PEREGRINAJE DE LOS AUSENTES
Jéssica Lupaca Chaparro
PEREGRINAJE DE LOS AUSENTES
JESSICA LUPACA CHAPARRO
TITULO: PEREGRINAJE DE LOS AUSENTES
Autor – editor: - Jéssica Luisa Lupaca Chaparro
1era edición- febrero de 2019 Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú. Reg. N° 2019-02378 Hecho por computadora
- Jéssica Luisa Lupaca Chaparro Provincia y región de Tacna, República del Perú.
Publicado en febrero de 2019 -------------Fotografía de la portada: http://vestidoslindosatelier.tumblr.com/post/139972169866
ÍNDICE 1. El intruso 2. Clandestino 3. La quinta escena 4.NN 5. Ayer 6. El juglar de la calle 100 7. El árbol y el corazón 8. El pasar de las horas 9. La caída 10. La hora incierta 11. La ruta de los helicópteros 12. Un adiós sin final
EL INTRUSO
M
is amigos cercanos solían llamarme el “viajero”, por las largas horas que pasaba en el bus mientras me dirigía a mi centro de labores. Eran cerca de cuatro horas entre ida
y venida, admirando el paisaje estéril, pistas agrietadas, montículos de tierra por doquier, el transitar de gente carente de ilusión y negocios modestos que anhelaban un mejor porvenir. Esa tranquilidad acostumbrada en mi rutinario trajín me dejaba con un sinsabor que no me atrevía a analizar por no abrumarme inútilmente. Mas todo para mi cambiaría a partir de un día en que la luna llena se empecinó en presagiarme lo prohibido, fue tal vez una casualidad, pero aquel día apenas salí de mi trabajo fijé mis ojos hacia el cielo sin estrellas y murmuré un despropósito: —Si la luna quisiese, no me afligiría esta noche. Me dispuse a subir al bus que se encontraba algo abarrotado, y mientras lo hacía recordé mi frase que me sonó algo poética pero inesperada, pues extrañamente la dije sin pensarlo. Alcancé a sentarme en un asiento del medio, contiguo al pasillo, notando que desde el tercer paradero las personas comenzaban a apretujarse al no haber espacio suficiente en dicho transporte. Con mis pensamientos prestos, observaba cada imagen exterior, todo no se salía de lo
acostumbrado hasta que divisé fuera, una presencia misteriosa avanzando directamente a la puerta del bus; y es que se prestaba a subir un sujeto que parecía sacado de lo real. Una capa oscura lo envolvía, tenía guantes color crema y bufanda café que le cubría parte de la boca, pero lo más llamativo era su rostro alargado, pequeña barba y rasgos marcados que le hacían ver un tipo seguro de sí y hasta amenazante, precisamente esa figura misteriosa subía lentamente y con sus gestos también pausados se sujetaba para mantener el equilibrio, puesto que el bus estaba repleto a esas horas. No imaginé que me llamaría tanto la atención, pero supuse que se debía a la capa que usaba, porque había leído una descripción sobre una prenda muy parecida a la suya en el libro de Bram Stoker: Drákula; obra que me había impactado cuando la leí, hacía tres meses.
Luego de varios kilómetros el bus iba quedando paulatinamente vacío, y como los minutos avanzaban, también mi inquietud por llegar a casa fue en aumento, luego de una jornada agotadora de trabajo. Pero al ver que los únicos dos pasajeros que quedábamos eran el hombre con capa oscura y yo, el sobresalto fue inevitable.
Él estaba sentado unos dos asientos delante mío, pese a mostrarme la espalda, distinguí que debía tener unos veintiocho años, y denotaba un semblante imperturbable, mientras su mirada se dirigía levemente hacia el lado derecho; donde por la ventana, se avizoraban las luces de la ciudad. No sé por qué al pararme para bajar del bus, una especie de aprensión surgió desde mi interior, mis piernas vacilaban a cada paso y mis manos se sujetaban fuertemente al pasamanos del vehículo. Bajé, no sin antes voltear a ver al extraño. No me miraba, lo que
significó un alivio, pues temí ver sus ojos negros sobre mí, sus ojos infinitamente negros como aquella aciaga noche.
Al día siguiente salí lo más pronto posible de mi trabajo, a fin de no encontrarme con esa imagen noctámbula que me amenazaba injustificadamente. Partí efectivamente, diez minutos antes de la anterior noche y mis horas de viaje las esperaba como un apacible trayecto, tal cual había sido siempre, sin contar —por supuesto— lo sucedido ayer. Pero grande fue mi sorpresa al notar que desde un paradero a mitad de mi viaje, ese sujeto subía con la misma capa y singular prestancia que la noche anterior, esta vez tuve más motivos para sentirme subyugado, pues llevaba unos implementos muy notorios, una caja que parecía propia de un taller porque aparentaba estar cubierta de grasa, y una soga de regular contextura que habría sido usada para amarrar quién sabe quizá alguna víctima. No debí hacer suposiciones con antelación ya que juzgaba tal vez injustamente a un ser humano como yo, y por qué no pensar que alguien también dudaba de mí y me temía dentro de ese bus repleto. Traté de pensar en cosas agradables en lo que faltaba de recorrido, hasta albergué una esperanza: la de cambiar de bus al día siguiente o ir en taxi con otros amigos. Lo que fuese para burlar a ese individuo que perturbaba mi tranquilidad. Lo que ideaba él, al parecer, lo podía leer mentalmente, ya que sentí sus ojos sobre mí justo antes de bajar del bus, y era una mirada mortal como la que da el victimario antes de caer sobre su presa. No quise ser tan fácil de doblegar, por lo que me apresuré en bajar, siempre mirándole de soslayo. Al fin puse mis pies en tierra, aliviado volteé para observar la partida del bus, pero lo que vi fue inenarrable.
Me vi a mi mismo sentado en el bus, estaba como siempre tan a merced de ese hombre terrible, que tardó apenas unos segundos para abalanzarse sobre mí y con un arma que parecía un puñal, me acuchilló el pecho varias veces hasta dejar que mi sangre corriera sin cesar por mis prendas desgarradas. El chofer tardó un minuto para detenerse y brindarme ayuda, si se puede decir, porque apenas el bus se detuvo, el sujeto salió disparado como un fantasma rumbo a la solitaria calle. No pude detenerlo, estaba pálido y a punto de desmayarme, fui en mi auxilio, me estreché para reconocerme y saber si estaba vivo. El chofer gritó por ayuda, luego me sujetó para calmarme, su sorpresa al oír lo que yo decía fue notoria: —¡Me mataron, ese sujeto me hizo esto! ¡No puede ser! ¡Ayuda, ayuda…! Luego de varios minutos me calmaron. Pensé en vengarme de mil maneras, albergando un deseo de aversión infinita hacia el desconocido asesino. Sabía que no era el mismo porque yo no hubiese imaginado nada de eso, cobardemente hubiese huido, huido de todo lo acontecido porque esa era mi naturaleza, ahora era otro, me sentía otra persona, tal vez un intruso en mi propio cuerpo.
CLANDESTINO
N
adie podía ingresar a la casa de los Rodríguez. No era sólo una
advertencia
ni
mucho
menos
un
rumor
de
encantamiento sobre aquella antigua casa solariega. Todos
sabíamos que un acontecimiento terrible se cerniría sobre aquel que osara pisar un pie en ella. Lo único de lo que estaba seguro era de la historia no tan lejana que había sucedido en las habitaciones de esa vetusta casa. El padre de edad avanzada arribó después de mucho tiempo a visitar a sus hijos de forma sorpresiva, ellos lo recibieron de forma fría, casi molestos; y durante la noche en una discusión de gran revuelo se habían ligado a golpes entre familiares; los hijos y nietos contra el padre. Lastimosamente, ahí habitaba una joven que pocas veces salía de casa por padecer de esquizofrenia y ella, en ese alboroto que se había armado tomó varios vidrios del inmenso espejo que había roto y les hirió indiscriminadamente; se dice que hubo fallecidos y heridos. La muchacha terminó en un sanatorio para pacientes mentales. Luego de muchos años, la familia se fue a vivir a otra parte. Pero cuentan que la joven escapó del manicomio y llegó a su casa, es más, vive hasta ahora en esa casa y nadie la puede ver, pues está escondida resguardando su hogar, esperando que un visitante se atreva a cruzar la línea de su
puerta para herirlo con los trozos de ese mismo espejo con el que hirió a su familia. Esa historia me la contaron cuando tenía nueve años, y por supuesto que la creí porque además aquella casa está a una cuadra de la mía, y por las noches si presto atención escucho voces quejándose, saliendo de ese lugar tan tétrico mientras se está a oscuras; pero en el día me hago la idea de que nada fue verdad, aunque creo equivocarme tomo la valentía necesaria frente a los muchachos de mi edad y les revelo mi incredulidad, y animándolos a cruzar el sendero del pórtico de la casa encantada les reto, varias veces lo he hecho, y sólo he logrado ver los rostros confundidos, meditabundos y temerosos de mis camaradas. Todo hubiese continuado con normalidad si no hubiese llegado Luis, un chico extranjero muy alegre y resuelto, de la misma edad que la mía y con espontaneidad única al enterarse de la historia de la casa que acabo de contar, me animó a vencer el temor. —Vamos Lucas, eres el chico más inteligente de la escuela y el mejor en todo hasta ahora que he conocido, y ¿no te has decidido aún a romper esa falsa historia?, ¿es tan gracioso creer en mentiras? Nunca imaginé que hasta los adultos le temieran a esa historia. ¿Qué te parece si esta misma noche arruinamos ese cuento? Bueno, en parte creo que la inventaron para que lleguen más visitantes porque la otra vez, dos turistas se tomaron fotografías junto a la casa, de verdad qué patético me parece todo. Amigo, tú eres el muchacho más brillante que conozco, vamos hoy a la casa, tomaré unas linternas y junto a mi primo nos metemos a la casa a eso de las 9 de la noche, ¿te parece?, ¿o me dirás que eres una nenita? Ante tan provocativas palabras quise alejarme de semejante aliado carente de virtudes.Sabía que él no era buena influencia para mí, sin
