El Salvador: Identidades Invisibles, Identidades Cambiantes

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IDENTIDADES CAMBIANTES, IDENTIDADES INVISIBLES La irrupción de la formación cultural salvadoreña 1

MIGUEL HUEZO MIXCO

ANTIGUA GUATEMALA, 2000

"La verdad histórica [...] no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió". -- Jorge Luis Borges. Pierre Menard autor del Quijote.

I INTRODUCCIÓN

1. IDENTIDAD DE IDENTIDADES EN EL SALVADOR de posguerra se ha venido insistiendo en preguntarnos "quiénes somos". Ni la pregunta ni el entorno de desolación material y moral en el que se produce son nuevos. Después de haber sobrevivido a la más violenta de nuestras guerras, nos interesa saber "quiénes somos ahora". A pesar de las dificultades que contrae cualquier intento por asir o definir una identidad colectiva, la interpelación no debiera quedar sin respuesta. Tras la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, tanto organismos públicos y privados, escritores, artistas y periodistas, empresarios, políticos y burócratas, han difundido una diversidad de ideas sobre lo que consideran que es ahora la identidad salvadoreña2. La palabra "identidad" se escucha en numerosas actividades políticas y culturales; se apela a ella de manera constante, en su nombre se organizan eventos nacionales e internacionales, y ha llegado a convertirse en un tópico que suscita adhesiones y enfrentamientos verbales. Desde 1970, en El Salvador se han producido cambios muy drásticos que atañen directamente a la cultura y las identidades. En primer término, se produjo una nueva guerra civil, la más grave y cruenta de todas las que se han vivido en el país. La guerra puso de manifiesto la existencia de un "doble poder" entre dos fuerzas que gozaban de importantes apoyos internos y externos3. Tras el fin de la guerra, en 1992, el militarismo que había dominado al país por sesenta años cedió el espacio al surgimiento de gobiernos civiles4. La desmilitarización del país probablemente sea, en el presente y hacia la cultura porvenir, el más importante resultado del acuerdo firmado por los adversarios más temibles de toda nuestra historia. Entre 1971 y 1992 la población creció en poco más de un millón de personas y la sociedad pasó a ser predominantemente urbana5. En los años 70 también se

produjeron luchas sociales que modificaron la manera en que se concebían a sí mismos sectores del campesinado, el estudiantado, la burocracia estatal, así como intelectuales y artistas. Con aquellas luchas irrumpieron nuevos actores sociales, políticos y culturales que han sido portadores de una variada cantidad de interpretaciones sobre el país. No sólo las organizaciones campesinas, que fueron las más visibles a lo largo del proceso revolucionario, sino también las poblaciones indígenas, silenciadas desde la primera mitad del siglo XX, volvieron a ganar visibilidad y se constituyeron, por primera vez desde los años 40, en sujetos de alianzas políticas. El movimiento migratorio principalmente hacia los Estados Unidos, se convirtió desde los años 80 en un factor completamente nuevo en la economía y en la cultura salvadoreña6. La construcción del "imaginario cultural" salvadoreño, enraizado en las peculiaridades históricas, religiosas, gastronómicas, étnicas, nacionales o de lengua, por la vía de los emigrantes establecidos en ciudades como Los Ángeles, Washington o Nueva York, se enriquece con nuevas realidades, historias e identidades. Estas nuevas identidades transversales7, es decir, identidades que atraviesan el cuerpo de la sociedad como un corte a cuchillo, están impugnando la idea de una identidad exclusivamente fundada en valores nacionales. Tanto en el "exterior" como en el "interior" del país existen nuevas vivencias de la salvadoreñidad. Las historias y memorias de los salvadoreños que cruzaron las tres fronteras para asentarse en Los Angeles, San Francisco, o las comunidades cristianas de los alrededores del embalse del Cerrón Grande que participaron en el proceso revolucionario de los años 80 están impregnadas de una vivencia complementaria y distinta respecto de la de los pescadores del Golfo de Fonseca, las cofradías indígenas de Izalco, los desmovilizados de la guerra en Usulután, o los empleados de una

maquiladora coreana en San Marcos. En El Salvador hay tantas identidades como historias y memorias. Una mirada en perspectiva a los procesos que dieron lugar al nacimiento de la idea de El Salvador, nos hace visible la naturaleza caprichosa y al mismo tiempo asombrosa del surgimiento, como un volcán sobre el horizonte, de una entidad cultural. Primero, porque pareciera que son fuerzas completamente fuera del control de la mano humana las que se mueven y prestan condiciones para que en un determinado espacio se originen los relieves que llegarán a constituirse en una sociedad identificada consigo misma a través de sucesos, fantasías y estereotipos. En segundo término, es asombroso el papel que juegan los grupos sociales y las personas en encaminar al conjunto social en una dirección, tanto para delinear sus apetencias como para establecer sus antagonismos. Esto es notorio en formaciones culturales, como la salvadoreña, donde la violencia ha tenido un importante protagonismo. Nadie nace con una determinada identidad cultural. Las identidades, ante todo, son subjetividades creadas, papeles asignados y entidades construidas e imaginadas. Los salvadoreños y salvadoreñas aprenden a ser salvadoreños y salvadoreñas. De esa enseñanza se encargan las madres y las abuelas, también los padres, los hermanos, el vecindario, la escuela, las leyes, el ejército y la policía, la televisión y los periódicos. Y cuando un salvadoreño o salvadoreña se pregunta por su identidad, ya sea en el exilio, en un campamento de refugiados en Honduras, en una escuela norteamericana de entrenamiento militar, u oculto en un furgón a través del desierto junto a otros inmigrantes centroamericanos, aquella pasa a convertirse también en una experiencia indagada. La identidad de un país se construye tanto bajo el influjo de esas vivencias y memorias como también con el peso del silencio y el olvido. Existen dimensiones de la

historia por tanto tiempo silenciadas que han provocado un efecto distorsionante sobre la idea de país, con efectos directos en el análisis social y la acción política8. Y otras, a fuerza de ser repetidas, han llegado a convertirse en sordas tapias que nos impiden escuchar y visibilizar otros sujetos, otras presencias, otras acciones, otras necesidades. En sociedades como la nuestra parece indispensable traer a cuenta hechos, personajes desdeñados o sepultados, así como las conexiones aparentemente caprichosas entre unos y otros. ¿Cómo sacar de los sepulcros y de los armarios esas historias indispensables para la construcción de una "comunidad" en donde exista reconocimiento para los héroes de unos y otros, los comunes y los propios, los de mi grupo, los de mi simpatía, y que ellos nos vinculen de manera virtual y afectiva a un espacio llamado El Salvador? La acción social, la indagación histórica, el arte, la literatura, en la medida que nombren, deslegitimen y cuestionen las representaciones segregacionistas y sugieran la creación de relaciones más igualitarias entre los salvadoreños, pueden ayudar a rearticular los discursos de identidad y probar que la identidad no es una trascendencia sino una convergencia, una pregunta que vuelve permanentemente sobre sí misma, y nunca una afirmación inalterable, como una estatua. Aunque los discursos de identidad suelen imponer referencias simples destinadas a ser repetidas, es irresistible oponerse a la simplificación de la identidad de los y las salvadoreñas al hecho de hablar español, gustar del futbol y comer pupusas.9 En este trabajo emprendo una serie de indagaciones que echan mano tanto del olvido como de la memoria, procedimientos que, parafraseando a Le Goff, parecen inseparables de "la lucha por el poder o por la vida".10 Es muy difícil entender el país del cual somos originarios si no somos capaces de vernos en él, no tanto desde la altura que otorgan las estanterías de libros y las veleidades "cosmopolitas" de algunos de sus hijos más privilegiados, sino desde la experiencia de haber tenido a ese país, el país real

y el país mental, como un inevitable punto de referencia. Ser salvadoreño es sólo una manera de ser, entre muchas; pero como lo ha probado nuestra historia, también una manera de no-ser. El salvadoreño tiene identidades visibles y también identidades invisibles. El paisaje salvadoreño es, en gran medida, un códice que somos incapaces de leer. Por muchos años, los poetas tuvieron allí uno de sus motivos principales de inspiración. Aquella tierra, la "indiana musa" de Espino,11 fue capaz de conmoverlos más allá del mero placer visual y llegó a convertirse en algo culturalmente significativo. El Salvador, primero territorio físico, comenzó a ser también un territorio mental, algo a lo que millones de personas creen pertenecer y le profesan afecto. Año con año, desde hace casi 90 años, en todas las escuelas y colegios del país los estudiantes repiten, con monótona entonación. "Dios te salve patria sagrada. En tu seno hemos nacido y amado. Eres el aire que respiramos. La tierra que nos sustenta, la familia que amamos, la libertad que nos defiende, la religión que nos consuela...".12

La identidades también son rutinas, a toda escala. El corredor litoral que cruza al país longitudinalmente, es una antiquísima vía de circulación desde el norte del istmo al sur y viceversa. Esta ruta también fue usada por los españoles en las primeras décadas de la Conquista13. Sus pobladores se han asentado desde hace miles de años en los valles interiores de los macizos volcánicos, en un clima dominantemente cálido. Hacia el norte, una franja montañosa y poco fértil forma una escarpada barrera en cuyo filo comienza a nacer el país de Honduras. Por la región occidental de esa Montaña frontera penetra el río padre y madre de la cultura salvadoreña, que serpentea a lo largo de 294 kilómetros hasta desembocar en el océano. Casi la mitad de su territorio --incluyendo siete de sus catorce cabeceras departamentales-- se aloja en la cuenca del Lempa.14 Podría decirse que El Salvador se hizo país en la cuenca de ese río. En el pasado, el

Lempa fue una reconocida frontera natural entre el norte y el sur mesoamericano; en la actualidad, rodeado de tierras erosionadas y carcomido por la voraz frontera agrícola, hace trabajar las turbinas de las tres centrales hidroeléctricas que producen la mayor parte de la energía del país. En la literatura escrita no hay rastros de mitos asociados al poder que este río ha ejercido desde el pasado remoto sobre la agricultura, el clima, las migraciones, las guerras. Pero entre los habitantes ribereños existe una memoria que sigue ignorada en las construcciones de la "identidad" que se fabrican en los gabinetes de los intelectuales y burócratas. Desde la Antigüedad hasta nuestros días, el país forma parte de un espacio intermedio entre las grandes civilizaciones precolombinas y un lugar de mezcla entre las especies vegetales y animales del norte y del sur del continente americano15; por su ubicación también ha sido un espacio dominado por cuatro imperios: azteca, español, inglés y norteamericano, sucesivamente16. Ser periferia es, pues, una noción muy arraigada en el "alma nacional". Ser dominados, una condición que se ha convertido en uno de los principales bailes de máscaras del poder. Es difícil entender a El Salvador y a Centroamérica sin relacionarlos con esa condición geopolítica y con las lógicas imperiales, particularmente de los Estados Unidos que, en diversos grados, han socavado su soberanía y moldeado su identidad. En el texto que sigue he intentado correlacionar los horizontes que han servido de soporte para la invención de una identidad salvadoreña: el mestizaje como un elemento de cohesión y exclusión social; en segundo lugar, el remarcado papel de la violencia y las armas; y, finalmente, pero no por ello menos importante, las migraciones en su doble papel de fuga y retorno. Estos planos se ven cruzados con reflexiones en torno a la pervivencia de los esquemas coloniales en la formación cultural, y los roles

contradictorios del poder, el arte, la literatura y el paisaje mismo, para problematizar el universo de lo que suele llamarse "identidad nacional". Aunque el texto se apoya en fuentes documentales de la historia salvadoreña y centroamericana, ha sido escrito con cierto apremio presentista. Dicho apremio parte de una consideración básica: escarbar en la historia y en las fuerzas que condicionan a esta sociedad tan marcada por la opresión material y espiritual, sólo tiene sentido si se toma conciencia de la presión que ejerce el pasado, y si ello, a su vez, ilumina el tipo de presiones que deben hacerse sobre el presente.

