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Con obras de: Ana Patricia Moya – Silvia Loustau – Gustavo Marcelo Galliano - Fernando Sabido Sánchez - Juan Carlos Hidalgo India – Ulises Varsovia – David Morán- Cecilia Gris – Enrique Fuentes Guerra – Luis Amézaga
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Relatos - poema
“¡Vaya tía petarda!”; eso piensa el poeta jovencito que escucha, desmotivado, los poemas de aquella mujer elegantemente ataviada. Se aburre: es lógico, no es su estilo. Él va de innovador, de revolucionario, de fiero transgresor de los versos: lo que recitaba aquella respetable señora, desde su punto de vista, estaba desfasado, fuera de lugar. Al concluir, llega su turno; se levanta, muy digno, al estrado, abre su poemario de reciente publicación, y empieza a soltar, según los pensamientos de la experimentada señora que se habían sentado para escucharlo, “groserías y zafiedades”. De su boca, rimas en voz alta que reafirman la condición del poeta maldito: mierda de existencia, angustia puta, vida cabrona, etc. “¡Qué futuro más negro le espera a la lírica con semejantes inútiles!”, se dice, para sus adentros, la señora poetisa cuarentona. La joven promesa de la poesía termina; se reúne con el resto de compañeros que han participado en el recital y deciden comer en un restaurante cercano. Y, ¡casualidades de la vida!, quedan sentados juntos. No se dirigen la palabra, se lanzan miradas de desprecio: hay tensión constante. Él no puede creer que ella tenga un importante premio internacional, ella considera paranoicos los comentarios favorables de la crítica, que lo alaban exageradamente. Y llega la noche, y algunas copas… y acabaron los dos follando con ansia entre las sábanas de la cama de un hotel. Ni juventud, ni experiencia: no hay poema más eterno que el de la carne. Sin embargo, esta lección no fue aprendida por ambos porque el orgullo es la peor enfermedad del poeta.
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Abro los ojos, perezosa. Me encuentro nuestras bragas encima de la mesita de noche, los sujetadores y el resto de la ropa tirada por el suelo de mi cuarto. A mi lado, está ella, durmiendo, respirando rítmicamente; me gusta mirarle cuando duerme, pero jamás lo confesaré. Me levanto, me pongo una bata y me voy a la cocina. A mi regreso a la habitación, con una taza en la mano, me la encuentro de píe, frotándose los ojos y estirándose. Yo me apoyo en la pared, la observo, en silencio, con curiosidad lujuriosa: es cierto que no tiene un cuerpo espectacular, pero para mis ojos es una mujer bellísima a pesar de su estatura, su barriguita y sus marcadas estrías. Sus imperfecciones me resultan de lo más erótico. Ella me gusta, y lo sabe; me sonríe y comienza, muy coqueta, a vestirse. Le ofrezco quedarse en la cama todo el día si quiere… ella dice no. Le invito a almorzar fuera con unos amigos… y rechaza la oferta… no sé por que me molesto en insistir con insinuaciones porque siempre obtengo un no por respuesta… pero bueno… la fuerza de la costumbre, quizás. Termina de arreglarse, le da un sorbito a mi café, me besa y prometemos vernos la noche del próximo sábado. Con el portazo de despedida, me siento en la cama. Aspiro fuerte por la nariz: su aroma se mezcla con el de la taza. Sí: es una egoísta. Va a lo que va. Sexo… todo es sexo. Estuvo claro desde el principio. A pesar de que llevamos acostándonos meses, somos desconocidas. El roce no hace el cariño, sino el placer. Ella se limita a abrirse de piernas y evitar abrir su corazón. Sí… es egoísta… muy egoísta… pero, pienso, que yo también soy egoísta por pretender quererla.
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Sin pulso firme descarno la agonía en pedazos.
Yo no soy poeta: yo violo mi angustia hasta que mis dedos tiemblen
en el borde del abismo.
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ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ
Poemas
babel de lluvia engranaje de tules ahondan el interior ámbar de su sexo durazno suave cueva de almizcle refugio codiciado donde bailan sus manos.
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el terso vivir aun no ha arribado. es tiempo de múltiples senderos de mirar fotos guardadas en cajas de zapatos. desandar caminos sin confines presentir torres de espanto. cuando la luz ilumine amaine el torbellino sostendré el cuenco de miel de días encontrados.
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SILVIA LOUSTAU
Relato
Los golpes en la puerta fueron contundentes. Precisos. Potentes.
Él se preguntó porqué no habría tocado el timbre. Comprendió entonces que ella sería muy especial. Tanto como él anhelaba. Tal vez algo chapada a la antigua. Pero nadie que golpea así una puerta puede ser desapasionada, pensó. Y esto lo excitó.
Se apresuró a abrir. Antes de girar el picaporte, trató de alisarse el cabello con la mano. Sabía que ella vendría, pero el tiempo se escabulló más rápido que lo planeado. Remoloneó en la cama. Se demoró en la ducha. Y se inquietó ante la posibilidad que ella lo creyera un desconsiderado.