embargo, no me aparté de la idea ni de él, pues sabía que era mi única oportunidad para entrar y saber lo que ocurría en esa casa, además contaría con la compañía de dos personas y eso era bastante. Eran ya las 9 de la noche, me escabullí de casa sin que nadie se diera cuenta, llevé un cuchillo, linterna y velas en la pequeña mochila de Bob esponja, recuerdo de mi niñez, también de aquellos temores que se sentían ahora tan latentes en la fría noche de ese viernes 30 de junio. La verdad es que estaba aterido más por el temor que por el frío, necesitaba guantes y no los tenía; ya era demasiado tarde para dar la vuelta y regresar, la decisión estaba tomada, y mientras me hundía en mis pensamientos una mano rozándome el hombro me despertó. —Llegaste al fin, creí te meterías entre las sábanas amigo, pero veo que eres más valiente de lo que aparentas—dijo Luis con una mirada de alegría sin igual, estaba feliz, no entendía su rollo. ¿Era verdad entonces que no le temía a la casa? Y prosiguió: —Este es Rich, mi primo, como verás es pequeño aún, pero me sigue a todas partes—Luis me señaló a un muchachito mucho menor que nosotros, con demasiado temor en el rostro como para continuar un paso más. —Bien, ingresemos—dije imperturbable, tal vez por estar cerca el momento de la verdad. Una de las ventanas de la casa se abrió sin esfuerzo e ingresamos a la habitación principal, las linternas nos hacían ver con dificultad, pero estaba claro que la casa estaba inhabitable, el polvo rodeaba el espacio, los muebles parecían en buen estado pese a los años, quién sabe cuántos y quiénes lo habían usado; pero, todo lo demás asemejaba una casa en ruinas. Los cuadros nos llamaron la atención,
parecían ser distinguidos y valiosos por la forma y los colores, dentro no se escuchaba nada más que el silencio. Pasamos a la cocina y fue cuando un estremecimiento por razones obvias me invadió, cada paso era un desafío contra quien supuestamente habitaba el lugar. Noté que Rich estaba a punto de desmayarse. —Parece que nadie vive aquí, mejor vayámonos. —No seas cobarde Lucas, falta poco para… Luis no terminó de decir la frase porque un ruido invadió el lugar, no sé si fue un grito humano o un objeto que caía con semejante estrépito que estuvimos a punto de morir de un ataque al corazón. Rich fue el primero en correr y en su intento cayó y se lastimó, Luis lo sujetó, pero de repente una sombra acompañada de pasos ligeros nos llamó la atención y preferimos salir disparados, cuando llegamos a la ventana, ésta estaba cerrada y fue Rich el que tuvo la idea de separarnos, yo me fui a la izquierda y mis compañeros a la derecha, debían estar los dos pues el menor todavía tenía el tobillo lastimado. Lo poco que recuerdo fue mi intento por escapar a través de una ventana que rompí, cuando ya salía por completo alguien me sujetó las piernas y perdí el conocimiento por unos minutos. Consciente al fin, me hallé en otro lugar de la casa, y mientras atravesaba el pasadizo, vi un espejo, un inmenso espejo por el cual miré, esperé verme tal cual era: un adolescente de quince años, pero increíblemente mi rostro ajado representaba unos sesenta y cinco, entonces fue cuando me desmayé por segunda vez. La vista me fue fallando una vez abiertos mis ojos. Estaba en un hospital, sentía mi cuerpo cansado y golpeado, obviamente fue debido a lo que observé después, unas manos arrugadas, piernas con artritis y comienzos de osteoporosis, fue tan triste verme en el sueño de mi
vejez repentina que permanecí el día durmiendo con la intención del pronto despertar. Al llegar la noche tuve la inesperada visita de tres personas. Y ellas, ¡oh cielos!, fueron mi amigo Luis en su lozana adolescencia y el inocente Rich junto a la madre del último, quienes vinieron a exigirme mi declaración, pues según ellos, yo sabía dónde se encontraba el pequeño Lucas. Sí, ese muchacho tan valiente e inteligente, promesa del mañana, de quien sus padres todavía no sabían nada y ya empezaban a preocuparse. Recuerdo que balbuceé incoherencias, les dije que también deseaba saber dónde está Lucas, que si me encontraron en esa casa desmayado fue por mi senil edad, pues ya no recordaba nada, ni siquiera cómo había llegado ahí, y que hasta tal vez padezca de Alzheimer, esto último era lo más seguro. Se fueron compungidos, pero no más que yo, quien ahora intenta hacerse de la idea que de verdad soy un ancianito con Alzheimer, que pretendió ser niño alguna vez, quien nunca volverá a viajar en el tiempo, o tal vez haga como que nada ocurrió. Viviré siendo esta persona que sé que no soy, viviré recordando mi fugaz ilusión de jovencito. O mejor, iré a recuperar mi derecho de serlo, el derecho a vivir mi vida, ¡qué rayos importaba la bruja esa o quien habite la casa! Me devolverán mi vida, iré de nuevo y me miraré en ese espejo, encontraré aquel niño perdido, yo mismo he de rescatarme esta misma noche.
LA QUINTA ESCENA
Y
a sin maquillaje frente al espejo, Verónica veía un rostro demacrado de ojeras sinuosas, propias de un intenso trajín luego de haber protagonizado tres películas el último año. Si
bien el maquillaje contemporáneo le permitía hacer que los demás no noten el paso de los años en su semblante, interiormente su alma se sentía reflejada en aquella cara desdibujada. Un hombre de rostro sonrosado y caminar lento ingresó a su camerino llevando consigo varias cartas y presentes. —Mira, Verónica, cartas y obsequios de tus admiradores, creo que vino un club de admiradores, no recuerdo su nombre. — ¿Tienes algún dulce? Necesito calorías, algo de azúcar en este instante. —Claro que sí, igual iría a comprar si no hubiese, eres la estrella y lo sabes. —A veces no quisiera serlo. —No digas eso, tal vez te sientas presionada por el exceso de trabajo. Pero eso precisamente es lo que genera la fama, eres casi la actriz más popular del país. El público te ama. ¡Mira encontré bombones! ¿Gustas?
—Sí, pero hubiese preferido chocolates.
El escenario era amplio, una sala confortable, cuadros exóticos y muebles finos, todo lo que requería una película ambientada en los años 70’s. En un pequeño sofá al costado de la escenografía, dos mujeres dialogaban celosamente, una de ellas aparentaba unos veinte años, era delgada y baja, sus mechones lacios no estaban bien peinados y la ropa que llevaba era algo descuidada. La otra, unos diez años mayor tenía la mirada fría y era muy distinta a la anterior, su traje era fino y tenía mucho maquillaje, al parecer iba a actuar precisamente en ese instante, pues además sujetaba unos papeles que constituían el guión. Por el constante quehacer en ese lugar se oían varios murmullos, incluso hasta gritos que provenían quién sabe de dónde. El bullicio se mantenía y cada vez era más persistente; sin embargo, las mencionadas mujeres guardaban reserva ante lo que opinaban, procurando no hacerse escuchar por los demás. — ¿Sabes algo de la nueva actriz que será incluida en la película? Oí que es engreída y arrogante debido a su belleza y popularidad. Ella debe ser insufrible, ¿cómo harás, Lucy, para soportarla cuando te toque alguna escena con ella? —dijo la mujer menor a su interlocutora. —Yo tengo experiencia en estas lides, no te preocupes Mariela, creo que esa tal Verónica Farías es una principiante, pues tiene apenas cinco años en la actuación, en cambio yo, desde niña me he forjado un nombre en el mundo artístico. —Si bien tu papel es corto, sé que te lucirás amiga, además es una gran historia la que se propone contar esta película. A propósito, ¿cómo era la trama?, ¿quién se enamora de quién?
—La historia es así… Cuando Lucy Silvert se disponía a contarle a su amiga sobre la historia, unas siete personas se aproximaron al escenario a finiquitar los preparativos para la grabación de la primera escena de la película. —Debería ensayar mis líneas ahora—dijo la mujer elegante con muchos años de trayectoria, mientras en el rostro de su acompañante se reflejaba un gesto de contrariedad. Luego de ser grabada la primera escena, un ambiente de preocupación llenó el lugar, Verónica Farías demoraba mucho en llegar y varios comenzaron a conjeturar las razones. Lucy dedujo que aquella situación se debía a un simple capricho de diva. Unos minutos después la gente enmudecía ante la llegada de Farías, hermosamente fastuosa con un sinfín de atenciones a su alrededor. Verónica demostraría en ese instante el porqué era considerada la actriz del momento. La grabación se produjo sin contratiempos, duró una hora y quedaba ver el rodaje de la próxima escena. —Tiene talento, pero es engreída—pensó celosa Lucy, mientras veía alejarse a su antagonista de ocasión, luego de haber grabado con presteza la segunda escena de la película. Verónica Farías llevaba todo el garbo y la alegría hasta la puerta de su camerino, luego todo se esfumaba y aparecía el verdadero rostro detrás de la bella máscara. Añoraba su antigua habitación, la de su adolescencia, repleta de pósters de artistas, discos con música de la época y el aroma de la inocencia como perfume de rosa que florece sólo una vez.
Anhelaba tener un descanso luego de la agotadora jornada: entrevistas en televisión, ruedas de prensa, grabaciones, etc. Pero aún no se había acabado su martirio, le faltaba reunirse con su coprotagonista e intercambiar ideas sobre sus roles en la película que titulaba: Inmortales. A veces para compensar la presión escribía para sí misma.
Recuerdo ayer, como era de distinto el mundo. Solía hablar con las demás chicas de cosas sin importancia, hundiéndonos en la fantasía de ser siempre adolescentes, hasta donde nuestros sueños quisieran alcanzar. Ayer inicié las grabaciones para esa película que me trae algunas dudas, es increíble el argumento, si el título de por sí llama la atención: Inmortales. Mas creo que nadie sospecha mi recelo hacia ella, no entiendo el motivo, pero hay algo ineludible que ha de acontecer en esta película, lo sospecho y es incierto todo; tal vez sea simplemente mi falta de concentración debido al cansancio, me cuesta asumir esta nueva etapa de popularidad, ya ni siquiera sé quién soy, o esa niña que jugaba ser artista o la mujer madura que debe asumir retos cada vez más difíciles.