2. LA INVENCION DEL PAIS HACE 180 AÑOS El Salvador tal y como le conocemos ahora no existía. Por tres siglos, su actual territorio fue solamente una porción provincial del remoto Reino de Guatemala en el centro de América. Este reino que alguna vez soñó con ser pujante y rico17, se extendía sobre un largo eje volcánico y una cadena montañosa flanqueada por tierras bajas descendiendo abruptamente hacia las costas de los dos océanos. Comprendía lo que hoy en día son las cinco repúblicas de Centroamérica y el estado mexicano de Chiapas. No era un reino pequeño. Hace doscientos años, era una tercera parte mayor que España, el poderoso país de donde llegaron los ejércitos que vencieron a los aborígenes centroamericanos; la composición de su población era muy diversa: dos terceras partes de sus habitantes descendían de las culturas aborígenes y no hablaban español. El resto estaba compuesto por "mestizos" (mezcla racial española e indígena) pardos y mulatos --lo que comúnmente se llamaban "castas"--, "criollos" (hijos e hijas de españoles nacidos en América) y una pequeña elite "blanca" de origen peninsular en cuyas manos se concentraba el poder. El tribunal real español fundado en 1542 con

jurisdicción sobre estos territorios se llamó, de manera indicativa, la Audiencia de los Confines. Lo que ahora denominamos El Salvador se constituyó apenas hasta el primer cuarto del siglo XIX con algunos de los territorios demarcados por el sistema colonial, comprendiendo unos veinte mil kilómetros cuadrados. Como el resto de países latinoamericanos, es un país de muy reciente invención. La piedra fundacional de la futura nacionalidad salvadoreña es un motín que comenzó la noche del 4 de noviembre de 1811 en San Salvador. Los cabecillas de la revuelta arrestaron en su propio domicilio al representante del Rey18 mientras grupos de pobladores lanzaban piedras contra las casas de los españoles19. De esta forma, la tradicional lealtad centroamericana al rey cedió su lugar a las contradicciones que se había larvado a lo largo de tres siglos entre dos sectores privilegiados del orden colonial. Pese al ímpetu de los sansalvadoreños, la mayoría de las localidades de la jurisdicción se mantuvieron leales a la Corona y al menos dos despacharon a toda prisa contra la capital un contingente de tropas mal avitualladas20. El cura de la localidad occidental de Santa Ana no pudo expresarse en peores términos al considerar a San Salvador como ciudad "sacrílega, subversiva, sediciosa, (e) insurgente"21. Aunque en la revuelta no se disparó ni un tiro ni corrió la sangre, la primera insurrección de los criollos centroamericanos en todo el periodo colonial no tuvo un final tan pacífico22. Algunos importantes líderes independentistas terminaron como presos políticos. En los años que siguieron, el temido jefe del reino agrandó su fuerza militar, anuló elecciones y encarceló a varios alcaldes acusándolos de conspiración contra la Monarquía. Los años que siguieron al levantamiento de noviembre fue un período de persecución23. Aquel "primer grito de Independencia" --como lo llama la historia oficial-- ha pasado a ser uno de los mayores motivos de orgullo nacional: aparte

de ser la chispa que desató las luchas y maniobras que culminaron con la Independencia de España once años más tarde, también fue una muestra de la fuerza y la eficacia de la elite criolla, y su disposición a ocupar los nuevos espacios de poder. Los intelectuales y comerciantes criollos --junto a algunos cuadros españoles que se integraron con notable rapidez al nuevo esquema de poder-- que encabezaron el movimiento de Independencia bien pronto se vieron en medio de un remolino de acontecimientos que nos servirán para establecer un posible guión de la idea de la salvadoreñidad. El primero fue la resistencia contra la anexión de Centroamérica a México. La oposición de San Salvador levantó en armas a unos cinco mil hombres en la región. Las guerras civiles que siguieron rápidamente duplicaron esa cantidad. La mayoría de aquellas pequeñas, persistentes y destructivas guerras tuvieron a El Salvador como su escenario principal. Para 1830 un informe del Secretario de Estado Mariano Gálvez señalaba que, desde la Independencia, en el antiguo reino la cantidad de armas de fuego en manos de civiles había aumentado por lo menos cincuenta veces24. El crecimiento en espiral de las actividades militares y la proliferación de pequeños ejércitos25 pasaron a convertirse en una factor central para el sostenimiento de un orden que correspondía a una indeterminada idea de país. Indeterminada, porque las pugnas entre facciones políticas rivales y la carga del pasado colonial, no permitían despejar el panorama del nuevo país. Los salvadoreños participaron con especial denuedo en el fallido proyecto de integrar la Federación de Centroamérica. La idea unionista fue para El Salvador un desastre. El impacto de las guerras hizo escribir al viajero Robert G. Dunlop: "el estado de San Salvador parece estar exhausto y en ruinas debido a los efectos de la larga y continua guerra civil. Todo tipo de industria está casi en las últimas"26.

En la defensa de la Federación los salvadoreños enviaron a la muerte a centenares de hombres, principalmente campesinos pobres, que parecían entregarse a la

causa con especial devoción. Otro viajero que se encontraba en San Salvador durante aquella época convulsa, advirtió que los salvadoreños, al mismo tiempo que guerreaban contra Guatemala y resistían a las tropas hondureñas que marchaban sobre la ciudad, mostraban una resolución y energía sin par. Escribe: "Los voluntarios (para ir al combate) aparecían por todas partes con la firme resolución de sostener a toda costa la federación o morir bajo las ruinas de San Salvador (...) Esta fue la vez primera que me sentí contagiado de entusiasmo. En todas las revueltas presenciadas por mí, no había notado ningún rastro de heroísmo ni amor ardiente por la patria".27

El Salvador decretó su primera Constitución en 1824, y quince años más tarde se declaró un Estado separado de la Federación. Pero las efusiones de sangre no terminaron allí. En 1833, los indígenas y campesinos realizaron la más conocida intentona de sublevación del período poscolonial, siendo aplastados de manera cruenta28. Veinte y tantos años después, más jornaleros salvadoreños marchaban en columna hacia Nicaragua para enfrentarse contra el norteamericano William Walker. Tras el rotundo fracaso de la Federación, El Salvador se declaró como una República en 1856. Fue la primera provincia en sublevarse contra la Corona, la única en rechazar la anexión al efímero Imperio mexicano y la última en renunciar a la idea unionista.29 Estos acontecimientos otorgaron a los salvadoreños la partida de nacimiento de una identidad originada en conflictos, y adelantan algunas de sus marcas culturales: la nación se piensa, se define y se nombra desde el "centro": San Salvador; los criollos (y después los "ladinos") serían los continuadores de un poder de fuerte contenido colonial, erigido a expensas de la población vencida en la guerra de Conquista; tercero, como ya se anotó, el empleo de las armas se convirtió en el procedimiento privilegiado para dirimir los conflictos de intereses. Estos factores se constituyeron en puntales para articular un discurso nacional que se construyó sobre un referente normativo, una noción de igualdad y una homogeneización cultural. En lo sucesivo, uno de los empeños

principales de la elite fue la producción de discursos destinados a promover sus aspiraciones de ser-alguien-distinto, de España, en primer lugar: de Guatemala, la capital del Reino colonial, en segundo término. Esto es, tener una identidad. Estos factores, debo adelantarme a decir, no deben ser vistos como nocivos. Se trata de la puesta en marcha de relaciones y valores destinados a darle sentido a su desempeño en la vida social. Pero aunque las personas por ellos determinadas actúan enmarcadas dentro de determinadas condiciones sociales, a su vez ellas también deciden y actúan sobre ellas. Si bien no tienen poder para modificar su pasado, son enteramente responsables por lo que deciden y por la manera en que actúan, hacen o dejan de hacer. Sin embargo, en la armazón de la historia "oficial" se pasan por alto construcciones que van montando el andamiaje de una posible identidad común. La convergencia entre un humilde miliciano y el general Morazán marchando a la batalla, vuelve a plantearnos paradojas que escapan a las simples ideas de la manipulación ideológica. Pero por otra parte, el silencio en torno a la opinión de los miles de jornaleros que sirvieron como carne de cañón en todas las guerras habidas en el país, nos da una muestra flagrante de la ausencia de las voces de las "clases subalternas" en la historia escrita.

3. ANFORAS ROTAS Intentemos dar un salto en el tiempo. Cien años después de aquel levantamiento de noviembre, un conjunto de intelectuales emprendieron una de las primeras cruzadas cívicas del siglo XX.30 A través de una revista que reunía lo más granado de la elite culta salvadoreña y centroamericana, escritores e historiadores se propusieron exaltar a los héroes de aquel movimiento proponiéndolos a la juventud como "vivo y eterno

ejemplo de honradez y de virtudes cívicas"31. Aquella jornada bien puede verse como una típico intento de cristalizar una idea de país y formar un panteón de campeones inmaculados, ajenos a cualquier tipo de intereses personales o de clase social, compenetrados solamente de un enorme celo patriótico. Entre el levantamiento de noviembre y la puesta en circulación de la revista Próceres, la historia dio un giro completo. Los "exaltados" sansalvadoreños, teniendo a la cabeza a José Matías Delgado --un cura que murió excomulgado por el Papa-- y a Manuel José Arce --quien murió ignorado y pobre en el exilio-- se constituyeron en piedra fundadora de una nacionalidad que pasó a reconocerlos como padres de la patria. Pero, ¿será así de simple la historia? ¿O no será más bien que la historia de la nacionalidad salvadoreña ha documentado, exaltado y ritualizado únicamente la parte "criolla", relegando a la oscuridad y el silencio al resto de los componentes del país, principalmente a la población indígena? En El Salvador después de la Independencia la historia pasó a ser una historia esencialmente "criolla", desinteresada e incapaz de propiciar una sociedad que asumiera y reivindicara la variedad racial de su población. El criollo salvadoreño que, como veremos, con los años pasó a ser asimilado por la más eficaz aunque difusa categoría del "mestizo", se constituyó en la parte civilizada, la parte española/occidental, con un desprecio atávico hacia lo indígena, a quien consideró la parte incivilizada e inferior.32 De hecho, en El Salvador ha sido sumamente interiorizada, a lo largo y ancho de la escala social, la noción de que en el país el problema indígena no existe simplemente porque "no hay indígenas". El discurso dominante que define a El Salvador como una sociedad mestiza ha servido de soporte a las ideologías nacionalistas de los liberales y, más recientemente, de los revolucionarios33. Y aunque en sus inicios, a principios del siglo, el discurso del mestizaje amortiguó las expresiones racistas del liberalismo y

prestó condiciones para la incorporación de algunos grupos subalternos a la idea de nación, también sirvió como soporte ideológico para la desarticulación de las comunidades indígenas y la expropiación de sus tierras. La campaña patriótica de 1911 se produjo en medio de aquella euforia. Mientras los intelectuales rescataban y publicaban los documentos que legitimaban a los criollos como los arquitectos del nuevo país y exaltaban sus vidas azarosas contra el poder colonial, en el campo se cebaba un proceso conflictivo que exhibía trágicas cotas de violencia cotidiana y recíproca entre terratenientes y campesinos.34 ¿Cuánta de toda aquella tinta y cuánto de los actos rituales en las escuelas públicas y las plazas, fueron capaces de construir una identidad nacional? Si juzgáramos a partir de los sangrientos acontecimientos que siguieron dos décadas después, con el alzamiento indígena y campesino de 1932, sería fácil concluir que aquella idea estereotipada de "la Patria amada"35 fue un producto del cual estuvieron ajenos al menos dos grandes sectores de la población: indígenas y campesinos pobres. Entonces, ¿puede considerarse "nacional" una identidad imaginada casi exclusivamente desde una parte del país? Todavía es muy pronto para llegar a conclusiones terminantes. En este país las corrientes humanas y las transformaciones que han tenido lugar en su paisaje cultural y geográfico han venido enfrentando y soldando numerosas herencias. Algunos de los antepasados de los salvadoreños provienen de antiguos poblamientos de la fabulosa cultura maya y de las migraciones de núcleos nahuas36 que llegaron a estas tierras provenientes de México en el año 1200 antes de nuestra era37. También existen vestigios de la llegada hasta el oriente salvadoreño de pequeñas expediciones desde el sur del continente americano,38 que eran consideradas como "extranjeras".

