Un caballo corría veloz por el empedrado y polvoriento camino de Toulouse. Sobre él, un buen caballero con la santa y roja cruz de zarpas rojas bordada en la sobrevesta, cabalgaba pensativo aferrando con fuerza las riendas de su blanco corcel. Gavin, que así se llamaba el joven cruzado, acaricio las crines del cansado palafrén pidiéndole un último esfuerzo. Su presencia era indispensable en la capital del Garona y no sabia si cuando llegase encontraría a algún aliado con vida. No sabia ni porque se dirigía al condado enemigo de su familia ni a quien encontraría allí, pero la alta Maitresse a cuyas ordenes estaban tanto él como todos los primogénitos de la familia Montbard de Bethunne, le había enviado ordenes precisas con el inconfundible sello de una copa, el santo grial. A su izquierda como salidas de la bruma empezaron a despuntar las primeras y las más altas de las torres de la real Carcassone. Poco después el camino se dividió en dos en el mismo punto donde un poste ensañaba su putrefacto contenido a los que por allí pasaban desde una estrecha jaula que pendía de la parte superior. Gavin fijo sus bonitos ojos verdes en los negruzcos y tironeados parpados de la cabeza de algún pobre campesino del Langedoc que habría sido acusado de brujería por hereje y ajusticiado por algún perro dominico con el real consentimiento de Luis XII, rey de la emergente potencia del Reino de Francia, la misma Francia que amenazaba la independencia de Occitania, del Langedoc y los herejes cataros. Catari… Estaba bien claro para el como para la orden secreta a la que pertenecía, que la intención de acabar con estos por parte de la curia romana, era mas un movimiento estratégico que una pura cuestión de religiosidad y fe. La podredumbre romana apestaba sobre cualquiera que fuesen sus decisiones pero aquella corrupción no bastaba para impedir que su fe en cristo fuera inquebrantable y su compromiso con dios ineludible. ¡Ihaaa! El blanco corcel salio como un rayo hacia Carcasone cuando el joven caballero lo volvió a espolear, estaba anocheciendo y los caminos se volvían inseguros incluso para un caballero ungido y consagrado a la Santa Virgen Maria. Y si el demonio habitaba incluso dentro del mismísimo Vaticano era de esperar que los recónditos caminos rodeados de muertos y oscuridad le fueran aun mas propicios, aunque seguramente no tan provechosos. En Carcasone esperaba su guardia y no vendrían de más unos cuantos guerreros que poner a su causa y asesinar al taimado conde de Montfort. -¡Quien va!- Una voz que provenía de una de las innumerables barbacanas que permitían el acceso a la muralla exterior de la ciudad le aviso de que estaba siendo vigilado. Gavin se acerco un poco mas a la luz del farol que se encontraba junto a la puerta de madera-¡Templi Militum! He oído que mi compañía se encuentra aquí- Por unos instantes el silencio reino y de repente el chirriante ruido de las poleas empezó a alzar el rastrillo de una de aquellas numerosas puertas de las que contaba la enorme y poderosa muralla de Carcassone. Gavin paso al fin por debajo de la maciza verja de hierro forjado y presento sus credenciales al capitán de reten nocturno que encontró al otro lado de la defensa corrediza. Del puesto de guardia se dirigió tranquilamente hacia el corazón de la ciudad y cuando iba a llegar a la plaza del castillo, torció hacia la siniestra adentrándose en una estrecha y oscura calle hasta que vio el cartel de la “La Tour de Merlin” donde, pensó, se encontraría con Xacbert y los demás caballeros de la libre Occitania ¡Las espadas se encargarían de iluminar el cielo en aquella noche de luna nueva!