Qué más da, me falta valor para renunciar y tomar unas largas vacaciones, esta película tiene ribetes de locura, refiere la historia de un poeta que de tanto escribir versos se aparecerá frente a él su adorada musa, la misma poesía materializada. Yo asumiré ese papel tan extravagante, en ese viaje épico trataré de convencer al poeta que se olvide de todo lo anterior y concretice sus sueños en la realidad, deje a un lado sus libros y se ponga a disfrutar los pocos años que le
quedan… y vieras al actor, ayer lo conocí recién, es muy atractivo pero lo raro es que me parece haberlo conocido antes, muchísimo antes pero no lo recuerdo. Él, desde el primer momento, se atrevió a llamarme por mi apodo, imagínate tal osadía, sabiendo de mi condición de gran artista. Me inquieta esa persona, creo que sabe más de mí de lo que yo sé acerca de él, es un enredo… olvídalo, lo que quería decir es que de repente, no sé si es por el ambiente mágico de la historia que inspira a creer en mundos quiméricos o por el trato que me da ese extraño actor; que ha surgido en un momento de la historia, espero dejarme entender, justo en el momento en que debemos darnos el único beso de la película, creo que es en la quinta escena del guion... Ahí, alucino que entre los efectos especiales, cuando ingreso a escena, cuando todo me parece tan real y me sumerjo en la idea de lo enigmático de esto, es un poco difícil para mí, estoy realmente cansada, una sensación de irme de la realidad aparece, algunos lo llaman el deja vu. Ensayamos sólo dos veces esa escena que consiste en lo siguiente: el artista camina angustiado en su habitación sosteniendo muchas hojas escritas, luego se detiene y empieza a declamar algunos versos, justo delante de un enorme y extraño reloj de pared; de pronto, de la ventana ingresa un viento enfurecido que hace volar sus poemas y los hacen caer desordenadamente a sus pies, en un abrir y cerrar de ojos aparezco con mi traje blanco y flores en el pelo y le digo que no debe vivir solo por la poesía, le sostengo la mano y le agradezco por todo lo que hizo por mi; finalmente nos miramos y él no logra decir nada pues es demasiada su admiración, la palidez de su rostro la intento aliviar dándole un beso, pero después, justo después de ello, cuando debo concluir la escena, me detengo y desaparezco. El guión es demasiado ruin, no me gusta, quisiera decir algo más sentido, que conmoviera realmente pues el instante lo amerita, quiero eternizar ese momento y
ser realmente una musa inspiradora y no la tonta actriz que cree en fantasías. Parecerá extraño todo esto, pero creo que algo sucederá en esta escena, algo más importante que la vida misma. Siempre me ha agrado la poesía, tal vez sea ello lo que me tiene en este estado, no sé a quién pedir ayuda para conectarme a esta realidad, ¿estoy transitando por algún jardín exaltado de la vida o estaré bordeando los límites de la locura?, ¿escribo esto con la intención de que alguien me lea o solamente para mí, como sabiendo que pasará algo?
La jornada del día comenzó para Verónica con una sesión de maquillaje, que comprendió varias horas y ensalzaban sus cualidades físicas, los ojos grandes y saltones relucían con un tono rosa que le asentaba a la perfección, la nariz bordeaba la llamada forma celestial de respingados trazos que encajaban perfectamente con sus finos labios; a Verónica nunca le había agradado que sus ojos fueran de color marrón y por eso prefería grabar sus películas con lentes de contacto color turquesa. Luego, en el camerino, el traje blanco que la cubría parecía relucir de entre todo lo blanco, junto a delicadas joyas que comprendían un collar de gargantilla de pequeños brillantes azules y una corona de flores, parecía Calíope enrumbándose al Parnaso. Fue una gran sorpresa para Verónica ver llegar antes de las grabaciones a su coprotagonista, Nelson Brunner, pensó que era algo grave, sin embargo, sólo la había ido a saludar. —Hace ya tiempo que tengo aprendido este bendito guión, espero terminar ya con esta escena, el tiempo es dinero Verito, a encaminarnos. ¿Ya te has aprendido la última parte? La del beso, esa
parte que ni siquiera ensayamos. Parece gracioso, pero estaré inquieto si no ensayo antes. —Me resisto a admitir tus palabras, me hablas como si me conocieras desde antes, y yo no creo que te di la suficiente confianza para ello, si apenas intercambiamos dos o tres palabras, así que mejor… —Pero… ¡Oh vaya! No me consideres un patán o un mal nacido por favor, desde antes yo miraba tus películas y me resultas tan familiar, estimada Verónica Farías—dijo un poco más serio Nelson. —Está bien llevemos esto en paz, sé que tal vez no sea tan sencillo para mi hacerme amiga tuya, pero debemos congeniar para que esto salga bien. —Así es amore, la vie est belle après tout 1.
Estas palabras ayudaron a recordar a Verónica sobre dónde había conocido a este actor, y no dudó en encararlo al instante.
—Ya recuerdo dónde te vi antes, fue en un sueño o una pesadilla. Tú llevabas un traje negro y estabas parado frente a mi casa, de repente ingresaste a un coche destartalado que había en la calle, y al salir llevabas algo entre las manos, una especie de cosa sangrante como un órgano humano o no sé, fue tan desagrable ese sueño—dijo con cierta angustia y asco al evocar lo mencionado.
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La vida es hermosa después de todo.
—Tal vez, suele suceder, las chicas sueñan conmigo, desde que grabé «El ladrón anda suelto» las fans me han adorado.
Al ver lo inútil que era dialogar con ese individuo, Verónica le pidió que se retire para concluir con sus preparativos antes de salir a escena. Sin embargo, no pudo evitar seguir con los ojos al actor rememorando sus rasgos. Ya sola, tomó valor suficiente para ser la actriz más segura y encantadora que todos esperaban.
Lucy Silvert había conseguido que su amiga Mariela la acompañe mientras observaba las grabaciones de aquella tarde, dialogaban en forma despectiva sobre Verónica al rememorar lo del día anterior, en que no se pudieron concretar fácilmente las grabaciones. Pues ellas consideraban esto como una prueba de la ineptitud de la joven actriz. Todo empezó irremediablemente para Verónica y todo terminaría del mismo modo, el director con el grito acostumbrado: ¡Luces, cámara y acción! También daba órdenes a los demás directores (de cámara y fotografía) , sonidistas y asistentes para que empiece la grabación de la quinta escena. Guillermo era un joven poeta que vivía solo y se dedicaba exclusivamente a escribir poesía, nadie mejor que él para comprender los versos y las palabras románticas, pues vivía enamorado de la poesía. Mientras llevaba sus poemas en la mano y recitaba su última creación, un viento furibundo llegó e hizo que se le cayeran sus poemas, pero de repente una aparición inesperada, un alma blanca y
bella ingresaba a su alcoba y lo sorprendía: era la misma poesía materializada. Ella le dijo unas breves palabras, primero que olvidara por un tiempo ese mundo de ilusiones y haga de su vida lo que en verdad anhelaba, luego algo más, que si no tomaba la realidad en serio su vida sería una nulidad, algo que se olvidaría para siempre…Y ya era momento del fingido beso, el momento cumbre de la escena y quizás de la película, pero el actor no pudo ocultar su asombro cuando la musa de la poesía empezó a decir palabras un tanto fuera de contexto. Esto no estaba en el guion, inesperadamente ella entonó otros versos que parecían inventados en el instante mismo. La gente de la producción, Lucy y Mariela, los maquilladores y camarógrafos se sorprendieron más al ver que Verónica Farías casi a gritos mencionaba algunos versos que no decían nada, pues eran incomprensibles. Ella mantenía el rostro, sin embargo, calmado y bien seguro, giraba en sus pequeños tacones y se dirigía con mucho afecto y suavidad a Brunner, al final acercándose a él, le dijo unas palabras incomprensibles que nadie logró escuchar. Todo ello preocupó incluso a las enemigas de Verónica, ambas mujeres no esperaban tal escena. Y cuando algunos comenzaron a aproximarse a la actríz para calmarla, pues consideraron que le había ocurrido un ataque de histeria, los detuvo una acción, una revelación indescriptible. Ella se elevó de puntillas para bajar aquél extraño reloj de péndulo, no con poco esfuerzo logró sujetarlo y lo lanzó al suelo. Quedaba entre las manecillas rotas y el marco rajado, la sangre terriblemente roja de un corazón humano que todavía latía.
NN
S
ólo unos cuantos metros más, y con sus manos tocaría la puerta; divisó que estaba entreabierta, pero el preludio sanguinario llegó de pronto a entorpecer sus intenciones y le hizo caer de rodillas.
El cuchillo clavado en su espalda sólo podía advertirle su terrible vulnerabilidad, el papel de víctima en la tragedia que jamás imaginó vivir aquella tarde. Miguel Barrios, tenía un solo hábito todos los días, después de salir de su trabajo merodeaba los alrededores del Teatro Municipal de la ciudad. Él quiso alguna vez ser actor, por eso admiraba a quienes se atrevían a realizar ese sueño. Miguel no alcanzó a lograrlo no por incapacidad sino por falta de determinación, le faltaban agallas y en su mediocridad prefería el trabajo fácil de oficina, tan monótono pero que le generaban buenos ingresos. Él tenía lo que podría desear menos haber ejercido su vocación. Con la inocencia de un niño curioso, miraba en los ojos de los artistas la felicidad del alma reflejada en aquellos que viven libres sus sueños, hasta envidiaba la gracia de sus movimientos y sus elocuentes charlas. Era todo un espectáculo sentarse en los pasillos viéndoles ensayar,
cantando, soñando y muriendo, tantas veces muriendo como dando besos y entregando abrazos, riendo sin disfuerzo; aunque a veces había tanto que pensar. Miguel pensaba mucho, en mil historias, mil papeles que anhelaba representar, pero nunca lo haría, él siempre sería Miguel Barrios, nada más, un pobre hombre mediocre y llorón, y él lo sabía. Su carácter romántico también llevó a Miguel a fijarse en una joven actriz, tan bella como talentosa, que en aquellos días hacía el papel de Ofelia en una representación de la obra Hamlet. Aquella tarde Miguel buscaba ansiosamente a Ofelia. No sabía su nombre real, pero aquél nombre le encantaba: “Ofelia”. Había ingresado sin reparos, como siempre nadie le preguntaba nada, era libre de ingresar y apreciar el trabajo de los artistas. Buscando a Ofelia por los pasillos de pronto escuchó una voz que le dijo: —Señor, ¿busca algo? La pregunta de por sí sorpresiva envolvía todo el sentido de su vida hasta ese momento. ¿El señor Barrios buscaba algo, quería algo finalmente en su vida? ¿Era Ofelia, el teatro o acaso a sí mismo a quien buscaba? Miguel miró al hombre disfrazado de payaso, tuvo ganas de reír, luego no supo qué responder. —Pensé que hoy ensayarían la obra Hamlet. Aquella respuesta mal expresaba lo delataba por completo, su fervor hacia el teatro, un mal hábito al descubierto. —Esa obra la cancelaron señor, pasó algo terrible ayer con una joven actriz.