Abrió la puerta y quedó perplejo. Ella lucía bellísima. Mucho más hermosa de lo esperado. Totalmente diferente a como él la imaginara. Quizás un poco más oscura. No de una oscuridad lúgubre. Una oscuridad intrigante. Pero no sería un obstáculo. Nunca la oscuridad lo ha sido. Tanta belleza para tan poco tiempo, quizás resultara excesivo, pero imposible de rechazar. Ello tampoco sería obstáculo.
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El vestido negro, bien ceñido al cuerpo, le sentaba de perlas, a pesar que las perlas más preciadas fueran las blancas y el vestido de brillante negrura. El detalle de los guantes de seda resultaba magnífico. Alta y delgada. Delicada y misteriosa. Se dio cuenta entonces que una gota de sudor le recorría la espalda. Una de aquellas gotas que se brotan tibias, pero se desbarrancan heladas.
En la penumbra bajo el dintel, ella lo miró fríamente, a la vez ansiosa. Él hizo el ademán gentil para que entrase. Ella agradeció con una leve mueca, un movimiento de cabeza, e ingresó lentamente, desplazándose sobre sus tacos aguja. Pié delante del otro pié en cada paso. Ondulante. Sugerente.
Él necesitaba ser un caballero diligente, a pesar de estar despeinado. Le invitó a sentarse, le ofreció una bebida. – “Diet”- escogió ella.
Luego él la convidó a un cigarrillo. Ella aceptó de buena gana.
- “Lástima que el tabaco mata”-, comentó él, algo nervioso. – “Ese es el secreto de su éxito”-, respondió ella, mientras exhalaba una bocanada de humo que en espiral ascendente, se alejaba hasta estrellarse contra el cielorraso de yeso. - “Te deseo ahora” – exclamó ella sin cabildeos, sin dejar de mirarlo. Y su voz redobló seca y tajante en la sala, como convirtiendo un deseo en orden.
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- “Me halagas... pero terminemos el trago... aún es temprano” – respondió él. - “Nunca es temprano” – dijo ella con tono seguro. – “Simplemente es o no es. Y no me gusta perder tiempo en lo que no es”. - “Vamos... dame la chance de unos minutos... luego me tendrás” – suplicó él, en tono calmo. Ella se incorporó del sillón y camino hacia él. Sus pasos no retumbaron en la sala. Se paró a su lado, y con una mano comenzó a acariciar sus cabellos, de por sí despeinados. Él suspiró profundamente. –“Veo que eres persistente, nada te detiene ¿verdad?”- murmuró mientras entrecerraba los ojos. Su respiración comenzaba a acelerarse. Su corazón pasaba del tranquilo paso al enérgico trote del centauro. - “Es mi esencia. Nada ni nadie me detiene cuando lo deseo. Jamás” – fue su lacónica respuesta. Y por un instante él pudo observar un dejo de nostalgia o remembranza en el duro rostro de ella. Pero sólo fue un instante. Y los instantes se esfuman en la nada. - “¿Lo prefieres aquí... o en el cuarto?”- consultó ella ya impaciente, aunque con voz muy pausada, tranquilizante. Seguía penetrándolo con la mirada. Ella manejaba el juego. Cada lapso. Cada pausa. Ambos lo sabían. Él era pura adrenalina. - “En el cuarto, por supuesto”- respondió él – “Es más práctico, me gusta lo clásico”. - “De acuerdo”, disparó ella, mientras el brillo de su sonrisa tornaba pícara la penumbra por un instante. Pero los instantes... Lo tomó entonces de la mano y se dirigió hacia el cuarto. Ella llevaba la iniciativa decididamente, a
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pesar de ser la primera vez que visitaba la casa. Eso le agradaba a él. Dejarse ser llevado, aunque sea por una vez, resultaba plácido.
Al llegar la habitación, ella giró y se quitó los zapatos. Luego fue el turno de las largas medias de seda, descendiendo por sus estilizadas piernas. Y el enérgico trote del corazón de él se fue convirtiendo en imponente galope de semental en celo.
Luego se acercó hasta que ambos cuerpos quedaran casi unidos, de pié. Y casi apoyando sus labios contra los de él, preguntó:
-“¿En el piso o en la cama? ” -; Él sintió que la sangre hervía en las venas. Sintió como si estuviera desbarrancándose desde la cima más alta, hacia el abismo más profundo. Hacia una pendiente eterna. –“Creo... que... en la cama estaría bien...”- respondió él titubeante. Y esta vez no por metódico. Simplemente porque ya era hora. Y cuando es la hora, ya no debe abundarse en palabras. - “Eres un clásico... claro, eres un hombre. Las mujeres suelen tener más imaginación” – exclamó ella, mientras se quitaba los guantes de seda. Y el morbo del comentario hizo que él sintiera un hormigueo en el estómago. Su pecho era ya un corcel desbocado.
