Llora Mientras Puedas

  • Uploaded by: Oscar Mauricio Ardila Suárez
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  • October 2019
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“Llora mientras puedas” Quizá no había diferencia entre este día y el día en que había nacido. El mismo silencio, el mismo sol iluminando los verdes y pálidos árboles que alcanzaba a vislumbrar desde su ventana. El cálido ambiente de tranquilidad dado por el silencio, la quietud y la soledad, que durante muchos años habían sido sus fieles acompañantes, y que hoy, o quién sabe? quizá mañana o en un mes, habrían de separarse de él para siempre. No para dar paso a la alegría que brinda la compañía que es querida, sino para cederle el paso a las personas que venían detrás de él, cuando ya se acerca la hora de partir de este mundo. Sólo en su lecho de muerte, con el suficiente cansancio existencial como para no valorar una cena servida hace un buen tiempo y que ahora reposaba maloliente sobre una mesa a su lado, ni con la vitalidad necesaria para derramar una sola lágrima y con esto generar lástima en aquellos que de vez en cuando lo visitaban, contemplando la soledad casi materializada desde su ventana sobre aquellos pálidos árboles. Que significaba aquel atardecer? Por qué llegaba a su memoria la vida, la alegría de los viejos momentos, la amargura de los desamores y el éxtasis de los amigos cuando todo eso estaba próximamente destinado a descomponerse con el resto de su cuerpo en los próximos días encerrado en un ataúd? Quizá era un mensaje divino que buscaba darle a entender el valor de la vida que le había sido brindada, o por el contrario un castigo de alguna deidad que hacía verle la infelicidad en la que habría de abandonar este mundo, con un mar de lágrimas almacenadas en él desde hacía muchos años, en medio de la tristeza cuando había sido testigo de infinitud de alegrías ajenas. Mientras sus viejos amigos aún vivían o habían muerto en medio de las sonrisas propias y el llanto ajeno, no había alma en este momento que se compadeciera de él. Ya a nadie le importaba. Y más valía ahora acabar con todo esto, con el lecho de muerte, con el eterno atardecer, con los cálidos recuerdos de alegrías ajenas y esperanzas rotas y otras alcanzadas, que seguir viviendo unos instantes más bajo el mismo sol que había iluminado los recuerdos que ahora a su mente llegaban. El sol no se había movido. Ya no existían los recuerdos. La mirada ahora yacía en hacia el olvido. Entró una mujer a acompañar al anciano, y se sentó al lado del ahora difunto. “Que valor tiene vivir de memorias?” le habia dicho alguna vez. “Ninguna, anciano” le dijo a los sordos oídos que a su lado reposaban. Pero el atardecer era cálido aún, y el sol no se había movido.

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