Su desconcierto no pudo ser más evidente, pero se contuvo al momento de pronunciar: —Pero, ¿qué sucedió ayer? —Carmen Fuentes S., la actriz de la obra, murió extrañamente asesinada por un desconocido, el cual es buscado hasta ahora por la policía—reveló algo entristecido el payaso. — ¿Acaso es la actriz que hacía de Ofelia en la obra?—ahora le costaba decir cada palabra, pues su garganta empezaba a ahogarse en llanto. —Efectivamente, entró alguien en su camerino y la atacó sin razón, al parecer fue un loco, ya debería estar en manos de la justicia ese sujeto. Ya no pudo contenerse y tuvo que ocultar su rostro entre sus manos, se sentó en lo primero que estaba a su alcance, sacó su pañuelo y sin importarle la presencia del otro individuo comenzó a bañarse en lágrimas diciendo a su vez: —No, no… ¡Cómo es posible, no puede ser! —¿La conocía señor? Según decían era muy talentosa y de una belleza admirable. Además, no tenía novio o alguien que pueda ser sospechoso del crimen. Pero en realidad las actrices… ¿quién sabe si guardaba algún secreto? Aquellas palabras llenaron de indignación a Miguel, ¿qué podría saber ese simple hombre sobre la grandeza de su musa? Ella desde hace más de un mes era la adoración de Miguel, nadie tenía derecho de criticar a Ofelia.
La tristeza aumentaba en el ya compungido corazón de Miguel; sin embargo, no dejó de observar la lenta retirada del payaso, quien también se mostraba entristecido por los acontecimientos. Para su sorpresa las lágrimas dejaron de brotar rápidamente, sus emociones se calmaron y fríamente pensó que a pesar de su amor hacia Ofelia, ella ya no estaría más en el mundo y eso era todo. Jamás volvería a apreciar sus largos cabellos en el traje medieval, sus ojos claros que le hablaban de mil promesas, sus labios que a él no le decían nada, por eso prefería verlos cerrados. A pesar de ello, hubiese querido hablar con ella, ir más allá de su admiración, quizás hasta declararle sus sentimientos. Él sabía cuánto la amó en silencio y para siempre. Nadie ocuparía su lugar, pese a todo se hizo la promesa de seguir admirando las puestas en escena y los ensayos. Caminó rumbo a la calle, extrañamente se sintió agotado, ahora más agotado que compungido. Vencido por la adversidad, sintió un golpe brusco en el corazón, como una agonía a punto de brotar. Estando ya en la puerta, oyó otra vez a sus espaldas: —Espere por favor… Era el guardia del teatro, seguro le llamaba para interrogarle. —¿Cuál es su nombre señor? —Soy Miguel Barrios, vengo a apreciar los ensayos de vez en cuando, ¿algún problema? —No, señor. ¿Ayer, también vino usted? Extrañamente no recordaba con claridad, pero sí sabía cómo responder.
—No, ayer no pude, tenía exceso de trabajo. El guardia lo miró desconfiado, anotó su nombre en una hoja y le dejó ir. Miguel sintió desprecio por el agente, ¿quién era él para juzgarle? Ayer fue un día más, y sobre todo en la noche, soñó muchas cosas como siempre, ser un actor ovacionado e interpretar mil personajes. No obstante, uno de sus sueños más extraños fue, cuando disfrazado de un enmascarado se dirigió a un antiguo castillo donde al verse amenazado por una fuerza misteriosa decidió armarse con todo tipo de armas. Blandió una espada y una pequeña daga, quiso sujetar también un escudo, no obstante, su falta de pericia no le permitió manipular correctamente el arma, de pronto, el enemigo se apareció en forma de mariposa negra y no le quedó otra que eliminar semejante espécimen. La espada se tornó inútil al no hacerle daño en la primera arremetida, pero la daga se volvió excepcional en la siguiente, la sangre brotó apenas se incrustó en las escamas de la antagonista y así, él se liberó de aquella opresión que le consumía en somnolencia y se despertó. Fue en su lecho que recordó aquel sueño tan extraño que parecía real, ¿qué representaría esa mariposa negra? Nuevamente entre sueños se vio coger una capa negra y una máscara de color también oscuro, volvía al castillo y a sus pasadizos oscuros, su mente ahora parecía aclararse, sintió frío y necesitó estar armado. Volvió al mismo lugar donde había conseguido las armas anteriormente pero no encontró nada. Al creer oír voces se escondió en un sitio que parecía ser una cocina, ahí sí habría armas, por lo menos hallaría un cuchillo. El enemigo se aproximaba y necesitaba un arma, sujetó un filudo cuchillo y se aventuró al pasadizo. Cuando la sombra se aproximó dio el primer paso y le incrustó el cuchillo en el abdomen, pero el
enemigo era fuerte, le sujetó los brazos y se encontró cara a cara con él. Esos labios pintados y rostro maquillado asemejaban a un bufón, no obstante, el cuerpo fornido del individuo, hacía que le sacara ventaja en la lucha. No le quedaron fuerzas para seguir luchando, en un rápido movimiento se acercó a la puerta y al estar a punto de salir, un impacto lo sobrecogió ahogando su respiración, algo gravemente filudo le impactó en la espalda, pero corrió, a pesar de la herida, salió presuroso. Se escapaba a pasos agigantados de la muerte. Sintió que ya era tiempo de despertar, no obstante, algo se lo impedía; se repetía a sí mismo que aquello no era real, las sensaciones, el miedo, todo tenía que acabar, ya era el momento. Pero nada fue más vano, el cuerpo ya no le respondía. Su casa que quedaba a pocas cuadras , a la que estaba a punto de llegar, tal vez le daría la respuesta a este drama inexplicable. A pocos pasos de llegar a la puerta de su casa nada parecía real, su vista le fallaba. Su corazón empezaba a debilitarse, y el cansancio lo sofocaba. Fue en una fracción de segundo que comprendió todo, sus sueños habían sido reales, también su amor se había desvanecido en la más oscura tragedia por culpa de sus propias manos. Hasta su muerte era obra suya. Ya nada le quedaba. Al tomar conocimiento, las autoridades habían resuelto los dos crímenes previos, la de la reconocida actriz Carmen Fuentes y la del actor Prince, quien antes de caer en coma le incrustó una daga al nefasto ser mediocre que ya nadie recordaba.
AYER
E
stuvo inquieto toda la tarde esperando una llamada. Iba por el quinto cigarrillo, cuando su sofá le pareció más pequeño de lo normal, notó una incomodidad única en su cuerpo, se estiró,
pero parecía más cansado de lo habitual, decidió tomar una revista y aburrirse leyéndola. En eso llamaron a la puerta tan sutilmente, que los golpecitos imperceptibles molestaron a Ben, por lo que decidió ignorarlos. Su pequeño departamento lo había adquirido recientemente, por lo cual pocos conocían su dirección actual. Algunos amigos, hace un par de días se habían encargado de felicitarlo en una discreta, pero amena reunión, ese encuentro casual continuaba taladrando la mente de Ben a pesar de sus esfuerzos por querer olvidarla, pues fue ahí donde conoció a María. La enigmática muchacha que volvió a encontrar ayer nuevamente de casualidad. No se trataba de un artista cualquiera, Edmundo Parsh, era el más admirado pintor de la ciudad, joven aún, pero con experiencia y gran talento, él había retratado a la chica en su lienzo con una perfección incomparable, y para Ben fue como volver a admirar las luminiscencias de su hermosura en la noche pasada. Ella, alegre pero discreta había
llegado acompañando a Esperanza, una de sus amigas. La sintió distante a pesar de la buena camaradería reinante, pensó que estaba preocupada tal vez por las últimas medidas de la economía nacional, el combustible y varios insumos iban a incrementarse considerablemente. Él se sentía feliz por su reciente adquisición inmobiliaria, sin embargo, después de haberla visto por primera vez, quiso saber más acerca de la muchacha, desconocida hasta entonces. Luego del saludo inicial se enteró que su nombre era María, y trabajaba en otra sucursal de la empresa donde laboraba. La invitó a bailar, pero solo le aceptó en una pequeña ronda con todos los demás amigos, apenas cruzaron palabras porque por motivos de trabajo, se tuvo que marchar casi apurada. Mientras él le insistía a su amiga para saber más acerca de ella, Esperanza prefería hablar de María escuetamente, incluso se negó a contestar varias de sus llamadas, fue como ver alejados sus anhelos bruscamente y sin explicación. Se sintió mal por esos días, hasta ayer. Exactamente ayer cuando la vio retratada en una exposición pictórica, era una belleza condensada en magia casi celestial, el cielo la acompañaba en el paisaje junto a un jardín de flores, llevaba una pañoleta fucsia, el pelo suelto y la mirada cual brisa matinal, sus ojos desprendían una radiante placidez e inocencia que nunca distinguió en otras miradas. Con el pecho adolorido de tanto sentirse augusto, Ben se dispuso a consultarle al artista sobre su modelo, adquirir el cuadro, ir en busca de esa misteriosa chica a costa de lo que digan los demás. Se sentía al fin dueño de una determinación insólita, pero efectiva, hasta se podría decir que se sentía acompañado ya de la jovencita, unido completamente a su causa, a sus preocupaciones, que pasarían cuando le tendiera los brazos para consolarla.
—Mi estimado, Edmundo Parsh, déjeme felicitarlo por la exposición, todas las obras han ensayado el significado de su arte que nos conmueve a todos quienes estamos presentes, gracias por entregarnos esta magistral muestra de su talento—con esta efusividad, Ben trató de acercarse amablemente al artista. —Gracias, amable amigo. —¿Cómo podría hacer para adquirir uno de estas obras de arte? —Me alegra saber que usted sea tan conocedor de arte como para comprar una de mis obras—dijo sorprendido el artista al saber la intención de Ben, pues precisamente se conocía que estas pinturas tenían un alto costo. —Me llamó la atención un retrato maravilloso de una bella dama, ese que ve usted titulado: Red. —¡Oh!, cierto que es una obra maravillosa, pero me costó mucho trabajo elaborarlo, y precisamente no está a la venta. No por ahora, estimado amigo. —Me lo temía—dijo con alivio, pues en realidad no podría adquirir una de esas obras. —Sin embargo…—continuó indeciso—me agradaría consultarle sobre la señorita retratada, ¿quién es la susodicha? — fingía tranquilidad cuando ya le comenzaban a sudar las manos. —¿Ella? Pues una mujer extraña, sin duda…—sonrió y Ben notó algo de despiadado en esa sonrisa burlona—miró a Ben un rato con tranquilidad y continuó:
—Si pones atención ella está ahora en esta exposición, aquí precisamente. No te sorprendas tanto jovencito, es verdad, ya la encontrarás, solamente mira a tu alrededor, nada es lo que aparenta. Nada es lo que aparenta, esa frase llenó de pensamientos vagos a Ben, había deseado conocerla, pero ¿a qué precio?, ¿esperaba acaso las burlas de ese pintor antipático? Por más que la buscó en la sala y esperó que apareciera como un esplendoroso espejismo no lo consiguió. Tenía las esperanzas marchitas y el corazón dolido, cuando de
un
sobresalto
creyó
reconocerla
cual
aparición
fantasmagórica…Ahora todo tenía explicación, recordó que María y Esperanza habían llegado demasiado tarde a la reunión, cuando ya presa del alcohol dejó que sus fantasías volaran. ¡Imbécil!, se gritó a sí mismo, con la mirada puesta sobre el jovencito de pantalones ajustados y gracia sin igual.