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- “¿Algo más antes de hacerlo? “ – preguntó ella mientras él se acomodaba en la cama, algo tenso, un tanto nervioso. Muy nervioso. - “Sí... dime tu nombre” - respondió él. - “No, ese deseo no es posible. Puedes llamarme como desees. Debo confesar que me excita ser llamada de tantas diferentes maneras. Pero no habrá posibilidad de negociación con esto. Usa tu imaginación”- reflexionó ella. - “De acuerdo... música entonces. Me encantaría escuchar de fondo una suave música”- dijo él. – “Dime el tema que prefieres y serás complacido” – consultó ella, mientras el vestido negro dejaba de ceñir y caía, dejando al descubierto su total desnudez. Bestial desnudez. - “El... el Ave María” – respondió con un dejo de vergüenza. - “Eres un pervertido... y eso me fascina”- respondió ella, lujuriosa. Ya era tarde y cada minuto contaba, debía apresurarse.
La música comenzó a poblar los silencios, muy tenuemente hasta perpetuarse plena, invadiendo de pentagramas y nostalgias el cuarto. Ella colocó su desnudez sobre la de él. Desnuda. Acarició su rostro. Besó sus párpados. Y él se entregó totalmente. Se dejó llevar. Libre ya de remordimientos y pecados se dejo llevar. Ya era hora. La hora. Hora de dejarse llevar.
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“¿Estás preparado?” – preguntó ella haciendo alarde de tino y calma.
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- “¡Claro, vamos pronto de una vez!” – fue la respuesta, que por primera vez demostró seguridad.
Los labios de ella se posaron sobre los de él. Fue sólo un instante. Un eterno instante. Como una succión apasionada. Ella humedeció su abismo en deseo. La noche fue testigo. Retraerse suavemente contra la soledad y embatir a fondo, contra el hastío. Entornar los ojos a lo que vendrá. Él se estremeció. Su cuerpo se convulsionó durante un breve lapso. Y fue entonces la hora. Luego del cimbronazo procedió la calma. Él se quedó quieto, muy quieto. En silencio y sin movimiento. Y comenzó a enfriarse lenta, continua, progresivamente.
Ella se incorporó y se alejó de la cama. “Tarea cumplida” se dijo, mientras se dirigía hacia el baño. Se lavó los dientes tan blancos como perlas. Con el cepillo de él. Y se lavó las manos. Con el jabón de él.
Luego de peinarse, se vistió y volvió a calzarse y colocarse los guantes. De seda. Plena.
Ya era la hora de visitar otro cuerpo. Otra forma. Otra rutina.
Antes de cerrar la puerta del cuarto, se dio media vuelta un instante para dedicarle una última mirada al cuerpo que fuera de él. Yacía tendido sobre la cama. En su rostro parecía reflejarse una mueca, mezclaba de sorpresa y tranquilidad. Sólo un cuerpo más, cuerpo ya sin alma. Inmóvil y pálido. Tan pálido.
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EEllllaa cceerrrróó llaa ppuueerrttaa yy ssee eennccaam miinnóó hhaacciiaa eell aasscceennssoorr.. Y Yaa eenn ddeesscceennssoo ccoonnssuullttóó eenn llaa ddiim miinnuuttaa aaggeennddaa ssuu pprróóxxiim moo ddeessttiinnoo.. N Noo hhaabbííaa ttiieem mppoo qquuee ppeerrddeerr.. --““N Noo eess ttaarreeaa ffáácciill llaa ddee sseerr M Muueerrttee””-- ssee ddiijjoo,, rreessooppllaannddoo lleevveem meennttee,, aa ssíí m miissm maa.. -- ““N Nuunnccaa hhaayy ddeessccaannssooss””--.. SSee ssiinnttiióó aappeessaadduum mbbrraaddaa,, ppeerroo aassíí eerraa eellllaa.. PPeerrsseevveerraannttee.. EEffiicciieennttee yy ssoolliittaarriiaa..
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GUSTAVO MARCELO GALLIANO
Poemas
Al oscurecer se pierde estérilmente la belleza de todos los paisajes porque nadie sabe retenerla entre sus manos
sólo la sensibilidad de ciertos ojos fotografía con sales de cinc en la memoria los rescoldos
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No debes ahora recordar el pasado que compartimos a destiempo has conocido a otro hombre y me dices te posee una pasión insólita que no te reconoces escúchame no puedes apagar el sol además es mediodía
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Estuve de paso por Córdoba y me acerqué al edificio que han levantado donde antes estuvo nuestra casa con el patio de naranjos en el que los viejos se empleaban descontando las horas desde algún lugar de la memoria me llegó el eco de tus palabras ¿te acuerdas, madre?
