En una noche especial... Era una noche especial... Algo grande, insólito y misterioso estaba por ocurrir: Dios se estaba por revelar. Su Hijo se haría carne. El Mesías estaba por venir al mundo. Todo el pueblo elegido lo estaba esperando con ansiedad. Es que todo el Antiguo Testamento lo anunciaba y ellos sabían que en cualquier momento llegaría. Y el momento había llegado... El Mesías tan esperado nacía en un pobre pesebre. Esto fue lo que desconcertó, lo que nadie pudo entender. Dios vino al mundo no de una manera gloriosa, majestuosa y digna, sino de una manera inesperada e indigna. Él había nacido en un pobre y no muy limpio establo, rodeado solamente por sus padres y por algunos animales. Era una noche especial... Lo grande, insólito y misterioso había ocurrido. “ací desnudo, dice Dios, para que tú puedas renunciar a ti mismo. ací pobre, para que tú puedas reconocerme como única riqueza. ací en un establo, para que aprendas a santificar cada lugar. ací débil, para que no me tengas miedo. ací por amor, para que nunca dudes de mi amor. ací de noche, para que creas que puedo iluminar cada realidad envuelta en tinieblas. Tomé la naturaleza humana para que no te avergüences de ser vos mismo. ací hombre, para que puedas ser hijo de Dios. ací perseguido, desde el principio para que aprendas a aceptar cada dificultad. ací en la sencillez, para que seas complicado. ací en tu vida, dice Dios, para conducir a todos los hombres a la casa del Padre.” En esa noche especial una estrella brillaba en el cielo. No era una estrella más, era la estrella que conduce al Dios. Estrella que sólo fue vista por tres Sabios, allá por el lejano Oriente. Éstos apenas descifraron el mensaje de la estrella se dijeron entre ellos: “hoy ha nacido el Mesías, ¡vamos a adorarle!”. Y fue así, que llevando regalos digno de reyes, se pusieron en camino guiados por esa misteriosa estrella que sólo ellos pudieron verla en esa noche especial. En todas las Navidades esa estrella resplandece en el cielo. Y, al igual que aquella vez, sólo es vista por pocas personas y éstos, movidos por el deseo de adorar a Dios, dejan atrás su vida y se convierten a Dios. ¡Qué magnifica estrella! ¡Es la estrella que conduce al Amor! Pero ¿por qué no es vista por todos? Porque para poder verla se necesita un requisito indispensable y fundamental: la humildad del corazón. Porque sin humildad es imposible descubrir los signos del Señor. El que no tiene humildad nunca podrá darse cuenta de lo que es: un ser pequeño y débil que necesita constantemente convertirse a Dios y adorarlo. Y cuando, gracias a la humildad, se descubre esta verdad, se puede descubrir la estrella de Dios, al igual que los Sabios del Oriente. Hoy también es una noche especial. Hay una estrella que nos marca el camino que debemos seguir. Pero sólo la veremos si somos humildes de corazón.