Guía No. 32 CUARTA SEMANA (II) EL CRUCIFICADO HA RESUCITADO, EXPERIENCIA PASCUAL
REFLEXIONES PREVIAS Vamos a dedicar esta semana a renovar la experiencia de Jesucristo vivo que nos envía a continuar su misión. Conducidos por la consolación del Espíritu, reavivemos la pasión por anunciar, como los apóstoles: «Dios resucitó a Jesús de entre los muertos». La Congregación General 33 nos espolea cuando refresca la memoria de la razón de ser de nuestra vocación: «a ejemplo de Ignacio, la vida del jesuita tiene su raíz en la experiencia de Dios, que por medio de Jesucristo, en la Iglesia, nos llama, nos une, nos envía. Esta realidad la celebramos ante todo en la Eucaristía…El jesuita es hombre en misión»1. Y la Congregación General 34, nos recuerda también que: «es Cristo Resucitado quien nos llama y da fuerza para su servicio bajo la bandera de la cruz»2. Aunque el hecho mismo de la resurrección no tuvo testigos, es una realidad que podemos conocer por sus efectos. Jesús no vive por la fe de sus discípulos; no vive porque es anunciado, sino que es anunciado porque VIVE. A sus discípulos les pidió “no retenerlo”, no aferrarse a mediaciones imaginativas. Después de todo, el ámbito de nuestros sentidos es muy restringido. Durante cuarenta días -lapso de tiempo que en la Biblia marca una experiencia espiritual completa-, los acostumbra a otra presencia, a otro modo de encontrarse con él; deben pasar del lenguaje de los sentidos al lenguaje bautismal, al lenguaje de la fe. A los discípulos les sucede como al que está aprendiendo una nueva lengua, que primero traduce todo a su propia lengua, hasta que llega a dominar la nueva y no tiene más necesidad de traducir. Así, ellos traducen al comienzo la presencia del Resucitado a su lengua sensorial, hasta que empiezan a pensar con el lenguaje de Jesús resucitado. Los cuarenta días de experiencia de encuentro y conversaciones con él, que menciona Lucas, serían como una etapa de aprendizaje del lenguaje del Espíritu. Les queda claro, entonces, que el Jesús terreno es el resucitado; que el Cristo resucitado es Jesús de Nazaret, el crucificado, Jesús de Galilea. Es necesario que también nosotros nos situemos, o mejor, que seamos situados, en la misma longitud de onda de la resurrección. «Dios es tan misericordioso y nos amó con un amor tan grande, que nos dio vida juntamente con Cristo cuando todavía estábamos muertos a causa de nuestros pecados. Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación. En unión con Cristo Jesús nos resucitó, y nos hizo sentar con él en el cielo» (Ef 2, 6; cf Col l, 12; 3, 1-4). Aunque los elementos sensoriales de las apariciones se deben a los ojos de carne de 1 2
CG 33, d. 1, 11. CG 34, d. 2, 5.
