en un ratito soñoliento en homenaje a Freud. Pero las pinches curvas y los baches me despiertan y asomo el rostro por la ventanilla mientras empuño mi seguro
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rayado y medio roto —porque hemos de saber que un trozo estampado de papel que nadie cuida, según una ley, nos asegura. Sigo viendo y las decenas de aluminios que flanquean la carretera, todos verdes, saturados de flechas, de letras y de otras señales más me confunden, y más ese dos mil diez en rojo con sus ceros dobles sobre sí mismos que me exigen recordar y mover las manos mientras pienso para fingirme que estoy seguro de los datos que a nadie profiero. – Qué desesperación durar casi dos horas en llegar a mi destino —digo adentro—, pero antes duraban más y corrían a su destino menos. Y sigo marchando mientras sonrío porque pienso, sigo pensando y viendo la sombra del autobús que me fuerza a verla entre el zacate y las banquetas y la gente que pasa o que no pasa, sobre las esquinas, los volantes que no vuelan y las huellas y todo se me convierte en ideas. Las ideas corren muy deprisa para no dejarse ganar por la velocidad del que me lleva aunque sí… a veces se escapan sin remedio dejando sólo su suspiro ahí donde el cuello y la oreja se conectan. Sin embargo, cuando llegué a casa me volví a quejar de que en el camino hacia mi destino, ese que yo cada semana sí elegía, no pasaba nada… ¡Ah!, por cierto, el tigre blanco del cartel del circo me causó curiosidad.
Vipunen Yolanda R amírez Michel
Sobre las cabezas de las golondrinas, al final del vuelo de los cisnes, busqué las palabras eternas, los conjuros infalibles. No estaban ahí. En busca de las palabras que me faltan, abrí la boca del gigante y penetré la casa del polvo… Ahí vi pequeños hombresemilla, con sus manos artríticas, llamándome. Vi hormigas llevando a su guarida endurecidas lágrimas. Vi las tumbas de todos los que me dieron la sangre. Vi una caja de latón con los secretos de un niño, una calavera palpitada por capullos de mariposa. Vi en las cloacas pedazos de cartas flotando sin descender Vi a la Gorgona con espuma en la boca bajo húmedos campos de trigo Vi hambrientas termitas carnívoras, construyendo afanosamente los cimientos de la civilización Vi ángeles caídos trepando por las raíces de las flores
Numen 2 / Abril-junio 2009
A la literatura no le da por la monogamia: deja que sus amantes vayan a nutrirse, de vez en cuando, a otra parte. Yolanda lo sabe y se deja alimentar sin remordimientos por la música y el cine. La literatura tampoco se molesta si sus devotos no están seguros de qué es lo que más les atrae de ella o a qué pequeña parte le levantarán un altar: que si el culto a la boca, que si la cofradía de la pestaña, que si la secta pagana del pie… A ella le basta con que la amen, pero tampoco le da por la monoparsia. Yolanda Ramírez lee estos pensamientos y, a pesar de que el mundo se empecina en crear esos bichos raros llamados “especialistas”, coquetea con la literatura para niños después de haberle guiñado a la mitología —literaturas infantiles, al fin y al cabo, las dos: una escrita para niños, la otra escrita por la civilización niña—, sin olvidar caricias para Rilke o Pound. Está abierta a todos. Ramírez Michel (1965, Morelia, generación 2005) ha publicado Jacinta y El gran niño, fue antologada en Mujeres poetas de México, La mujer rota y Porque a mí me bautizaron con un trago de tequila, y ha aparecido en las revistas Prisma Volante, Letralia, Papalotzi y Remolinos.
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Vi el fondo de arenas movedizas masticando palacios de épocas remotas con sus dioses y sus reyes. Vi las voces de los hombres que corren por las venas de la tierra como por un pentagrama retorcido Vi a un anciano, encogido como feto, royendo sus rodillas. Vi el esqueleto de un dragón y de un centauro y los huevos donde se gestan las sirenas. Vi que las musas danzaban atronadoramente bajo nueve capas de tierra hasta lograr que en la superficie un hombre se tambaleara, cayera y se postrara a sus pies. Vi fracturas en los huesos de la diosa Vi el tiempo, todos los tiempos sometidos por la arcilla. Vi el corazón de la tierra, latiendo, pleno de palabras perdidas.
