Especial Groenlandia 5

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GROENLANDIA ESPECIAL NÚMERO CINCO (SUPLEMENTO DE REVISTA GROENLANDIA)

Ana Patricia Moya Pepe Pereza Gsús Bonilla Luisa Fernández Luis Amézaga \ Adolfo Marchena Eva Márquez David Gónzalez Jesús Suárez Roberto Arévalo Oscar Varona

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Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada en Humanidades por la Universidad de Córdoba. Ha desempeñado diversos trabajos. Actualmente, es directora y editora de Groenlandia. Ha editado el poemario “Bocaditos de Realidad” (Groenlandia, 2008). Ha publicado en diversas revistas, digitales e impresas. Sus poemas han sido traducidos al inglés, al catalán y al italiano. Ha terminado sus dos próximos poemarios, “Material de Desecho” y “Píldoras de Papel”, y está escribiendo el cuarto, “Yo soy lo que dicen mis manos”. Tiene novelas y libros de relatos inéditos. Próximamente, aparecerá en una antología poética.

Poemas de “Yo soy lo que dicen mis manos”

Abriéndome la sesera ¿Cómo te encuentras, Ana? Me encuentro bien a pesar de que me traicionaba en ese colchón compartido, de que estudiar carrera de letras es un complicado pasatiempo, de que mi trabajo es una puta mierda, de que mis padres están enfermos, de que mis hermanas siguen peleando, de que mi futuro por ser anónima, joven y mujer es aterrador como la boca de un lobo…

…a pesar de todo, “amigo psicólogo”, estoy bien.

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En el silencio de la noche (II)

Le lloras a la almohada y a mí, en silencio.

Pero… ¿quién limpiará mis lágrimas? ¿Tú?

¿O mi conciencia?

Jamás tuve derecho a la redención.

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El vecino La quiero tanto… es tan bonita… no puedo evitarlo: es verla por la calle del barrio, verla trabajar en el supermercado de la esquina o verla hablando con sus amigas en su terraza, y me emociono. Huele tan bien… quiero que sea mía. Yo me acerco para sacarle unas palabras, pero ella, o hace como que no me ha visto y acelera los pasos para evitarme, o me rechaza tajantemente. Mujeres… son tan desconfiadas. Hoy ha sido otro día triste: no me ha dejado que le hable, se ha enfadado conmigo mucho y ha montado un escándalo vergonzoso; me he tenido que ir de allí, apresurado, y molesto por su insensible actitud. Regreso a casa, me tomo una cerveza y, mientras enciendo el televisor para ver el partido de fútbol, rompo la quinta orden de alejamiento. Dios. Es tan guapa… la amo, la amo tanto… si una vez fue mía, lo volverá a ser de nuevo. Si no es por las buenas, será por las malas.

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Simplemente humana

Aquí estoy, acostada al lado de esta mujer por la que suspiraba desde hacía meses. No es un sueño: ella duerme profundamente, y su cuerpo está tan próximo, tan cálido, que me hace temblar. Le acaricio la cara, con dedos dubitativos; ahí está su perfume mezclado con sudor. Quiero más, quiero llenarme de ella. Mis labios quieren probarla de nuevo, cerciorarse de su sabor no imaginario. Sí… parece un sueño. Compensa los meses de angustia vividos… recuerdo

el

primer

encuentro,

los

sentimientos

correspondidos, su rechazo por la excusa de que tenía novio; el juego del tira y afloja: no soltaba la mano de su hombre pero aprovechaba cualquier ocasión para rozar la mía. Yo seguía sola, ella, bien acompañada. La ruptura. Y el reencuentro casual… un momento… no… espera… nada en esta puta vida es “casual”. Joder… Dios… ¿tan poco valgo, tan sola me siento para haber accedido a echar un polvo con ella? ¿Qué hago en esta cama de hostal con una caprichosa que ahora me dice que me quiere? Me invade la rabia. La despierto brusca, con un beso profundo, devorador, a mordiscos: ella me agarra la cabeza, se queja, pero me deja hacer. Eso haré: me la comeré cruda las veces que quiera hasta que mi conciencia se ensucie. Y cuando me sacie, la dejaré tirada, como ella hizo conmigo. La voy a marcar de arriba abajo, voy a dejar huellas por todos los rincones de

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su piel, y me da igual si le hago daño con los dientes o le araño hasta hacerle sangrar. Voy a cobrar lo que me debe, voy a desgastarla hasta que me sienta compensada por esas interminables noches de lágrimas y pesadillas, terribles pesadillas en las que salía ella y su antiguo amante. Y cuando termine, la dejaré ahí, para que llore, que suplique, que siga mintiendo, que me increpe por ser tan mala persona por desaparecer sin darle explicaciones: soy, simplemente, humana. Como ella. La soledad ha ganado la batalla: mi carne es debilidad. Pero mi orgullo, es indestructible.

ANA PATRICIA MOYA 7 RODRÍGUEZ

Ex actor de cine y teatro. Guionista de cine. Director de cortometrajes. Es autor de libros de relatos, muchos de ellos publicados en diversos blogs y revistas. Ha publicado algunos poemas en una editorial de provincias.