los discípulos, lo pueden “ver” porque han resucitado con él, viven su vida. En nuestro caso, cada uno debe hacer la experiencia del Resucitado; en esta experiencia consiste ser cristiano. Creo en el Señor resucitado porque me ha resucitado a mí. Por eso las apariciones inducen a que nos impliquemos. Si lo creemos, nos transformamos. Lo subjetivo cuenta mucho, pero no es meramente subjetivo. Por eso debemos pedir la gracia de “alegrarnos” y de comprometernos con la nueva vida que él nos da. La resurrección, tal como la anuncian los apóstoles, no solamente concierne a la vida de Jesús sino también a la existencia misma de los que la afirman. Por lo que ella ha producido en sus propias vidas, les parece apremiante proclamarla y provocar en otros la fe en Jesús resucitado. En su propio “volver a la vida” han tenido los discípulos la atestación de la resurrección. De ahí la importancia de la apreciación de Ignacio: «considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della" (EE 223). FIN QUE SE PRETENDE Sentir alegría y gozo intenso por tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor. Es el momento propicio para consolidar la experiencia de ser amados, perdonados y llamados a colaborar en el Reino: «[ser jesuita es] reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús» 3. No se trata de borrar y de olvidar ingenuamente la cruz, ni de encubrir futuras dificultades con sentimientos de optimismo, sino de acceder a la plenitud de Jesús, en la fe; de esperar que a pesar de las contradicciones el Reino hace su camino y que la historia está preñada con una promesa de futuro, pues «con esa esperanza hemos sido salvados (Ro 8, 24)». GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR «Pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor»; para «participar en el inmenso gozo de Cristo y de la Madre», como expresa la edición Vulgata de los Ejercicios (EE 221). Es el don de una alegría completamente transparente, desinteresada. Una alegría intensa y espiritual. Pero para Ignacio, la experiencia del Señor resucitado implica a toda la persona y de ahí las notas y adiciones que pone para disponernos a la gracia de esta alegría interior durante la cuarta Semana (cf EE 226-229). Los encuentros con el Resucitado fueron y son provisionales e intermitentes. Hay que aprender a vivir de ellos – en consolación-, y sin ellos -en sequedad-, a lo largo de la vida de cada día. Esto se percibe muy bien en las muchas alternancias que presenta el sermón de la Cena: entre la presencia y la ausencia, la alegría y la tristeza, la visión y la 3
CG 32, d.2, 1.
oscuridad, el odio del mundo y el amor del Padre, la comprensión y la confusión, el ahora y más tarde. Todas parecen expresar la textura de la experiencia cristiana y nos remiten a las reglas de discreción de espíritus. Puede suceder que en un momento dado, todo se vea claro, pero luego vengan la incertidumbre y la duda. «El que está en desolación... piense que será presto consolado» (EE 321), y «el que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá» (EE 323). El oficio de consolar del Señor resucitado es el don del Espíritu con el que Jesús libera de los obstáculos que impiden ver, reconocer, alegrarse con su presencia. A María Magdalena la libera de sus lágrimas y desespero, a Pedro de la culpabilidad y el remordimiento, a los de Emaús de su desesperanza y tristeza, a Tomás de la incredulidad y obstinación. ¿Y a mí, de qué me libera? Esta consolación es a veces inesperada, «sin causa». Otras, lenta y mediada. La Magdalena necesita “volverse” y oír que Jesús la llama por su nombre; los de Emaús requieren el alimento de las Escrituras y de la Eucaristía; en el lago hace falta ver las redes cargadas de peces. De todos modos, los inquieta la duda y un cierto espanto (Mt 28, 17); pero luego se disipa toda duda (Jn 21, 12). Así fue también como Ignacio reconoció la trayectoria de su propia experiencia espiritual (cf Autob., 30). TEXTO IGNACIANO En las catorce contemplaciones que ofrece el texto para la cuarta Semana (EE 299312), Emaús y Tiberíades ocupan el 5º y 8º lugar. Cada ejercitante podrá libremente escoger para su contemplación entre la multitud de opciones: - la aparición a Nuestra Señora; - la que relata Juan a María Magdalena (cf Jn 20, 11-18 y EE 300); - la aparición a Pedro: «Primero. Oído de las mujeres que Cristo era resucitado, fue de presto Sant Pedro al monumento. Segundo... vio solos los paños... y no otra cosa. Tercero. Pensando... en estas cosas, se le apareció Cristo, y por eso los apóstoles decían: “verdaderamente el Señor ha resucitado y aparecido a Simón”» (EE 302; cf Jn 20, 1-10; Lc 24, 9-12); - a los discípulos «congregados por el miedo de los judíos», - a Santo Tomás, “incrédulo”» (EE 304305; cf Jn 20, 19-23 y 24-29); - a los discípulos... en el monte Tabor (EE 307; cf Mt 28, 16-20). Hemos seleccionado para esta Guía las apariciones de Emaús y Tiberíades por ser las narrativas evangélicas más abundantes, ricas en datos y con un dramatismo interior al relato mismo. Además, son prototipo de las manifestaciones más particulares (Emaús) y de las que se pueden considerar como “institucionales” o “eclesiales” (Tiberíades); ambas exclusivas de los dos evangelistas que las narran, Lucas y Juan. Trataremos de proponerlas con alguna ayuda exegética, con la teología de los evangelistas que las relatan y en la perspectiva de la “resurrección según San Ignacio”. Tengamos en cuenta las indicaciones que deja el texto para toda la cuarta Semana.