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FERNANDO SABIDO SÁNCHEZ
Poema
Soy y estoy en la mejor palabra, pronunciada en la alegría de la mañana, despertada. Soy y estoy en la última carta de amor, enviada en la naturaleza de verde intenso, preñada. Soy y estoy en la copa de buen vino, apurada en la mirada de mi hija, enamorada. Soy y estoy en la sonrisa sincera, regalada en la buena noticia, anunciada. Soy y estoy en la flor con agua pura, regada en la canción con amor, cantada. Soy y estoy en la vida con pasión, entregada en la semilla en buena tierra, sembrada. Soy y estoy en la paz entre los hombres, alcanzada en la poesía con sentimiento, expresada.
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JUAN CARLOS HIDALGO SIRVENT
Relato - poema
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¿Cómo estás? ¿Te va mejor que a mí? Espero que no, así podré tener algo de consuelo. Tengo que contarte tantas cosas, tantas derrotas que he tenido en mi vida que no tendría lugar en este mugriento folio que me han ofrecido para escribirte. Si me vieras no me reconocerías, no identificarías esos ojos que eran tu perdición hace años; ahora están hundidos, sin brillo y con ojeras típicas de una yonqui que aún no se ha metido su primer chute del día. No sé aún cómo tengo el valor de escribirte después de todo lo que te he fallado, después de haber roto mil y una veces tus ilusas esperanzas siempre puestas en mí, siempre atentas y seguras. A pesar de todo, siempre reconocí mis propios errores, cosa que tú jamás supiste hacer. Sé porqué no me escribes, sé porque no he recibido una carta tuya en estos putos cuatro años que llevo encerrada aquí... Te da miedo, miedo de enfrentarte a tu propio destino, miedo a enfrentarte a esta vida desolada y carcelaria que tú iniciaste un dos de enero. No me da más este pedazo de papel para escribirte. Raro es que no me hayan dado un trozo de papel higiénico para hacerlo, con lo amables que son aquí. Siempre me dijiste que por muy mal que fueran las cosas que nunca perdiera el sentido del humor, ¿verdad? Pues eso hago, siempre haciéndote caso, a pesar de todo... Hasta la próxima carta.
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2
Empiezo esta segunda carta con mi imaginación puesta en ti. Te imagino sentada en esa vieja cocina, con tu Chesterfield en la mano y tu taza de café temblorosa en la otra mientras lees mi carta anterior. Estás llorando, sé que lloras, porque te sientes sola, abatida y culpable de todo, pero tranquila, limpia tu impura conciencia, sécate esas lágrimas negras de rímel corrido y sonríe... Sonríe porque yo estoy bien, y mucho mejor que voy a estar dentro de poco. ¿Sabes? Por fin he encontrado el modo de salir de aquí... Pronto sucederá, y te lo diré. Te haré testigo de mi cercano futuro y de mi nueva vida que empezará el próximo dos de enero. Sí, sé lo que estás pensando, he dicho bien, el próximo dos de enero, cuando haga 25 años desde que cumplo esta condena. Tranquila, que no iré a por ti, ojalá pudiera ir por una vez y darte un último beso, porque a pesar de todo, te quiero más que a mí asquerosa vida. Sí, te quiero, te quiero, te quiero... Ojalá hubiese tenido el valor antes de decírtelo, ojalá estuvieras aquí ahora para abrazarte, poner mis frías manos entre las tuyas como hacía antes y que me las calentaras, ojalá hubieses venido a verme, aunque fuera una vez... ¿Nunca me merecí una visita tuya? ¿Nunca en estos cuatro años me has echado de menos? Tu orgullo... Siempre ahí. Te lo pediría, te pediría que vinieras, pero sé que no vendrías ni aunque te rogara, así que ni lo intento. Un abrazo ausente... Hasta la próxima carta, mamá.
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3
Esta carta te llegará el día de Nochebuena... ¿Nochebuena para quién? Para mí desde luego que no, ¿para ti quizás? No, creo que tampoco. ¿Entonces para quién cojones es una buena noche hoy? ¿Con quién cenarás? ¿O te quedarás sola en casa viendo antiguos dramas de cine? Sí, creo que vas a optar por esta última opción. En eso siempre nos hemos parecido, en lo único, diría yo... No nos gustan las falsedades, no nos gusta sonreír sin tener verdaderas ganas de hacerlo, no nos gusta ir a los sitios simplemente por quedar bien. Definitivamente: te quedarás sola en casa, tapada hasta el cuello con la manta de sofá, mirando a la película que toque (quizás con un poco de suerte decidas poner "Los Puentes de Madison"), y con tu gran copa de ron añejo en la mano. Sabes que para mí la Navidad nunca tuvo sentido, sabes que en estas fechas me ponía más triste aún de lo que ya genéticamente soy, y no tienes ni puta idea de lo deprimente que es esto en estas fechas... Los locos, se vuelven más paranoicos; los sanitarios con caras más largas de las que normalmente ya llevan, porque son fechas para estar con los suyos y no medicando a putos enfermos mentales; los solitarios como yo, nos encerramos más aún en nuestro cascarón, y cuando suenan los fuegos artificiales de alrededor de esta "nada" nos tapamos las orejas tan fuerte que cuando apartamos las manos de ellas parece que se van a despegar de la cabeza. A pesar de todo, feliz noche mamá... (Seamos hipócritas todos).