El vagabundo Eduardo se parecía a Robert De Niro. De hecho, si los hubiesen presentado como hermanos gemelos, nadie hubiera dudado, porque su parecido era asombroso. Pero Eduardo no encajaba en esos ambientes porque él era un vagabundo resentido con el lujo y el buen vivir. Su vida se reducía a vaciar cuantas más botellas mejor, dormir la mona y luego seguir bebiendo. Siempre estaba metido en peleas de borrachos, ya fuera por defender su territorio en un banco del parque o su parcela de barra en un garito. Había pasado tantas veces por urgencias que allí todo el mundo le llamaba por su nombre, mejor dicho, por su apodo: De Niro. Eduardo se había aprendido algunas frases de las películas de Robert De Niro y las interpretaba imitando sus gestos y voz, mejor dicho, la

voz del doblador, porque Eduardo no sabía

inglés. Cuando veía algún bebedor con la cartera llena, se le acercaba y le hacía una de sus imitaciones. Con un poco de suerte, le sacaba unos euros que inmediatamente reinvertía en alcohol. Otras veces eran los propios clientes los que le incitaban: - ¡Eh! Deniro, por qué no te arrancas con una de las tuyas. Y Eduardo iba, les hacía una de sus imitaciones y los clientes agradecidos, le invitaban a uno o dos tragos. El tiempo fue pasando, y por el rostro de Eduardo parecía que hubiese pasado

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dos veces. El alcohol, la mala vida y las peleas le fueron degradando física y mentalmente. Debido a una infección de encías, fue perdiendo dientes. Luego, se rompió la nariz al caerse por unas escaleras y a los pocos meses, le vaciaron un ojo de un botellazo. Ya no se parecía en nada a Robert De Niro, la gran cantidad de cicatrices y golpes recibidos le habían deformado tanto el rostro que cuando hacía sus imitaciones ya nadie reconocía al actor en él y no le veían la gracia. Le siguieron llamando DeNiro, más que nada, por la fuerza de la costumbre aunque muy pocos se acordaban de que hubo un tiempo en el que se pareció asombrosamente al gran actor. Un día apareció tirado en un callejón con cinco puñaladas. Parecía la escena final de uno de esos films sobre mafia italiana en los que De Niro siempre era el protagonista.

9 PEPE PEREZA

Jesús Bonilla Mansilla (Badajoz, 1971). Artista – poeta, “cuentista” e ilustrador autodidacta. Miembro fundador de la Asocación Cultural “La Vida Rima”. Coordinador de la revista literaria “Al otro lado del Espejo”. Colabora en revistas y fanzines como “Es hora de embriagarse con poesía”, “Delirio”, “Provocación”, “Cruce de Caminos”, “Shiboleth”, etc. Aparece en la antología “Bukowski Club, Jam Session de poesía 06/08”.

La bestia No consigo recordar qué es un hada, aunque es verdad que a mi cabeza vienen ráfagas de imágenes, pero todas ellas borrosas; esto suele sucederme en esas horas en las que las primeras luces quieren hacerse hueco en la mañana. Todo empieza con unos ojos carbón encajados en un rostro sucio de piel quebrada, joven, demasiado joven diría yo. Son segundos, no termino de memorizarlos, se corta, de repente se corta; es ahí cuando parece que no puedo respirar. Hago un esfuerzo,

lo

consigo.

Respiro,

a

continuación

unas

alas

transparentes con heridas muy visibles yacen al lado de un cubo de basura y desperdicios, junto a ellas, una niña vestida con harapos llora arrodillada. Entonces, despierto sobresaltado. Comenzaba a sedarla, y poco a poco iba cerrando los ojos, al ritmo y acorde de mi voz, que dictaba secuencias imposibles de personajes inverosímiles. Ahí es cuando uno se percata de la escena, y es capaz de resolver el enigma que hay detrás de sus ojos. Hay que ser ágil y apresurarse, antes de que el sueño venza a la atención. Antes de que el mismo sueño también acabe conmigo. Leía cuentos ingenuos prácticamente a diario a mi hija, y yo también sentía ese cosquilleo que sólo los niños

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son capaces de experimentar bajo la luz tenue de una lámpara, envueltos con la sábana, cubriéndose el rostro, hasta la nariz, sin apartar la vista del haz de luna que atraviesa los orificios de la persiana y traspasa el cristal impoluto de la ventana. Una noche, ella, supo de la mentira de los cuentos. Del engaño y la patraña. Una noche dejé de ser el bondadoso progenitor, para de repente, ingresar en el índice del bestiario que dibuja los miedos de todos los chiquillos, empezando por la sangre de mi sangre. Si alguien se hubiese acercado a la cama en aquel momento habría asistido a un terrible espectáculo. Y la historia hubiese sido otra.

GSÚS11 BONILLA

Escritora (de novelas, cuentos, microrrelatos), poeta, dibujante e ilustradora. Ha publicado en diversas revistas, digitales e impresas. Ha obtenido varios premios por sus textos. Tiene tres poemarios inéditos y cuatro novelas. Está comenzando la siguiente y no descarta la posibilidad de crear un libro de relatos.

Las sombras de tu herida Supe de ti por tus pisadas de lobo en el duro barro que se heló tras tu partida. Seguí los surcos de tu frente -memoria colectiva, pañuelos rojos, versos de tu pueblo y de poetas-, el áspero arado de tu huella en los cuadernos sin tapas, escritos con el lápiz de un minero. Y fui yo, apenas una niña, aprendiz precoz de una literatura de gente humilde, la que leyó la esquela anticipada de tu muerte entre renglones. Supe entonces a qué sabía la pérdida: a tierra roja, a óxido, a sudor, a días incontables como noches. a manos agrietadas de promesas. Ahora, tu voz reverbera nítida y cruda, abriendo brecha, veta mineral en las tinieblas de esa ausencia. La misma que amargamente cicatriza en los versos de mi boca, y se hacen cruces rogando en esta áspera piedra que ahora piso.