EL JUGLAR DE LA CALLE 100
T
enía tan solo 12 años, bailaba para hacer reír y ganarse unos centavos. Había inventado una manera de vivir la felicidad pasajera en la estrechez de las calles sucias y sin pintar. A
pesar de vivir solo, tenía valores que lo guiaban cada día. Lo principal en su diario vivir era procurarse el alimento, unas dosis de aseo y descanso matutino; luego, ver dónde dormiría, porque era difícil conseguir buenos vecinos de cuadra con los cuales podría platicar al final del día sobre su azarosa jornada, después de todo, él destacaba sobre sus condiscípulos por sus dotes naturales de artista callejero, despertando en la multitud especial atención, provocando con ello la envidia de muchos otros. Las tardes requerían mayor esfuerzo porque la gente se acomodaba presta a la improvisación de nuestro artista. El repertorio tenía que ser variado, por ello, Daniel debía trabajar mucho en las tardes, ensayando, procurando lucirse y no defraudar a la gente que lo seguía. Una de aquellas tardes en que por diversos motivos había terminado temprano su trajín, Daniel se dispuso a reposar. De espaldas en el
verde pasto, con el rostro cubierto por su gorra, se dirigía a los brazos de Morfeo cuando una voz le llamó: —¿Tú eres Daniel, el chico que baila en las plazas? —El mismo, señor. Usted dirá para qué soy bueno. Mientras de un salto se ponía de pie para ver a quién se dirigía, el hombre se irguió para hacer notar su figura sobria y ostentosa, fue cuando un extraño temblor hizo que el jovencito perdiera el equilibrio, aquel hombre desconocido le recordaba a alguien, pero no imaginaba a quién. —¿Quiere
usted
contratarme
o
no?,
porque
me
encuentro
descansando ahora. —Yo te conozco desde antes. Debes saber que conocí a tu madre. Por instinto Daniel se puso a la defensiva, respondiendo con agresividad: —No se atreva a hablar de mi madre, señor, se verá conmigo si es necesario. La ira comenzaba a brotar en la mirada de Daniel, una ira contenida desde hace mucho. —Pero, ¿qué dices muchacho? Tu madre fallecida fue alguien muy preciado para mí. ¿Podemos hablar en ese restaurante? Debo decirte algo importante. Confuso y desconfiado Daniel recordó la triste despedida con su madre, ella se encontraba muy enferma y nadie más que él la supo apoyar, y como nunca, el muchachito se esforzó en esos terribles días por ganar algo de más y costear el tratamiento de la penosa enfermedad. Aquellos momentos vividos aún remecían las fibras más hondas de su ser, pues
sus hombros llevaron todo el esfuerzo y la resignación a sus escasos diez años. Y cuando en el restaurante, oyó decir al hombre que se había marchado de aquel hogar, su hogar, cuando él apenas contaba con dos años; súbitamente la sangre corrió frenética por cada vena de su cuerpo, al enterarse de la noticia: ese hombre era su padre. ¿Y el abandono? Se dijo así mismo…Las tristezas inconmensurables de varios años, en que desvalidos su madre y él habían atravesado una tragedia. ¿Aquello no era culpa de su padre? ¿Aquel señor ricachón, ahora tan ufano, pretendía tomar las riendas de su vida? ¡Jamás! Se repetía mentalmente, pues nunca desearía saber más de él. Daniel, salió enojado, huyendo del ser que le había causado tanto dolor. Nunca querría saber nada de ese inconsciente e inhumano hombre. Por varios días el señor Monteza pretendió acercársele y pedirle perdón al enterarse del fallecimiento de la mujer que había amado hace muchos años. Le explicó que había cometido un grave error, pues al marcharse en busca de un nuevo empleo, encontró de pronto una nueva familia y no pudo retornar hasta ahora, que separado de su mujer había perdido a su hijo en un accidente y no quiso perder también al otro hijo que había olvidado. Apesadumbrado por su accionar vino a tratar de remediar lo que hizo. Daniel había perdido su tranquilidad, ya ni espectáculos podía ofrecer, tan solo huía, huía de su pasado, de ese hombre con rostro acongojado y modales refinados. Lo odiaba porque veía en él al responsable de la muerte de su madre.
Confundido un día, el muchacho tropezó con una piedra y se hizo una herida en la pierna. Un anciano lo vio y le prestó ayuda. Mientras vendaba a Daniel, éste le contó todos sus pesares, motivo por el cual andaba distraído. —Has cometido un error viniendo distraído, ¿acaso no viste las piedras filosas del camino? Pudiste haberte caído de cabeza y morir en un segundo. —Me lo merezco por ser así de negligente, pero seré más prudente desde ahora. —¿Y tu padre merece lo que le haces?Tu rechazo después de haberse arrepentido. Él cometió un error al igual que tú. No vio la hermosa familia que tenía y se marchó. Si no te hubieses hecho esta herida, no sabrías del error que cometiste. Al igual que él, si tu madre no hubiese fallecido, él no se mostraría tan arrepentido como está ahora, ¿te das cuenta que él merece otra oportunidad, al igual que tú mereces la oportunidad de pasar por la calle cien con más cuidado? Daniel no se había dado cuenta de su accionar, puede que haya sido muy injusto con el hombre que le concedió la vida, después de todo él no hubiese querido que suceda la injusta muerte de su madre. Al terminar de vendarle la herida, el anciano tuvo que secarle algunas lágrimas al muchachito, que con una nueva esperanza se dirigía ahora por la calle cien a buscar a su padre.
EL ÁRBOL Y EL CORAZÓN
I
ba siempre esperando la respuesta que la vida le daría alguna vez, en sus horas de alucinación descomponía su ser para unirse a una nueva realidad, distinta a aquella que lo había arrinconado en un
pequeño espacio de tienda navideña. El árbol tenía una base sólida, hojas artificiales y muchas aspiraciones. No entendía claramente aquello que llamaban felicidad, palabra tan considerada por los seres humanos, sobre todo en las fechas en que transcurrían esos días de mediados de diciembre. Cuando creyó sentirse relegado un año más, alguien puso sus ojos en él y lo eligió.
Ya en la casa, notó que las cosas no iban tan bien, se hablaba poco y transitaba menos, ya que no se podía percibir la presencia de personas en el lugar. Le habían adornado apenas con escasos ánimos, inclusive las luces habían sido arrastradas y rotas por un can travieso en un devaneo incontenible. Pero todo cambió un día, cuando la casa se llenó
de una risa grácil y tranquila como las noches que había pasado en la tienda de artículos. Era la voz dulce, transparente de una niña visitante en el hogar por aquellas fiestas, con sus palabras que aliviaban cualquier carga, y unas manitas que le tocaron comedidas, con la alegría de un corazón puro de esa edad. Esa alegría le había llegado como si fuese primavera y sus hojas transfiguradas, reverdecientes al fin, tornaban formas auténticas, anunciando el paso de una vida; la suya, como verdadera.
Tendría 4 años, cabello encendido, menuda como un adorno más, llevaba siempre un lazo amarillo en el cabello, que la hacía tan grata y graciosa a la vez. Lo que más prefería era quedarse cerca al árbol, adornándole,
cantando
villancicos,
corriendo
a
su
alrededor,
coloreando la vida de dicho personaje, hasta entonces estática y fría. Tal vez el árbol podía decir que el espíritu navideño al fin le colmaba. Sintiéndose protagonista de la celebración, en su aparente alegría albergó un insólito deseo: quiso ser humano por lo menos un instante, para descubrir así lo que era la felicidad, como le había enseñado esa niña, despertándole de su anterior sueño nebuloso. Su aspiración, aunque extraña era justa. Esto hizo que un hada quien andaba algo extraviada, escuchara su deseo silente, y aproximándose a su estancia le dijo: —Árbol, árbol de Navidad. Soy el Hada de los deseos, por estas fechas suelo acercarme al mundo. He encontrado en ti el mayor y puro anhelo: convertirte en humano. Pues, he venido a hacer real esa quimera, a cambio deberás cumplir algo. El hada viendo la sorpresa y contradicción del árbol prosiguió:
—A cambio deberás entregarme un corazón, el que fuera, ya sea joven o anciano, un corazón humano es todo lo que necesito. Esa persona no morirá, sino que tomará otra forma, se convertirá en un ser inanimado al igual que tú. El árbol sin decir nada dudó por un período largo de tiempo, pero al final dijo: —¿Y cómo harás eso Hada?, ¿en qué me convertirás si acepto tu propuesta, y tú qué ganarás a cambio? —Es simple, tú me indicas a la persona elegida y ella se transformará en un objeto, tal y cual se asemeje su corazón. Y pese a que no cuentas con un corazón puedo deducir de ti, que eres un jovencito muy sensible y prudente. Te haría así, tal cual me parece que eres. Yo no ganaré nada a cambio pues mi deber es cumplir deseos, sean estos buenos o malos, no importa, lo que interesa es la intensidad con que lo pida cada ser. Y ahora tienes la oportunidad, en este instante para decidir. El árbol se mantuvo en silencio porque las dudas lo abrumaban, él se consideraba noble y por ello distinto a otros seres inanimados que había conocido, pero he aquí su oportunidad, única e irrepetible. No pudo pensar claramente, pero al avanzar los minutos, terminó concluyendo que no podría hacerlo, afectar de esa forma a un ser humano no iba con sus principios. Diría que no definitivamente, negaría la opción de su vida y se resignaría a morir con los años, incinerado o arrojado a la basura. Pero justo cuando empezaba a dirigir sus palabras al Hada, llegó hasta él un cántico melodioso que endulzó la atmósfera, hasta entonces tensa y oscura para el arbolito.