Entre el siglo XIV y el XX de nuestra era, nuevas oleadas humanas constituidas por conquistadores y colonos españoles, y luego esclavos negros de origen africano traídos desde el Caribe, inmigrantes árabes y chinos y norteamericanos y europeos, han venido a asentarse en este país para constituir un conjunto complejo y variopinto. No todas las migraciones fueron azarosas. Algunas respondieron a un patrón racial. En el siglo XIX, El Salvador se sumó al proyecto criollo latinoamericano de "blanquear cuerpos y espíritus" que consistía en atraer inmigrantes de Europa y Estados Unidos portadores de la sangre de la superioridad racial, la civilización y el progreso. La Ley de Extranjería de 1921, incluyó entre los extranjeros perniciosos a los individuos de raza árabe, conocidos en el país como "turcos"39. Y en 1933, la primera ley de Migración, prohibió la entrada a El Salvador de originarios de China, Mongolia, Malasia, negros y gitanos40. Se trata de un país que alberga tantas identidades como historias hayan; historias que provienen de los individuos, clases, sectores y comunidades que le han dado forma a este país, con su trabajo y su imaginación, en condiciones materiales desiguales, salvaguardando sus intereses, y a menudo defendiendo ideas contradictorias del bien. La identidad salvadoreña --a la vez vivencia y revelación, ambigüedad y certeza- es algo que nadie puede explicar satisfactoriamente. Ahora que la palabra identidad se encuentra por todas partes y se le vincula a tantas cosas, ¿es posible hablar de la existencia de una identidad nacional común para jornaleros y terratenientes, para indígenas y ladinos, para los habitantes de la ciudad y del campo, para desempleados y empresarios, para migrantes y sedentarios, para analfabetos y "cultos", para hombres y mujeres?

¿Puede la identidad ser una entelequia que atraviesa transversalmente a la sociedad, independientemente del acceso desigual a la riqueza material, a los bienes simbólicos y al poder? El "nacionalismo" de diversos signos políticos e ideológicos, ¿ha sido hasta ahora capaz de dar una explicación última del perfil cultural del salvadoreño? ¿Puede atribuirse a la "falta de identidad" la espiral de violencia política y social que llegó a convertirse en la Guerra civil de once años41? ¿Juega algún papel en la situación de violencia delincuencial que asola a este país? No pretendo encontrar la verdad histórica. La verdad histórica, se atreve Borges a proponer, "no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió". A su vez, agregaríamos, lo que juzgamos que sucedió es sólo una parte del inmenso mosaico de representaciones posibles que pueden hacerse sobre una sociedad. Me resulta irresistible mirar la Historia como una rama sumamente desarrollada de la ficción literaria. La Historia --con mayúscula-- sin duda nos provee los datos que fijan, como con alfileres, el mapa recorrido por esta porción de humanidad a la que se añade el predicado "salvadoreña"; pero la naturaleza intransferible y única de la experiencia vivida por uno sólo de estos hombres y mujeres termina arrojando siempre una piedra en ese espejo de aguas movedizas. Desearía que esta confesión se entendiera ante todo como una muestra de respeto por esa disciplina que arroja tanta luz sobre el mundo humano como lo hacen las novelas, el arte o la poesía. Por lo tanto, para responder aquellas preguntas, creo que también debe echarse mano de las herramientas de la intuición, convirtiendo en nuevas preguntas y problemas la vivencia del quién soy, o la más ambigua de los quiénes somos. Quiero terminar esta introducción con una parábola sobre la imposibilidad esencial de penetrar en los arcanos de la historia. En el O- Yarkandal, Salarrué cuenta

de un reino en el que no era permitido relatar las historias y leyendas de su pueblo sino "labrándolas y esmaltándolas alrededor de un ánfora". Las figuras y los movimientos del labrador, y no sólo los signos, tenían un alto valor en la narración de los grandes acontecimientos del reino: la escama de un pez alado o la espiral formada por una serpiente explicaban, por ejemplo, un estado del alma o una emoción intensa. Cuando alguna de estas ánforas se rompía, dice el O-Yarkandal, los eruditos hacían esfuerzos sobrehumanos por reconstruir aquellas texturas. Sus intentos resultaban invariablemente infructuosos porque la falta de un pequeño trozo o el más pequeño "error" en la colocación de una pieza daba lugar a nuevas historias que, a lo largo de mucho tiempo, eran tomadas por verdaderas. Tras casi doscientos años de ánforas rotas y vueltas a reconstruir, ¿quién se atreve a decir que conoce la verdadera historia de este pueblo?

II MESTIZAJE: HIJOS DE LA "RAZA CÓSMICA"

"Dígase lo que se quiera, los rojos, los ilustres atlantes de quienes viene el indio, se durmieron hace millares de años para no despertar. En la Historia no hay retornos porque toda ella es transformación y novedad. Ninguna raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va. [...] El indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado de la civilización latina".

José Vasconcelos. La raza cósmica42.

"Se fueron los indios, en su éxodo enlutado hacia los grandes parajes del olvido... Todo se fue. Hombres y pueblos. Sólo faltó que emigraran las montañas...".

Miguel Angel Espino. Mitología de Cuscatlán43

1. IDENTIDADES IMPRESCIDIBLES El Salvador es un país "mestizo". Esta idea tan arraigada entre la población salvadoreña no es irreal. Ya en el año 1807 Antonio Gutiérrez y Ulloa, corregidor intendente de la provincia de San Salvador, envió a su superior en Guatemala un documentado informe, el primero de su clase en el Reyno44, conteniendo los datos geográficos y estadísticos más relevantes sobre la provincia45. Aunque algunos de los papeles se extraviaron en los sucesos de noviembre de 1811, cuando el corregidor intendente estuvo en manos de los insurgentes sansalvadoreños46, el informe contiene elementos para reconstruir el paisaje geográfico y humano de El Salvador de principios del siglo XIX47. En lo referente a su población, es claro que a finales del período colonial El Salvador contaba con un número de habitantes que casi doblaba a los que existían en su territorio cuando los españoles iniciaron su guerra de conquista. Dicha población estaba compuesta mayoritariamente por la raza surgida del cruce de conquistadores e indígenas. "El Salvador" --afirma Rodolfo Barón Castro-- "sale del dominio español como entidad nueva, no sólo en lo espiritual, sino en lo étnico". El documento revela que ya entonces la "raza mezclada" constituía la etnia dominante sobre el total de la población48. Con todo, los indígenas todavía representaban casi la mitad de la población en un número casi igual al que había en estas tierras en el momento de la llegada de los españoles49. En El Salvador el mestizaje ha llegado a ser no solamente el resultado de una mezcla racial sino también un discurso que ha nutrido la ideología nacionalista salvadoreña, que en el pasado ayudó a matizar el pensamiento racista del liberalismo y que, al mismo tiempo, ha venido invisibilizando las identidades que conforman a El Salvador contemporáneo. En lo específico, el mestizaje, entendido principalmente como

un proceso cultural civilizador --y por lo tanto de "desindianización"-- ha confrontado e invisibilizado la continuidad de las identidades indígenas, sus prácticas culturales y su memoria.50 La negación persistente de la existencia de importantes sectores de población indígena ha dado lugar a uno de los mitos culturales salvadoreños: "En El Salvador ya no hay indios".51 Con todo, los indígenas han jugado un papel importante, tanto en la conformación del tipo de sociedades que emergieron en el periodo español como en la construcción del Estado poscolonial. El legado indígena ha tenido y tiene importancia en el patrimonio cultural salvadoreño; esto sólo podrá asumirse en la medida que se trascienda el carácter estático que se le otorga a la herencia cultural indígena, lo cual evita la incorporación de su potencial a la idea de país o Nación. Estos son los temas que nos interesa discutir en las páginas que siguen. Como en el resto de Hispanoamérica, los mestizos llegaron a dominar el paisaje humano salvadoreño. Desde los primeros años de la Colonia, el mestizaje fue creciendo y acomodándose a los patrones de comportamiento europeo, dándole la espalda a lo indio52. Si bien a la larga predominó la indígena-española, también hubo diferentes mezclas con etnias provenientes de Africa, las que vinieron a sumarse a mezclas ocurridas entre los mismos indígenas. Los contingentes tlaxcaltecas y mexicas que llegaron como aliados del conquistador Alvarado, se asentaron en tres lugares del territorio salvadoreño (los llamados "barrios de mexicanos")53 y se mezclaron con los nahua-pipiles y lencas. En las plantaciones de cacao de Sonsonate también se produjeron otras mezclas: indígenas provenientes de la zona lenca salvadoreña, de la Verapaz guatemalteca y comarcas hondureñas (todos conocidos como los "aquilones") se asentaron como trabajadores de los cacaotales de Izalco. Muchos de estos migrantes encontrarían la muerte en el ardiente clima de la costa, pero los que sobrevivieron

terminaron alejándose de sus comunidades de origen para asentarse e integrarse paulatinamente con la población y la cultura del occidente salvadoreño. La catástrofe demográfica provocada por las pestes que aquejaron los poblados indígenas de toda la región centroamericana a mediados del siglo XVI54, favoreció el asentamiento definitivo de los aquilones, quienes ocuparon el lugar de los izalqueños vernáculos como nuevos jefes de familia casados con viudas y abandonadas, terminando como dueños de los cacaotales55. Estos ejemplos ilustran la complejidad de los cruces raciales y culturales que han tenido lugar en El Salvador. Las investigaciones histórica y antropológica, tan carentes de apoyo y estímulo en el medio salvadoreño, hasta ahora poco han contribuido a establecer la riqueza de las vertientes humanas que han venido a congregarse en lo que suele designarse como la "identidad" salvadoreña, no solamente por el prurito investigativo, sino para reconocer las especificidades y continuidades culturales que otorguen reconocimiento a sus propias memorias, y para que informen las acciones sociales presentes y futuras que mejoren su calidad de vida. El mestizaje hispanoamericano tiene origen en un acontecimiento netamente militar: la Conquista56. La ferocidad de aquel enfrentamiento, documentado tanto en los memoriales indígenas como en las relaciones de los conquistadores, o ilustrado en lienzos como el de Tlaxcala57, tuvo también un impacto demográfico. Aunque los inicios del mestizaje suelen asociarse con las violaciones ocurridas en la guerra de Conquista, documentos dan cuenta que en no pocas ocasiones los mismos principales indígenas ofrecían a sus mujeres a las huestes ibéricas. Gonzalo de Alvarado, hermano del "muy cruel" Pedro de Alvarado, refiere en un documento del año 1570 que en Tecpán Izalco, los caciques no sólo vendían a sus propios vasallos como esclavos sino que también "...les entregaban sus mujeres".58 El primer acto formal de mestizaje en El

