LA MUERTE MIENTRAS TANTO
I gn acio M art ínez
de
P isó n
Desde la terraza se ve ía la arena y un Medite rráne o ad orm ecido.
El apartamento que hab ía alquilado no era bonito ni esp ac ioso .
Le hab ían hecho un encargo urgente: una traducción que deb ía estar entregada a primeros de O ctubre .
Encendió e l orde nad or y espe ró a qu e apare cie ra en el m onitor e l te xto.
El la me ase dia e n t odo mome nto, m e v ig ila de sde la te rraz a… Me o dia….
Después de cenar b aj ó a la c ab ina y l lam ó a Carm en.
Ell a e s tirá nic a y c ru el. Q uie re h ac er de mi un esclavo. Me obliga a participar en rid ículas ac tiv ida de s …
Empezó a sentirse enferma: le ard ían la frente y el c ue llo .
Al menos habr ía que traerle alg ún antibiótico.
Par a e lla yo soy e l c ulpabl e de todo.
Estoy se guro de qu e pie nsa que h e sido yo quie n ha e stro peado el te lé fono de la c ab ina.
Por la mañ an a no sólo e stab a v iv a, sino qu e ade más la fiebre le hab ía remitido
Casi si n pe nsarl o h e rode ado su c uello c on se dal y la he est ran gula do.
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