La primera aparición, a nuestra Señora (EE 218-225), queda como pauta para todos los ejercicios siguientes (EE 226). Cinco puntos propone el texto ignaciano para las contemplaciones: los tres primeros se refieren a ver las personas, oír lo que hablan, mirar y considerar lo que hacen; el cuarto: «considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della»; el quinto: «mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros». La contemplación acaba con un coloquio. Es bueno recordar las explicaciones que acerca de los coloquios deja San Ignacio en los nn. 54 y 199. Hablar libre y espontáneamente, como un amigo habla a otro o un siervo a su señor, pidiendo, comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. •«Se aparece a los discípulos que iban en Emaús hablando de Cristo» (EE 303; Lc 24, 13-35). 1) Características de Lucas en su manera de presentar la resurrección: para él, todo lo que hace referencia a la resurrección pasa en un solo día, el primero de la semana, quizás para dar base histórica a la celebración del domingo. Todo acaece en Jerusalén: allí aconteció y debía acontecer la muerte de Jesús y allí deben permanecer los discípulos hasta que venga el Espíritu prometido; partiendo de la ciudad, comienza la misión a todo el mundo. Por eso, el mero hecho de salir de Jerusalén o regresar a ella en este episodio, tiene carácter sintomático y simbólico. El mensaje pascual de Lucas es bastante completo y podría resumirse así: de la ausencia, por el recuerdo (“memorial”), al encuentro, y a la misión, en comunidad. El capítulo 24 es la constitución de una comunidad celebrante y misionera, en torno a la persona de Jesús resucitado, que parte para ellos su pan. En Emaús nos describe una experiencia personal del resucitado, por parte de dos testigos secundarios, experiencia que los integra a la comunidad del nuevo Israel y que se apoya en la experiencia de la comunidad de Jerusalén y en la de Pedro. Toda la estructura del episodio está centrada en el anuncio: Jesús está vivo, manera típica como proclama Lucas la resurrección. 2) Destacamos dos elementos que pueden ser de utilidad para el fin de los Ejercicios: la experiencia personal de encuentro con el Resucitado; y el lugar principal que les cabe a la Palabra de la Escritura y a la Eucaristía, en el reconocimiento del Señor. a) Una experiencia personal de encuentro con el Resucitado El episodio es análogo a otros del Antiguo Testamento: un personaje divino toma forma humana para tratar con los hombres y luego desaparece. Lucas aquí retoca y arregla, para acomodar la narración al personaje tan especial que es Jesús resucitado: alguien a quien ellos conocieron, que convivió con ellos, en quien habían puesto sus esperanzas y
que había sido crucificado. Ahora es Señor. Jesús no se presenta con apariencia distinta, regresa como otros peregrinos, se les acerca y comienza a caminar con ellos. Si no lo reconocen es porque el cambio debe producirse en ellos mismos, que han de abrir los ojos hasta ahora cegados. Un mundo nuevo, en el que van a comenzar a vivir, se les va a hacer presente en y por Jesús. Ellos habían esperado... pero los hechos crudos acabaron por sepultar sus esperanzas y ahora se marchan de Jerusalén. Jesús se mezcla en su conversación, «pero, aunque lo veían, algo les impedía darse cuenta de quién era». Para quien tiene el corazón vacío de esperanza y está ocupado en sus recuerdos, hay poco sitio para los demás y para Dios. Sin embargo, acceden a la interpelación de Jesús. Lucas describe progresivamente la experiencia del re-conocimiento, presente en todas las apariciones. Desde el vacío de la decepción, el recuerdo se va haciendo más fuerte, iluminado por las palabras del peregrino, que les explica las Escrituras; se va encendiendo la esperanza y comienzan a ser embargados por una emoción profunda que culmina en la invitación a quedarse con ellos «porque atardece y el día ya va de caída». Ya en casa, durante la comida, la experiencia culmina en un gozo que necesita ser compartido. En una narración de gran finura, se relata cómo se va pasando del anuncio: «está vivo», a la experiencia del Viviente. El relato guarda muchas semejanzas con la parábola del buen Samaritano. El Resucitado es para aquellos peregrinos, a quienes les han robado todas sus esperanzas, el Buen