Salvador tuvo lugar hace 475 años, en la antigua villa de San Salvador, en los alrededores de Suchitoto, mediante el matrimonio de una indígena y un español.59 Los indígenas siempre constituyeron un núcleo poblacional salvadoreño importante, si bien no fue el único ni el más poderoso. En sus inicios la identidad salvadoreña se conformó por diversos grupos60. En primer término, los "blancos", provenientes de la administración y los asentamientos del poder colonial61. Luego, los "criollos", descendientes de españoles nacidos en territorio americano sin ningún mestizaje62. El término "criollo" se empleó inicialmente para designar a los hijos de los conquistadores y primeros colonizadores, pero las sucesivas oleadas de inmigrantes españoles le fue dando nuevas significaciones. Los criollos heredaron las instituciones del poder colonial y encabezaron los movimientos autonomistas e independentistas que tuvieron lugar en la región en las primeras décadas del siglo XIX, y hasta principios del XX jefearon los nacientes Estados nacionales así como el gobierno de la República Federal, y protagonizaron las guerras y los pactos políticos. Los "ladinos"63, constituían un segmento caracterizado principalmente por su diferenciación respecto de los indígenas, integrado inicialmente para designar durante la temprana Colonia a los indígenas que habían aprendido el idioma castellano. A finales del siglo XVII, el término designaba al conjunto de población española, mestiza, negros y mulatos que habitaban los llamados "pueblos de indios". Los africanos constituyeron un tercer elemento racial que se asentó en las tierras salvadoreñas acompañando a los españoles que los poseían en calidad de esclavos. Fueron traídos para los trabajos más duros y vivían apartados de la población indígena -la cual fue considerada por la legislación española como desvalida y necesitada de protección--. En general, los africanos fueron sirvientes de confianza de los españoles, que formaban parte del patrimonio de la hacienda privada, pero también se dio el caso

de negro amotinados, como en el año 1622, cuando esclavos de comarcas sansalvadoreñas se fueron a la montaña y asolaban a los españoles. El levantamiento fue aplacado con refuerzos armados de Guatemala y Comayagua. Así mismo, un reporte de un cura franciscano del año 1586, da cuenta de la existencia de una estancia en los alrededores de Izalco que poseía esclavos de origen africano, con los cuales el propietario había formado un pequeño ejército personal64. Pero la porción poblacional que siempre ha mantenido un número importante es la indígena. Antes de la Conquista, estaba constituida por descendientes de la civilización maya que hacia los años 900 y 1350 de nuestra Era fueron desplazados por pueblos de habla nahua provenientes de México. La aldea más antigua que se ha localizado se encuentra en Chalchuapa, y data del año 1200 a.E. (Periodo preclásico). Su estructura ceremonial conocida como El trapiche debió ser en su época uno de los edificios más grandes de Mesoamérica. Chalchuapa fue uno de los grandes sitios del área cultural maya, habiendo desarrollado un sistema calendárico y de escritura. También poseían una considerable fuerza guerrera. En uno de los montículos de este edificio se produjo el hallazgo de 33 esqueletos de hombres, atados de pies y manos, decapitados unos, mutilados otros, que se supone se trataba de guerreros capturados y sacrificados65. Existen pruebas fósiles que establecen que entre los años 400 a.E. al 250 a.E. en el actual territorio salvadoreño tuvieron lugar asentamientos humanos de dos esferas de estrecha filiación cultural. Una se localizaba en la parte occidental salvadoreña, conectada con el sur de las tierras altas guatemaltecas; la otra se extendía por el oriente salvadoreño, el centro y occidente de Honduras. Uno de los acontecimientos claves de la historia antigua tuvo lugar hacia el final de dicho periodo, con la erupción del volcán Caldera de Ilopango en el centro del país. Aquella catástrofe partió en dos la antigüedad

salvadoreña. La ceniza de la erupción cubrió los suelos agrícolas en un radio de 77 Km con un manto de ceniza de un metro de grueso, contaminando los ríos y estuarios, dejando despoblados unos 10 mil kilómetros cuadrados66, que equivalen a la mitad del actual territorio salvadoreño. Tuvieron que pasar varias generaciones para que el área más afectada se recuperara, lo que ocurrió mediante las olas migratorias de grupos mayas y mexicanos, que comenzaron en el siglo VI y terminaron tres siglos antes de la llegada de los españoles.67 Un recorrido de occidente a oriente nos ofrece un mosaico relativamente homogéneo de la composición poblacional del antiguo El Salvador, al momento de la Conquista. Los grupos nahua pipiles ocupaban el occidente y el centro del país. Sus fronteras estaban delimitadas por los ríos Lempa, al oriente, y Paz, al occidente. Sin embargo, un poco al oriente del Lempa, pipiles nonualcos controlaban el sector de la bahía de Jiquilisco. También existen evidencias de un significativo enclave pokomam en el curso medio del Paz, que pudo asentarse hacia la primera mitad del siglo XV. Al este del Lempa se encontraba la región Lenca, que se extendía hasta el río Guascorán. Las islas del Golfo de Fonseca, en el momento de la Conquista, se encontraban habitadas por lencas y nahuas68. Sus vínculos políticos con tierra firme aun no han sido establecidos. Los conquistadores españoles dividieron el territorio nahua pipil en dos "provincias", Izalco y Cuscatlán. En los escritos españoles, la región lenca carece de una designación indígena precisa. En su dieta, la tríada mesoamericana del maíz, frijol y ayote, era el complejo alimenticio más importante cultivado en la tradicional milpa69. Respecto de sus instituciones políticas y sociales, todas las "provincias" indígenas eran sociedades estratificadas.70 Sólo la ignorancia y la nostalgia pueden explicar que en nuestros días algunos intelectuales y líderes indígenas sostengan la idea

de que en la antigüedad americana la tierra era de todos71 y que imperaba un sistema de igualdad social. Las sociedades pipiles se dividían en tres segmentos muy marcados: nobles, indios comunes o tributarios y esclavos. La pertenencia a uno de estos estratos era hereditaria. Las posiciones de alto rango requerían ser legitimadas y la movilidad social vertical era posible por méritos. Un indígena común podía destacarse en la guerra y alcanzar un título de nobleza. De igual forma, un noble podía perder sus privilegios como sanción a una falta grave. Un indio común podía venderse a sí mismo o a sus hijos a la esclavitud. Parte de la casta nobiliaria eran el consejo de ancianos, un cuerpo asesor que aconsejaba a los "señores" o "caciques", términos usados en las crónicas españolas para indicar al "tecti", y los capitanes de guerra. Estos oficiales estaban al mando de lo que bien pueden llamarse ejércitos permanentes, institucionalizados, con jerarquía sumamente vertical, en alerta constante frente a sus vecinos. Todo este segmento social noble no rendía tributos. La adquisición de privilegios y la acumulación de riqueza eran legitimadas a través del estado de nobleza. A diferencia de la elite, el grueso de la sociedad, compuesto por soldados, comerciantes, cazadores, agricultores, vendedores del mercado, artesanos y prostitutas, rendían tributos de manera sistemática y periódica. El contraste de poder que existía entre la elite y el común puede apreciarse, por ejemplo, en el sitio conocido como San Andrés, uno de los centros prehispánicos más grandes de El Salvador, habitado entre los años 600 a 900 d.E. Los edificios en que moraban los nobles constituyen un centro monumental. Aunque la zona residencial común ha sido poco excavada, se sabe que las casas eran de bahareque, barro y adobe, no muy diferentes a las que fueron habitadas en el lugar conocido como Joya de Cerén (300 a 900 d.E.), ubicado a cinco kilómetros al nordeste de San Andrés72.

Eran los señores quienes tenían el control sobre la tierra y eran ellos los que otorgaban los terrenos a los principales de cada linaje, quienes, a su vez, distribuían esta especie de tierras comunales entre sus miembros. El esclavo capturado en batalla estaba destinado fatalmente al sacrificio, y sus hijos, de tenerlos, nacían también esclavos. Los sacerdotes pipiles vivían en los templos o en residencias especiales próximas a ellos. Estos se encargaban de llevar una memoria de su pueblo conteniendo los eventos memorables, ritos y límites de tierras, así mismo llevaban la voz cantante en los sacrificios humanos. Los aborígenes vivían, pues, bajo sistemas muy institucionalizados, muy diferentes a los que algunos suelen caracteriza como reinos de una inocencia sin parangón. De otra manera tampoco se explicaría el poder de la fuerza militar que enfrentó a Alvarado. De acuerdo con estimaciones basadas en las crónicas de la época, unos 20 mil soldados se habrían levantado en armas contra España en las comarcas pipiles.73 Uno de los elementos más notables del proceso de mestizaje tiene que ver con los préstamos de la lengua nahua al idioma castellano. Ninguna otra lengua aborigen ha contribuido tanto como la nahua a nombrar plantas, animales, artefactos y formas sociales. El nahua, inclusive, se superpuso durante la Colonia en numerosos casos a los nombres originales de otras lenguas.74 Cuando Cortés desembarcó en Veracruz, el imperio azteca se encontraba en plena expansión y tenía avanzadas colonias comerciales en Mesoamérica. Los españoles reclutaron aztecas como guías y auxiliares en la conquista del resto de Mesoamérica. El azteca, escrito con caracteres latinos, se usó en los registros oficiales relacionados con los indígenas y en el siglo XVII fue utilizado como lengua de doctrina de los misioneros.

Más allá de la indescifrabilidad y oscuridad que imperan en torno a aquel período de la antigüedad precolombina, en el momento del contacto con los europeos los aborígenes ya tenían una larga y compleja historia. Formaban parte de una "economía mundo" relativamente coherente75, integrada por sociedades y sistemas de competencia política, intercambio económico y construcción cultural; eran parte de lo que modernamente suele llamarse Mesoamérica. La desaparecida estructura política y cultural de los pipiles de Cuscatlán es difícil de reconstruir por la inexistencia de documentos de origen indígena.76 A la falta de una memoria pipil, el conocimiento de esa parte de la historia depende de las fuentes de los testigos de la conquista. En su segunda carta a Cortés,77 Pedro de Alvarado describe a Cuscatlán como una "ciudad" en el sentido que él atribuía a un cuerpo cívico que gobernaba a una región; es decir, la capital de una provincia nativa, equiparándola con los tres centros indígenas del reino k'iche': K'umarcaaj (Utatlán), Iximché (Guatemallan) y Chuitinamit (Atitlán). En aquel momento, Cuscatlán se encontraba en guerra contra el estado expansionista kaqchikel. A partir de los informes tempranos de los encomenderos españoles, es posible establecer que la provincia de Cuscatlán tendría unos siete mil kilómetros cuadrados, el tamaño promedio de las provincias nahuas del México central, y estaría constituido por unos cuarenta y nueve pueblos que tributaban a los principales indígenas maíz, frijol, chile, cacao algodón, ropa, pavos, sal, pescado, miel, obsidiana, ocote, cerámica, fruta, añil, bálsamos y yuca78. Una elite "cosmopolita" gobernante realizaba un intercambio desigual con otras áreas o regiones de Mesoamérica que consistía en artículos de prestigio, tales como piezas de jade, telas de algodón, cerámica decorada, con los que legitimaba su autoridad79. El grueso de la población se concentraba en las zonas agrícolas y fue precisamente allí en donde los indígenas sufrieron el mayor impacto de la conquista española80.