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Servicio de Compañías S.A Cuando llegué a casa de Madame Crusoe llevaba el corazón en la boca. Reconozco el impacto que me ocasionó la sola visión de la anciana. Ya de entrada, atisbé en ella la predisposición a aceptar cualquier cambio en su agenda del día. - Ambrosius, Madame, para servirla - me presenté, aguantando las ganas de estornudar que me estaba ocasionando el olor a naftalina. Ella lanzó un gritito, cuando menos feliz, y cabeceó al compás de unos cascabeles inexistentes. Cerró la puerta y adoptó un aire de vampiresa octogenaria, dejando caer a sus pies la bata de seda y marabú, que hacía escasos minutos lucía sobre los hombros. Luego, miró por encima de sus lentes de avispa con ojos seductores y parpadeó totalmente convencida de sus encantos. Se detuvo en mi anatomía. Me escrutó como a un artículo en rebajas. - Bonitos pantalones - me indicó, rozando con su dedo huesudo el pespunte de uno de los bolsillos. Y después de un sondeo concienzudo a mi trasero, me preguntó - ¿Eres el sustituto de Peláez? Yo asentí.

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- Me manda la agencia… - le informé intentando ser coherente, mientras ella asomaba sus pechugas, insinuante, por el escote de su picardías negro- He traído lo acordado… - dije, señalando la maleta - Ya sabe, los billetes y mi equipaje. Desdeñó mi observación y se dirigió, dando pasos de ballet, hasta un viejo gramófono que reposaba sobre una cómoda. Lo puso en marcha, tarareando. Al instante, los acordes de Por una cabeza, de Carlos Gardel, inundaron la estancia. Ella cogió un clavel de plástico de uno de los floreros y lo sujetó con los dientes por el tallo. Se cimbreó con donaire y me invitó a bailar. - ¿Te gustan los tangos, Ambrosius? - aleteó con labios de amapola. No le respondí. Me limité a seguir el ritmo con pies de plomo, intentando no pisarla. - ¡Verás lo bien que lo vamos a pasar en París, ma cherrie! – exclamó con voz cantarina - El hotel Lafayette tiene mucho encanto. Y qué decir de la Ópera Garnier. Todo un lujo. Hizo un volatín con una de sus piernas y la encaramó a mi cuerpo a modo de serpiente sibilina. Arqueó su espalda con violencia (creo que luego disimuló su dolor de riñones con varios golpes de pelvis y un rictus dramático), mientras no dejaba de repetirme: “bomba, lo pasaremos bomba”. Yo, hasta entonces,

había

intentado

armarme

de

valor.

Peláez

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fue

minucioso a la hora de darme los detalles exactos de sus encuentros con Madame Crusoe. Es un tanto excéntrica. Yo me limito a seguirle la corriente.

Es sólo cuestión de mentalizarse.

Cuando termino me doy una ducha, y listo. Pero yo no me veía en el papel. Había algo en la anciana que no acababa de convencerme. Seguro que era ese lunar con pelos en la barbilla que parecía cobrar vida cuando ella se me acercaba. “¿Estás bien armado?”, me susurró, ajena a mis conjeturas mientras sentía en mi entrepierna una de sus manos como un cepo de huesos. “Tómame, Ambrosius, soy toda tuya…” A esas alturas, el gramófono había terminado de desgranar los últimos acordes del tango y producía un sonido arañado. Ella, dejando caer los tirantes de su combinación, caminaba de espaldas hacia una de las habitaciones con gestos calibrados, hasta desaparecer tras el quicio de una puerta. Desde allí me llamaba “Anbrooosiuuus… Ambrooosiuuus…” con un toque musical. Yo cogí la maleta y fui a su encuentro. Una vez en la habitación, y con madame Crusoe en todo su esplendor sobre la cama, cual pastelillo en un anaquel de escaparate, saqué las esposas, la mordaza, el látigo, y el verdugo de cuero tachonado. Mientras me lo ponía, ella sacaba la lengua como una viborita siguiendo un rastro de feromonas, y tiró de mis pantalones. El velcro cedió con facilidad a la presión de sus manos. ¡Chico malo, Ambrosius, malo, malísimo! Me susurraba con lascivia. Y fue cuando no aguanté más. Saqué el arma de la maleta, apunté y apreté el gatillo. Fue tan rápido que ni ella se percató de que aquel revolver no era parte del atrezo.

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Sentí maullar desde el salón. Al poco, vi cómo un esbelto gato se encaramaba de un salto al cadáver de madame Crusoe y lamía la sangre que había comenzado a manar del pecho de la anciana. Era Atila, un siamés tan viejo como su dueña. Lo reconocí de la foto que Peláez llevaba en la maleta. Fui a la cocina, cogí un cuenco y lo llené de leche. El minino la lamió con verdadero deleite. Aquello lo consideré un gesto de última y postrera voluntad hacia Peláez que dijo haberle cogido cariño al bicho. Como si él, antes de “suicidarse”, me hubiese hecho heredero de todos sus secretos contenidos en su maleta. Lo único que me restaba era desvalijar la caja fuerte y salir hacia Berlín con los billetes que él mismo, había ido a recoger por la mañana.