Ya no sería un árbol más de tantos. Le dijo al Hada una inconfesable determinación, podría al fin alcanzar la felicidad, aunque sea robando la ternura infantil de aquel hogar. Se tranquilizó pensando que nadie extrañaría más que él a la niña de lazo amarillo, porque la quiso demasiado antes. Y ahora, solo él comprendería la felicidad que ella había albergado en su corazón, ahora sí lo comprendería perfectamente. Luego de unos minutos, un jovencito tomó un regalo del árbol y se fue raudo hacia la calle. Ese regalo, el único que podía tomar de todos, era una hermosa muñeca de lazo amarillo.
EL PASAR DE LAS HORAS
S
u primera infancia fue devastadora, no pudo contemplar nada porque la visión de las cosas le fue arrebatada cuando apenas cumplía dos años. Una niñez de oscuridad y paulatino silencio
colmaron sus juegos, interrumpidos frecuentemente por golpecitos y gritos que frenaban cualquier intento de libertad. Aquel accidente robó algo más que su tranquilidad, la esperanza de alguna vez poder hallar la felicidad plena. Y así fue creciendo, vacilando sus acciones, pero abriendo la mente a mundos complejos donde todo y nada existían a la vez. Su segunda infancia nada se comparó a la anterior, puesto que por azares del destino emprendió vuelo a un nuevo mundo. Sucedió casi mágicamente: un breve viaje, las recomendaciones de alguna alma bondadosa, las manos milagrosas de un especialista; le concederían la curación esperada. Sin querer jugó con su nueva realidad, su imagen la encandilaba en el espejo, pero fueron la luna y las estrellas las que más le llamaron la atención, pues sintió en ella misma nacer, de sus ojos un brillo en la inmensa oscuridad.
Aprendió a admirar la belleza, aprendió a patinar, también a escribir y leer nuevamente, mejoró en los deportes, los juegos, las alegrías; todo era nuevo en su actual realidad. Sin embargo, siempre había tiempo para fundirse en las sombras y la callada quietud de su corazón. Rememoraba lo que habían sido sus invenciones: los otros rostros invisibles, el caminar nebuloso en sus pesadillas, las sonrisas apagadas de sus familiares que se reprochaban verla así, ciega y desprotegida, como si de ellos hubiese sido la culpa. Era muy pequeña para tener esas ideas, reprobaba bastante el ser así, haber vivido dos infancias tan diferentes. Pese a su mejoría sentía que algo rasgaba su corazón, una inquietud que iba acrecentándose con el pasar de las horas mientras veía su vida en forma de película. Un día su madre la vio muy pensativa en el patio de su casa y le dijo. —Hija, no te pongas así toda preocupada. Dime qué te sucede y lo solucionaremos. Ella, mirando a su madre comprensivamente dudó en darle una respuesta. Y sintiéndose culpable, la invitó a oírla cantar porque había aprendido un canción en el curso de inglés, le dijo, que si mejoraba sus calificaciones en dicha asignatura estaría exenta de inquietudes. Su padre se encontraba de viaje, así que las dos, madre e hija, concentradas en una melodía extranjera y sin siquiera conocer completamente el significado de lo que decía la letra, se ufanaban por hacer perfecto ese instante íntimo entonando: Daniel is traveling tonight on a plane…2
2
Daniel está viajando esta noche en un avión.
Aquella tarde, Lucía albergó un consuelo en la ternura de su madre, y pensó que podía haber claridad también en este mundo que no le pertenecía. Pronto, Lucía crecería y se alejaría de su infancia, que había sido contrastada por el destino. Mientras miraba una noche las estrellas, entendió que nada cambiaría para ella, pese a sus esfuerzos y los de su familia. Cogió sus patines, salió de prisa para que nadie se diera cuenta, una lágrima rodó por sus mejillas mientras sujetaba con fuerza su mejor chaqueta. Viajaría a España como la canción decía, no en avión sino en sus patinetas, como Daniel también sería una estrella en el firmamento. No valía tener los ojos nublados ahora. Prefería vivir su realidad. Aquel claroscuro que albergaba su corazón señalaría finalmente su destino. Se dijo así misma que este no sería otro sueño inventado. Podía palparlo, sentir el frío aire sobre sus mejillas, ahora volaría donde todo y nada existía a la vez.
LA CAÍDA
C
inthia llevaba 24 horas despierta, casi sin poder moverse había aguardado una señal, cualquiera que fuese, por muy insignificante, la esperaba; bien podría quebrar su expectante
vulnerabilidad. Nada parecía moverse en la quietud del bosque, apenas notó las aves que se elevaban con total libertad. Cuánto añoraba ser como las hojas que girando encuentran el suelo protector, la caricia del viento y el rocío de madrugada; imaginó aquellas gotas de rocío junto a sus mejillas, sus labios resecos desprendían una débil certidumbre. Ahora, además imaginaba voces, rostros de infancia, incluso los juegos de una época feliz sin heridas ni dolor. A pesar de todo, se negaba a derramar una sola lágrima, el drama era tal y como lo imaginó sucedía en las películas, con su encarnizado abatimiento, pero afectando esta vez cada recóndito lugar de su corazón. Todo dependía de ella: sobrevivir o morir. Albergaba una fuerza interior que le permitía ver más que una luz, verse a sí misma
venciendo todas las dificultades que se cernían a su alrededor. Y lo hizo. Antes de ponerse de pie recordó cómo había llegado hasta ese lugar. Fue después de una visita a la casa de su tía, ya anciana, que permanecía postrada debido a una enfermedad crónica. Fueron dulces las palabras que había pronunciado frente a ella: — Hija mía, vivía entre brumas hasta que te conocí, llegaste a alegrar mis últimos días. Los maravillosos días que compartimos, pláticas y diversiones fueron los mejores de mi vida. ¡Oh, cómo recuerdo los días de lluvia!, la danza de la lluvia, ¿llamabas así a nuestro baile, así era el nombre, verdad? Ja, ja,ja… Su risa se recortaba por un dolor oscuro que era señal de lo incurable. El dosel, las pinturas, el aterciopelado decorado tomaban entonces un cariz funesto. Cinthia en una mirada rápida al espejo se vio a sí misma desconcertada ante semejante imagen de convalecencia. Tomó las manos de la mujer que le había protegido todos esos años y las besó. Mientras se encontraba estudiando en la Universidad le habían informado la terrible noticia, y no lo creyó hasta ahora en que la aflicción, abatía como hordas su delicada existencia. Sin embargo, al salir de la habitación divisó los rostros agrios de sus dos primas, quienes como ella habían viajado varios días para reencontrarse con la millonaria señora. Aquellas, apenas la saludaron con disgusto y prefirieron encerrarse con la anciana junto a un hombre de impecable aspecto, quien con andar presuroso y portando diversos papeles en mano, parecía disponerse a realizar algo importante. Conociendo el inevitable final de su bienhechora, la muchacha decidió esperar en la puerta, presta a cualquier noticia.
—Cinthia, el mayordomo y los empleados no se encuentran en la mansión. Ya está a punto de llegar nuestra madre, ¿por qué no vas a abrirle la puerta? — le dijo presurosa su prima. —Iré, pero me preocupa la situación de nuestra tía, acompáñala y no la dejes ningún instante sola. —No te preocupes, ve rápido—dijo juntándosele un nudo en la garganta. Saliendo de la mansión dio algunos pasos, el inmenso jardín como un bosque le daba la bienvenida. Respiró el aroma de las recientemente florecidas rosas, y cayó de pronto en el agujero. Fue una profundidad que la hirió, destrozó algunos de sus huesos y también quizá su fe. Estuvo siempre despierta admirando lo que la rodeaba, eso fue también su impulso para ponerse de pie. Primero sintió sus piernas, las rodillas se restituyeron con mucho esfuerzo, se giró de lado y alcanzó a mover sus manos adoloridas, eran punzadas o algo más doloroso de lo imaginable, pero lo logró, se puso de pie finalmente. Justo antes de realizar un movimiento más, con aterradores ojos vislumbró unas cabezas que la observaban desde arriba, la aparición de aquellas sombras fue tan fugaz que apenas pensó en gritar, el miedo la rodeó al sentir la tierra sobre su cuerpo. En todo momento la imagen del hombre que con la pala la enterraba, le decía que aquello era una ilusión, su realidad había sido extinguida por la ambición. Solo cuando escuchó las plegarias y sabiéndose nuevamente inmóvil en su ataúd derramó algunas lágrimas.
LA HORA INCIERTA
M
adrugó, no era su costumbre por aquel entonces, pero su porvenir dependía de cumplir lo más pronto posible el funesto crimen.
El pasadizo estrecho podía significar un mal camino para la huida. Sin embargo, la pésima iluminación era propicia; Gabriel sabía que debía apurarse antes de que llegaran los primeros rayos de sol a las aterciopeladas ventanas.
El departamento de Gina quedaba en el piso doce. Había sido decorado recientemente con alfombras persas, tapiz elegante y sofisticado que enmarcaban un ambiente superfluo, pero a su vez delicadamente acogedor. A las cuatro de la mañana Gina aún no lograba conciliar el sueño, pues intentaba recordar un rostro que había visto en la fiesta de disfraces esa misma noche. La fiesta exclusiva que se había brindado a los miembros de esa reducida comunidad que habitaba el edificio Ballesta, era una de las pocas a las que Gina había asistido, concretamente los disfraces habían sido el principal motivo de su decisión, ella prefería las extravagancias antes que lo usual y lo manifestó yendo con un vestido típico de los años 60’s, que consistía en un peinado recogido por un lazo blanco, vestido sin mangas negro con puntos blancos al mismo estilo columpio, que incluía una inmensa correa también de color
blanco. Hubiese sido el centro de atracción si no fuese por los demás asistentes, quienes llevaban trajes ideados para la ocasión, cada cual más sorprendente. Pese a haberse tratado de una fiesta de disfraces, el rostro del joven con atuendo de vampiro que bailó cerca de ella no se le escapaba de la mente. ¿Eran realmente esos ojos verdes o grises? Guardaban un misterio, sin duda, por su inconfundible brillo. También el recuerdo de la bien perfilada nariz, ojos almendrados y la piel como de porcelana, la hicieron estremecer repentinamente y no pudo evitar sonreír para sus adentros. Era un desconocido, pero se podía decir que era un ejemplo de perfección que perturbó a Gina durante y después del mencionado baile.