En El Salvador el mestizaje racial se inició muy pronto. Cuando se produjo el movimiento independentista, a principios del siglo XIX, casi todos los indígenas eran bilingües y los marcadores tradicionales, tales como la fisionomía y el vestido, habían perdido relevancia para distinguirlos como indígenas en una población crecientemente "mezclada".81 Pero no fue un proceso homogéneo. En el occidente del país, por ejemplo, las comunidades indígenas, dedicadas principalmente a la producción de cacao82 y bálsamo83, siguieron utilizando sus ancestrales sistemas agrícolas, manteniendo bastante intacta parte de su estructura social y política. Hasta mediados del siglo XIX, esas comunidades aún conservaban su propio idioma, sus formas tradicionales de tenencia de la tierra y, de manera muy marcada, una resistencia a los cambios que el nuevo gobierno poscolonial introducía. Para David Browning no resulta casual que "el centro de la protesta y de la oposición a la redistribución nacional de la tierra, a finales del siglo diecinueve, estuviera en el sudoeste (occidente del país), o que el gran levantamiento de campesinos de 1932, se originara en la misma zona".84 Un informe indica que para el año 1957 en el occidente salvadoreño todavía existían "comunidades indígenas", destacándose el caso de Izalco donde la población indígena no sólo se rehusaba al proceso de "ladinización", sino que, además, no se había convertido en asalariada de las grandes propiedades85. En las zonas del centro y norte del país, así como al oriente del Lempa, tuvo lugar un proceso muy diferente. Los españoles convirtieron el cultivo del añil en una empresa comercial a gran escala, haciendo un uso intensivo e inescrupuloso de la mano de obra indígena86. El relato de un clérigo que observó en 1636 la condición de los indígenas en los obrajes de añil, es estremecedor: "He visto grandes poblaciones indígenas... casi destruidas después de que se instalaron cerca de ellas molinos [obrajes] de añil... varias veces he confesado a un gran número de indios con fiebre y he estado allí cuando los llevan de los molinos para enterrarlos...

como la mayoría de estos infelices han sido forzados a dejar sus hogares y milpas, muchas de sus mujeres e hijos mueren también"87.

La brutalidad de la muerte sobre los indígenas no era, desafortunadamente, nada nuevo. En la primera mitad del siglo XVI, pocos años después de la llegada de los españoles, se produjo una caída en picada de la población indígena88. El país se convirtió en un campo de muerte: epidemias tales como la malaria, fiebre amarilla, viruela, sarampión y tuberculosis, se propagaron a la velocidad del rayo y a veces extinguieron completamente a la población en zonas enteras; en los archivos coloniales existen documentos que registran las quejas de los colonizadores que, a raíz de la mortandad de los indígenas, experimentaban una mengua en los tributos89. Entre 1550 y 1590 la población estimada del oriente salvadoreño disminuyó de 30 mil a poco más de 8 mil habitantes90. Hacia finales del siglo XVIII, ante el empuje de las haciendas de los colonizadores, la mayoría de las comunidades indígenas prácticamente desaparecieron. Apenas sobrevivieron, como enclaves en algunas zonas del occidente, en los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán, en San Salvador y en el extremo nororiental del país, en zonas elevadas semimontañosas, con alturas arriba de los quinientos metros sobre el nivel del mar. Pero el golpe más rudo para las comunidades indígenas sobrevino después de la Independencia. Para 1840, la introducción del café inició un cambio en el sistema de tenencia de la tierra. Las propiedades comunales indígenas, que constituían aproximadamente el veinticinco por ciento de la superficie del país, fueron blanco de ataque91. El Estado determinó que la existencia de tierras en manos de las comunidades indígenas "era contraria a los principios económicos y sociales" de la recién formada República92. De esta forma, el Estado salvadoreño, no sólo destruyó la base material de

las comunidades indígenas sino que, por primera vez, renunció al sistema colonial de permanente negociación política con las comunidades93. Con todo, ni el proceso de privatización de las tierras comunales se produjo de manera inmediata94, ni el café se impuso rápidamente en la economía salvadoreña95. Cuando en los años 40 se comenzó a promover el cultivo del café, El Salvador atravesaba por una crisis: no sólo los precios del añil sufrían una depresión, sino que también la población y el país habían sido sangrados por una nueva ronda de guerras; se habían producido cuatro golpes de Estado, una revuelta indígena y el cónsul inglés, por cuatro veces, había ordenado el bloqueo de los puertos salvadoreños.96 Si bien la producción añilera volvió a recuperarse en la siguiente década, dos nuevas catástrofes se abatieron sobre el país: una plaga de chapulín y un terremoto. El año de 1854 pasó a la historia como un año de hambruna. Al año siguiente, como ya se anotó, los soldados que regresaron al país después de pelear contra Walker, portaban una epidemia de cólera que diezmó la fuerza laboral97. Para entonces, aunque las exportaciones salvadoreñas de café eran todavía insignificantes, los éxitos de la caficultura en Costa Rica ayudaron a convencer al Estado de que otorgase incentivos para el cultivo de aquel producto que mostraba un potencial superior al del añil. Las leyes eximieron del servicio militar a los hombres que laboraban en los cafetales; también los medios de transporte, tales como caballos, mulas y bueyes que eran utilizados en las fincas cafetaleras, quedaron fuera de las habituales requisas para operaciones militares. El café se convirtió en el salvavidas de la maltrecha economía salvadoreña. Hacia el último cuarto del siglo XIX, junto a los generosos incentivos a la producción cafetalera, sólo destaca por su magnitud el presupuesto militar que consumía una quinta parte del erario nacional98. El Estado se empeñó en la creación de una fuerza militar permanente que sustituyera los ejércitos circunstanciales que fueron integrados

principalmente por indígenas y campesinos pobres, e impuso una legislación laboral que establecía un estricto control sobre la mano de obra99. Fue en ese contexto que se produjo la privatización de las tierras comunales. Un corte que resultó mortal para la identidad indígena. La ley convirtió en vagos a los indígenas sin tierra o sin capacidad económica para recomprar sus propias tierras. De esta manera se inició un proceso radical tendiente a quitarles a los indígenas los últimos vestigios de poder. En el pasado, los indígenas habían sido "los mejores compañeros de batalla" de las facciones oligárquicas que luchaban por el control del poder. Participaron como combatientes en los improvisados ejércitos de uno u otro bando. Se ha documentado que el general Morazán encontró en los indígenas de Izalco buenos soldados que le apoyaron en sus numerosas campañas100. Un informe municipal de 1859 calificaba a los izalqueños como "adictos con entusiasmo a las armas y al orden público"101. Así mismo, indígenas de Cojutepeque, liderados por el general José María Rivas, prestaron un importante servicio al gobierno de Francisco Menéndez en su lucha contra la oposición conservadora102. La aparición del ejército permanente puso fin a ese tipo de alianzas del Estado y de la etnia dominante con las comunidades indígenas. La privatización de la tierra y la creación del ejército representaron un "nunca más" a los juegos de poder con los indígenas. Entre el final del siglo XIX y principios del XX, la enriquecida región cafetalera occidental se convirtió, paradójicamente, en uno de los últimos reductos no sólo para la "resistencia indígena" --como comúnmente se suele decir-- sino también para la celebración de alianzas políticas que incluían la posesión de armas. Diez años antes de la matanza de 1932, indígenas del departamento de Sonsonate participaban como líderes y activistas en las nefastas Ligas Rojas; indígenas también prestaron servicios de vigilancia y patrullajes bajo el mando de las comandancias locales, y otros compitieron

en comicios para controlar el poder municipal103. Los indígenas, aún en su condición de vencidos, habían venido jugando un rol en la configuración del Estado-nación salvadoreño. Como ya se ha dicho, desde la época colonial los indígenas vinieron participando en moldear el tipo de sociedades que surgían en Centroamérica104.

2. LOS SUPER VIVIENTES Uno puede imaginarse la magnitud de la ruptura étnica y política que tuvo lugar el 22 de enero de 1932. La dimensión étnica de aquel levantamiento ha sido completamente soslayada por los análisis políticos; pero visto desde esa perspectiva, el acto aislado de centenares de indígenas mal armados enfrentándose a un ejército y a bandas de ricos asustados, presenta nuevas aristas. Parece claro que el discurso dominante del mestizaje ha condicionado el tipo de interpretación, incluyendo a la izquierda, que tradicionalmente se le da a la insurrección de 1932. Aquel levantamiento, alentado y organizado por un núcleo de mestizos revolucionarios, fue la primera alianza indígena desde la Colonia con un sector mestizo ajeno a las poderosas elites. Descontando, desde luego, sus encarnizadas e invariablemente derrotadas revueltas primero contra el poder colonial y luego contra el poder ladino salvadoreño, los indígenas también lucharon al lado de una u otra de las facciones liberal o conservadora. Por primera vez en la historia salvadoreña, la participación armada de los indígenas, en 1932, ya no fue expresión de una alianza al lado de alguno de los poderosos, sino de una alianza celebrada contra todos ellos al lado de su gran antagonista: el comunismo "bolchevique", ateo, enemigo de la propiedad privada. La pelea indígena tras la disolución de sus últimas palancas de poder (tierra y armas), fue percibida no sólo por los poderosos salvadoreños (blancos o descendientes de

extranjeros), sino también por los mestizos, como un acto de traición y revancha étnica. En lo sucesivo, aunque el mestizaje sea el fruto del cruce indígena/español, se volvió imperativo alejarse todo lo posible de ser considerado un "indio". La represión fue aplastante. En uno de sus narraciones publicadas después de la matanza, Salarrué cuenta la historia de una familia indígena que va siendo acorralada por las tropas del gobierno105. Lo que Salarrué escribe no es muy distinto a lo que la tradición oral ha hecho llegar hasta nuestros días: la guardia batía sin misericordia los cantones y los escondrijos montañeros. Lalo Chután, el personaje central del cuento, sólo se salva de la matancinga simulando ser un espantajo. Aferrado a la cruz del espantajo lo encuentran los guardias, quienes creyéndolo un muñeco le disparan sin conseguir pegarle, pero al retirarse uno de los uniformados le atraviesa el costado de un bayonetazo. El cuento es una metáfora apropiada para comprender la condición del indígena en la sociedad que surge tras la matanza: sólo se salvará de la furia ladina en la medida que se invisibilice humanamente. Este castigo aún no le ha sido levantado. El Estado militarizado se encargó de hacer desaparecer en todo lo posible las evidencias de los sangrientos sucesos, purgando archivos, e imponiendo la censura. Los poderosos "mestizos" reconstruyeron la imagen del indígena, actualizando la discriminación que dio fundamento a la empresa colonial contra la cual habían luchado los fundadores del país. El mestizo adquirió carta de ciudadanía, a costa de sumir en el basurero de la historia a los indígenas vivos que habitan El Salvador, que siguen considerándose indígenas y que son vistos como tales por sus vecinos. Aunque los indígenas del pasado aparecen en las historias escolares, los indígenas de hoy han desaparecido del campo de visión de la etnia dominante. Se argumenta que la matanza que siguió al alzamiento indígena ocurrido en enero de 1932