16 LUISA FERNANDEZ

Luis Amézaga (Vitoria, 1965). Colabora en diversas revistas literarias, así como en distintas antologías de relatos y poesía. Autor de “El Caos de la Impresión” (Madrid, Vitrubio), “A Pesar de todo… adelante” (Canarias, Baile del Sol), “Dualidad: onda\particula” (Premio Literario Café Mon 2008), “Bolsa de Canicas” (premio de la Revista Literaria Katharsis 2008), “El Gotero” (Revista Groenlandia) y “La mitad de los cristales”, escrito de forma conjunta con el poeta Adolfo Marchena. Adolfo Marchena (Vitoria, 1967). Codirige la revista “Amilamia”, junto a José Luis Pasarín Aristi, con quien publica, en 1992, el libro de poesía “Cartapacios de Lucerna”. Ha publicado en revistas literarias impresas y digitales. Ha publicado el libro de poesía “Proteo; el yo posible”. Sus poemas han sido traducidos al alemán, francés, euskera y árabe. Ha publicado recientemente dos libros digitales: “La reconstrucción de la Memoria” (Groenlandia, 2008) y “Planta de Neurocirugía” (Editorial Remolinos, 2008).

Textos de “La mitad de los cristales”

Vivir alegremente El literato se cuestiona si merece la pena seguir escribiendo. alegremente,

Si

no

merece

más

satisfactoriamente,

la

pena

vivir

despreocupándose

de todo y de todos. Un ácrata en el desierto escupe a un escorpión de picadura mortal. El literato ha escrito veinte libros de poesía y quince novelas pero no ha publicado ninguna. Se cuestiona si no merece más la pena vivir, sentirse derrotado, enamorarse gratuitamente, como se enamoran los niños sin conocer la acepción del término amor adulto; sufrir 17

un desencanto, masticar el triunfo de lo etéreo. El literato quiere escribir un libro más, el último; un orgasmo

forjado

con

lupas

cristalizadas.

Pero

siempre se dice y se plantea lo mismo. Como un ludópata que se engaña; “esta será la última partida”. La moneda que traicionó la historia.

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Primavera Primavera en el pinar de las ardillas. Las palabras todavía no están enquistadas en las muñecas ni en los alféizares. Los brazos son de goma, flexibles como un gusano en la manzana. La primera manzana no fue la culpable, ni la serpiente hablaba la misma lengua que aquel hombre y aquella mujer desnudos. Es iniciático el proceso del verbo, el porvenir. El niño construye un colchón entre la hierba con helechos. Cerca hay un estanque al que teme, al que todos temen. Las piedras se hunden, se sumergen glop, glop. El resto de una vaca putrefacta flota como un barco de consonantes. El niño no sabe que un día llegará a construir frases y, tal vez, algún verso. Más frívolas que una primavera en el pinar de las ardillas, donde nadie juzga los hechos y todos temen las aguas estancadas de la ciénaga, se pierden las miradas hacia un fondo de misterio.

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Día de todos los santos Me aburren los suicidas, casi tanto como aquellos que nunca se han planteado darse matarile. Me cargan los redundantes que viven la vida. Caen de rodillas los piadosos, los enceradores, los pedigüeños, los cobardes. Las rodillas son los codos en los que se apoyan los ejecutados. Estamos hechos de quienes saltaron dejando el cuerpo atrás con una liviandad de mariposa. Caída libre. ¿Quién se cae libremente? ¿Quién decide dónde está el suelo en la curvatura de la Tierra? Me resbala. En el edificio de enfrente se ven siluetas que desfilan. Me doy media vuelta, hacia la cama que me espera aterida en su enormidad. Todos tenemos ese lado de la cama que consideramos propio. Un frenazo en la calle: cláxones y gritos. Recuerdo a los analistas de Panero que nos amenazan diciendo que la locura es poesía. Probablemente lo hayan olvidado. Pretenden convertir la esquizofrenia en un poema de rima asonante. Cada cual busca su salida de emergencia cuando el fuego lo tiene

rodeado.

Se

acaba

la

tarde,

empiezan

los

telediarios. Conviven en silencio, santos e hijoputas. Lápidas floreadas. Los vivos arrastran los pies y bajan la cabeza. Reproches de culpa por seguir vivos. Me tumbo sobre la colcha mirando fotos de viudo, buscando en el gesto congelado la razón de su salto. 20 LUIS AMÉZAGA \ ADOLFO MARCHENA

Poeta, madre, trabajadora, y, sobretodo, mujer. Ha participado en diversas revistas y fanzines, en papel y digitales, como Cinosargo, Cruce de Caminos o Groenlandia. Tiene un blog donde muestra sus poemas.

El otro lado Llegará el día es que estés del otro lado, sentado en cualquier esquina sitiada de esquivos segundos gastados, haciendo un balance inútil que a nadie más afecte, viendo el ir y devenir de otras gentes, de otros niños que ya no serán los tuyos esperando pacientemente el saludo de la muerte, garrapatas de recuerdos solapados a los pellejos de tu piel, serán un amigo infiel llegará el día, en que desees volver el tiempo hacia atrás, y subirte 21

de nuevo al columpio puede que llegues a ese día puede que no, la niña vieja que yace en mí quisiera comenzar de cero en cada viaje diario.