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4 Antes de decirte nada, antes de que sigas leyendo esta última carta y tus gritos se escuchen a kilómetros de casa, quiero desearte un Feliz Año mamá. Hace 25 años diste a luz a una niña que no quería vivir; era una niña triste, solitaria, creció sin amigos y siempre fue la "rarita" del colegio. Todos la esquivaban, algunos decían que tenía piojos, otros decían que su blanca piel no era normal, que seguramente tendría una enfermedad pero nadie, excepto tú sabías los motivos de su comportamiento. Esta niña con solo 10 años quiso quitarse la vida tirándose de un acantilado... ¿Lo recuerdas mamá? Seguro que sí, como olvidar aquella situación donde tu hija se encontraba entre la vida y la muerte... Pero salí de esa... Y esta nueva oportunidad no la quise aprovechar, intentando un nuevo suicidio dos años después, y elaborando así, un continuo intento desesperado por morir. Nunca le he visto sentido a la vida. ¿Para qué luchar año tras año si luego mueres? ¿Para qué crear un mundo a tu alrededor paralelo a otros muchos mundos cuando se puede desmoronar de repente como un castillo de arena al paso de una ola? Tú hiciste todo por desarrollar en mí el concepto de alegría, el concepto de vida, pero no lo conseguiste y no porque no le pusieras empeño, sino porque yo mamá, era una niña triste, fui una adolescente deprimida y soy una adulta encerrada en un manicomio para locos y suicidas. Me encerraste aquí para que no me quitara la vida, para que acabase de una vez con ese empeño en morir, para que tú pudieras al fin descansar de esta hija loca que te había tocado lidiar... Lo siento mamá, lo siento... Como te dije en una carta pasada, al fin estoy feliz, al fin he podido encontrar el auténtico camino a mi vida, y qué mejor momento que celebrarlo hoy mismo, en el día en que hace 25 años de mi nacimiento. Si todo ha ido bien mamá, estás leyendo las últimas palabras de tu hija. Si todo ha ido bien en breves minutos sonará el teléfono de casa, llamándote desde este centro para comunicarte que tu hija se ha suicidado y ha acabado por fin con su vida... No llores, no... Sabías que esto
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de un momento a otro podía suceder; sabías que yo no estaba hecha para la vida, nunca lo estuve, así que mamá por favor, no llores. Tampoco te culpes de nada, tú no me escogiste como hija, sé que si hubieses podido elegir, sin duda no me hubieras elegido a mí. Me hubiese ido de este cruel y sucio mundo mucho más feliz de haberte visto en alguno de estos últimos días, es lo único que te puedo reprochar y sé muy bien, porque te conozco como la palma de mi mano, que tú también te lo estás reprochando ahora mismo. Pero tranquila mamá, no te culpes de nada y vive por fin tranquila. Como único y último deseo, te pido por favor, que mi cuerpo sea incinerado y que mis cenizas se arrojen a los pies de un alto ciprés. Vete vistiendo, que ya llaman.
Hasta siempre madre
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(Dedicado ( D e d i c a d o aa Luis L u i s Sevi S e v illa) lla)
TTúú,, eessttúúppiiddoo eeggooccéénnttrriiccoo,, ttúú,, eessee qquuee m mee m miirraa ffuuggaazzm meennttee,, ttúú,, ppooeettaa ssuubblliim mee ddee llaa bbeelllleezzaa,, ttúú,, ddee ssuucciiaa bbooccaa yy bbeessooss hhúúm meeddooss,, ttúú,, ppaayyaassoo ddee m maassaass yy bboohheem miioo eessccrriittoorr,, ttúú,, ssiieem mááss,, mpprree aallttaanneerroo aannttee llooss ddeem ttúú,, aam maannttee ddee lloo pprroohhiibbiiddoo,, ttúú,, sseegguuiiddoorr ddee llaass nnoottaass iim mppoossiibblleess,, ttúú,, ccrreeaaddoorr ddee vviiddaass ppaarraalleellaass,,
TTúú,, ttúú,, ttúú......
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LA INDIA
Poemas
U Unn ppuueebblloo ddee ppáálliiddaa pprreesseenncciiaa m miiss ccrriiaattuurraass eennaarrbboollaannddoo ssuuss rreessiisstteenncciiaass ddee hhuum meeaannttee ccoonnjjuurroo,, yy eenn llooss ccrruucceess vviittaalleess uunn oojjoo m meerrooss aabbiieerrttooss.. mííoo ccoonn ssuuss nnúúm
A miieennt ooss yy ddeessóórrddeenneess Anniiqquuiillaam eenn llaa aacceerrbbaa ccoonnjjuurraacciióónn ddee sseeccrreettaass ffuueerrzzaass uurrddiieennddoo ssuu eenneem miiggaa eessttrraatteeggiiaa nnooccttuurrnnaa eenn eell ttrráánnssiittoo iinnvviissiibbllee ddee sseeññaalleess yy ccoom muunniiccaacciioonneess..