eliminó los últimos vestigios de población indígena. Investigaciones realizadas en diferentes momentos del siglo XX prueban que los indígenas existen y en un número considerable106. Al menos 500 mil indígenas, el 5% de la población salvadoreña, viven desperdigados en siete departamentos de la República. Esta "invisibilización" del indígena, comúnmente aceptada en todos los órdenes de la sociedad, es una de las marcas ominosas de la cultura salvadoreña en el siglo XX. Los estudios pioneros sobre el tema han sido hasta ahora silenciados por el peso de una tradición fundada en las diferentes variantes del discurso del mestizaje. Los liberales ladinos y blancos no tuvieron interés promover un discurso o una idea de identidad mestiza que produjera una cultura nacional. El indígena fue el gran ausente de los mitos de la invención nacional. Siguió siendo un ser degradado, incapaz de aportar algo, como no fuera su fuerza de trabajo. La sociedad en su conjunto llegó a interiorizar los valores de la superioridad blanca. En 1848, el gobierno patrocinó un plan destinado a entregar veinticinco hectáreas de tierras altas por cada inmigrante adulto y sesenta por cada familia de cuatro personas107. Años más tarde, el aventurero Federico Bogen, se lanzó al proyecto de traer a El Salvador a un millar de europeos.108 Los norteamericanos y europeos, una vez ingresaron en el orden racial salvadoreño, pasaron a formar parte de la elite "blanca". Por el contrario, los inmigrantes chinos, árabes y negros, eran indeseables. Los chinos, que llegaron como trabajadores de las haciendas principalmente desde California y Panamá, despertaron las primeras tormentas antiétnicas. 109 La idea de El Salvador que se han proyectado en el himno, el escudo, la flor y la bandera, exaltan ideas de progreso y libertad sobre la base imaginaria de una población étnicamente homogénea. Como veremos más adelante, entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, intelectuales y artistas ayudaron a desarrollar distintas

concepciones del mestizaje como fragua nacional, concepciones que van desde la ya citada propuesta de una identidad fundada en el desprecio por las etnias no blancas (David J. Guzmán), la cristianización de los mitos indígenas como soporte a la identidad criolla centroamericana (Francisco Gavidia)110, la reivindicación de una identidad salvadoreña fundada en el pasado --nunca en el presente-- indígena, emanada de la Revolución mexicana (Miguel Angel Espino)111, y la postulación del pensamiento indígena como la utopía imposible de unidad entre religión, vida y poesía (Pedro Geoffroy Rivas).112 A partir de los años 60, con la revitalización de las ideas revolucionarias de cuño marxista, se produce una nueva ola de interpretaciones del tema indígena. Alejando Dagoberto Marroquín113 y Julio Domínguez Sosa,114 son pioneros en la investigación etnográfica y política de los indígenas. El indígena apareció como una respuesta contra cultural y se entroniza en el imaginario revolucionario como una figura tan victimizada como rebelde. El arte fue particularmente prolijo en reivindicar al indígena: su mundo mágico, como en la obra poética de José Roberto Cea,115 o su rebeldía, tomando como prototipo a la figura del líder indígena Anastasio Aquino (Matilde Elena López116 y Pedro Geoffroy Rivas117 o la obra musical Cuatro danzas para Aquino Rey de Ezequiel Nunfio. Los sucesos de 1932 pasaron a convertirse en un tópico obligado. Por cierto, es impensable comprender el surgimiento de un nuevo pensamiento político de inspiración socialista, cristiano, sin la reivindicación de la que ha venido siendo objeto aquella matanza. En general, desde la segunda mitad del siglo XX, el discurso estético tuvo un papel en la sensibilización sobre el tema indígena. Curiosamente, como veremos, la izquierda armada revolucionaria, nacida de aquellas cenizas, no tuvo nada que decir sobre el componente indígena en su proyecto redentor. Los indígenas integran ese sector que se ha denominado el de "los más pobres

de los pobres". Apenas el 1% de la población indígena cubre sus necesidades básicas. Su pobreza es tal que les impide saltar sus fronteras más inmediatas: entre los migrantes internacionales salvadoreños se cuentan muy pocos indígenas. En el repertorio cívico existe un discurso que reconoce el legado indígena pero la idea de país poco o nada toma en consideración al componente indígena. M. Chapin los describe así: "No tienen voz. Se encuentran físicamente presentes, pero son insignificantes, como fantasmas".118 Debido al estatus negativo de la identidad indígena, no resulta sorprendente -agrega Chapin-- que muchos indígenas traten de abandonarla y sumergirse en el carácter nacional "salvadoreño". Para separarse completamente del mundo de prejuicios que le punzan desde que nace, el indígena debe salir de su lugar natal, cortar sus raíces y radicarse en una ciudad donde pueda pasar desapercibido. No basta amasar una fortuna para escaparse del sello étnico: literalmente hay que huir. En pocos lugares como en El Salvador han adquirido un tono tan dramático el augurio de Vasconcelos. "Ninguna raza vuelve; cada una plantea su misión, la cumple y se va". Y el responso de M. A. Espino -"Se fueron los indios..."-- parece un eco de aquella profecía. Los hijos de la raza cósmica se apropiaron de los gestos del poder colonial para hundir en la oscuridad de los tiempos a uno de sus grandes progenitores. En el imaginario cultural de la mayoría salvadoreña, el indio existe solamente como un espantajo, entre el vapor de una gloria remota e incomprensible, o como un objeto de escaparate incorporado al folklore. Cualquier intento por despertar a aquellos "ilustres atlantes" sólo puede encontrar violencia. Con todo, el hilo de la historia establece trayectorias interesantes. Una de ellas es la permanencia del "factor indígena" en la historia y la cultura salvadoreñas. Su influencia en los desarrollos posteriores a la Conquista y colonización españolas es mucho mayor de lo que suele pensarse y ha pervivido a lo largo de los siglos.

Pese al drástico cambio que supuso la Conquista, una importante porción de los habitantes del país siguieron siendo interpelados por las construcciones culturales previas. En la construcción cultural que se operó en el Reino de Guatemala se articularon diversas trayectorias históricas entre experiencias culturales que nunca antes habían tenido contacto ni influencia recíprocas. Los conquistadores y conquistados siguieron sus propias trayectorias históricas, dándole continuidad a su pasado. Sus particularidades culturales siguieron siendo distinguibles. De hecho, el orden colonial coloniales se legitimó precisamente por la persistencia de esas diferencias que erigían a unos en superiores y a otros en vasallos: los vencedores ejercen el poder; los dominados deben apropiarse de los gestos del poder. Este factor es importante para entender, tras la Independencia de España, la relación de los nuevos herederos del poder con la población vencida. Los sujetos del orden colonial provenían y se produjeron desde historias diferentes, desde poderes diferentes. Y ese guión siguió determinando la vida de los países que se fundaron sobre la base de esa relación. Pero los procesos culturales se producen en más de una dirección. Las relaciones políticas y económicas establecidas en la Centroamérica aborigen precondicionaron primero a los nativos, pero luego también a sus sucesores criollos y mestizos.119 Los planes de conquista respondieron en parte a las condiciones sociales de los aborígenes; dichos planes se vieron facilitados por las competencias internas entre los estados nativos. Las sociedades con un sistema tributario diversificado y definido, como fue el cuscatleco, fueron objeto de una intensa distribución de encomiendas y una explotación voraz por parte de los españoles. Pero los indígenas siguieron allí. Muchas comunidades indígenas sobrevivieron hasta el siglo XX primero como nudos de resistencia contra los españoles y luego contra los gobernantes republicanos, arraigadas en sus mundos de siglos, y fue precisamente esa fortaleza la que propició

respuestas altamente represivas. Dicha relación impactó, a su vez, la naturaleza de los sistemas capitalistas que emergían, propiciando la formación de regímenes represivos y autoritarios en los que el racismo echó raíces muy virulentas. No todo fue "resistencia" de parte de los indígenas: a lo largo del período colonial, los "principales" indígenas, desarrollaron estrategias para insertarse en el nuevo orden.120 Los caciques indígenas cumplieron la función de intermediarios entre la administración colonial y la población aborigen y ellos, tal y como lo hacían en el orden prehispánico, establecieron el tributo real;121 un papel que, por cierto, no anulaba en nada su herencia precolombina, en particular las antiguas concepciones de poder político-religioso. Como sostiene Robert Carmack, no simplemente sobrevivieron y resistieron sino que participaron en moldear el tipo de sociedades nacionales que surgieron en Centroamérica. Los indígenas fueron y en el futuro debieran ser sujetos importantes en la creación cultural del país. O, para decirlo de la manera como ahora se acostumbra, son imprescindibles para la formación de la identidad salvadoreña.