Samaritano que se les acerca y comienza a caminar con ellos, los reanima con la unción de su Palabra, los acompaña hasta la aldea, les parte el pan y los deja al cuidado de la comunidad hasta que vuelva (cf Lc 10, 25-37). b) La Palabra y la Eucaristía en el reconocimiento del Resucitado Lucas insiste en lo cerrados que estaban «los once y sus compañeros» a la resurrección; tanto, que les parecía desvarío lo que decían las mujeres. Todos los testimonios no les bastan. Cleofás y su acompañante se habían quedado con la imagen prepascual del profeta poderoso en obras y en palabras, la tristeza y el desconcierto les tenían ahora los ojos retenidos. Por medio de las Escrituras esos corazones «tardos e insensatos» para creer, se van convirtiendo en corazones ardientes (24, 32). Por la Palabra van a descubrir que el destino escandaloso de Jesús era en realidad coherente con el designio de Dios Su esperanza se cumple justamente en lo mismo en que se sentían defraudados, porque las Escrituras anuncian a Cristo crucificado y resucitado. Sin Cristo hay un velo en los corazones para leer las Escrituras (cf 2 Co 3, 12-18). Con esta primera iluminación de la Palabra surge en ellos un deseo y una petición: «quédate con nosotros». Allí se va a pasar del no-reconocimiento al reconocimiento pleno, en la fracción del pan (24, 16 y 30).
Las manifestaciones del Señor se realizan en el contexto de la mesa compartida. No una mesa cualquiera, sino la mesa de la intimidad. El reanudar la comunidad de mesa con sus discípulos se convierte en el espacio del re-encuentro y del pleno reconocimiento del resucitado. Aquí, en Emaús, el pan que les iba dando era su cuerpo entregado; «en ese momento se les abrieron los ojos (24, 31). El partir del pan los transforma y a su vez los envía a transformar la historia en el sentido del señorío de Jesús. En Lucas encontramos un mensaje pascual que orienta derechamente hacia el futuro, para vivir con la presencia del resucitado, que es Espíritu; pero al mismo tiempo, con una referencia muy clara al pasado, a todo lo que dijo e hizo Jesús en Galilea y a lo que Dios ha revelado en toda la Escritura. Nos presenta el contacto con el Viviente, real y corpóreo que camina con nosotros, presto a compartir su pan y su palabra. Elementos todos muy bien recogidos en los puntos que propone el texto (EE 303). •«Jesús aparece a siete discípulos que estaban pescando» (EE 306; Jn 21,1-17) - «Primero. Aparece a siete de sus discípulos que estaban pescando, los cuales por toda la noche no habían tomado nada». Después de toda una noche de trabajo estéril, atendiendo a su indicación, obtienen una pesca abundantísima. El tema central, aquí, es la relación que se debe tener con Jesús en el trabajo de la misión. La condición esencial para producir fruto es amar como Jesús y escrutar la voz del Espíritu, que indica la dirección del trabajo. Son 7 discípulos y no 12, para indicar la misión a la totalidad de las naciones y no solo a las doce tribus de Israel: es ya una comunidad abierta a lo universal. Pedro lleva la iniciativa, los otros lo siguen cuando va a pescar. La noche es la ausencia de Jesús: «viene la noche, cuando nadie puede trabajar» (Jn 9, 4); «ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí» (Jn 15, 4). Cuando se hace día, Jesús está en la orilla. Siguiendo sus palabras encuentran el lugar de los peces. - «Segundo. Por este milagro San Joan lo conoció y dijo a Sant Pedro: “el Señor es”; el cual se echó en la mar, y vino a Cristo». - «Tercero. Les dio a comer parte de un pez asado y un panal de miel; y «encomendó las ovejas a San Pedro, primero examinado tres veces de la caridad, y le dice: “apacienta mis ovejas”». «Sólo el que tiene la experiencia del amor de Jesús, sabe leer las señales. Pedro se tira al agua: ahora está dispuesto a arriesgar la vida. Jesús les ha preparado el desayuno. Sobre las brasas hay pescados y pan; y Jesús realiza el gesto litúrgico conocido por los discípulos, que les recuerda las comidas del Jesús histórico con los pobres y los pecadores. La Presencia se hace alimento, el banquete del Reino se anticipa. Compartir el pan, el amor, la vida, sigue siendo signo de Pascua... Necesitamos prender de nuevo el fuego y compartir
el pescado y el pan. Necesitamos alargar nuestras eucaristías hasta la mesa de los pobres»4.