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Condicional AmorOdio Si existieras, por ti inventaría un verbo resultado de la química fusión entre el amor y el odio te regalaría por turnos, una tacita de esa poción, por cada fantasmal segundo que harías quebrar mi cemento te odiaría, torero cobarde por ser incapaz de terminar la corrida donde yo sería el toro, y tú el matón adulador que va de farol cargado con un pistolón sin bala en la recámara te odiaría, por perpetuar una faena inconclusa, por no hacer lo propio por no dejar que tu sombra egoísta hable por ti te odiaría por siempre, por consentir que tu conciencia precediera a la mía, y te amaría, desde el mismo instante en que sin existirme me quisieras, desde el absurdo santiamén en que con tus hechos me amases anteponiéndome a tus bajos deseos

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te amaría por siempre, por ser el hombre - mito perfecto sin defectos por descubrir, te amaría, para siempre y serías el protagonista del sueño de mis pesadillas ese verbo inventado, me causaría una extraña dolencia, cuya rara cura solo existiría en aquél vago sueño que generase la divagada ficción convertida en hombre carne y hueso y fuera capaz, de tentarme, de calentarme, de naufragarme, y en mitad de la tormenta, sin esfuerzo pudiera mirarle a la cara, y decirle que ya no deseo probar su dulce caramelo ... hasta entonces, condicional mío serás mi poco hombre odiado y amado por existir tan sólo en el vaivén de mis caderas.

EVA MARQUEZ

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Gijón, 1964. Ha publicado los poemarios “El demonio te coma las orejas”, “El amor ya no es contemporáneo”, “Ley de Vida”, “Ojo de buey, cuchillo y tijera”, etc. Ha participado en diversas antologías (“Antología de Poetas en Platea”, “Poemas para bacterias”, “Vida de Perros”, “Poesía para nadie”, “Golpes”, etc). Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, alemán, árabe y búlgaro. “Loser” es su último poemario.

Poema de “Loser”

Sombra de ojos me dejó una rosa en un vaso en mi habitación porque se marchaba

y y

al entrar te cachean te desnudan delante de un guardia de seguridad te miran las heridas los hematomas le recuerdo exultante con el pelo mojado en la sala de fumadores porque se marchaba por la mañanas mujeres desnudas sonámbulas por los lavabos 25

mujeres desnudas a las que empujaban a las duchas con una esponja previamente enjabonada vacas en el matadero y

de noche a esperar por los pijamas con elástico por favor gracias a esperar por los pijamas de hombre le recuerdo exultante con el pelo mojado en la sala de fumadores porque se marchaba

y

luego las enfermeras que se celaban de mi ropa de mi maquillaje un día me llamaron aparte querían que les dijera mientras escarbaban en mi neceser donde había comprado la sombra de ojos

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me dejó una rosa en un vaso en mi habitación porque se marchaba y

que corra el aire que corra el aire señores estaban prohibidas tajantemente prohibidas las relaciones personales en el hospital psiquiátrico

y

así que la verdad no me arrepiento para nada de haberle cortado el cuello a la rosa llenado el vaso con mi propia sangre

DAVID GONZÁLEZ 27

El resto del camino a veces ocurre. no me preguntes ni cómo ni por qué pero lo cierto es que ocurre: me quedo parado en mitad de la celda mirando fijamente las baldosas del suelo, sin reconocerlas ni reconocer en ellas los pasos perdidos

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(Madrid, 1982). Licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Durante varios años establece su residencia en Córdoba, donde participa con la editorial “La Bella Varsovia”. Ha publicado poemas en revistas como “El Coloquio de los Perros”, “Radicales Libres”, “Poesía Salvaje”, “Narradores”, El laberinto del Torogoz”, “Bar Sobia”, etc. Es creador, coordinador y colaborador de la distribuidora de literatura libre “Shiboleth”. Ha publicado “Manual de Instrucciones” (Poesía eres Tú, 2008)

Definitivamente me olvido del orden biblioteconómico y arrastro por dentro mi peculiar caos de letras.

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Poema de “Manual de Instrucciones”

Arruinado el verso Sólo queda el poeta Y se le hace pesado pensar En su sueño de mármol. Arruinado el poeta Sólo queda la letra Y se le hace pesado escribir En un mundo tan raso.

JESUS 30SUAREZ

Madrid, 1983. Apasionado de las letras. Ha publicado nueve novelas gracias a Bubok, destacando una trilogía que está a punto de concluir. Participa en un certamen quincenal de relatos de dicha página de autoedición, promovido por los propios usuarios, para editar una futura recopilación de los mejores. Hasta la fecha, participa en ese proyecto con dos de sus relatos. Es uno de nuestros nuevos habitantes.

Veinticinco días Siempre ocurría por la misma fecha, cómo una especie de maldición que tuviera que sufrir año tras año sin ningún tipo de consuelo que le ayudase a sobrellevar la pena que arrastraba. Su marido siempre lo achacaba al fin de la Navidad. Ella era tan entusiasta a finales de diciembre que el fin de estas fechas debía de suponer un duro golpe, y que siempre ocurriera con el fin del día de Reyes debía de ser una señal. Pero no, María no estaba triste por eso, sino por otra cosa. Tenía un buen matrimonio. Él era atento, cuidadoso, cariñoso... Todo lo que un día pidió a un hombre, lo tenía en carne y hueso, en su casa, en su cama. Con él había tenía dos niños y una niña, y los cinco formaban una preciosa postal que enviaban todos los años a sus familiares y amigos. Buenos trabajos, una bonita casa... todo era tal y como quería que fueran las cosas, por lo que no entendía por qué todos los malditos años, al acabar la Navidad, tenía que entrar en un ciclo nostálgico, en una espiral de penas y lágrimas que debía ocultar tanto a sus hijos como a su marido, y del que no salía hasta que llegaba febrero. Eran los peores veinticinco días de cada año, con diferencia.