Sus pasos fueron los de una aparición vengativa sin intención de dejar rastros; tan solo un breve ruido. Para Gabriel más era pensar en minimizar aquel ruidillo que en las consecuencias del atentado que iba a cometer. Todo ahora se reducía a una automatización obligada por su propia mente y afán desmedido. Sin embargo, sus pasos aparentemente seguros comenzaban a oscilar por la mala iluminación, pues apenas podía ver sus pasos cuando llegó al décimo segundo nivel del edificio.
Le sonreía a su espejo mas no se sentía lo suficientemente bella como para hacer que aquel joven apuesto se fijara en ella. Cuando la curiosidad la invadió al tratar de adivinar el número del departamento del muchacho, creyó oír algo en el pasillo. No se asustó, pues obviamente había aún gente rezagada luego del ostentoso baile, sobretodo algunos ebrios, quienes apenas recordaban el número de sus departamentos, así lo dedujo Gina tranquilamente.
Al no poder conciliar el sueño, la joven volvía a evocar la fiesta de disfraces acontecido en el salón principal del edificio, mientras su corazón presentía la llegada del amor a su vida. Debía de tener un poco más de su edad.
Cuando ella procuró
acercársele en la fiesta, sintió el perfume que desprendía su presencia; y el movimiento de sus delicados labios dejaban ver la elegancia en sus gestos al hablar. Se le notaba educado y de buen humor, pero a Gina no se le arrancaba del pensamiento el extraño brillo de aquellos ojos de color indefinido. Él bebía coñac con la mano izquierda, al mismo tiempo que platicaba con una joven rubia, de edad un tanto mayor a la suya. Apenas había mirado una vez a Gina, y con cierto desinterés; pero para ella esto significaba el comienzo de una maravillosa ilusión, la respuesta que había esperado desde el surgir de su existencia. Y no pensaba en las consecuencias de esa repentina determinación. Deseaba con todas sus fuerzas volver a verlo y no le importaba tocar cada puerta del edificio a fin de encontrar a quien amaba con tanto frenesí.
La pistola era calibre 38, una buena adquisición conseguida a través de un amigo. No tenía permiso para portarla, pues Gabriel se confiaba demasiado, no temía por su seguridad ni por su suerte. Ya quería llegar a su meta, cumplir su destino y salir de la ciudad; tomar unas vacaciones y olvidar al enemigo de toda su vida: su padrastro. En la fiesta de disfraces a la cual había acudido con otra identificación logró fingir normalidad debido a que consideraba justa aquella celebración previa a su éxito. Sin embargo, se sintió algo incómodo, aunque la felicidad se reflejaba de vez en cuando en su rostro. Era
preciso verse así de tranquilo, sin los rencores que lo acorralaban. Mas sería así sólo hasta concretar sus planes. Deseaba vengar a su madre, pues ella se había suicidado por los malos tratos de su padrastro. La ambición excesiva había llevado a este condenable hombre a hacer la vida imposible a quien debía amar, aun sabiendo que ella se sumía en una depresión severa. La venganza se concretaría tarde o temprano. Al enterarse de que Andrés Gómez de las Casas se encontraba en el departamento 203 de aquel edificio, Gabriel no lo pensó dos veces y asumió su propio destino condenado a la venganza; acudiendo casi inmediatamente al edificio Ballesta, portando su calibre 38.
Gina empezaba a sentirse cansada e iba a iniciar su siesta, pero un último recuerdo la invadió, creyó oír en la fiesta el nombre de su amado. No estaba del todo segura pero quería repetir aquél nombre antes de cerrar los ojos: “Gabriel…” Y suspiró hasta sumergirse en el abismo de sus sueños.
Llegó a su meta con dificultad por la iluminación, a esa hora parecía que se apagarían las luces en cualquier momento. Un presentimiento hizo que sus movimientos se detengan, sin embargo, su determinación era mayor, así que tocó fuertemente la puerta. Al oír la puerta sonar, Gina se asustó. Mirando el reloj de pared notó que iban a ser las cuatro de la madrugada. A esas horas no podía creer que alguien llamara precisamente a su puerta, pero hizo lo más atrevido que podía hacer en ese momento: interrogar. — ¿Quién es? — preguntó ella sin temor.
Al no obtener respuesta le pareció que se habían ido, sin embargo, algo hizo estremecer el frágil cuerpo de la joven. —Soy yo, un amigo, quiero hablar un rato. Gabriel no se había atrevido a irse. —Ese hombre despiadado seguramente se encontraría junto a una mujer— pensó indignado. Bien, serían dos homicidios. Iba a ser lamentable pero la decisión estaba tomada. Una grata confusión invadió a Gina, pudo pensar solamente en abrir la puerta, no midiendo las consecuencias de esa acción, ya había reconocido la semejanza de esa voz con la de su amado. La puerta se abrió y la imagen de sus ensueños se materializó. —¿Dónde está él? —dijo Gabriel mientras miraba de un lado a otro hacia el interior, y a los segundos ya se encontraba dentro de la habitación. Gina no pudo responder siquiera ante el exceso de felicidad y admiración. Lo miraba con ternura como queriéndole hablar con el corazón. Gabriel sin permiso, revisó el departamento y al no hallar a su enemigo cuestionó: —¿Este es el departamento 203? Al fin Gina pudo murmurar con voz trémula y apenas audible: —No, este es el departamento 202. El que dices se encuentra a la derecha del mío—dijo Gina aún aturdida, pero decidida a declarar su amor en ese instante. —Lo ví en la fiesta, ¿su nombre es Gabriel, verdad? — dijo Gina cuando éste estaba a punto de marcharse presuroso.
La joven estaba tan emocionada que apenas había notado la maldad y la agitación en el rostro de Gabriel. Ahora no había nada que hacer, esa mujer lo había identificado, era mejor acabar pronto con la testigo ahí presente. Sacó el arma despacio y la apuntó directamente hacia el pecho de su víctima. Al verlo Gina no pudo sentir ni oír nada. Apenas logró distinguir los verdes ojos insensibles que la miraban atentos. Su felicidad pasó a convertirse en tragedia, al caer al piso en un charco de sangre; y luego de unos minutos se oyeron dos disparos más. —
Eran verdes…—fue lo último que dijo Gina mientras agonizaba—
eran unos hermosos ojos verdes. Pronto llegó la policía, se tomaron las muestras del crimen, se detuvo algunos sospechosos y se interrogó a cada habitante del piso doce; pero no se halló al asesino de la joven Gina L. y del millonario Andrés Gómez De las Casas.
LA RUTA DE LOS HELICÓPTEROS
E
l rojizo color de su falsa cabellera daba un inusitado aspecto al edificio de los Fontana. Aquel día, con la única compañía de una fresca brisa y la calma que el silencio ofrece, Betty tomaba
el té como de costumbre a esa hora, mientras una sensación de alejamiento y soledad brotaba de su corazón. Había llamado a Rodrigo muy tarde, conociendo de sus ocupaciones aquella equivocación era imperdonable. A esas horas debía estar volando en su helicóptero —el hobby preferido del tal Rodrigo— un viejo helicóptero, que con el buen mantenimiento se lo presentaba a veces como nuevo. De un tiempo a este entonces, Betty se comparaba con el helicóptero de su novio, pues la felicidad que le daba esta máquina era mayor a la que ella se sentía capaz de ofrecerle en toda su vida. Bueno o no aquel hobby despreciado, inútil y necio—según Betty—lo conducirían posiblemente sólo a un hospital. Las tardes de verano eran especiales, ya que el firmamento plenamente despejado se abría para dar paso a travesías aéreas, vuelos afanosos de algún espíritu esclavo, cuya terrenal vida le impedía ser libre. Muchos miembros de la familia Fontana tenían tal afición, sin embargo se compartía el helicóptero desde hacía dos generaciones por lo que se pensaba en la renovación, quizá uno de fabricación norteamericana o mejor aún, inglesa.
Para Betty fue una sorpresa ver acercarse a Carolina en la terraza del edificio más alto de la ciudad. —¿Puedo acompañarte? — Sí, siéntate, ¿gustas un té? —No, gracias. Prefiero ver la tarde acabarse de golpe. —Claro que no, Carolina, aún son las cuatro, falta mucho para que termine la tarde. Con un gesto amable, Betty intentó aplacar la mala voluntad que solía profesar a la muchacha. Le invitó un cigarrillo a sabiendas que era de su agrado. Con sorpresa la jovencita —dudando de la actitud de su acompañante —sonrió y se puso un Manhattan en la boca. Aquellos suaves labios marchitados por el trajín de las amanecidas, vulgaridades y demás bajas pasiones, desprendían para Betty casi un desafío que constantemente se intensificaba hasta hacerse insoportable. — ¡Qué milagro que no estés junto a Rodrigo!— prorrumpió Betty como animada por un impulso. Ensimismada en un pensamiento desconocido Carolina parecía no escuchar, ni sentir siquiera. —¿Te ocurre algo?— esta vez dijo algo preocupada Betty. Al comprender lo inútil que era mantener un diálogo con la molesta muchacha, Betty se puso de pie para retirarse, total el edificio no le pertenecía al menos hasta que se casara con Rodrigo. —Espera—dijo Carolina— hay algo que debes saber.
Carolina la miraba con ojos fríos y vacilantes, mientras la sujetaba de un brazo. La blanca mano que le oprimía, insinuaba un falso vigor. Llena de una admiración aparente — pues no era realmente eso lo que sentía—Betty pudo observar en aquellos ojos que le miraban un odio poco usual, pues se mostraban desafiantes, capaces de llegar hasta el mismo rincón del crimen impostergable. — ¿Por qué me ves así? Yo no te hice ningún daño—prorrumpió insegura, Betty. La risa colmó el lugar. Una risa frenética, que Carolina parecía disfrutar cada vez más al notar la seriedad con que la novia de su hermano la miraba. — Eres extraña Carolina. Tal vez no te sientas bien. Me voy, suéltame por favor. — No, no. No te puedes largar sin ver antes a Rodrigo. — ¿Rodrigo?... Pero él está volando a esta hora. — Y a ti. ¿Por qué no te gusta volar, eh? — No sé. Creo que le tengo miedo a las alturas. — Te tengo una buena noticia, esta tarde Rodrigo volará por aquí. Sí, no te admires, te digo la verdad. — Eso es imposible, no te creo. — Espera, escucha… Un viento fuerte llegaba hasta las dos muchachas, mientras los cristales de las ventanas hacían un leve ruidillo, que por el silencio reinante era percibible.