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Numen 2 / Abril-junio 2009
Diatriba del lector tradicional José Manuel Fonseca
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ste cuento trata de ti, lector, leyendo este cuento. Narra tu choque con estas letras y tu desconcierto por no leer ni hacer nada, salvo la lectura de tu lectura. Esperas algo, no sabes qué, pero esperas. El lector es un niño mimado, un consentido del autor: siempre a la expectativa de una frase brillosa, o de intrigas que lo conduzcan como un lazarillo hasta la última línea, o de un suceso, un diálogo, una descripción o una vuelta de tuerca que, por un momento, le permitan eludir la uniformidad de su vida cotidiana. Como si en lugar de firmar un cuento breve o una novela, el escritor firmara un pagaré de emociones y sorpresas. Por esta razón, voy a ser bien honesto contigo: no tengo mucho qué ofrecer, pues el asunto, como puedes ver, si el orgullo no te ciega, no es muy interesante: sólo eres tú y esta pobre sucesión de grafías, tú y la carencia de argumento, tú y la vaga intención de mandar al diablo esta construcción sin sentido. Y no sé por qué, pero tengo que decirlo, aunque parezca una perogrullada, sólo por precaución: ¡Si dejas de leer, el cuento se acaba! Sin ti, el protagonista leyendo, no quedaría nada más que decir. ¿No te importa? Adelante, entonces, no te necesito; pero, si te vas, nunca sabrás qué
pasó y, si me da la gana, puedo continuar la historia sin ti, no eres indispensable. Soy una ficción, tengo licencia para mentir. Inventaré que seguiste leyendo línea a línea, decidido a alcanzar el punto final, y que pasaron minutos, días y años sin que en este relato asomara el menor signo de flaqueza. Puedo decir que jamás llegaste al fin porque primero te llegaron las canas, la enfermedad y la muerte. Sería trágico, es cierto, pero, ¿a quién le gustan los finales felices? A mí no. Yo prefiero la indignación al bostezo. Recuerdo a aquel hombre que creyó que podía humillarme impunemente: más le hubiera no haber nacido pues, en venganza, me encargué de que su historia fuera una miseria, una vida llena de penurias y estrecheces. Y, claro, ese no fue un caso único. También está el de esa señora obesa que se creía muy inteligente: bastó con incrementar a niveles fantásticos las capacidades de los demás personajes para hacerla lucir como una retrasada… O el del mocoso que quiso chantajearme: ¡quién sabe cómo la estará pasando! Mi castigo a sus berrinches fue perderlo en un laberinto diegético cuya salida no podrá encontrar jamás... Como puedes darte cuenta, mi poder no tiene límites, no vale la pena retarme, Numen 2 / Abril-junio 2009
Fons (Guadalajara, 1982) egresó de artes plásticas, modalidad pintura, y va a la mitad del camino en Letras hispánicas. Fons combina la imagen visual de la pintura con las imágenes de la creación literaria. Sus textos confrontan al lector con el autor, pues esa dualidad crea un círculo comunicativo, estético y lúdico. En su trayectoria destacan cursos con Alberto Chimal y Mario Bellatin, y reconocimientos a su obra literaria, como el premio “Érase una vez...”, organizado por la fil en 2006. En este momento, Fons coquetea y experimenta con el video, combinando imagen y palabra. Tiene un volumen inédito de cuentos —Manuscrito hallado en un manuscrito— y trabaja tanto en la novela El patíbulo final, título tentativo, como en una serie pictórica aún sin nombre. También produce y dirige varios cortos en video.
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sólo conseguirías empeorar las cosas... Así que, como te decía, este cuento trata de ti, lector, leyendo este cuento. Es una reduplicación especular donde cada uno de tus movimientos se repite hasta el infinito, aunque en una sección concreta del tiempo. Si te fijas, la trama depende de ti; yo sólo soy la tela para dar libre cauce a tu expresión, soy la ventana a tu pasado y el canal comunicante con tus ideas más subterráneas; soy, en cierto sentido... ¡Al diablo con esto! ¿Vas a estar todo el día ahí sentado como una princesita, esperando diversión, como si yo fuera un polichinela? ¿no te aburre toda esta farsa? ¡Porque a mí, sí! Si cooperaras un poco, las cosas serían menos complicadas.
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Numen 2 / Abril-junio 2009
¿No has visto todo lo que he hecho? Hasta improvisé todo ese cuento de las venganzas para ver si te animabas un poco. ¡Sí! Puedes correr a decirle a todo el mundo que no sé tratar a un lector, y que soy un embustero, un neurótico y un prepotente… Pero, yo te digo a ti, y te lo digo sin eufemismos: ¡estoy harto de tu actitud de indolencia, de tu falta de creatividad y de tu pasividad como lector! ¡no pienso resolver todos tus problemas, no soy un relato tradicional! Así que no me vengas con que soy un mal cuento sólo porque no hago lo que esperas que haga y, si quieres un final acicalado para conquistar un efecto y satisfacer tus relamidos cánones estéticos, entonces ponte a inventarlo. ¡Yo me largo!