De repente volteas hacia mí y te das cuenta de que estoy mirándote fijamente; me preguntas en que pienso y siendo sincero, o al menos intentando serlo, no tengo idea. Para ser menos justo conmigo mismo diría que me da vergüenza admitirlo, porque pienso en lo maravilloso que sería poder mirarte de la misma manera todos los días que nuestra terrible agenda nos permita, ya que doy por sentado que a partir de este momento una vez por semana dejó de ser suficiente. Sin embargo, desvió la mirada mientras sonrió y respondo: nada, no pienso en nada.