Éstos silentes minutos se hacían insufribles para Betty. Una eternidad acontecía en la terraza de aquél edificio, en cuyo interior nadie nunca sabría del pavor que la joven de falsa cabellera llegó a sentir esa tarde. Para terminar dicho suplicio Betty murmuró: — Basta de juegos, Carolina. Se escuchaba a sí misma con una débil voz, era como si agonizara lentamente, sintiendo sobre ella el brazo blanco y tortuoso de su enemiga. — No oigo nada. Creo que es tu imaginación. — Claro que no, espera un minuto más. La nueva ruta de los helicópteros es por este lugar. El edificio Fontana nunca se había distinguido por tal acontecimiento. — ¿De qué hablas? — La ruta de los helicópteros que había sido por el lado norte de la ciudad cambió, y desde hoy será por aquí; tendremos ese gran privilegio y tú podrás ver finalmente a tu amado cuantas veces quieras, en esta que es tu casa o mejor dicho tu edificio. — Yo no veo ningún helicóptero. Jamás escuchó decir una verdad a Carolina, pero esa tarde sospechaba que todo cambiaría, para bien o para mal, todo cambiaría. Y justamente al terminar de decir lo último, Betty vio tres grandes helicópteros aproximarse lentamente, con el sonido característico de sus hélices parecían estar cortando el aire en una loca carrera que conducía a la destrucción.
Ambas muchachas para divisar completamente la marcha triunfal de las naves— sin darse cuenta tal vez— se habían aproximado al borde del edificio. Ya cerca de los helicópteros, Betty creyó ver en uno el rostro de Rodrigo, tan empeñado en su labor, reflejando una imagen de placer e inconmensurable felicidad. Ella se alegró por él y comprendió que nunca en su existencia sería más importante que la máquina volátil llamada helicóptero, adorada por su Rodrigo y odiada por ella. La conclusión a la que había llegado era dejarlo, terminar con la relación y dejar que vuele, que sea libre y feliz sin ella. De pronto un frío corrió por la frente de la pelirroja, al encontrarse con la visión que su mente desprendía perturbadoramente. Ahí estaba ella, cogida de la mano por Carolina, quien la conducía al borde del edificio, y le sonreía con un rostro de asesina, lista para lanzarla en cualquier momento, empujarla y desaparecerla del mapa. Una voz la interrumpió, y ya en la realidad comenzaba a vivir nuevamente lo que su visión le había profetizado. Era la figura de Carolina, lo que conmovía todos sus miembros, humedecidos por el miedo; ya no podía ocultarlo, sentía miedo y se le notaba en la cara. —Deberías volar como Rodrigo. — ¿Por qué dices eso Carolina? — Porque es mejor sentirse libre a vivir uno atado a sus sentidos. Sentirse libre aunque sea por unos segundos, un segundo… Mientras Betty veía alejarse el último helicóptero estando dispuesta a retirarse cueste lo que cueste, creyó oír un sonido de premonición fatal.
Temía voltear pues hallaría a Carolina dispuesta a empujarla al abismo. Cerró los ojos hasta sentir otra vez el silencio sobre su cuerpo frágil y agotado. Al abrirlos una lágrima brotaba de la fuente de sus suspiros inútiles. Tomó el valor suficiente para voltear a su izquierda, Carolina ya no estaba. No la oyó irse. Tal vez por ello se acercó a la parte más cercana del abismo. Vio que abajo, una jovencita yacía inerte sobre el duro cemento de la calle. La tarde de estío terminaba así. Y la noche llegó de golpe.
UN ADIÓS SIN FINAL
E
l lazo amarillo que ella dejó colgado en la rama del árbol frente a mi casa como señal de despedida, ensalza hoy el orgullo por dejarla partir. No me importaron sus palabras o lágrimas caídas
a borbotones, ni la caricia suave de sus manos frías. La dejé partir como se olvida un mal recuerdo; sin saber que de la fragilidad de su alma un fantasma escaparía, llegando a buscarme a cuanto lugar me encontraba. Aquella primera mañana, después de salir apurado rumbo al trabajo, sentí que mis pasos no eran suficientes para atravesar la gran calle de la ciudad, no había mucha gente tan temprano y los autos parecían más apurados de lo normal. Nadie se dio cuenta de mi desconcierto al ir mirando mis pasos, uno a uno sonaban distintos sobre la acera, luego parecieron desorientados a saber, no estaba seguro si yo los dirigía; creía que esa parte de mi cuerpo no me pertenecía, eso duró hasta que llegué a mi centro de trabajo. Al fin, aliviado descansé estirando las piernas sobre el escritorio, contemplando lo que creí perdido, mis propios miembros que acaso se habían rebelado por unas horas. Jamás me había pasado algo similar, por ello decidí sacar cita para la próxima semana en el hospital.
El segundo día iba a ser de descanso para mi. Irremediablemente la recordé mientras tomaba el café pasado durante el desayuno. Ella era agradablemente especial durante las mañanas, tenía muchas cosas que contar y en un corazón como el de Silvia, nada se reservaba, pero para mi fue siempre un misterio. Sus palabras que hablaban de amor me sofocaban porque no sentía tanto afecto como ella por mí, confieso que me llegó a aburrir en algún momento, pero su alma pura hizo que la admirara; más que el amor, su carencia de imperfecciones hizo que la quisiese cerca. Cuando me dispuse a salir de compras, un silbido llegó hasta mis oídos, era como si algo estrepitoso llegara hasta mi mente con ese sonido; pese a que duró apenas tres minutos, en ese tiempo la recordé plenamente, cada rasgo de su semblante se proyectaba en forma de misil a mi pecho. La sentí conmigo nuevamente como había pasado ayer mientras caminaba confuso. Medité sobre aquellas circunstancias durante el resto de mi día libre. El tercer día fue quizá el más terrible, esperaba desde temprano que algo ocurriese, aun si me afectase, deseaba sentir algo de Silvia en mí. La lluvia de la tarde hizo que llamara a unos amigos, pues una extraña melancolía empezaba a abrumarme. Había creído que llegaría a quererla, sin embargo, un día me cansó verla tan etérea en medio de mi oscuridad. Llegué a desear que su felicidad acabara de golpe y la despedí sin motivo. La arrastré con firmeza hasta la puerta y le dije adiós, adiós para siempre. Supe que se había quedado llorando largo tiempo en la calle, junto al árbol donde había dejado el listón de su pelo. Luego se marchó a no sé dónde y nunca supe qué fue de ella, ni me interesó siquiera averiguarlo,
fue como romper cualquier vínculo desde ese momento, con el ser más noble que me prodigó un verdadero amor. Ahora, que recordaba todo su sufrimiento me estremecí casi sin querer, advertí tras la ventana el gastado listón amarillo que volaba al compás del viento, entendía ahora lo que me quiso decir sin palabras: adiós. Pero dudaba que fuera un adiós definitivo ante las circunstancias inusuales que había advertido. Cuando parecía me estaba comunicando con un amigo, su voz interrumpió de improvisto: “Hasta mañana, hasta siempre”. Pegué mis oídos aún más al teléfono con la sorpresa que expresaban mis ojos desorbitados y oí: “Hasta mañana, hasta siempre”. Nuevamente aquellas palabras se repetían y volvían a repetirse hasta confirmar que era su voz, la suave voz de mi amada desdeñada. Comprendí que era una especie de espectro lo que me perseguía porque supe hace una semana, por medio de uno de sus familiares, que Silvia se encontraba estudiando en otra ciudad. Se había recuperado de alguna manera y eso me alivió considerablemente. Luego de colgar el teléfono pensé en como liberarme de esta incertidumbre, lleno de preocupación caí rendido en un sueño profundo. Al despertar ya era otro día, inevitablemente debía ir al trabajo, y hacer como si nada estuviese ocurriendo. Pero saliendo apenas, llegué a escuchar una rara melodía que me perturbó y quise ir tras su procedencia. Parecía venir de la casa de al lado, una antigua construcción, pero nadie abrió la puerta cuando llamé. Ante mi insistencia varios vecinos salieron a mirarme compadecidos por mi enajenada actitud y aspecto, era bien sabido que nadie habitaba aquella casa y que nadie más que yo escuchaba esa melodía que empezaba a aterrarme. Con la mirada ausente busqué una solución,
pero mis pensamientos estaban más confusos, sentado en la puerta de mi casa divisé aquella cinta raída por el tiempo. Tal vez, la solución este en ella, la cogí con cautela como quien lleva una presea, tras su tierna forma me causó un estrépito, al desaparecer el vahído ritmo que golpeaba mi pecho. Fue el silencio una esperanza, también el listón que ahora amaría y cuidaría como jamás la pude cuidar a ella. Sabía que me había dejado parte de su alma en ese listón y no lo había comprendido antes. Tal vez pueda verla algún día, saludarla y ponerle su listón amarillo en el pelo, para que vuelva a completarse su esencia, y pueda ser la Silvia de antes, plena en su amor, íntegra como la había conocido, con lo mucho que me había querido.
Peregrinaje de los ausentes es un libro de cuentos que tiene por finalidad entretener y provocar en el lector alguna reflexión que pueda serle de utilidad. A través de situaciones comunes de la vida cotidiana los personajes se verán envueltos en eventos sobrenaturales que cambiarán sus destinos. Se aluden elementos de lo real maravilloso, cuya presencia es decisiva para componer las piezas de la presente estructura narrativa. El título sugiere la existencia de caminantes lejanos, tal vez olvidados al fin. Aquellos somos nosotros en el sendero de la vida. Constantemente dejamos momentos vividos sin meditarlo mucho (acciones, sensaciones, sentimientos, pensamientos), que en el transcurrir del tiempo serán arrancados y borrados en esta carrera efímera. Sin embargo, las huellas de lo idealizado, lo que habremos creado en nuestra imaginación y la ficción, nos permiten ser alguien más, tranfigurarnos y llegar a lograr lo imposible. Eso es lo que intentan los personajes de estos cuentos, no obstante, varios de ellos se perderán en el conflicto de sus experiencias y llegarán a tener un final no tan alentador. De cada uno de los lectores dependerá llegar a crear esas visiones, sea en el trancurso de la lectura de estos cuentos, o también en lo que viene realizando en su presente, que puede cambiar si le agrega un poco de imaginación a su realidad.