D Dee aauurroorraa oo ccrreeppúússccuulloo eell ccóóddiiggoo ddee ssiim muullaaccrrooss yy ddeessoorriieennttaacciioonneess ccuubbrriieennddoo eenn ssuu ffaattiiggoossaa nneerrvvaadduurraa iinntteerrssttiicciiooss,, cceelloossííaass yy aacccceessooss,, ssoolliiddaarriioo ssuu lleeaall ddiissppoossiittiivvoo ddee ddiiuurrnnooss áánnggeelleess iim mppeerrcceeppttiibblleess..
EEll cciieelloo ggrriiss pprreecciippiittaaddoo ddee ggoollppee ccoonn ssuu vvoolluum meenn cceerreeaall,, llooss vvoollááttiilleess ccaalliiggiinnoossooss cceerrnniieennddoo ssuu ssoom maalleeffiicciioo, , mbbrrííoo m llaass ccaarrttaass iinntteerrffeerriiddaass ppoorr iim mppllaaccaabblleess aaggeenntteess ddeell oorrddeenn yy vveerrttiiddaass aa iinnqquuiieettaannttee ddeessnnuuddeezz… …
PPeerroo llaa nnoocchhee eenneem miiggaa cceerrrraaddaa ccoom mbbrraannaa, , meem moo uunnaa ccúúppuullaa ddee aattrroozz m yy eenn ssuu tteellaarraaññaa eell ffoorrcceejjeeoo ddee iinnoocceenntteess sseerreess ccaaííddooss aa ssuu ppoozzoo ddee lleettaalleess aagguuaass..
D mbboozzaaddooss jjiinneetteess Dee nnoocchhee llooss eem ccoonn ssuuss ssoom mbbrrííooss ccoorrcceelleess ggoollppeeaannddoo aa ttooddoo ggaallooppee llooss ffrráággiilleess ssuueeññooss,, qquueebbrraannttaannddoo ssuu ccáássccaarraa vveeggeettaall ddeessddee eell ssóóttaannoo aaggrreeddiiddoo..
Y Y ddeessddee eell ssóóttaannoo llooss ggrriittooss ddee iinnffiillttrraaddooss aaggeenntteess ddeell oorrddeenn iinntteerrffiirriieennddoo aalliiaannzzaass yy ccoonneexxiioonneess, , ccoonnm moocciioonnaannddoo llaa ccaavviiddaadd ddeell ssuueeññoo..
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Desde dentro de los claustros cerrados con mil cerrojos, fijos en el derrumbe total de intersticios y celosías, extraviados en el eclipse de toda luz viviente, los orbitales ojos de los ciegos conmoviendo las catedrales con su pesado misterio suprahumano, desgarradoramente errantes por laberintos sin solución en la noche perpetua. Qué antro oracular, mudas criaturas, qué portentosa luz obscura la que desde el interior blindado a gritos su estentórea mudez descerrajando tímpanos y sellos, abriendo su espectro de haces invertidos. En la elíptica del pastor ciego un cayado su camino a tientas por el resplandor de párpados dormidos, y las catedrales estremeciéndose en el misterio de la luz coagulada, de la luz invertida centelleando.
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Desde las defunciones de la flora y la fauna, desde el anónimo extinguirse de vidas periclitadas, con un rumor de huesos o pétalos desvencijados, con un ligero murmullo de cales muertas cayendo, de pálidos estambres regresando… O tal vez desde los cementerios, desde las oseras circuidas de un silencio de ultratumba, de un sepulcral hálito urdido por las lentas desapariciones… ¿Desde dónde como quiebres, como existencias obnubiladas succionadas por la muerte, como estertor y agonía bailando su fúnebre danza,
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emitiendo sus luctuosas ondas? ¿Es que las radiaciones, es que el invisible efluvio de lo que muere embriaga de un onírico licor el sensor de las existencias? ¿Es que lo que regresa a la muerte marca con su pútrido perfume las vidas transitorias? ¿Es que todas las defunciones se agolpan de pronto en mi vida y reclaman su sacramento, su entrada ritual en la muerte?
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ULISES VARSOVIA
Poemas
Me quieren quitar la libertad para darme de comer Distribuir el excedente de mi trabajo que procuro para mi familia. Me suben a un pedestal, esculpen mi alma incógnita, Haciéndome importante por ceder un inicuo poder Mitológico que trasfigura ciudadanos en súbditos. Se equivocan los antiguos soñadores derrotados, Su piedra filosofal es un espejismo de ultratumba. El Rey de Epitafios echó la red al mar y los pescó para que incitaran a los espíritus jóvenes en su busca. Aprovechan que hay ignorancia histórica de por medio Asegurada en los centros de desinformación pública. Los perros del Rey, incluso el Rey, venden su pellejo, El mejor postor será quien termine fungiendo de verdugo. A los pies de los ilusos dejaron la muesca democratizada Donde pusieron como ofrenda nuestro albedrío, Flota inútilmente en el aire de la incertidumbre. Pero no lograrán que el espíritu indomable se derrumbe, Hay esperanza, pues el trono de hiel aún está vacío.