NOTAS 1

En la preparación de este borrador ha sido fundamental el entorno que ha propiciado el Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), en Antigua Guatemala. Quiero dejar constancia de agradecimiento a los inestimables aportes de Arturo Taracena, Richard Adams y Tani Adams, de CIRMA; a Galio Gurdián, Marvin Barahona, Jeffrey Gould y Marie-Louise Pratt. La investigación que sirve de base a este texto ha sido posible por la Beca de Humanidades de la Fundación Rockefeller. 2 Véase: Escobar Galindo, Mayor Zaragoza, Cristiani y otros: Foro Nacional de reflexión sobre educación y cultura de paz, Ministerio de Educación, San Salvador 1993. 3 Sobre el doble poder, ver Zamora, Rubén: Tendencias 15, 1992, pp. 22 y ss. 4 Walter, Knut: Las Fuerzas Armadas y los Acuerdos de Paz: la transformación necesaria del ejército salvadoreño. Borrador final, mecanuscrito, Flacso, San Salvador, 1996. 5 Son cifras que provienen de los censos oficiales, citados por Oscar Armando Morales, El Salvador al fin del siglo, p. 139 6 Cifras sobre la importancia de la migración: El Salvador recibe el 7% de las remesas mundiales y los migrantes salvadoreños representan el 1 por ciento de la población migrante a escala mundial. www.laprensa.com.sv 7 Ibid. 8 El discurso hegemónico establece la inexistencia de diferencias étnicas en el país. Gould, Jeffrey: "Revolutionary nacionalism and local memories in Central America" (mecanuscrito, Indiana University). 9 Aunque la formulación ha sido recogida por Joaquín Villalobos (El Diario de Hoy, 7 de junio de 2000) es frecuentemente repetida por líderes políticos y de opinión. 10 Le Goff: El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paidós, Buenos Aires, 1991. 11 La cita proviene del poema "Cantemos lo nuestro", de Alfredo Espino: Jícaras tristes, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 1996, p 11. 12 Son los primeros versos de la "Oración a la bandera", de David J. Guzmán. La actual bandera salvadoreña fue adoptada el 17 de mayo de 1912, bajo la administración del presidente Manuel Enrique Araujo, y se izó por primera vez el 15 de septiembre de ese mismo año en un acto celebrado en el Campo de Marte de San Salvador. Su diseño está basado en el de la bandera de la Federación Centroamericana (1823). Espinoza, Francisco: Los símbolos patrios, 11a. edición, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 1996, p. 10. 13 Demyk, Noelle: "Los territorios del Estado-Nación en América Central. Una problemática regional", en Identidades nacionales y Estado moderno en Centroamérica, Arturo Taracena y Jean Piel (Comp.), Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José, 1995 14 Historia natural y ecológica de El Salvador. Tomo I, Ministerio de Educación de El Salvador, 1995, pp. 140-41. 15 Demyk, Noelle: "Los territorios del Estado-Nación..." Op. cit., p. 15. 16 Carmack: "Perspectivas sobre la Historia antigua de Centroamérica", Tomo I Historia Antigua, Historia general de Centroamérica, FLACSO, Madrid, 1993, p. 310. 17 Apuntamientos, citado por M. Rodríguez, El experimento de Cádiz, p. 27 18 Remitir a Peccorini, Barón Castro y otros... 19 Citar a Barón Castro: Delgado... pp. 145 y ss. 20 Se trata de las localidades de San Vicente y San Miguel. En esta última, el verdugo quemó la proclama insurgente en la plaza pública. Ibid.: Véase también: Turcios, Los primeros patriotas...Op. cit. 21 Barón Castro, Delgado... p. 139. De hecho el tema de la soberanía, como lo apuntan diversos autores, aun estaba distante. El movimiento buscaba instalar nuevas autoridades sin romper con la forma de gobierno. De fondo fue un desconocimiento a las autoridades españolas generadoras de tensiones y un reconocimiento a las autoridades mestizas y criollas. La proclama rebelde de San Salvador era clara al decir: "sólo debemos obedecer a nuestros alcaldes y al rey Fernando VII". Eugenia López V: La intendencia de SS... p. 60. 22 Citar a Rodríguez, El experimento de Cádiz... 23 Eugenia López: La intendencia..., p. 60-65. 24 Pinto Soria, Ibid., p.20-21 25 Pinto Soria, "El intento de unidad...", Mesoamérica 13, p. 20 26 Dunlop, Rogert Glasgow: Travels in Central America. London, Longman, Brown, Green, and Longmans, 1847. Citado en: Lindo, Héctor, Op. cit., p. 62. La visita de Dunlop tuvo lugar entre los años 1844 y 1846 27 Stephens, citado por Pinto Soria, "El intento de la unidad...", p. 45

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Domínguez Sosa, Julio Alberto: Ensayo histórico sobre las tribus nonualcas y su caudillo Anastasio Aquino, Dirección General de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1964. Se trata probablemente del último alzamiento fundamentalmente indígena. Posteriormente, la participación armada de los indígenas se ligó a proyectos de las elites blancas. Merece destacarse que a finales del siglo XIX los indígenas cuscatlecos fueron liderados por el Gral. Rivas, un caudillo veterano de las guerras contra Guatemala. Sus dotes militares y su liderazgo moral lo llevaron a dirigir un ejército irregular que llegó a tener en plantilla unos 10 mil hombres. Rivas fue un elemento clave para el establecimiento de una alianza entre los indígenas cuscatlecos y el grupo liberal que triunfó en 1885. En 1890 Rivas se enfrentó con las armas a Ezeta, el golpista que dio marcha atrás a la revolución liberal, y mantuvo control de la capital por dos días; sin embargo, esta vez los liberales del 85 se aliaron con Ezeta. Para expulsarlos de la ciudad, de acuerdo con un informe del cónsul norteamericano Mr. Myers, los ezetistas bombardearon indiscriminadamente la ciudad por 42 horas. Ver: Alvarenga, P.: Cultura y ética... p. 50 y ss. 29 Pinto, Julio César: "El intento de la unidad: la República Federal de Centroamérica, 1823-1840", en Mesoamérica 13, Vermont, 1986, pp. 3-86. 30 Uno de los aspectos visibles de la jornada consistió en la publicación de la revista Próceres. 31 También hay que decir que la naturaleza del alzamiento del 11, si fue acción organizada o espontánea, sigue siendo objeto de polémica entre los historiadores. 32 Citar texto de Tani Adams... 33 En lo que corresponde al tema del mestizaje en este apartado sigo en lo fundamental las ideas de Jeffrey Gould en sus manuscritos todavía inéditos: "Revolutionary nacionalism and local memories in Central America" (mecanuscrito, Indiana University) y "Hacia un marco comparativo para el estudio del mestizaje en El Salvador, Honduras y Nicaragua" (mecanuscrito) 34 Alvarenga, Patricia: Cultura y ética de la violencia, EDUCA, San José, 1996. Especialmente el capítulo 3, p. 97 y ss. 35 Próceres, Notas editoriales, Vol. I, No.1, San Salvador, 1911, p. 3 36 William R.: The Cultural Evolution of Ancient Nahua Civilizations. The Pipil-Nicarao of Central America, University of Oklahoma Press, 1989. 37 Historia de El Salvador, Vol. I, Ministerio de Educación de El Salvador, p. 22 y ss 38 Robert M. Carmack "Centroamérica aborigen en su contexto histórico y geográfico" y "Perspectivas sobre la Historia antigua de Centroamérica", Tomo I Historia Antigua, Historia general de Centroamérica, FLACSO, Madrid, 1993., Fowler, Op.cit., Amaroli: "Geografía económica de Cuscatlán", Mesoamérica 21, CIRMA, Guatemala, 1991. 39 Esa prohibición fue derogada nueve años más tarde. Escalante Arce: Ibid. 40 Las fobias étnicas se juntan con las fobias políticas. Después de 1932 los rusos, lituanos y polacos, entre otros, estaban sometidos a un régimen especial por su pertenencia al mundo comunista. Algo similar ocurre con los cubanos. 41 Me refiero a la guerra civil abierta el 10 de enero de 1981 con la primera ofensiva guerrillera, y terminada el 16 de enero de 1992 con la firma de la paz en el Palacio de Chapultepec, México. 42 Vasconcelos, José: La raza cósmica. Edición bilingüe. The John Hopkins University Press, Los Angeles, 1979. 43 Espino, Miguel Angel: Mitología de Cuscatlán/ Como cantan allá. Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San Salvador, 1996. 44 El acuse de recibo firmado por González Saravia dice textualmente. "En este laborioso trabajo, el primero de su clase que se ha hecho en el Reyno, desde el establecimiento de Ytendencias [...] reconozco el eficaz zelo de V.S. y su amor al Real servicio y al exacto desempeño de sus deveres...". Citado en: Barón Castro, Op.cit. p. 267. Antes de 1811, el informe fue actualizado a solicitud de José Bustamante y Guerra, nuevo capitán general. 45 Ver: Gutiérrez y Ulloa, Antonio: Estado general de la provincia de San Salvador, Reyno de Guatemala (Año de 1807), Dirección General de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1962. El informe fue enviado originalmente al capitán general Antonio González Saravia. Véase: Barón Castro, Rodolfo: La población de El Salvador, UCA editores, San Salvador, 1978, p 267-268. 46 En diversas partes del Estado general... pueden leerse referencias a esas pérdidas, tal es el caso de los planos correspondientes a los Partidos de Chalatenango y Santa Ana, entre otros. Dichas partes están calzadas con la rúbrica del intendente, acompañadas de la nota: "Extraviado el plano en la Rebolución" (sic). Véanse páginas 80, 85 y 91, de la edición citada. 47 Las estadísticas de Gutiérrez no incluyen, desde luego, a la alcaldía mayor de Sonsonate que para entonces pertenecía a Guatemala. Para establecer un número más exacto sobre la población salvadoreña de la época, Barón Castro, Op.cit. p. 277., combina los datos del intendente con los de Juarros: Compendio de la Historia de la Ciudad de Guatemala, Guatemala, 1857.

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Barón Castro observa que en dicho informe se emplea de manera equívoca la voz "mulatos" para referirse a la raza mezclada. Sin embargo, del examen de los datos, Barón Castro establece que el intendente usaba indistintamente las voces "mulato" y "mestizo" como sinónimas, un error en el que incurren posteriormente otros historiadores. Barón Castro: Op. cit. p. 273. 49 De acuerdo con los datos tabulados por Barón Castro, en las primeras décadas del siglo XIX los mestizos constituían el 54.1% de la población, los indígenas el 43.1% y los blancos el 2.8%. 50 Gould, Jeffrey: "Revolutionary Nationalism and local Memories in Central America", avance de investigación multicopiado, inédito, Indiana University, 2000. 51 Diversos autores han documentado la presencia indígena. Véanse: Adams, Richard N.: Cultural Surveys of Panama, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras. Washington, 1957; Chapin, Mac: "La población indígena de El Salvador", Mesoamérica No. 21, CIRMA/PMS, Antigua Guatemala, 1991; Marroquín, Dagoberto: Panchimalco, Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación, 3a. ed., San Salvador 1980. Más recientemente, se ha llamado la atención sobre el tema: Castellanos, Juan Mario: El Salvador 1930-1960. Antecedentes políticos de la guerra civil, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San Salvador, 2000, p. 240. 52 Escalante Arce, Pedro: "Apuntes sobre mestizaje y transculturización en las provincias hispanosalvadoreñas", en Cultura y desarrollo en El Salvador, Steffan Roggenbuck, editor, Fundación Konrad Adenauer, San Salvador, 1994, p. 20 53 Estos tres asentamientos mexicanos se ubicaron en el actual municipio de Mejicanos de San Salvador, el segundo en Sonsonate y el tercero, ya desaparecido, en la antigua villa de San Miguel. Escalante Arce, Op. cit. p. 20. 54 Para una visión sobre el impacto de las epidemias ocurridas en el área centroamericana en 'las seis décadas trágicas' (1520-1582), consúltese: Lutz, Christopher y otros: "La conquista española en Centroamérica", en Historia general de Centroamérica, Tomo II, Madrid, 1993, p. 71 y ss. 55 Escalante Arce, Op. cit. p. 21 56 La conquista de Centroamérica inició en febrero de 1524 con la entrada de Pedro de Alvarado y su ejército español-mexicano al territorio guatemalteco. La conquista de El Salvador, más específicamente en el sector occidental del Lempa, inició ese mismo año con una campaña de "tierra arrasada" de quema de aldeas y esclavización de indígenas, incluyendo a los caciques. La conquista de la franja ultralempina tuvo lugar casi cinco años más tarde mediante una incursión española desde Honduras. Véase: Lutz y otros, Op. cit. p. 36 y ss. 57 El lienzo de Tlaxcala contiene representaciones de batallas celebradas en el actual territorio salvadoreño, entre ellas las de Acajutla y Tecpán Izalco. 58 "Pleitos seguidos por el señor Fiscal de la Audiencia de Goathemala contra Dn. Diego de Guzmán...", Archivo General de Indias, Escribanía de Cámara 331-A, citado en Escalante Arce: "Apuntes sobre mestizaje...", Op. cit. , p. 19. 59 El matrimonio ha sido documentado por el antropólogo W. Fowler __________________. 60 Gutiérrez y Ulloa, "siguiendo el órden (sic) común de esta parte de América", establece cinco tipos de población para la Provincia salvadoreña: españoles, mestizos, indios, mulatos y negros. Añade que la falta de educación, la "débil clase" de sus pobladores, los poquísimos brazos dispuestos al trabajo agrícola y mecánico, "y la necesidad desgraciada de tolerar el de (sic) desorden civil [...] tienen constituidos en total abatimiento sus vecindarios". En lo que respecta a los "españoles", Gutiérrez y Ulloa distingue al menos dos tipos: chapetones y criollos. "Casa una de estas se subdivide" --dice--"esencialmente en Españoles de primer órden, y en los de condición común".Op. cit. pp. 10-11. 61 Si nos atenemos a los datos de Barón Castro, los blancos aparecen en los cálculos poblacionales salvadoreños hasta el año 1837. En ese año el número de blancos correspondería al 20% de la población, contra un 22.5% de indios y un 57.5% de mestizos. Barón C. no le da credibilidad a esos datos. 62 Martínez Pelaez, Severo: La patria del criollo, Editorial universitaria, Guatemala, 1971 63 Para conocer la evolución del término "ladino", véase: Taracena Arriola, Arturo: "Contribución al vocablo "ladino" en Guatemala (S. XVI-XIX)", en Homenaje a Daniel Contreras, FH, Universidad de San Carlos, Guatemala, 1982, p. 89-104. 64 Escalante Arce: Op. cit. p. 22-23 65 Historia de El Salvador, Ministerio de Educación, Tomo I, San Salvador, 1994, pp. 26-27 66 Sheet, P.: "The Prehistory of El Salvador: An Interpretative Summary", en F. Lange y Stone, 1984. Citado por Hasemann, George y Lara Pinto, Gloria: "La Zona Central: regionalismo e interacción", Historia general de Centroamérica, Tomo I, Madid, 1996, p. 159-61. 67 Fowler, W. y Earnest, H.: "Settlement Patterns and Prehistory of the Paraiso Basin of El Salvador", Journal of Field Archaeology, vol. 12, 1985. Citado por Hasemann y Lara, Ibid. 68 Hasemann y Lara, Op. cit. p. 182 y ss.