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Él ya la daba por perdida. Era mucho el tiempo que llevaban juntos y ya estaba acostumbrado a este periodo. Y aunque procuraba ser más detallista, más cauteloso con comentarios que la pudieran herir, su marido ya optaba por lo práctico, dejando que la pena de su mujer pasase como lo hacía un resfriado, con el uno de febrero volvería todo a la normalidad. Pero para ella era diferente. Cada año el mismo pensamiento le atormentaba, el mismo sentimiento de culpabilidad emergía y sólo podía hacer una cosa: Recordar sin que nadie supiera lo que pasaba. Todo empezó hace mucho tiempo, antes incluso de tener a sus hijos, de casarse, antes de haber conocido a su marido, cuando después del día de Reyes, caminando sin mirar, tropezó con un jovial muchacho que le tiró encima el café del vaso de plástico que se tomaba de mala gana. Matías le había dicho que se llamaba. Él se disculpó de inmediato por la torpeza, y por supuesto que insistió en reponerle el café que había derramado sobre su suéter fucsia, y ella, en fin, ella dejó que él hiciera lo que quisiese. Así fue desde el principio, desde ese día siete de enero hasta el día treinta y uno, día en el que Matías se fue. Todavía hoy, María se preguntaba por qué recordaba tanto a Matías, y por qué revivía los sucesos de esos veinticinco días locos que pasó junto a él, abandonando a sus amigos, familiares, trabajo... Fue algo desorbitado, desmedido y muy pasional lo que surgió entre ambos, creando una adicción mutua que asustaba. Tal vez por eso, él desapareció, abandonándola para no volverla a ver, y ella quedó marcada de por vida.

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Nunca volvió a sentir por alguien lo que sintió por Matías, ni siquiera por su marido, y durante estos veinticinco días, ella vivía su Vía Crucis personal rememorando esta Pasión hasta su más amargo final. Y era extraño, porque por un lado se sentía feliz al poder recordarlo, triste al verse sin él, y culpable por sentirse infiel, aunque sólo fuese de pensamiento. Su marido era un hombre bueno y gentil, y se merecía alguien que le profesase los mismos sentimientos que él daba. Y sin embargo ella, durante esos veinticinco

días,

volvía

a

estar

con

Matías

dentro

de

su

imaginación. Con los años confió que los hijos llenasen ese vacío, que desbancasen a Matías de su corazón para poder ser libre de sus sentimientos. Pero esto no sucedió. Ni con marido, ni con hijos. Siempre recordaría a Matías. Hasta que, llegado un momento, María asumió esta condición de amante desdichada, y cuando acababa

la

Navidad,

se

sumergía

en

sus

pensamientos

cautelosamente. Al menos tenía esos días, tristes, pero bonitos al mismo tiempo. Un año, al inicio de este siete de enero que tantos sentimientos despertaban, María marchó a trabajar. Acababa de finalizar sus pequeñas vacaciones, y tras dejar a los niños en el colegio, entró en la cafetería donde tomaba su café diario antes de subir a la oficina. Su expresión ya era ausente, y en su memoria ya estaba circulando la película del romance en el día de su efeméride, cuando, al acercarse a la barra para pedir su desayuno, tropezó con un hombre. A éste se le derramó parte del café sobre la pernera y maldijo para sus adentros, cuando al volverse se encontró con

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María disculpándose por su torpeza. Cual fue la sorpresa para ella cuando sus ojos descubrieron a Matías. ¿Cuántas veces había soñado con ese mismo instante? ¿Tantas veces como años habían estado separados? Y por fin, como si su ángel de la guarda hubiese atendido a su súplica, Matías volvía a su vida. Puede que no fuera el mismo que la dejó, habían pasado ya muchos años desde entonces, y ahora tenía enfrente a un Matías más viejo, aunque sus ojos sólo vieran al hombre que amó entonces. Los dos se quedaron sin palabras durante los primeros cinco segundos, donde se estuvieron mirando perplejos por la gran casualidad que hacía que volvieran a verse en el mismo día pero muchos años después, quedándose inmersos en un breve trance que abandonaron cuando la camarera dejó el café de ella sobre la barra. Se saludaron aún llenos de sorpresa, pero sin poder disimular sus sonrisas, y se sentaron en unas de las mesas. Había tanto de qué hablar, tantas cosas que contarse... y mucho que preguntar. Pero, por más que necesitaba saber por qué se fue de repente, María se quedó embelesada con las aventuras que le contaba Matías, olvidando formular la pregunta que tantas veces le había atormentado. No fue a trabajar, tampoco Matías, y permanecieron en aquella cafetería durante toda la mañana, contándose todo lo que había sucedido en sus vidas desde la última vez que se vieron. Ella le contó que se había casado, con cierta sensación de culpabilidad, y le mostró con orgullo las fotografías de sus tres angelitos. Él estaba solo. Se había casado, divorciado posteriormente, para