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Hay mares que me recuerda tu nombre Sentencias iracundas, tu boca. Semanas enteras de interminable vacío Se rellenan de ausencias. Te veo volar sin lograr atraparte Escribo para no olvidar el título Que define mi porvenir como cazador Dueño y señor de pergaminos vacíos. La envergadura es propicia Para trazar un nuevo destino. Soy capaz de moldear estrellas Pero me veo sin ti Y no logro reinventarme. La fuerza que poseo Se quema con tu solemne plumaje.
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DAVID MORÁN
Relatos
Esa es mi canción: todos se han ido y estoy escribiendo con los tambores martilleándome los tímpanos. Cierro los ojos y luego las manos: se me ha escapado tu boca. Camino varios kilómetros a la salida del trabajo: paso los edificios y el barrio de los ricos, paso el centro de exámenes y la fábrica del cartón, junto al cementerio dos adolescentes vomitan para seguir igual de derrotadas, y contar mentiras, y masturbarse delante del espejo, horrorizadas, y las guitarras suben como un globo lleno de helio: camino sobre el aire, no me iré nunca. No, no me iré nunca de aquí. Huele a cerveza y a los cigarrillos que te encendía: - Me gusta tu carmín- decías pasando tu lengua por la boquilla. Cierro los ojos y aprieto el bolígrafo entre mis dedos: todos se han ido y nadie ha barrido las colillas ni las servilletas de papel manchadas de grasa. Estoy sola, escribiendo que el sol te ha quemado la cara, estás ardiendo, tu ropa huele a aceite de oliva, te la quitas y te meas sobre ella, en esa pared donde escribiste un poema que dijiste sería mío y yo, tan tonta, buscando tu boca entre mis dedos.
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Entonces todo fue mucho más sencillo: unos vaqueros que llevabas toda la semana y unas zapatillas sucias, una cerveza tras otra en el garito de los sábados y algo de sexo en los lavabos con alguien que no se corría demasiado pronto. Solía gustarme la suciedad. Era tan moderna que las guitarras me entraban en las entrañas como tú. Apenas con unas monedas la noche era nuestra. Apenas, con poca cosa, y unos cuadernos donde escribíamos cosas sobre Rimbaud y todos esos yonquis que le robaban el talento a la muerte. Porque queríamos morir y ser inmortales, leyendas malditas que se habían llevado la grava de las tumbas a la boca cuando se besaron y se
rompieron
la
ropa
antes
de
partirse
el
alma
y
quedarse
solos.
Y a veces me sentaba en las escaleras que subían al cielo, y me quedaba a medias, sentada sobre alguna servilleta pisada, con el rimel corrido del sudor, sintiéndome ridícula y tonta y humillada, porque sonaba esa canción y no quedaba papel higiénico en el retrete.
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Rompe las promesas. Rompe los discos, el vinilo ya no sirve de nada. Ahora todo es distinto. Rompe las letras, quema los poemas: ya nadie los lee, a nadie le importan. He vuelto al mismo bosque y a la misma ciudad, ¿recuerdas? He vuelto donde lo dejamos: soy de nuevo adolescente, es sólo que ahora no tengo miedo. Ven conmigo, te abriré los ojos. Ven. Déjate llevar, ¿no ves la niebla atravesando mares? ¿Cuántas veces nos ahogamos? Soy de nuevo adolescente, sólo que ahora soy yo quien te lleva. Mis hormonas brincan, me bulle todo. Tan cambiante. Ven, ahora eres tú quien me sigue. ¿Has pensado alguna vez en mí en todo este tiempo? Puede que pase años sin decir tu nombre, pero mi cuerpo te llama a gritos. Ven, rápido, ven: estoy gritando, pateo el suelo, doy vueltas como una derviche borracha, estoy gritando, y grito, se encienden algunas luces, y grito, estoy loca y me río, y grito mientras sigo girando, haciendo añicos con mi grito la calma de la noche. Me tapas la boca y me dices que me calme, y caigo en tus brazos, y me besas, y me derramo, y vuelvo a ser adolescente, y cierro los ojos, y si esto es morir entonces rómpelo todo, préndele fuego, mátame hasta que el sol se apague y el universo se haga cenizas.
