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Guillermo Tell

E

ntre las crestas heladas de los Alpes, en prados siempre verdes y húmedos, viven los suizos, hombres valerosos y amantes de la libertad. Dura es la vida en las frías montaña; pera la prefieren a la vida fácil de las llanuras, porque saben que la libertad florece mejor en las cumbres que en los valles. Sus aldeas, blancas y limpias, se enlazan a través de las montañas por empinados senderos tallados en la roca, y bordeado de cruces de madera, en memoria de los viejos sepultados por la nieve. Un valiente cazador fue el libertador de Suiza. Vivió hace seiscientos años y se llamaba Guillermo Tell. Los campesinos suizos lamentaba el triste destino de su patria, sometida entonces a la mas vergonzosa esclavitud. El gobernador Gessler, que ejercía la tiranía en el nombre del emperador de Alemania, insultaba a los pobres, pisoteaba a los humildes y atropellaba su hacienda y su honra. ¡Ay el que se atreviera a levantar la cabeza delante de el! Pastores, cazadores y leñadores, hombres esforzados y humildes de las montañas, veían con desaliento como día tras día el yugo del tirano pesaba más sobre su patria. Una tarde de otoño, cuando la tempestad se anunciaba cercando de espesa niebla la montaña, llego un leñador, con el cabello0 revuelto y los ojos desorbitados de angustia, a la orilla del lago de los cuatro cantones, y se arrojó de rodillas al barquero exclamando: -¡Sálvame en el nombre de Dios! Pásame a la otra orilla, que los jinetes del emperador me persiguen. Uno de sus criados atropelló mi choza, y con mi hacha le he dado muerte. ¡Sálvame, barquero!

Todos retrocedieron con espanto al oír estas palabras. El barquero miro con angustia al leñador y le dijo: -No puedo ayudarte; la borrasca volcaría mi bote y seguramente nos ahogaríamos los dos. El leñador lloraba con desesperación, arrodillado ante el barquero. De pronto un cazador se acercó a la orilla al oír los sollozos del fugitivo. Traía al brazo una ballesta y un haz de flechas a la espalda. Era Guillermo Tell, el famoso cazador de Uri. -¿Dejarás morir a este hombre – dijo Tell – a la orilla misma del lago, Que es su salvación? Es un hermano de esclavitud que ha tenido valor de rebelarse contra los tiranos. ¡Pronto, barquero, desamarra tu barca! - No puedo, Tell. Tú conoces, como yo, el remo y el timón, y sabes que nadie puede cruzar el lago en medio de esta furiosa tempestad. - Entonces, barquero, en el nombre de Dios déjame tu barca. Y desatando la barca, Tell salto a ella con el leñador y empuño en sus manos los remos. Cuando llegaron. Los jinetes, al verse burlados, Descargaron su rabia contra los otros campesinos. A la luz de los relámpagos, vieron a Guillermo Tell remar vigorosamente sobre las tormentosas aguas del lago. Todos los días corrían por las aldeas de las montañas noticias de nuevas desgracias y afrentas. En la plaza de Altford los esbirros del gobernador levantaron una lúgubre, para sepultar en vida a los que no acataban a ciegas la tiranía. Las oscuras y húmedas mazmorras aguardaban a los hombres libres; y para descubrirlos, Gessler ordeno colocar en la plaza, en la punta de un palo, el sombrero ducal, al que todos debían saludar respetuosamente, como si fuera el gobernador en persona. Todo el que se resistía pagaba con la vida.

Guillermo Tell se hallaba en su choza de la montaña cortando leña para el invierno, mientras sus dos hijos se ejercitaban en tirar la ballesta. Dejo el hacha, y sentándose junto al hogar dijo a su esposa: -Vergonzosa es la esclavitud de nuestra patria. Pero un día estallará en todos los cantones de la revolución, y entonces mi arco se unirá a las hachas y picas de mis hermanos. Gessler me odia, porque he salvado a un leñador que era perseguido por sus esbirros. Luego volviéndose a sus hijos, les dice: -Hoy bajo a la ciudad. ¿Quién de ustedes quiere acompañarme? Gualterio dejo su juego y corrió hacia el: -Yo iré, Padre; quiero andar siempre contigo y aprender a cazar. Tell se hecho sobre los hombros su zamarra de piel, Tomo su ballesta y sus flechas y emprendió el camino con el pequeño Gualterio. Cuando atravesaron la plaza de Altford, pasaron sin saludar el sombrero ducal alzado en el palo. De pronto los centinelas detuvieron a Tell con sus lanzas. -¡Daos preso, en nombre del emperador! Ningún hombre pasara por ese sombrero sin rendirle homenaje. Tell se revolvió contra los centinelas derribándolos. El niño lloro espantado al verlo luchar. De todas partes acudieron hombres y mujeres del pueblo. De pronto una voz gritó: ¡Plaza al gobernador! Y Gessler, seguido de su sequito, apareció en la plaza y se acercó al grupo. Al enterarse de lo sucedido, miro al famoso cazador con sonrisa cruel:

-¿Sabes, Tell, cómo castigo yo a los traidores y los rebeldes? La fortaleza de Altford tiene mazmorras que pueden acogerte el resto de tu vida. ¿Quién es ese niño que te acompaña? -Es mi hijo, señor, y lo quiero con toda el alma. - ¿No te daría pena verlo también en la cárcel, en un calabozo subterráneo? Pero no tengas miedo; voy a ofrecerte el medio de salvarte y salvar a tu hijo. Toma tu ballesta, famoso cazador, y veamos si a cien pasos aciertas a una manzana colocada en la cabeza de tu hijo. Si atraviesas la manzana, ambos quedareis en libertad. Ante esta bárbara propuesta, los hombres del pueblo retroceden asombrados. -¡Eso nunca! – Exclamo Tell, dejando caer la ballesta - . Prefiero morir. -¡No temas, Padre! – grito Gualterio -. Dame la manzana, que yo esperare sin miedo la flecha. Gualterio corrió a ponerse debajo de un tilo, colocándose la manzana sobre la cabeza. Los hombres apretaban los puños y las mujeres se tapaban el rostro, llenas de angustia. Gessler miro sonriendo a Tell, que estaba a punto de desplomarse. -¡Tira, Padre! No temas, que no me moveré. Al oír a su hijo, Guillermo Tell recobre su ánimo, miro fríamente al gobernador y pidió dos flechas. Guardo una en el pecho y puso y puso la otra en el arco. El niño esperaba sin temblar, en medio de un mortal silencio. Tell apunto con firmeza y disparo la flecha que, atravesando la manzana, fue a clavarse en el tronco del tilo.

Un murmullo de admiración y de gozo se levantó de todos los pechos. Gessler se mordió los labios despechado. Tell corrió a abrazar al niño conmovido y lo cubrió de besos. -Esta bien – dijo Gessler-. Eres un hábil arquero. Pero dime, ¿Por qué pediste dos flechas? Tell contesto mirándole severamente: La otra era para ti, si hubiera matado a mi hijo. Enfureciese Gessler ante esta respuesta y ordeno a sus esbirros encadenar a Tell. El arquero fue arrastrado hasta la orilla del lago y arrojado en la barca del gobernador para ser conducido a una lejana fortaleza, donde seria sepultado en vida. Pero una furiosa tempestad se desencadeno en el lago; y Gessler que estaba a punto de naufragar, recordó a Tell era, a la vez que un gran arquero, y un hábil piloto. -Poned a Tell en libertad para que se haga cargo del timón- ordenó Gessler. Guillermo Tell empuño el timón con la esperanza de recobrar su libertad. La tempestad rugía en el estrecho lago como una bestia enfurecida. Tell condujo la barca con maestría atraves de las negras olas y con un rápido viraje le acerco a un escollo. Entonces salto sobre una roca, abandonando Gessler con los suyos a su suerte. Trepó rápido entre los peñascos. Durante muchos días vago, por los agrestes picachos, rondando de noche su choza, a donde sabía que llegarían los esbirros del gobernador con el fin de ultrajar a su familia. Entre tanto Gessler había logrado salvarse del naufragio, y días después se encamino con sus soldados a la choza de Tell. El famoso

cazador, oculto en los árboles, lo vio venir; y cuando lo tuvo a tiro, le disparo una flecha desde lo alto de una roca, que fue a clavarse certera en el corazón del tirano. Gessler cayo de su caballo y murió en medio de sus criados, que le contemplaron sobre cogidos de terror. Corrió Guillermo Tell al pueblo a anunciar la muerte del tirano. Aquella misma noche en todas las cumbres de los Alpes se levantó el humo de las hogueras, dando la señal de rebelión. Las fortalezas de la tiranía fueron arrasadas y los opresores huyeron. El alba del nuevo día alumbro un pueblo libre de campesinos encallecidos en el trabajo, Que se abrazaban bendiciendo a Guillermo Tell.

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