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Para un detalle de los cultivos y la economía de la época, véase: Amaroli, Paul: "Linderos y geografía económica de Cuscatlán, provincia pipil del territorio de El Salvador, en Mesoamérica 21, CIRMA/PMS, Antigua Guatemala, 1991, pp. 41-70. 70 Hasemann y Lara, Op. cit. p. 196-199 71 El dirigente indígena Israel Bolaños, por ejemplo, dice: "las tierras eran de todos antes de que viniera la maldición dirigida por el diablo que protegió a las clases privilegiadas de la colonia, que tenían su base económica en la propiedad de nuestras tierras..." (destacado del autor). Véase: "Reivindicación de tierras y procesos jurídicos en El Salvador", Memoria de la Segunda Jornada Indígena Centroamericana sobre Tierra, Medio Ambiente y Cultura, San Salvador, 2000, p. 336 y ss. 72 De acuerdo con las informaciones de la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural de CONCULTURA, San Andrés habría sido una capital regional que llegó a dominar el fértil valle de Zapotitán y algunas zonas vecinas, como el valle de las Hamacas, donde tiene su asiento la capital salvadoreña. Fue descubierta en el año 1910. Las excavaciones iniciales iniciaron en 1940 bajo la dirección de Maurice Ries y John Dimick. Posteriormente, nuevas excavaciones fueron supervisadas por Stanley Boggs. La excavación de Boggs en la cima de la Acrópolis descubrió cimientos de aposentos. En la zona existen al menos unos 350 sitios arqueológicos. Uno de ellos es el mencionado Joya de Cerén, que ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. El sitio de Joya fue descubierto en 1976. Las primeras excavaciones iniciadas en 1978 por Payton Sheets, sacaron a luz un conjunto habitacional de pobladores comunes, extraordinariamente preservado por la acción de la ceniza volcánica de la erupción del Caldera, hace unos mil cuatrocientos años. 73 Ibid., p. 201 74 Véase: Geoffroy Rivas, Pedro: Toponimia náhuat de Cuscatlán, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 19__. El nahuat, desde luego, no es el único caso. En el periodo del descubrimiento americano, los navegantes españoles adoptaron numerosas voces caribes que fueron incorporándose al vocabulario castellano de principios del siglo XVI. La evolución misma del castellano se vio tempranamente nutrido de formas americanas. Ver: Geoffroy Rivas, P.: La lengua salvadoreña/ El español que hablamos en El Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San Salvador 1998, p. 11-15. 75 Carmack, Op. cit., p. 290 y ss. 76 Amaroli, Paul: Op. cit., 42 y ss. 77 La segunda carta de Alvarado a Cortés data del 24 de julio de 1524 y fue enviada desde Iximché, después de su incursión a Cuscatlán. Véase: Cartas de relación y otros documentos, Pedro de Alvarado, Diego García de Palacio y Antonio Ciudad Real, Dirección de Publicaciones e Impresos, San Salvador, 2000 78 Amaroli: Op. cit. El autor sugiere que Izalco formó una unidad aparte frente al mundo nahuas cuscatleco. 79 Carmack, Op. cit. p. 291 80 Carmack, Ibid., p. 288 81 Chapin, Mac: "La población indígena de El Salvador", Mesoamérica No. 21, CIRMA/PMS, Antigua Guatemala, 1991. 82 Fowler, William R.: The Cultural Evolution of Ancient Nahua Civilizations. The Pipil-Nicarao of Central America, University of Oklahoma Press, 1989, p. 165. 83 Ibid. p. 91 84 Browning, David: Op. cit, p. 123 85 Adams, Richard N.: Cultural Surveys of Panama, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras. Washington, 1957, p. 509. 86 Chapin, Mac: "La población indígena de El Salvador", Mesoamérica No. 21, CIRMA/PMS, Antigua Guatemala, 1991, p. 7 87 Citado por Browning: Op. cit., p. 136. 88 Lutz: "La conquista española en Centroamérica", en Historia general de Centroamérica, Tomo II, Madrid, 1993, p. 71 y ss. También: Figueroa Marroquín, Horacio: Enfermedades de los conquistadores, Departamento editorial, Ministerio de Cultura, San Salvador, 1957. 89 Chapin: Ibid. 90 Citado por Chapin: Op. cit., p. 8. 91 Chapin: Ibid. p. 9 92 Browning hace un detallado recuento de los diferentes decretos que abolieron la tenencia comunal de la tierra y la manera en que se pasó a legislar sobre ella, Op. cit., p. 334 y ss. 93 Alvarenga: Cultura y ética... p. 35

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Samper, Mario K.: "El significado social de la caficultura costarricense y salvadoreña: análisis histórico comparado a partir de los censos cafetaleros", en Tierra, café y sociedad. Ensayos sobre la historia agraria centroamericana, H. Pérez Brignoli y M. Samper (Comp.), FLACSO, San José, 1994, pp. 117225; Lauria-Santiago, Aldo A.: An agrarian Republic. Commercial Agriculture and the Politics of Peasant Communities in El Salvador, 1823-1914. University of Pittsburgh Press, 1999. 95 Lindo Fuentes, Héctor: Lindo Fuentes, Héctor: "La introducción del café en El Salvador", en Tierra, café y sociedad, Héctor Pérez Brignoli y Mario Samper (Comp.), FLACSO, San José, 1994. 96 Lindo Fuentes, Op. cit. p. 71. 97 Lindo, Ibid. p. 72. 98 Alvarenga, Op. cit. p. 38 99 Alvarenga, Ibid. 100 Lardé y Larín, Jorge: El Salvador, historia de sus pueblos, villas y ciudades, Departamento Editorial del Ministerio de Educación, San Salvador, 1957. 101 Lardé y Larín, Jorge: Op.cit. 102 Alvarenga, P.: Op.cit. p. 50 y ss. 103 Sobre las alianzas políticas de los indígenas en la primera mitad del siglo XX, consúltense los dos trabajos de Alvarenga, Patricia: "Los indígenas y el Estado. Alianzas y estrategias políticas en la construcción del poder local (1920-1944)" (multicopiado), y "La reinvención del indio. El Salvador, 1932", Boletín del Centro de Investigaciones históricas de América Central, San José, 1996. 104 A modo de ilustración sobre este asunto, mencionaré los ya citados trabajos de Carmack: "Centroamérica aborigen..." y "Perspectivas ...", en Historia general de Centroamérica, FLACSO, Madrid, 1993; así como la investigación de Arnauld sobre las estrategias de poder las elites mayas y españolas en los primeros siglos de la Colonia. Ver: Arnauld, Charlotte: "Estrategias políticas...", en Poder y desviaciones... Siglo XXI editores, México 1998, p. 21-62. 105 Salarrué: "El espantajo", Narrativa completa, Vol. I, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 1999, p.473 y ss. 106 Me refiero a los ya citados trabajos de Alejandro Dagoberto Marroquín, Richard Adams y Mac Chapin, así como a los de Concepción Clará: Exploración etnográfica. Departamento de Sonsonate, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1975, todos publicados entre las décadas de los años 50 y los 80. En los años 90, se han producido los citados escritos de Patricia Alvarenga, Jeff Gould y Erick Ching [TITULO] 107 Véase: David Browning, El Salvador, la tierra y el hombre, Dirección de Publicaciones e Impresos, San Salvador, 1998, p. 259 108 Véase: Pedro Escalante Arce: "Las inmigraciones selectivas y las fobias étnicas", Tendencias 77, San Salvador, p. 30 y ss. Estos planes no tuvieron el efecto migratorio esperado. 109 Escalante, Ibid. Ante la notable presencia de chinos, David J. Guzmán, el intelectual más destacado del período, escribió: "¡Adiós al mejoramiento físico y moral que anhelamos para nuestra raza!". 110 Gavidia, Francisco: Obras Completas, Tomo II, Dirección de Publicaciones, Ministerio de Educación, San Salvador, 1976. Lara Martínez ha realizado toda una exégesis de la obra gavideana, tendiente a probar que la concepción de la historia de El Salvador en Gavidia "ha de concebirse como la manifestación cíclica [del mito] de 'La Serpiente Emplumada' o, si se prefiere, de la Divinidad (...) en el desarrollo político del país". Ver: Historia sagrada e Historia profana. El sentido de la historia salvadoreña en la obra de Francisco Gavidia, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San Salvador, 1991. 111 Espino, Miguel Angel: Op. cit. 112 Rivas, Pedro Geoffroy: La mágica raíz. Antología de ensayos. Luis Alvarenga (Comp.), Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 1998, p. 65. 113 Sus obras ya han sido citadas. 114 Su obra ya ha sido citada. 115 Cea, José Roberto: Todo el códice, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San Salvador, 1998. 116 López, Matilde Elena: La balada de Anastasio Aquino, Ed. Universitaria, San Salvador, 1978. 117 Geoffroy Rivas, Pedro: Los nietos del jaguar, Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, San Salvador, 1996. 118 Chapin: Op. cit. 119 Carmack, Op.cit. 120 Arnauld, Charlotte: "Estrategias políticas mayas y españolas en Guatemala (siglos XV y XVI)", en Poder y desviaciones: génesis de una sociedad mestiza en Mesoamérica (Georges Baudot, coordinador)", Siglo XXI editores, México 1998.

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En el caso salvadoreño, Amaroli ha establecido la existencia de una continuidad entre el régimen de tributos de los indígenas hacia sus principales y el tributo a la Corona española. Amaroli: "Linderos y geografía económica...", Op. cit.

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