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volver a pasar por el altar con el mismo final, y desde entonces había proseguido con una vida muy ajetreada donde hoy estaba en un lado y mañana en otro. Ella escuchó con atención todas las emocionantes vivencias que Matías le contaba, fascinada al dejarse llevar por ellas, mientras los ojos iluminados de ambos no dejaron de cruzarse. De vez en cuando se quedaban absortos observando la comisura de sus labios, aquéllos que antaño se sellaron con los del otro, y sentían el impulso de besarlos hasta desgastarlos, aunque ahora no fuera correcto. Tras la larga charla en la cafetería, María se fue con Matías a la habitación del hotel donde se hospedaba. No sabía por qué no se había negado, y es que, de un modo involuntario, no podía negarse. Era como si hubiera caído en una red y permaneciera hipnotizada, y una vez allí volvieron a ceder a sus deseos, a repetir lo mismo que habían hecho años atrás. Tras abandonarse al amor, María se reincorporó en la cama y observó las amables facciones de Matías, quien indudablemente era tan preso como ella de los sentimientos que durante tantos años habían sentido, y finalmente ella preguntó por qué. Estaba allí, en la cama de un hotel, tras haber faltado al trabajo, tras haber sido infiel, pero acompañada por el único hombre a quien había amado de verdad en toda su vida. Necesitaba saber por qué llegado el día treinta y uno, Matías desapareció. - Tú eres una droga, María - le dijo – quedarme a tu lado hubiera sido la perdición para los dos.

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Y aunque apenas profundizó en su explicación, María entendió sus palabras. Había bastado una sola mirada para abandonarse, poniendo en riesgo todo lo que tanto trabajo le había costado crear. Era tal admiración la que sentían mutuamente, que estar juntos solo podía provocar su desgracia y su autodestrucción, y por primera vez lo comprendió. Se levantó de la cama, se vistió y le dio un fuerte beso de despedida. - ¿Nos volveremos a ver? - le preguntó Matías y ella negó con la cabeza. María abandonó la habitación envuelta en miles de lágrimas, corriendo por el pasillo para evitar que Matías saliese a su encuentro. Sabía que no podría decirle dos veces que no, y todo el coraje que había reunido para seguir manteniendo unida a su familia, ahora pendía de un hilo. Debía irse de inmediato. Se detuvo en un bar, se lavó la cara y regresó a su casa. Al año siguiente, después del día de Reyes, María hizo su peculiar trayecto recordando el inicio de esos veinticinco días llenos de pasiones desmedidas, aunque en esta ocasión añadiendo el singular epílogo del año anterior. Era extraño. Siempre se había preguntado por qué recordaba tanto a Matías, por encima incluso de todos los años de feliz matrimonio que había vivido junto a su marido. Pero el último episodio le había derrumbado su más firme creencia, ya que, por primera vez, María entendió que el mejor amor no tiene por qué ser aquél que más dura.

ROBERTO ARÉVALO 36 MÁRQUEZ

Óscar Varona es un escritor que nadie piensa que lo sea; un bibliotecario que no se siente como tal; un perdedor... de tiempo que ha publicado un libro de relatos titulado "Trémolo"; un bicho raro que ha publicado algunos relatos en sitios tan dispares como Argentina, Estados Unidos y España; un fumador enfermizo que nació en Madrid hace 36 años y que no ha visto mucho mundo todavía.

Desvaríos Algunos escritores que consiguen publicar cuentan sus historias como quien reza en misa los domingos, apenas sin sentimientos, recitando una aburrida retahíla de palabras sin sentido que esperan que sirva para algo. La mayoría de las veces no sirve para nada, lo que me lleva a dos conclusiones: una, que Dios no existe, y dos, que no hay un solo editor inteligente ahí afuera. Una vez, cuando era pequeño, me llené los bolsillos de piedras y pensé en arrojarme al río. Era un mocoso con ganas de llamar la atención, pero con la firme convicción, ya en aquella época, de querer abandonar este mundo cuanto antes. Es curioso cómo sigo teniendo la misma percepción de la realidad desde entonces. Por supuesto, nunca llegué a tirarme. Vacié los bolsillos con todas las piedras que me había metido y corrí a casa tan deprisa como pude para ver de nuevo el cuerpo sin vida de mi abuelo descansando en un ataúd de latón. Hay imágenes que se te quedan grabadas en la retina a fuego lento y que perduran hasta el mismo instante de tu muerte. Un ejemplo es el día que a mi padre le dio un ataque y tuvieron que

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acostarle en mi cama. La expresión de terror que se reflejaba en su rostro no desapareció en ningún momento. Mi padre vio a la muerte

aquel

día,

en

plena

celebración

de

mi

octavo

cumpleaños, y sólo dos meses después, volvió a encontrársela para abrazarla definitivamente. Es extraño lo que sientes cuando te encuentras a un suicida que ha llevado a cabo su deseo de quitarse de en medio. Puede que haya tenido mala suerte en ese sentido, pues han sido unos cuantos los que me he encontrado a lo largo de estos años, pero no siento la más mínima pena o congoja al recordarlo. Depende de cómo hayan llevado a cabo el suicidio, te puede revolver más o menos las tripas. No es lo mismo encontrarse con alguien que se ha volado la tapa de los sesos, que aquel que ha recurrido a los somníferos o los tranquilizantes para hacer el último viaje. Recuerdo a un muchacho que se ahorcó de un árbol justo cuando regresaba de una de mis habituales borracheras. Apenas era una sombra que se oscilaba de un lado al otro, y yo, hipnotizado, no podía dejar de mirarle y de preguntarme por las razones que le habrían llevado a tal extremo. Siempre he pensado que hay que tener mucho valor o estar sumamente desesperado para quitarse la vida. A lo mejor es simple aburrimiento. Es increíble el daño que pueden hacer ciertas personas sin casi proponérselo. Es como ese dicho, “¡Qué buen día hace! Seguro que viene algún gilipollas que lo jode”. Lo malo es que también puede venir algún gilipollas que te joda la vida.