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CECILIA GRIS
Poema
Una hora mágica Una libertad inexistente Un pájaro perdido Una casa ardiendo Es la canción del fantasma Caminando por la sombría avenida Con lamentos saliendo por las Humeantes alcantarillas Perros que ladran Inclinados sombreros Tapando las caras Es la canción del fantasma
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Quiero respirar y no puedo Me ahogo con la lluvia No puedo hablar No puedo caminar Como migajas repartidas por las esquinas Me arrastro Junto a las cucarachas Junto a putas pintarrajeadas Es la canción del fantasma Dentro del blues de la casa roja Camino apoyándome en los cojos Hablo ayudado por los mudos Y veo guiado por los ciegos Pero siento todo con el tacto y el olfato Es la maldición del fantasma Dentro del blues de la casa roja
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ENRIQUE FUENTES-GUERRA
Texto poético - poema
EEnn llaa hhaabbiittaacciióónn oossccuurraa llaass eesseenncciiaass ccaapprriicchhoossaass m maanniiffiieessttaann llaa eexxiisstteenncciiaa ccoonn ssuuss eessqquuiinnaass.. LLaa ppeerrcceeppcciióónn ddee llaass ffoorrm maass ssee pprroodduuccee ppoorr ttaanntteeoo yy ggoollppeess eenn llaa eessppiinniillllaa.. N Noo ppooddeem mooss vveerr llaa lluuzz,, ppeerroo ssaabbeem mooss qquuee eexxiissttee ccuuaannddoo ttrrooppiieezzaa ccoonn llaass ccoossaass.. LLaa ccoonnoocceem mooss aa ttrraavvééss ddeell oobbjjeettoo iilluum miinnaaddoo.. A A ppaarrttiirr ddee aahhíí llaa BBeelllleezzaa aaddooppttaa iinnffiinniittaass ccaarraass.. LLaa lluuzz ssiinn ffoorrm maa ppoossiibbiilliittaa llaa BBeelllleezzaa..
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Anoche amaste. Te cuesta reconocerlo. Tus manos ya son el mapa de su cuerpo. Entregaste aquello que en el alma no reconoce dueño, confiando que ella no se apropiara como reina de su reino. Con las persianas recogidas, el telón izado, la vida ya no es eso. La vida es matar el amor o morir por amor. Y tú eres un superviviente dispuesto a escribir la Historia.
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Los mártires no dan su versión. Con su miel aún en tus dedos, Con la herida abierta, Sabes que alguien vive detrás de los retratos. El sueño te coge dormido y no sabes quién te ha suplantado, quién ha recorrido la infinitud del pasillo, quién se ha mirado en el espejo del baño y sólo ha visto reflejada la soledad de los azulejos Tu cuerpo se ha ido en cada caricia.
LUIS AMÉZAGA - 38 -
Especial Groenlandia cuatro (suplemento)
número
Diseño: Ana Patricia Moya Directora: Ana Patricia Moya Ana Patricia Moya Rodríguez
Participan en esta publicación, con sus textos y fotografías: Ana Patricia Moya \ Silvia Loustau \ Gustavo Marcelo Galliano \ Fernando Sabido Sánchez \ Juan Carlos Hidalgo Sirvent \ India \ Ulises Varsovia \ David Morán \ Cecilia Gris \ Enrique Fuentes Guerra \ Luis Amézaga \ Luis Sevilla \ Alejandro Serna Rodríguez
Lecciones que jamás se aprenden (relato) Bragas (relato) Sin título (poema) Silvia Loustau Poema veintiocho Poema sesenta y tres
Las imágenes corresponden a los siguientes pintores consagrados: Daubigny (página 8), Monet (página 14), Friedrich (páginas 15 y 31), Courbet (página 19), Cézanne (página 25), Haes (página 28), Sisley (páginas 33 y 36).
6 7
Gustavo Marcelo Galliano La cita (relato)
Las fotografías pertenecen a Luis Sevilla (portada, contraportada, fondo, páginas 24 y 30), Ana Patricia (página 17) y Alejandro Serna Rodríguez (páginas 2, 3, 5, 7, 18, 34 y 38).
3 4 5
8
Fernando Sabido Sánchez Paisajes (poema) Una pasión insólita (poema) Recuerdos de Córdoba (poema)
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Juan Carlos Hidalgo Sirvent Soy y estoy (poema)
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India Cartas (relato) Tú (poema)
19 24
Ulises Varsovia Conjuración (poema) Claustros (poema) Todas las defunciones (poema)
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David Moran El trono de hiel (poema) La pluma de Quetzal (poema)
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Cecilia Gris La taberna de las canciones sucias (relato) La grava de las tumbas (relato) Lilith (relato)
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Enrique Fuentes Guerra La canción del fantasma (poema)
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Luis Amézaga El contenido de la belleza (texto poético) Un hombre duro (poema)
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Todos los textos e imágenes que aparecen en este suplemento pertenecen a sus respectivos artistas. Todos los contenidos de esta publicación, desde el número cero, están protegidos. Al igual que las que han sido editadas, este suplemento \ especial se presenta junto a su revista de número correspondiente. Groenlandia expresa que, para proteger nuestra cultura, es esencial proteger las ideas originales de sus autores porque las mismas son un trabajo de imaginación y esfuerzo únicos. Groenlandia aboga por la total libertad de expresión sin censuras.
Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio. Esta publicación forma parte de la Revista Groenlandia número cuatro. Todos los contenidos, desde el número cero, están protegidos. Edita: Revista Groenlandia DEPÓSITO LEGAL: CO-6862006