La comunidad vive de dos cosas: del amor a Jesús, y de su misión, que es el amor a los hermanos. En el relato se suceden dos momentos de un mismo amor: el esfuerzo del trabajo y el gozo de la comida con Jesús. A ninguno se le ocurre preguntarle: «¿quién eres tú?», conscientes de que es el Señor. Este ver a Jesús es lo que ha procurado todo el itinerario de los Ejercicios. En el diálogo de Jesús con Pedro, Juan inserta la interpelación para resolver el problema pendiente de las negaciones. Jesús lleva a Pedro a dejar su deseo de preeminencia y a aceptar la muerte. Lo invita a seguirlo como amigo («¿me quieres?»). Pedro quería un Mesías dominador, no un Mesías servidor, humilde y amigo a su nivel. Intentó seguir a Jesús por su cuenta, tomando la iniciativa y acabó negándolo. Jesús lo confronta en su terreno: «¿Me amas más que estos?». Pedro, que lo ha negado por miedo a la muerte, no puede ya decir que sí a ese “magis”. En su respuesta quita el comparativo y responde con un verbo diferente: «tú sabes que te quiero»; se remite al parecer de Jesús mismo, que lo conoce bien. La confirmación del amor que Pedro manifiesta con humildad, será la entrega a los demás. La misión de apacentar las ovejas está representada por dos figuras: como una pesca (pescador de hombres), que es traer hacia adentro, del mar del mundo; y como un pastoreo, que es ir hacia afuera, al nuevo Israel. En la misión algunos notan otros cambios sugerentes (¿finuras de exégesis?): Jesús comienza encomendando los corderos, es decir, los “pequeños” y sigue con las ovejas, todo el rebaño. "Apacentar”, que es dar alimento, dar pan, dar vida; "pastorear", que es guiar la comunidad, entregándose por amor, dando la vida. SUGERENCIAS PARA DISTRIBUIR LA SEMANA Con la libertad que aconseja San Ignacio para esta cuarta Semana (EE 277-228), cada uno escogerá, entre la abundancia de narraciones indicadas arriba, las que piense que más le ayudarán. Una lectura provechosa para estos días es el texto de la CG 34 sobre Cristo Resucitado (d.2, 5): ha iniciado una nueva presencia en el mundo; es el primogénito de entre los muertos, presencia amorosa que nos cura de las heridas de la crueldad y de la muerte; sigue convocando a todos los pueblos junto a él para crear una humanidad nueva en el Espíritu. Todas las hostilidades humanas se curan en él. Ver Anexo No. 15: Al encuentro con el Viviente, de Xavier Léon-Dufour.
4
Cf CODINA, VÍCTOR, S.J., Parábolas de la mina y el lago, ¡Es el Señor! La parábola del lago, Ediciones. Sígueme, 1990, pp. 262ss.