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Hace algún tiempo que estoy pensando en escribir al mismo tiempo que me desangro abriendo mis muñecas vírgenes, como si fuese una eyaculación más propia de los místicos que de un personaje de tres al cuarto venido a menos que algunas veces se cree escritor. Sin duda sería mi mejor texto e incluso es posible que vea a Jesucristo, con su barba resplandeciente y una sonrisa infinita en sus labios todopoderosos. Puede que tenga visiones del más allá y desaparezca en una especie de cuarta dimensión con olor a naftalina. A lo mejor así consigo alejar fantasmas y que los estudiantes analfabetos me lean. ¿Sufrió el Destripador algún desengaño amoroso? Sin duda. ¿Es capaz una bestia de amar? Sin duda, no. ¿No desearías que tu mujer fuese tan guapa como la mía? ¿Qué mujer? Mi tío se arrastró, se humilló y cambió su vida por una mujer. Parecía un perro olisqueando continuamente el trasero de su esposa. El amor es así de cruel. Al final, patada en el culo y ahí te quedas. Es el premio de los estúpidos. ¿Quién decía que a las personas buenas les pasan cosas buenas? Sí, es cierto, estoy pensando en licuarme con tinta invisible y pasar completamente desapercibido. Hay una mujer frente a mí en este lugar rodeado de libros, de sapiencia, de sueños y pesadillas

trasladados

al

papel.

Ellos,

al

menos,

lo

consiguieron. Yo no. Hay una mujer frente a mí, concentrada

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en su lectura y que levanta la vista de vez en cuando para observar lo que hago. Escribo. Sé que resulta provocador, incluso enfermizo que alguien escriba en público, o que directamente escriba. Lo sé. ¿Quién demonios me creo para intentar

hacer

leer

mis

pensamientos

a

los

demás?

La

imaginación ha muerto. En realidad, todos estamos muertos. Veo libros a mi alrededor, auténticos testamentos de gente solitaria que creía en lo que hacía. ¿Cuántos habrá que no hayan tenido la misma suerte, cuyos textos murieron el mismo día que su autor? No lo sé. Mejor ni pensarlo. Al menos, vuelvo a escribir.

40 VARONA OSCAR

SUPLEMENTO GROENLANDIA NÚMERO CINCO INDICE Ana Patricia Abriéndome la sesera (poema)

3

En el silencio de la noche II (poema)

4

El vecino (relato)

5

Simplemente humana (relato)

6

Pepe Pereza El vagabundo (relato)

8

Gsús Bonilla La bestia (relato)

10

Luisa Fernández Las sombras de tu herida (poema)

12

Servicio de Compañías S.A (relato)

13

Luis Amézaga\Adolfo Marchena Vivir alegremente (poema)

17

Primavera (poema)

19

Día de todos los santos (poema)

20

Eva Márquez El otro lado (poema)

21

Condicional AmorOdio (poema)

23

David Gónzalez Sombra de ojos (poema)

25

El resto del camino (poema)

28

Jesús Suárez Sin título (poema)

29

Sin título (poema)

30

Roberto Arévalo Márquez Veinticinco días (relato)

31

Oscar Varona Desvaríos (relato)

4137

SUPLEMENTO DE GROENLANDIA NÚMERO CINCO (Agosto \ Noviembre 2009) Diseño: Ana Patricia Moya Rodríguez Directora: Ana Patricia Moya Rodríguez Edita: Revista Groenlandia Han participad o en este número: A na Patricia Moya Rodríguez, Pepe Pereza, Gsús Bonilla, Luisa Fernández , Luis Amézaga, Adolfo Marchena, Eva Márquez, David González, Jesús Suárez, Roberto Arévalo Marquez, Luis Sevilla, Álvaro Guijarro, Alejandro Serna Rodríguez y Ju an José Romero. Las fotografías pertenecen a Juan José Romero (portada, contraportada, páginas 7, 11, 16, 18, 22, 28, 36 Y 40), Luis Sevilla (páginas 2 y 42), Alejandro Serna Rodríguez (páginas 5, 24, 26) y Álvaro Guijarro (páginas 9 y 29). Todas las obras – relatos, fotografías y poemas – pertenecen a sus respetivos autores. Todos los contenid os de esta publicación, desde el número cero, están protegidos. Este suplemento \ especial se presenta junto a su revista de número correspondiente. Groenlandia expresa que, para proteger nuestra cultura, es esencial proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un trabajo de imaginación y esfuerzo únicos. Groenlandia aboga por la total libertad de expresión sin censuras.

Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio. Esta publicación forma parte de la Revista Groenlandia número cinco. Todas las obras, desde el número cero, están protegidas.

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DEPÓSITO LEGAL: CO-686-2006

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